jueves, enero 24, 2008

tales of Diablo : el azote de los tres (by "Blackelf")

esta es la continuacion del primer relato basado en el juego ......este a su vez es basado en la segunda edicion y en su expacion

sin mas preanvulo les dejo

http://www.diablo2latino.com/PNphpBB2-viewtopic-t-21699.html

Diablo 2: el Azote de los Tres


Acto 6: Un nuevo anochecer

Acto 7: Las Puertas del Este

Acto 8: "Al Este, siempre hacia el... Este"

Acto 9: Las raíces de la Destrucción

Acto 10: La semilla del Odio, la sombra que se cierne sobre Kehjistan.

Acto 11: En el Infierno, el Gran Santuario.

Acto12: La Danza de la Destrucción.



Nuestro héroe abandonó Tristám al día siguiente por la mañana. Se dirigió en secreto al desfiladero del este, armado sólo con su fiel espada y una bolsa de provisiones. Poco después de su huida, nuestras peores pesadillas se hicieron realidad. Los sirvientes demoníacos del infierno volvieron a Tristám.
Ahora, mientras escribo estas palabras, soy el único superviviente. Llevo ya muchas noches huyendo de las bestias que me asedian, pero sé que ya me queda poco por correr. El porqué han vuelto y por qué han degollado a tantas almas inocentes, jamás lo sabré. Todo lo que sé con certeza es que su llegada ha estado ligada a la partida del guerrero… he escrito esta crónica con la esperanza de que alguien encuentre estos escritos e intente corregir la maldición que ha brotado en estas tierras. No creo que me quede aún mucha vida, pero quizás estas palabras puedan prevenir a otros pueblos, a otras tierras, de que la misma tragedia los azote. Me quedaré aquí hasta que llegue ayuda… o hasta que me devoren las criaturas. Que el cielo se apiade de mi alma. Incluso después de todo lo ocurrido, no soy capaz de abandonar este lugar infernal.
Me temo que Tristám sólo es el primero de los muchos pueblos que acabarán consumidos por la maldad que él intentó combatir.

Deckard Caín


Acto 6: Un nuevo anochecer

- ¡¡¡¡Grrraaahhh!!!! –gorgoteó un pequeño diablillo rojo- hace ya tres semanas que estamos en este inmundo pueblo y aun no hemos comido nada mejor que pan lleno de sucios gusanos… ¿para cuándo las carnes del viejo?
- ¡Silencio! –sonó una voz más fuerte- el viejo debe permanecer con vida Y de una pieza.
- Pero…
- ¡El amo nos ha mandado eso y eso haremos!
- ¡Agua! –rogó el anciano encerrado en una jaula suspendida- necesito agua, ¡tengo sed!
- Anciano… ¿tienes sed? –dijo la voz más fuerte saliendo de una casa en llamas y medio derruida mostrando así su tosca apariencia a la vez que demonizada- yo te daré agua… -se giró hacia la fuente del centro de la plaza, tomó un cubo y lo llenó con agua mugrienta y maloliente- ¡Ahora bebe!

El cubo se vertió en la jaula y un olor hediondo respiró el último de los Horadrim.
- Eliseo… ahora sé qué era esa herida de tu frente…

La noche cayó sobre la derruida aldea de Tristam, ya no había animales ni ninguna otra viva que no fuere la de aquél anciano enjaulado y la de los demonios que pululaban a su antojo por los territorios limítrofes atemorizando pueblos cercanos.
Mientras tanto, un hombre atravesaba las montañas al oeste del desierto de Aranoch, hacia el norte, con la única compañía de un viejo y polvoriento manto y una espada que dejaba surco en la tierra.
- ¿Este es mi camino? ¿Nací para llevar esta carga? –se preguntaba el hombre en voz alta como si alguien pudiese oír sus lamentos-
- Sí… este es el camino que debes de seguir. Es el camino que debemos seguir los dos. –dijo una voz en su cabeza-
- Tú otra vez… déjame en paz, vete de aquí.
- No puedo irme… lo sabes muy bien… ahora tú y yo, somos un único e indivisible ser…
- No puedes eclipsarme con tus mentiras, no debo ir al norte… no cumpliré tu tarea.
- ¡Cómo! ¡Osas rebelarte, mortal?
- No traeré más destrucción a este mundo, sé lo que le ocurrió a Tristam…
- Tristam es el pasado. Ahora, ante nosotros, se nos ha abierto un mundo lleno de posibilidades –una brisa fresca envolvió al hombre-
- ¿Un mundo de posibilidades?
- Sí… yo estoy libre… aunque sujeto a un cuerpo mortal. Y tú, tienes mayor poder del que jamás llegaste a imaginar.
- ¿Tengo poder?
- ¡Pues claro! Tú y yo vivimos en simbiosis… tú me das vida, yo poder. Y entre los dos, somos un único ser… invencible.
- “invencible”
- sí… invencible.
- Yo lo fui una vez, no quiero volver a pasar por aquello. Lo sabes muy bien, te derroté allá abajo y puedo hacerlo otra vez.
- De eso… no me cabe duda alguna… estoy seguro que ahora podrías derrotarme… sigues siendo fuerte.

La mente del hombre estaba colmada de los recuerdos vividos allí abajo, en las catacumbas de la Catedral. Necesitaba reposo… pero lo que más le urgía, era librarse de esa pesada carga que se adueñaba de su alma.
- Eliseo… sé por lo que estás pasando, porque también lo sufrió Albretch.
- ¡Albretch! –Eliseo recordó el cadáver sin vida del nicho, tendido en su regazo, mientras en un último intento de sellar el poder de Diablo, se incrustaba la piedra en la frente-
- Sí… el príncipe.
- Lo… recuerdo.
- Muy bien… lo recuerdas, lo cual quiere decir que no he sido tan malvado de borrarte tu memoria… aun conservas recuerdos.
- Es cierto, no me los borraste, pero no pienses que por ello te voy a considerar mejor.
- Mortal… si quisiera, podría borrar tu personalidad, como hice con el príncipe, fue muy divertido, y me muero por volver a hacerlo… pero… me has caído bien.

Eliseo se sorprendió ante estas palabras y detuvo su pesado viaje.
- Me has caído bien –continuó la vocecilla en su cabeza- porque peleaste contra mí y me venciste, y antes de esta conversación me has vencido de nuevo, y ahora lo haces oralmente. Veo que eres de una gran cultura y de gran fuerza… sin duda alguna, ese mago Vizjerei te enseñó bien en el tiempo que pasasteis juntos.
- ¿Admites que fui superior?
- Admito mi triste derrota, pero tuviste corazón y me admitiste en tu cuerpo… eso es digno de alabanza.
- No me fío de ti…
- Por favor, tenéis a un ser sobrenatural, encerrado en vuestro cuerpo, admitid vuestra victoria y os serviré para vuestros designios.
- ¿Por qué debería fiarme de un demonio?
- Porque en vuestro corazón sabéis que mientras siga encerrado no podré realizar ninguna acción violenta.
- Si eso es cierto, ¿Cómo explicas lo de Tristám?
- Porque Albretch era muy débil, tú en cambio eres fuerte a mi poder. Además, ¿acaso el señor feudal no acepta el vasallaje de tus siervos? ¿acaso no aceptó Leoric ser señor de Khanduras?
- Estarás conmigo… durante toda la eternidad… con el tiempo puede que confíe en ti, pero por ahora no esperes nada más.
- Muchas gracias Eliseo… juro por mi honor que os protegeré y ayudaré. Como muestra de mi verdad, le recomendaría dirigirnos hacia el norte, hay un lugar al que debo asistir sin demora.
- Has jurado por tu honor. Así quedes maldito si me traicionas.

El día se tornaba gris y arreciaban aires fríos y húmedos de tormenta. El sol se eclipsaba por entre las nubosidades hasta que el cielo quedó cubierto por una densa capa de nubes negras que no avecinaban un buen tiempo.
Frente al fenómeno atmosférico, Eliseo caminó hacia una cueva que había en aquél acantilado de la región noreste de Khanduras.
Refugiados en la soledad de la cueva, y un fuego dándoles calor, Eliseo y Diablo retomaron la conversación de antes.
- ¿Por qué razones debes ir hacia el norte? ¿qué hay allí?
- Por favor Eliseo… ni que fuera a destruir un poblado… en el norte de Khanduras se encuentra una hermandad, debo visitar a su líder espiritual.
- ¿Por qué? ¿Qué planeas hacer?
- ¡Otra vez desconfía de mí! ¡Le he dicho que estoy a su merced! Por favor, debe fiarse de mí… mientras usted sea la prisión, no podré realizar malos actos.
- Está bien… disculpa, no me encuentro muy bien últimamente… la cabeza me da vueltas, apenas puedo mantenerme en pie.
- Está cansado… ha recorrido un gran camino desde Tristám.
- Apenas hemos dormido.
- Sí, apenas lo hemos hecho… descanse, yo mantendré la vigilia.
- De acuerdo…

Mientras dormía, soñó que estaba en un espacio blanco, y frente a él una figura le hablaba, era una copia de sí mismo, vestida con una toga blanca.
- Hola Eliseo.
- Hola, ¿quién sois?
- Mi nombre es Oxyon, soy un encargado del cielo, las altas esferas han aceptado confinar a Diablo en tu cuerpo, eres una resistente prisión para ese gran mal.
- No es malo… quiere hacer paces conmigo.
- ¿Y tú confías en un demonio?
- ¡No todos los demonios son enemigos! Mire a Lachdanan.
- Lachdanan corrió su suerte… no está en las normas rebelarse ante la autoridad de un monarca. Debería haber cumplido con su destino pero él lo negó y el Destino cayó sobre él convirtiéndolo en lo que es.
- Oxyon, Lachdanan tenía un corazón puro.
- Lachdanan debía haber seguido y cumplido su destino. Alteró las fuerzas cósmicas y por fin, tras el hundimiento de las plantas más bajas de la Catedral pagó por su rebeldía.
- Era un héroe, me ayudó para derrotar a Diablo.
- ¿te ayudó? Simplemente te dejó coger una armadura de mitrilo. Te dio una joya, el pecado de la lujuria, y tú lo aceptaste.
- Lo acepté como una ayuda para detener el avance de Diablo.
- Pero, acaso no te podías haber valido de tu armadura o es que querías algo mejor, más bonito y brillante?
- Siempre es bueno tener mejores cosas.
- Mortal, te doy la oportunidad de corregir tus errores, no atraigas al Destino, carga con Diablo, sé su sello, y no hagas lo que él te diga.
- Yo marco mi destino, Lachdanan marcó el suyo, al igual que hizo Leoric.
- Entonces, espero que nadie repare en gastos a la hora de hacerte ver tu error.
- Oxyon, ni tú ni ningún ángel podréis evitar que haga lo que considere correcto.
- Tenías buena madera para ser un Gran Héroe… pero, como la mayoría, acabaste corrompido.
- Ya está bien de tanta tontería –dijo una tercera voz más fuerte- Oxyon, aquí terminan tus mentiras.

De la nada apareció Diablo, tal y como lo encontró Eliseo en la Catedral, y se acercó corriendo contra el emisario partiéndolo con sus afiladas garras.
- Eliseo y Diablo, unidos en un único ser… temed al Destino.

Oxyon desapareció y Diablo se giró a Eliseo.
- ¿Ves como te he protegido?
- Sí… ese emisario me atacaba con mentiras… decía que tú me querías controlar, que Lachdanan hizo mal, que sería castigado.
- Mi señor, usted no será castigado… yo le defenderé, pero necesito que haga un favor, que me ayude.
- ¿Qué necesitas? Me has ayudado, así pues, lo menos que puedo hacer es ayudarte a ti también.
- Necesito ir a una Hermandad que se encuentra pasando las montañas… entonces, la puerta del Infierno, abierta en Tristám se cerrará.
- Eso es urgente, sería mejor que nos pusiéramos a cubierto.
- Faltan cuatro largas jornadas… precisamente ahora se nos avecinan las cumbres más altas.
- En tal caso, descansemos.

Eliseo abrió los ojos, había despertado de ese confuso sueño. Sacudió su cabeza intentando espabilarse pero de nuevo, las visiones del pasado se hicieron más presentes todavía, el cansancio le volvió y mechones de pelo le caían de la cabeza.
Se llevó las manos al cráneo y descubrió que, con la salvedad del bulto de la piedra, no había nada, sólo la piel desnuda, ya no le quedaba ningún rastro de cabello.
- ¿estás por ahí?
- Dígame, mi señor.
- Lo de esta noche…
- Sí… fue un sueño… pero ocurrió realmente.
- ¿quieres decir que Oxyon existía, que tú me defendiste?
- Por supuesto, lo juré por mi honor, y eso trato de cumplir.
- Pero, hemos matado a un emisario del cielo… ahora nos mirarán con malos ojos.
- Pues que así lo hagan. Predican falsos testimonios, cambian las verdades para adecuarlas a sus razones, a sus ojos, los demonios somos enemigos, seres malévolos que no deben existir.
- Pero tú me has enseñado que no, no todos sois así.
- Por supuesto, tenemos honor y cuidamos de quienes nos ayudan.
- Sabes… cada vez das más cantidad de pruebas de que confíe en ti.
- Gracias mi señor… me siento halagado.
- ¿Decías que debíamos ir hacia el norte…?
- Sí, le ayudaré a cruzar esas montañas… no querrá caer al vacío.

Eliseo perdía fuerzas y Diablo se hacía más presente en su mente, ya, cuando hablaba con él, le veía detrás suyo o a su mismo lado, aguantándole la mano, ayudándole a que no desfalleciera, el héroe no podía más, su cansancio tras varias horas de camino escarpado continuo pesaban sobre su alma como una losa de piedra. Siguió apoyándose en su espada y a lo lejos, bajada la última montaña y a altas horas de la noche, divisó una pequeña posada con los fuegos de los candelabros y antorchas encendidos.
Comenzaba a nevar y no se veía nada en la oscuridad. El héroe, como pudo, llegó a aquella posada, abrió la puerta y el ruido ensordeció sus frágiles oídos.
La gente gritaba y alborotaba, varios borrachos se aglutinaban en los rincones mientras en la barra todos reían los acudidos que contaba el posadero, viejo y barrigudo.
Con su entrada, el posadero calló y los clientes de la barra le miraban con ojos de desconfianza.
- Últimamente hay muchos viajeros perdidos por estas zonas –dijo un hombre con una jarra de cerveza en la mano y la otra, extendida sobre una mesa-
- Sí… almas errantes que no saben donde se encuentran y al día siguiente los encuentras tumbados en las carreteras. –le respondió otro que sacudió su jarra contra la mesa-
- ¡Eh! ¡No golpeéis las jarras así que son caras y luego me toca a mí pagarlas! –dijo el posadero-
- Vamos Gybrek, si nos cobras la cerveza al precio del oro.

Eliseo se tumbó en el suelo y apoyó su espada sobre las duras tablas de madera que lo componían.
- Eliseo… ¿te encuentras bien? –dijo la vocecilla interior-
- No… no estoy bien...
- Entonces… no podrás llegar a la Hermandad…
- No creo que llegue tan pronto como lo estipulamos tú y yo…
- Entonces… éste es el momento…
- ¿Momento? ¿qué momento?
- Mi momento… jajaja… fue muy divertido engañarte… ¿acaso pensabas que YO, el Señor del Terror iba a poder ser controlado por un estúpido mortal?
- No… no, no, no… esto no puede ser… no puede ocurrir…
- Sí puede… ahora, Eliseo, ha llegado tu Destino.

El alma de Eliseo se desgarró y el Alma, contenida en la Piedra rosada de Diablo, inundó el nuevo cuerpo.
Un grito estridente provino del cuerpo allí tumbado en el suelo. Las demás voces callaron y dirigieron sus miradas hacia esa persona.
El cuerpo de Eliseo estaba envuelto en un aura verde, y mientras seguía gritando, se abrieron varios agujeros en las tablillas de madera del suelo, como si llegasen al mismísimo infierno, y por ellos salían multitud de bestias demoníacas, de la hoguera del centro de la sala, el fuego se elevó y aparecieron esqueletos.
Todos fueron masacrados, a excepción de uno, un hombre de mediana edad que vio el espectáculo desde el piso superior.
El fuego corría por las paredes y por las telas que colgaban del techo, la destrucción y la depravación se apoderaron del lugar.
Este hombre, espantado por la visión, huyó de la taberna, lanzándose por la ventana y corrió cuanto pudo hacia el norte, a refugiarse en la orden de la Hermandad del Ojo Ciego, allí, en su Catedral, estaría seguro.
Al poco tiempo, el fulgor verde del cuerpo de Eliseo se difuminó y los esqueletos desaparecieron y las bestias volvieron a entrar a los agujeros hacia su lugar de procedencia.
- Esto va bien… pero Eliseo debe desaparecer… aunque ahora ya, su conciencia es apenasen leve susurro en mi interior…

El caminante salió de la taberna en llamas y se dirigió al norte, arrastrando su espada por el suelo y aún tambaleante tras el duro conflicto que acababa de librar.
La noche había pasado ya, el nuevo día había llegado y, tras el cuerpo de Eliseo había llegado, a las puertas del monasterio de la Hermandad del Ojo Ciego, una nueva tempestad.

Acto7: Las Puertas del Este

- ¡Abrid las Puertas del Este! ¡Abandonadlas y dejadlas libres antes del fin de la noche!

Una figura femenina apareció arriba de la muralla, por entre las almenas, y se dirigió a la persona.
- ¿Quién con autoridad suficiente nos exige tantos actos? Anunciáos correctamente, y vuestras peticiones serán escuchadas.
- Sólo hablaré ante quien tenga el mayor rango de vuestra orden. El Señor del Terror sólo parlamentará ante aquella con autoridad suficiente.

La cara de la mujer palideció y sus fuerzas desfallecieron. Penetró en la penumbra de la muralla y cerró tras ella la gruesa puerta de madera.
Tras un breve momento, la enorme puerta principal de madera tallada se abrió lo suficiente como para dejar pasar a una mujer, con un velo morado y una toga oscura. La luz que emanaba el interior, rojiza por el color de las velas, reflejaba el suelo nevado que el temporal anterior había dejado allí olvidada.
- Mi nombre es Akara –dijo la anciana- soy la superiora espiritual de la Hermandad del Ojo Ciego, y tú, Señor del Terror, el más joven de los Tres, careces de poder en este plano.
- ¡Silencio! –dijo su voz mientras rebotaba entre los muros y las colinas adyacentes al castillo- Tengo todo el poder cuanto quiero y necesito, abandonad las Puertas del Este y no sufriréis pérdidas humanas.

A una orden de Akara, por entre las almenas aparecieron decenas de mujeres, equipadas con arcos y flechas tensados apuntando al Señor del Terror.
- A una orden mía –dijo Akara echando una ojeada a las almenas- una lluvia de flechas caerá sobre tu cuerpo, haciendo que vuelvas al oscuro abismo del que procedes. Te recuerdo que estás en un cuerpo mortal.
- Anciana… -dijo el caminante con soberbia- ni cien mil flechas lanzadas por tus protectoras podrían romper el lazo que me une a este mundo.
- Jamás se ha contado que la Hermandad del Ojo Ciego fuere miedosa o cobarde, te repito, Nómada de la Oscuridad, que tu poder está limitado, y las miembras de mi orden no dudarían en atravesar tu cadavérico cuerpo.
- Akara, tal y como vos os hacéis llamar, Hermandad del Ojo Ciego, decidme… ¿a dónde mira vuestro ojo? –el nómada se carcajeó frente a la furiosa mujer que, corriendo, penetró de nuevo en la muralla y las gruesas puertas de madera se cerraron tras de sí dejando al encapuchado a la intemperie- veo que os ha ofendido mi comentario… mas… no lo rectificaré, vuestra Orden no es más que un burdel, un obstáculo en mi camino. La muralla que rodea al reino solo puede ser traspasada en este punto. Abrid las puertas, abandonad la fortificación y… seréis libres… de lo contrario… -el tono de voz cambió súbitamente a uno más profundo y aterrador- seréis pasto de mi furia y mi poder y creedme, no es nada aconsejable.
- Nómada de la Oscuridad, aquél cuya alma vive refugiada en los oscuros fuegos del infierno, no dejaremos que pases. Defenderemos esta, nuestra casa, nuestro hogar, aunque ello nos cueste la vida. –dijo Akara asomando a través de una ventana situada arriba de las almenas- es tu última oportunidad de retirarte. Si no lo haces así… -dejó la frase inacabada y las cuerdas de los arcos se tensaron todavía más, se hacían uno con el ambiente intranquilo que se respiraba allí, al final, cuando los arcos iban a quebrarse por la fuerza acumulada, el caminante volvió a hablar-
- No sois más que representantes de un burdel, dejáis pasar a quién os conviene, a quien paga por vuestros servicios… de alojamiento y manutención. En cambio, frente a un ser superior a vosotras no doblegáis el arma ni asentís como animales. Es digno de honor, pero no por mi parte. No me retractaré ni marcharé sobre el camino dado, debo ir al Este, y allí es dónde iré, queráis o no.
- Entonces, caminante, no nos dejáis otra alternativa. Hermanas, atravesad su cuerpo con las flechas bien tensadas, que le traspasen el corazón, si es que tiene.

Decenas de flechas emergieron de las murallas contra el nómada, pero un ágil movimiento de su espada, algo de lo cual nadie estaba dispuesto a pensar que esa carcasa pudiera tener tanta agilidad, detuvo a todas las flechas en suspensión varios segundos y luego cayeron al suelo.
Alarmadas, las Hermanas corrieron en busca de más flechas, pero el siguiente movimiento en la confrontación le correspondería al nómada quien con un movimiento de su mirada hizo arder los muros exteriores, calcinando y quemando a varias arqueras que en ellos se guarnecían mientras cargaban las armas.
Una segunda oleada de flechas, esta vez con la punta llameante, fue arrojada contra el adversario. Ninguna dio en el blanco pese que el objetivo siquiera se movió. Era tal el miedo que ese ser desprendía que muchas de las Hermanas huyeron, desperdigándose en la oscuridad de la densa noche que les acompañaba.
Las más valientes, no obstante, dieron ejemplo y defendieron a su líder espiritual mientras las murallas de fuera cedían por el paso de las llamas y la gruesa puerta no era más que ceniza dispersa en el suelo.
El caminante traspasó las murallas y llegó al monasterio, allí se encontró con otro foco de resistencia, organizado por otra Hermana, y disperso en lugares de difícil avistamiento. Tras penetrar en la sala central del monasterio, el olor a humanidad y a miedo fue respirado por aquél ser venido de las profundidades del infierno.
Con un rápido vistazo, logró encontrar los escondites de todas y cada una de las mujeres que allí se resguardaban, haciéndoles entrar el pánico en la sangre. Con su fría y sádica mirada volvía a las Hermanas a un estado de locura que les obligaba a emerger de sus puestos y atacar a las de su Orden.
Muy pocas lograron resistir a tal ataque psíquico de aquel ser y, comandadas por una Hermana, Kashya, lograron huir de aquél lugar infernal que era el monasterio.
Más adentro, pasado el monasterio, se hallaba la Catedral de las Hermanas. De aspecto gótico y con piedras oscuras y vidrieras de colores rojizos pese a la oscuridad de la noche, se distinguían bien, al igual que las gárgolas y los pináculos. En su interior, en uno de los numerosos bancos de madera, se hallaba recogida una mujer, orando hacia el altar con las manos juntas y los ojos cerrados.
Las puertas se abrieron de par en par con un gran estruendo. El frío de la noche penetró en la cálida nave acompañado de una figura cubierta por un manto oscuro que avanzaba a paso firme hacia la anciana.
- Anciana… opusisteis resistencia y habéis fracasado. Ahora, entregadme las Puertas del Este o sufriréis en el infierno por toda la eternidad.
- Nómada de la Oscuridad… yo, ni paralizada por el terror que vos expiráis, sería capaz de entregar las llaves de esta fortaleza, del refugio de mi Hermandad, a alguien tan corrupto como quien me las pide ahora y ha matado a tantas mujeres por ese mismo motivo. Ahora, te pido que te marches por donde has venido. No tienes nada que hacer aquí.
- ¿Me decís a mí que soy corrupto y he matado a mujeres para conseguir mi propósito, cuando tú las mandaste luchar y las abandonaste a su suerte refugiándote entre estos muros?
- No debes comparar acciones. Las tuyas son la conquista para la Oscuridad, para terminar con la Guerra del Pecado. Las mías son de defensa de los humanos frente al dominio de los demonios.
- Ya… ya… visto así suena muy heroico y todo eso, pero… ¿por qué has venido aquí? ¿Acaso pensabas que estarías segura?
- No. Soy la superiora de mi orden, no necesito ocultarme, pero debes saber que este es mi dominio… mi dominio espiritual, y nadie puede entrar aquí a menos que yo así lo quiera.
- ¿Podrás resistir mi poder, Anciana? –dijo el nómada con aires de superioridad estando a dos metros de Akara quien no se había volteado ni abierto los ojos en todo el tiempo-
- Puedo resistir a la sombra y a la locura, al terror y a la desolación, y puedo enfrentarme a tu poder aun herida de gravedad.
- Veo que te sitúas en un carácter más defensivo… interesante. Pero no suficiente.

El nómada desenvainó la espada y la puso en contacto con el cuello de la Hermana.
- Si me quieres matar, adelante, hazlo, pero te recomiendo que no lo hagas.
- ¿por qué?
- Porque no lo conseguirías y sería un duro golpe para tu imponente mentalidad.

Esas palabras ofendieron sobremanera al caminante quien balanceó la espada y cuando estuvo a punto de seccionar el cuerpo de Akara, entraron en la sala Kashya y otra Hermana, que, armada con un martillo, lo lanzó contra la cabeza del nómada provocando que cesara su ataque y que diera tiempo a Akara a huir de las garras del demonio.
Las tres mujeres se movieron con tal agilidad que al caminante no le cupo otra opción que dejarlas marchar.
- No son mi prioridad. Ahora, debo preocuparme de asegurar para mi poder estas tierras. Te corresponderá a ti, Dama de la Angustia, cuidar esta zona, vital para el contacto entre el territorio que poseo al oeste y lo que tomaré hacia el este.
- Mi señor… -dijo una voz femenina en la penumbra- no os fallaré.
- Andariel, ten cuidado con esas “Hermanas” nadie sabe lo que pueden estar planeando.
- Son insignificantes humanos, no derrotarán jamás a mis legiones. –sus ojos verdes se iluminaron y su pelo resplandeció como el fuego tras pronunciar esas palabras-

El nómada marchó de las Puertas del Este y en la salida se encontró con un hombre, llevaba un animal de transporte y se tambaleaba de un lado a otro. Al ver al nómada, palideció y, sin saber cuales fueron los motivos que le indujeron a cometer tal acto, siguió a ese extraño hacia el Este.


Acto 8: Al este… Siempre hacia el Este

La devastación causada en la Puerta del Este quedaba atrás y en la fría y oscura noche, cuya Luna se encontraba oculta tras gruesas nubes, ante el vagabundo y su nuevo acompañante se extendían las finas arenas del desierto de Aranoch.
Apenas hacía una hora que habían abandonado las montañas del norte de Khanduras y pisado la arena del desierto cuando el acompañante del vagabundo decidió establecer una conversación.
- Hola –no hubo respuesta por parte del nómada y tras una espera que le pareció eterna, volvió a hablar- mi nombre es Marius… -esta vez tampoco hubo respuesta, su acompañante seguía tambaleándose y avanzando entre las dunas y lleno de valentía se atrevió a hablarle de nuevo- ¿cómo os llamáis?
- ¿Acaso el hecho de no contestar no te indica que no quiero hablar? –su fría voz enfrió el corazón de Marius así como sus ganas de hablar-

Siguieron un largo recorrido a través de las arenas de Aranoch y el serio nómada se detuvo ante una montaña, al parecer, la única existente en todo ese desierto estéril de vida.
Allí se sentó el nómada y su cabeza, apoyada sobre sus manos quienes descansaban sobre la espada clavada en el duro suelo de roca que se encontraban, se giró para ver a aquél humano que le había seguido desde la Puerta del Este.
Sus fríos ojos escarbaron en la mente de Marius quien descansaba dormido junto a su camello que le daba el calor suficiente para no helarse en aquél clima helado de noche y caluroso de día.
- Me dijiste que te llamas Marius –dijo con voz menos fría y más humana que antes, despertando a su acompañante-
- Eh? –dijo mientras se apretaba los ojos con los puños para despejarse de su sueño- sí, sí, me llamo Marius.
- ¿Por qué has querido seguirme? –a Marius le parecía imposible que sus ojos resplandeciesen como dos focos de luz en aquella oscura noche donde únicamente el fuego de una pequeña hoguera iluminaba sus ropajes oscuros y algo raídos-
- Algo me hizo que te siguiera, os vi en aquella posada, luego el terror y la destrucción hicieron que buscase refugio en la Puerta del Este, con aquella hermandad.
- Sí… -el nómada seguía recordando los hechos y su mente se deleitaba con las muertes que ocasionó, recordándolas una y otra vez hasta la saciedad, disfrutando de cada gota de sangre derramada, de sus ojos suplicando y de sus almas aterrorizadas por la presencia de él- pero, ¿y luego? ¿por qué me seguiste?
- El porqué no lo sé, sólo sé que algo me decía en mi interior que tenía que acompañarte, quizá sea ilusión mía, pero debía ir contigo, quizás sea el destino.

Una sonrisa malévola se dibujó en los labios del caminante al escuchar esas palabras. Luego, el silencio volvió a ambos, el nómada cerró los ojos con la barbilla apoyada todavía en las manos sobre la espada y el suave crepitar del fuego y una brisa fría hizo que Marius se volviera a acurrucar junto a su camello.
A media noche, el caminante se despertó y vio allí a Marius, acurrucado junto a la bestia y temblando de frío. Tomó el abrigo que le había estado cubriendo toda la noche y lo puso a su acompañante.
Quizás fue el hecho que era la única persona que no le había temido o quizá el hecho que por tal insignificancia hubiera abandonado su vida y decidiera seguirle, lo que hizo que éste se comenzara a preocupar por su nuevo amigo.
Tras arroparle, sus temblores desaparecieron y el caminante reavivó el fuego de las brasas que quedaban.
- Todavía queda noche por delante, descansa Marius.

Con los primeros haces de luz del nuevo día golpeando en la cara de Marius, despertó, vio que el fuego eran ya cenizas, notó que su cuerpo estaba cubierto por una gruesa capa y observó que su camello continuaba respirando. No obstante, la no presencia de su compañero le disturbó la mente y se levantó asustado, buscando con la mirada a su acompañante perdido.
Cubrió las cenizas, levantó a su camello y recogió las pertenencias de su compañero y las suyas, de esa forma hacía la espera algo más amena.
Al terminar de recoger los objetos, vio cómo de detrás de la montaña asomaba su compañero, apoyándose sobre la espada.
A un gesto de éste, Marius cargó los dos fardos sobre el camello y continuaron la peregrinación, y como la noche anterior, el encapuchado iba delante y le seguía Marius tirando de las correas del reacio camello que se resistía a seguir aquél camino.
Era ya mediodía, los directos rayos de luz golpeaban a aquella procesión a través del desierto y la sed se hizo dueña de la voluntad del camello y de su amo quienes prosiguieron el camino a una menor marcha.
El caminante notó la menor ligereza de sus acompañantes y sin decir una sola palabra aminoró su paso. Marius lo notó y se lo agradeció.
- No debes darme las gracias, Marius, pues eres un humano y como tal tienes necesidades que en parte conozco, en parte no. –estas palabras desconcertaron al acompañante quien se preguntó a quién estaba siguiendo de verdad, quién sería esa figura tan callada y fría como el hielo-
- ¿Quién eres? –decidió preguntar tras un largo tiempo sin conversación y, de paso, hacían una pausa bajo las sombras de una de las pocas palmeras que vivían en aquél lugar-
- ¿Qué me preguntas en verdad, quién soy o qué soy? –dijo el nómada con perspicacia-
- Te pregunto por ti, por lo que eres, por quién eres, y por lo que buscas en el viaje.
- Antaño fui un gran señor, luego, tras una rebelión de más señores, fui expulsado de mi reino, me convertí en un guerrero y es eso lo que ahora soy. Sobre quién soy… mi nombre es Eliseo –hizo una pausa mientras recordaba el nombre del guerrero que hundió su espada en el cuerpo del niño y que mató a su anterior forma en ese plano- , sobre lo que estoy buscando… quiero liberar a mi hermano y volver a mi territorio.
- Tu hermano… ¿dónde está?
- Está encerrado en una gran prisión, bajo el desierto.
- Y… ¿tu territorio?
- Hacia el este está la entrada a mi reino. Si quieres seguirme adelante, estás aquí por voluntad propia.

Marius calló pues el tono de su compañero comenzaba a volverse más frío y áspero tras cada pregunta que éste contestaba.
El camello se plantó e inclinó sus patas, la sed le había vencido y ya no era más que una carcasa llena de músculos muertos, la lengua, seca y quebradiza asomaba por entre los dientes. El nómada continuaba su camino a sabiendas de lo que le ocurría al camello, Marius cogió dos fardos del camello y los llevó a cuesta, continuando por las huellas que había dejado atrás su compañero.
Tras un tiempo caminando bajo el abrasador sol, ambos llegaron al cobijo de una pequeña sombra que ofrecía un oasis. Allí, bajo la sombra de las palmeras, a la vera de un pequeño lago de agua pura y cristalina que reflejaba los brillantes haces de luz y los difuminaba en su interior en un arco multicolor.
El vagabundo se recostó sobre una palmera y con la capucha cubriéndole la mitad de su cara descansó un rato mientras Marius se arrimaba al pequeño lago fascinado.
- ¿Cómo, en mitad de este páramo, puede existir la vida?

El nómada no contestó a la pregunta, se limitó a mirar al horizonte, con la mirada fija en un punto estático.
Sorprendido Marius de que su acompañante no pestañeara, pensó que estaba dormido y se tumbó en el húmedo suelo de arena y se durmió.
Era ya de noche cuando el nómada despertó a Marius con su helada voz,
- Marius, es hora de abandonar este lugar, nuestro objetivo está más cercano, más próximo. Debemos ponernos en marcha.
- Sí, en un momento recojo todo esto.
- Date prisa.

Las estrellas cubrían el cielo, un manto blanco les abrazaba en la oscura y fría noche del desierto.
Caminaron a través de elevadas y extensas dunas, los únicos animales vivos que veían eran serpientes que salían de noche para cazar lo que pudieran y volver a la madriguera antes del amanecer.
Marius seguía a paso firme a su compañero nómada quien, a diferencia de este, daba tumbos de un lado a otro, sus huellas se dibujaban en un zigzagueo continuo, a penas dos estaba alineadas, incluso el surco de su cada vez más pesada espada dibujaba un vaivén constante y ondulante.
Ya divisaba Marius su objetivo, allá a lo lejos se podía escuchar los bramidos del Mar Gemelo del Norte, últimamente con gran oleaje que hacía a los barcos imposible cruzar e imposible retornar a puerto obligando a vivir en la deriva. En el horizonte, se veía en la densa oscuridad varias lucecitas diminutas que chisporroteaban como chispas del fuego.
- ¿Es ahí dónde vamos?
- Ahí es… ahí deberemos llegar mañana al anochecer.

Marius cayó al suelo y rodó duna abajo. El nómada lo vio asombrado y bajó la duna tambaleando. Al llegar donde yacía Marius comprobó que estaba dormido y decidió establecer el campamento nocturno, encendió un fuego y miró el cuerpo de su compañero, esquelético, con barba de varios días, rasgos marcados en la cara y pantalones roídos con agujeros.
Marius, mientras dormía, comenzaba a soñar, a su mente acudían extrañas imágenes, una gran prisión de piedra con numerosos recovecos y llegó a una gran sala, con una puntiaguda piedra en el medio, rodeada por un saliente de roca separado por completo del resto del suelo. En el hueco entre la zona de la piedra y el resto de la sala, había un anillo de magma burbujeante. Ambas zonas estaban unidas por un inseguro puentecillo de madera vieja.
En la zona central, atado a la piedra había un hombre vestido con ricas túnicas engarzadas con pequeñas esmeraldas. Su rostro reflejaba un dolor inmenso producido por la penetración de una piedra dorada en su pecho a manos de un ser celestial, ataviado con armadura plateada y alas blancas y luminosas que grababa extraños símbolos en la piedra.
- Tu sacrificio será siempre recordado, noble mago –susurraba aquel ángel al hombre encadenado-

Un fuego dorado se consumía en la mirada del mago mientras su figura agonizaba y una extraña presencia inundaba su cuerpo.
El ángel selló aquella tumba y el sueño de Marius terminó.
Despertó sobresaltado y se encontró a su compañero de viaje mirándole fijamente. No podía ocultar el terror que le había producido sufrir tal visión.
- Ya sabes en realidad lo que estoy buscando –dijo mientras avivaba el fuego con una rama gruesa y seca-

Al mañana siguiente, fatigado tras la pesadilla de la noche anterior y por no haber podido conciliar el sueño tras aquella horrible visión, continuó la incesante peregrinación hacia el Este.
Tras subir la última duna, entrada ya la tarde, se extendía ante ellos una extensa llanura de piedra caliza que terminaba en el mar y en una ciudad, la que anteriormente hubiera visto como pequeñas lucecillas chispeantes en la densa oscuridad.
- ¡oh! –exclamó Marius fascinado por aquella visión- es… la brillante joya de Lut Gholein.



Acto9: Las raíces de la Destrucción

Con los primeros rayos de luz del nuevo día, Marius despertó a su acompañante quien extrañamente, todavía seguía dormido.
Tras recoger lo utilizado en su estancia en la duna, decidieron descenderla lentamente pues la fina arena era extremadamente resbaladiza y el nómada, desde la pasada noche, no gozaba de buena salud.
Sus pasos eran intermitentes y cada poco tiempo debían detenerse para que éste reposara.
Era en verdad una larga pendiente de fofa y mullida arena sobre la que caminaban, y apenas podían discernir alguna pequeña roca que hubiera resistido a afondarse en aquél montículo.
Bajaron por fin aquella duna y tras caminar por la extensa llanura bajo un sol tupido por unas pocas nubes, llegaron definitivamente a las puertas de la joya de Lut Gholein.
Ante ellos se erigían los muros, altos y gruesos, construidos con duras y pesadas rocas y recubiertos por capas de arcilla, con pequeños vanos que permitían, en tiempos de peligro, defenderse con flechas o saetas. Los muros, coronados por afiladas puntas para evitar que alguien los escalara, poseían una pasarela interior por la cual las tropas podían moverse con total libertad. Era, sin duda alguna, una ciudad construida para la defensa, para defender y proteger a ultranza algo realmente valioso y de lo que Marius, no alcanzaba a comprender.
El único hueco donde terminaba la gran muralla, era la puerta. Unas gruesas tablas de madera de amaranto protegidas por dos rejillas de acero y por la parte interior una gruesa barra de boj las mantenía cerradas.
El marco de las puertas, con coloreado ocre culminaba en un semicírculo que englobaba toda la pieza arquitectónica.
Ambos, penetraron en la ciudad cruzando aquellas puertas que por el día se mantenían abiertas y observaron el paisaje urbano, tan distinto al del desierto, con vida, alboroto, infantes correteando por las calles, soldados patrullando por las murallas, y, frente a ellos, se erguía orgullo el palacio del rey de aquella región. A su derecha, el extenso y turbulento Mar Gemelo del norte.
En el medio de la ciudad, se situaban tiendas donde algunos valientes se abastecían del equipamiento suficiente como para salir de la ciudad y partir hacia nuevas aventuras.
Comenzaba a caer la tarde y ambos entraron en una taberna para saciar su hambruna tras varios días comiendo a media ración.
Al penetrar el nómada, con sus telas oscuras roídas, su cara medio cubierta, tambaleante y con una espada, provocó el silencio en todo el local. Rápidamente se acercó a él una bella mujer, ataviada con ropajes lilas y con un delantal blanco bordado.
- Buenos días, parece que viene de muy lejos… -se acercó a él y le dijo con voz muy dulce, tomándolo de la mano que tenía libre y conduciéndolo a una mesa-
- Hola –dijo con voz fría y la cara volteada mirando al mar- ¿tienen aquí algo que pueda calmar el hambre de mi compañero? –dijo señalando con la huesuda mano a Marius quien estaba recostado sobre uno de los pilares-
- Sí, aquí disponemos de comida muy apetitosa y exquisita –dijo la joven mujer-
- De acuerdo… pues sírvale cuanto le pida. Yo no necesito nada.
- ¿Qué no necesita nada? –dijo la mujer poniendo el grito en el cielo- por Dios, pero si usted tiene la mano huesuda como un palillo y la cara esquelética, y me dice que no necesita comer. Mire, aquí damos comida tanto si tienen dinero como si no.
- Atma… -dijo una voz fuerte por atrás- si no quiere comer y reprocha nuestra comida gratuita, déjalo, ya vendrá arrastrándose.

Por detrás de la joven apareció un hombre corpulento y alto, con la camisa desabrochada y un turbante en la cabeza. Llevaba babuchas y los pantalones holgados los sujetaba mediante un fajín.
Atma trajo de la cocina un par de platos y los dejó sobre la mesa donde el vagabundo estaba sentado.
- Uno es de su amigo, el otro es el suyo. Que les aproveche.

Marius caminó a la mesa y se sentó frente a su plato. Por el contrario, el oscuro viajero se levantó de la mesa y como si contuviera miles de demonios en su interior, vibraba y balbuceaba palabras en lenguajes desconocidos. A continuación, salió del bar y se dirigió al puerto.
Terminada la comida, Marius entregó a Atma un par de monedas de oro y ésta, agradecida, le indicó dónde podría dormir.
A la mañana siguiente, el vagabundo recogió a Marius de la posada y encaminó sus pasos hacia el palacio.
- ¿En qué estás pensando? –preguntó Marius-
- Ese palacio… noto algo que me llama.
- ¿Cómo te puede llamar un conjunto de losas de arcilla?
- Hay algo en él… algo que me necesita. Si me quieres seguir adelante… pero si no estás interesado, sería mejor que abandonases antes de involucrarte en asuntos… oscuros.

Esas palabras resonaron en su mente con un fuerte repiqueteo, ¿a qué se estaría refiriendo su compañero? No obstante, nada importaba, le había seguido ciegamente a través del desierto, había abandonado su vida por seguir a ese oscuro ser y no sabía el motivo. Ahora, los objetivos del viajero se habían convertido en los de Marius.
El gran palacio que se alzaba ante ellos, con decoraciones exquisitas en azulejos y cerámica de marfil y una cúpula con engarces de oro y diamantes, reflectaba la luz convirtiéndola en miles de destellos.
Tras evitar a los guardas y adentrarse en el interior del palacio, el nómada comenzó a descender por una complicada escalera que los condujo al sótano más profundo de aquel palacio.
Extrañamente, no había soldados vigilando aquellos lares, lo que les facilitó enormemente el viaje.
Tras salir de la escalera, ante ellos se encontraba una construcción ajena a lo que la mente de Marius jamás hubiese podido imaginar, como dos colmillos negros que salen de la tierra y se unen en lo más alto de sus trayectorias.
A los pies de aquella construcción, un conjunto de signos grabados en el suelo estaban siendo lentamente activados por la mera presencia de su compañero, el nómada, que se acercaba más y más a la figura.
Los signos se cubrieron de sangre que emergió de las entrañas de la roca y un fino velo azul metalizado se extendió en el espacio que dibujaban ambos colmillos.
- Sígueme, no te quedes atrás. –dijo el nómada a Marius sin mirar atrás y con voz fría de nuevo-

Marius hizo caso instantáneamente y cruzó junto a su compañero aquel fino velo que lo condujo a una extraña realidad.
Estaban en el espacio, envueltos por estrellas, sobre un laberinto de canales que se extendían hacia el norte, al sur, al este y al oeste.
- Sígueme de cerca si no te quieres perder aquí.
- ¿Esto qué es?
- Es el resultado de la explosión de una mente retorcida, algunas criaturas lo llaman Santuario Arcano, pero yo prefiero llamarlo, la Puerta de la Tumba…

Marius se dedicó a seguir a su compañero a través de las sendas de aquél lugar cruzando rojos portales que comunicaban distintas zonas hasta llegar a un punto más elevado, al cual se accedía mediante dos escalerillas. En el centro se encontraba un hombre, vestido con una toga y un báculo en la mano leyendo un libro.
- Hola Horazón… distinguido entre los magos… aquél que tiene el poder de subyugar a los demonios a su voluntad.
- Hola Oscuro viajero… qué te ha traído de nuevo por aquí, márchate a tu plano y líbranos de tu sombra.
- Horazón… Siempre fuiste un gran hechicero… tu hermano Bartuc te manda recuerdos… desde el infierno.
- Tienes preso a mi hermano… maldita rata de alcantarilla… libéralo.
- Liberaré su alma pero debes dejarme pasar.
- Libera ahora a mi hermano o sufrirás mi ira.
- Han llegado a mis oídos, querido amigo, noticias sobre un nuevo Héroe… es posible que esté tras mi pista… yo liberaré a tu hermano con dos condiciones… que me dejes pasar y que le detengas si se le pasa por la cabeza el venir tras de mí… o de lo contrario…
- Mi familia ha sufrido ya demasiado por culpa de tratar con los demonios… te dejaré pasar y detendré a ese nuevo héroe, pero júrame por tu Piedra –dijo en voz baja el invocador de demonios- que liberarás el atormentada alma de mi hermano.
- Así haré.
- Entonces… os dejo pasar hacia la Tumba del Mago.

Horazón conjuró un hechizo y en el centro de la sala, sobre un círculo dorado, apareció otro portal rojo, cruzado por el nómada y seguidamente por Marius.
Ambos aparecieron inmediatamente en una llanura rodeada por montañas infranqueables. El portal se cerró tras ellos y el nómada se encaminó al frente, recto hacia las montañas.
- Antiguamente… un gran hechicero logró encerrar al espíritu de la Destrucción en su interior.
- ¿Un gran hechicero?
- Debes recordar el sueño que tuviste, aquella visión…
- Un… ángel, una piedra, un mago y una gran sala con inscripciones rúnicas…
- Sí, el mayor sello de todos cuantos se crearon… y a cada día más y más debilitado
- ¿Es ése tu objetivo?
- Mi objetivo es liberar a mi hermano y volver a mi reino… en el Este.
- Te ayudaré.
- No hace falta –dijo el caminante mientras se detenía ante una obertura en la dura y fría roca- entremos, aquí está recluido.

Caminaron en la espesa sombra que envolvía todo el recinto, únicamente iluminado por líneas intermitentes de antorchas.
Marius, cegado en medio de tanta oscuridad, tomó una y pudo iluminar por dónde pisaba.
A cada paso que el nómada daba sus movimientos se agilizaban, como si estuviera rejuveneciendo, renaciendo de esa carcasa.
Tras ellos, un reguero de cucarachas pisoteadas daba cuenta de su camino, por delante de ellos, la tenue luz de las antorchas se abría paso entre la inquebrantable oscuridad.
Finalmente llegaron a una gran habitación, cuadrada y con un agujero al centro.
- Aquí es…
- Es muy distinta a la de mi sueño.
- Salarta grah’ta, krathias melehde, Salarta Zibi –tronó la voz del nómada como nunca antes lo había hecho y una parte de la pared se vino abajo-

Una risa malévola y oscura emanó por el agujero y se introdujo profundamente en el oído de Marius quien quiso correr de la sala pero fue detenido por el nómada.
- Ahora no te permito que te vayas –dijo con tono amenazante-

Algo en él había cambiado, su postura encorvada había cambiado a otra erguida, sus hombros desplomados se habían ensanchado, su cabeza gacha volvía a estar arrogante de nuevo, incluso su fría mirada había cambiado a otra, más profunda, más tenebrosa, parecía como si pudiera inspeccionar los más internos temores del alma humana y hacerlos realidad, ojos despiadados, gestos de supremacía, parecía un Dios en un cuerpo mortal.
- Hermano mío –dijo el ser encadenado en el centro de la sala con voz gutural- por fin has venido… líbrame de esto…

Al entrar en la instancia, un fuerte olor a azufre inundó los pulmones de Marius quien no paró de toser mientras allí estuvo. Mientras tanto, el nómada, rejuvenecido tras la entrada en aquella sala, se encaminaba a gran velocidad pero sin dejar de caminar hacia el cuerpo del centro de la sala, sorteando algunos agujeros en el suelo. Se detuvo enfrente al puente, cuando escuchó una voz metalizada que provenía de detrás de él.
- ¡Detente! Ni siquiera tú tienes capacidad para hacerlo –dijo el ángel que había aparecido detrás del nómada-
- No me lo impedirás.

Con un ala enrolló al nómada y lo arrojó cerca de la entrada a la sala. El nómada arremetió contra el ángel y ambos cayeron al magma que había en el anillo que estaba bajo el puente.
- Ayúdame –dijo la persona encadenada a Marius- mira lo que han hecho conmigo.

Decidido, Marius sorteó los agujeros, caminó lentamente por el quebradizo puente de madera y llegó a la zona de la piedra.
El ángel emergió del anillo junto al nómada y blandiendo una espada luminosa arremetió varios ataques frustrados contra el viajero.
Mientras tanto, Marius cogió la piedra que tenía el hombre encadenado incrustada en el centro de su torso y el tiempo se detuvo.
El ángel le cogió por el cuello y lo elevó para tenerlo por encima de su altura.
- No sabes los horrores que has desatado, mortal. Estás jugando con el destino de la humanidad, Marius. ¡Rápido! ¡Debes darte prisa! ¡Ve al Este, al Templo de la Luz! Allí encontrarás la entrada al Infierno, crúzala y llega a la forja allí destruye la Piedra, Marius, debes darte prisa, ¡¡Corre!!

La visión terminó y el tiempo volvió a su cauce.
- Tyrael… -dijo el hombre ya libre- no te olvides de nosotros.

Un tentáculo emanó de ese hombre y golpeó al ángel, perdiendo su espada.
Marius corrió fuera de esa sala, siguió las cucarachas muertas, subió las escaleras que anteriormente había bajado junto al nómada, y salió al exterior, donde pudo respirar aire fresco que le quitara parte del olor a azufre, pero la risa enloquecida y malévola le continuaba martilleando en su cabeza.
- Hacia el Este… de nuevo al Este… -dijo frustrado encaminándose a las montañas para intentar escalarlas pues no había otro modo de salir de aquella llanura-



Acto 10: La semilla del Odio, la sombra que se cierne sobre Kehjistan

Cruzado el mar
Llegó a buen puerto
El marinero
Buscaba la sal

La noche trajo
Las estrellas quedaron
El sol se fue
Mi mar reposó

Grumetes y tripulación
Saltad del barco
Pues su quilla
Un agujero sufrió

Y aquí al final
Amarrados al puerto
Compartimos las cargas
Cobramos los pesos


La canción del capitán resonaba en todo el barco e impedía que Marius, de polizón en el barco de comercio, pudiera conciliar el sueño. No obstante, no era ese el único motivo, la única causa que le desvelaba y le mantenía despierto… aquellos gritos, el mago encadenado, el cambio del vagabundo, aquella tumba… todo le venía a la mente, sentía explotar la cabeza, y unido al cansancio extremo de haber recorrido en tan poco espacio de tiempo tanta distancia, le mantenían despierto.
Y en su puño, aferrada como si fuera parte de su propio cuerpo, aquella Piedra dorada, aquél objeto que arrancó al Mago de su propio pecho entre súplicas, brillaba con un fulgor tan brillante a veces y tan poco visible otras que Marius llegó a pensar que esa Piedra tenía alma propia, que podía ver y sentir, pensar, opinar, e incluso, llegar a hablar.
El fuerte oleaje del mar bamboleaba el barco de izquierda a derecha durante todo el camino y el capitán, bien cogido al timón, repetía lo que cantaba y modificaba algo algunas veces.
- ¡¡Tripulación!! –dijo el capitán con voz ronca agarrando el timón con una mano y con la otra su apreciada botella de licor- revisad la mercancía, procurad que no se haya desquebrajado nada. –tras un carraspeo en su garganta, escupió una masa vomitiva por la boca y se resbaló entre los agujeros de las maderas-

Varios marineros, con aspecto agresivo, turbante, cicatrices, malhablados y con espadas con filo cortante se dirigieron a los camarotes donde guardaban la mercancía.
Marius, aterrado, decidió abrir la escotilla del camarote en donde se encontraba y, cuando el pomo de la pesada puerta que daba paso al habitáculo comenzó a girar para abrir la cerradura, Marius cayó a las saladas aguas del Mar Gemelo del Norte y se zambulló en ellas al ver una cabeza que asomaba por el ojo de buey por el cual había saltado.
Las fuertes corrientes submarinas arrastraban el cuerpo de Marius que, poco a poco, perdía la fuerza y se hundía en aquellas turbulentas profundidades.
La conciencia disminuía, el agotamiento aumentaba y la asfixia era casi inaguantable cuando perdió la noción de la realidad y se desmayó en aquellas agitadas profundidades del salado mar.
Era ya un nuevo día, los pajarillos cantaban dulces y suaves melodías, el viento fresco de la selva golpeaba en la cabeza al polizón desmayado y los finos rayos de luz que se colaban entre el denso follaje de aquél lugar.
Marius despertó agitado, como si alguien hubiera robado su sueño. Rápidamente, se tiró la mano al cuello y notó que su carga no estaba donde debería estar. Aquél peso conferido por Tyrael tiempo atrás ya no estaba en su cuello, no pendía entre sus sucias, descoloridas y raídas ropas.
Miró a su alrededor pero aquella piedra dorada no la encontró, arrancó matas y verdes hierbas fueron expoliadas del rico suelo de la jungla. Abatido por no encontrar en aquella zona la Piedra de la Destrucción, se desplomó sobre el suelo y se llevó la mano derecha a la frente y se ensució de fresco barro.
Desvió la mirada a la izquierda para si podía encontrar aquél colgante pero el resultado fue el mismo. A la derecha, nada más que desnudas rocas lindaban con el mar.
El mar, aquél compañero que le había llevado casi de orilla a orilla, ahora se había tragado su carga más valiosa y personal.
En su mente se imaginaba la tremenda reprimenda del arcángel cuando se enterase de los hechos.
Antes de darlo todo por perdido, decidió zambullirse en el mar que tantos problemas le estaba trayendo.
Su último y desesperado intento por encontrar aquél fragmento de piedra dentro del mar le otorgó nueva fuerza y fe.
Sus ilusiones se vieron cumplidas cuando, en el fondo de la orilla, casi enterrado entre el barrizal, brillaba con luz dorada una piedra. Rápidamente se acercó a cogerla pero un pez la engulló y se fue nadando ágilmente hacia el sur.
El pescado fue seguido muy de cerca por Marius quien en varias veces estuvo a muy poca distancia de atrapar a ese huidizo ser.
Se alejaron del Mar Gemelo, lo notó Marius cuando la salubridad del agua dejó de escocerle en los ojos, acababan de entrar en el Argentek, el más caudaloso de los ríos de la región del Kehjistan, cuya ciudad principal, Kurast, había estado resistiendo el azote del Odio desde tiempos inmemoriables.
Marius penetró en el río y, a lo lejos en el horizonte, divisó un grupo reducido de luces. Frente a él, el pez que se había tragado la piedra se detuvo en seco: algo raro había presentido, al igual que cualquier otro animal. Los pájaros huyeron asustados, los ruidos de la naturaleza callaron, las lucecillas del fondo resplandecieron por última vez durante aquella mañana y se apagaron.
Marius agarró el pescado y lo abrió en canal con las uñas, extrayendo de él la piedra y colgándosela de nuevo en el cuello.
- ¿Cómo es posible que este pez me haya llevado hasta las inmediaciones de Kurast desde el Mar Gemelo? –se preguntaba una y otra vez mientras continuaba caminando- mejor no pensar en más misterios…

Todo lo demás había desaparecido, para Marius, el mundo volvía a estar en su sitio. Su misión estaba próxima, tomando como referencia la ciudad de Kurast, Marius tomó un afluente del Argentek, un río que conducía directamente al templo elevado sobre la Puerta al Infierno.
Las aves volvieron y el sepulcral silencio se rompió en un súbito estallido de sonidos de la naturaleza. Como si un gran mal hubiera pasado por allí y todos los animales buscaran cobijo.
Caminando por la orilla de aquél vasto afluente, el río Inario, llegó a la desgastada ciudad de Viz-Jun donde la corriente se dividió en este y suroeste. Marius siguió por el sur, hasta que logró, tras una gran senda recorrida y vistas varias ciudades abandonadas, llegó hasta Travincal, la Ciudad del Gran Consejo Zakarum.
En la zona más al sur de la ciudad en ruinas encontró la entrada a un templo de piedra vieja y desgastada, con moho e insectos viviendo en sus recovecos. Las escalerillas de entrada, deformadas y entre dos grandes acuarios con agua sucia y negra conducían al interior de un templo corrompido, anteriormente, Sede central de la Iglesia de Zakarum.
En las escalerillas, Marius halló un extraño papel.

Fiel Lázaro,
Os escribo para llamar vuestra atención sobre la preocupación que me ha producido recientemente vuestra arrogancia y la de vuestros hermanos arzobispos. Durante los últimos meses he sido testigo de una turbación en vuestros espíritus que para mí ha sido difícilmente entendible. Vos y vuestros seguidores sois los primeros entre los elegidos de la Luz. Si nuestros siervos y seguidores llegan a sospechar algo de la crisis de autoridad que estamos sufriendo, me temo que perderíamos prácticamente todo el control que hemos ganado sobre esta antigua y turbulenta tierra.
Nuestra casta fue encomendada, hace ya mucho tiempo, con la labor de cuidar de Kurast y sus gentes. Como bien sabéis, es nuestro deber propagar la gloria de la Luz a todos los rincones del mundo conocido, sea bienvenida o no. Pero aún más importante que eso, es el hechote que los Horadrim confiaran en nuestra iglesia para mantener la vigilancia que mantiene encadenado a nuestro oscuro huésped bajo la Ciudad del Templo. Dado que la vigilancia de la piedra del alma de Mefisto ha sido la única responsabilidad que habéis tenido, no puedo evitar preguntarme si quizás vuestra oscura obligación estuviera afectando vuestro noble espíritu de alguna malévola manera.
Sea cual fuere la causa de estas recientes rebeliones en contra de mi voluntad, deseo reunirme inmediatamente en consejo con vos y vuestros arzobispos. Si no poseéis la determinación necesaria para llevar a cabo vuestras obligaciones como un verdadero siervo de la Luz, encontraré a alguien que os reemplace. La contención del señor del odio es asunto vital para la seguridad y perseverancia de la Iglesia de Zakarum. No permitiré que nuestra iglesia se vea amenazada por la avaricia y envidia de sus siervos. Quedo a la espera.

Sankekur,
Que-Hegan


- Esta carta nunca llegará a su destino… -dijo Marius con un tono solemne y doblando de nuevo el papel y guardándoselo en el interior de su camisa- ¿con que así empezó todo?

Entró a los subterráneos del templo y se abrió paso entre los pasadizos estrechos y las grandes salas que componían aquél infernal laberinto. Bajó dos niveles, hasta que en el tercer subterráneo del Templo de Travincal, encontró reunidos a Tres espeluznantes y monstruosas aberraciones: Diablo, el Señor del Terror, encarnado en el cuerpo de aquél héroe decrépito, Baal, el Señor de la Destrucción, sellado en el interior del gran mago Tal-Rasha, y Mefisto, el Señor del Odio, en su forma demoníaca, encarnado en el cuerpo del Que-Hegan Sankekur, posiblemente, el ser más poderoso de todo Santuario.
- Hermanos míos –dijo la voz seca y susurrante de Mefisto, rodeado por un aura plateada- las Puertas al Infierno están ya abiertas, hemos sido de nuevo reunidos para aplacar la Rebelión del Infierno.

Los Tres pusieron sus manos extendidas sobre una piedra elevada con runas rubricadas sobre ella.
Un potente chorro de energía emanó de aquella piedra que resplandecía con un color bermellón oscuro.
Súbitamente, las pieles de aquél nómada de la oscuridad se abrieron y el cuerpo, antaño vencido de Diablo, renació de entre los muertos para sembrar el caos en el mundo de los vivos.
- Diablo, Hermano mío, debes aplacar la revuelta del Infierno y darnos un paso firme para la toma del poder allí, y volver a ser los Señores del Panteón.

Diablo asintió con la cabeza y, aplastando los huesos en el puente sobre sangre que había en el centro de la gran sala, llegó a la Puerta que se había abierto hacia el Infierno.
Paralizado por el miedo, Marius no se atrevía a salir de su refugio, pasar por delante de esos dos seres que quedaban en la sala y entrar en ese Portal. Lo único que debía hacer, penetrar en él, no lo consiguió, tomó de nuevo la piedra y corrió hacia la salida de aquél templo infernal que tantos horrores había despertado.


Acto 11: En el infierno, el Santuario de Diablo

El Demonio traspasó el portal y acudió a su tenebroso mundo donde reclamaría su perdido poder.
- ahh… -dijo mientras olfateaba el ambiente- todo sigue igual que antes de mi expulsión… azufre e incienso, llamas y hielo, lava y piedra… mi hogar.

Descendió las retorcidas y estrechas escaleras y llegó a un gran lugar, rodeado de muros en cuyo centro se hallaba el símbolo del Infierno, la Estrella de Cinco Puntas.
- Este será el lugar desde donde comience a rehacer la Trinidad demoníaca… desde aquí hasta el infinito será el territorio de los Tres Hermanos. –dijo mientras se orgullecía de sus propias palabras- hum… -una extraña presencia fue percibida en la mente de Diablo, alguien había acudido a su Santuario sin su permiso- ¿quién osa entrar en mi Santuario?
- ¡Aquél que es sangre de tu sangre! –tronó una voz muy por detrás de Diablo-
- Tú de nuevo… vete de aquí… esta vez no ocurrirá como antes.
- Querido Hermano, ¿por qué das la espalda a alguien que te saluda y más si es de tu familia?
- Dejaste de ser familiar al producirse la Gran Rebelión. No quieras ahora hacer de hermano.

Diablo dio un pisotón al suelo y cuatro colmillos surgidos de la piedra caliente aprisionaron al ser que se acercaba.
- Oh… veo que aún me guardas rencor.
- Sí, os lo guardaré eternamente.
- Opino que es tiempo de volver a ser una familia… los Cinco de nuevo, el panteón infernal volverá a renacer como en los días gloriosos de la Guerra del Pecado… ¿te acuerdas, Hermano? ¿te acuerdas de cómo gozábamos torturando mortales y ángeles para que nos sirvieran?
- Fuimos felices durante mucho tiempo… pero mis otros Hermanos tampoco desean una alianza con vosotros. Quienes secundaron la revuelta, Duriel y Andariel, son partidarios nuestros. Es la hora que desaparezcas junto a todo lo que ocasionaste.
- Hermano…

Los barrotes de la jaula de hueso oprimían cada vez más el cuerpo de aquél ser.
- Hermano… nunca pudiste derribar mi autoridad… ahora ya no es por fraternidad, es una amenaza, únete conmigo y con Belial… formemos una nueva Trinidad.
- Mis otros Hermanos, recluidos todavía en el mundo mortal os juraron venganza, no les traicionaré a ellos ni a mí mismo. Entre nosotros hay familia, entre vosotros y yo, nada más que odio y rencor ancestrales.
- Has escogido la vía del dolor… recibe el castigo impuesto.
- Azmodan… jamás lograrás derribar al Señor del Terror.

El cuerpo del Demonio Azmodan se desvaneció entre humo y apareció seguidamente delante de Diablo entre una cortina de denso vapor sulfuroso.
- Recuérdame cuando estés a punto de fallecer, “Hermano”.

Su piel, negra como el carbón se ocultaba perfectamente entre el denso humo levantado, sus ojos, amarillentos y brillantes eran como dos faros en una densa niebla gris, sus labios, retorcidos en una mueca de satisfacción dejaban asomar varias hileras de dientes ensangrentados. Su pelo, largo y fino, con tonos plateados, pendía de la cabeza con una soltura y ligereza perfectas. El pecho, cubierto por una tela negra con adornos en oro inscribiendo su nombre y decorada con lapislázuli en las mangas y en la parte inferior que se superponía a un largo faldón de terciopelo negro con bordados en exquisitos materiales como el oro, la plata, el platino, el jade… en la parte más inferior del faldón, casi rozando el suelo.
Del interior del cinturón que le sujetaba el faldón extrajo una pequeña daga, de tamaño no muy superior al de un dedo y dibujó en el humo cinco signos que aferraron las muñecas, patas y cuello de diablo y lo tumbaron en el suelo.
- Bien… querido Hermano, te has portado mal, y deberás ser castigado… pero no temas, esta vez no irás al mundo mortal… quedarás sellado en este, tu Santuario, hasta que tus nuevos Hermanos decidamos que has cumplido el castigo.
- Renaceré de las cenizas… un demonio no puede morir salvo por métodos especiales…
- Uno de esos métodos es el empleo de una Hija del Caos, dagas rúnicas imbuidas con el poder arcano de Erskskigal, aquél que domina sobre la muerte… esta daga puede matar incluso a un Gran Demonio como tú.
- No pienses que por tener un juguete nuevo podrás aplacar mi poder. Incluso encadenado, un Demonio superior es mucho más fuerte que alguien como tú, Azmodan, el Señor del Pecado.
- Está bien, como quieras… no me dejas otra vía.

Elevó la daga sobre su cabeza y al blandirla contra Diablo, su cola, que no había sido atrapada, tomó fuertemente el brazo de éste y lo giró, haciendo fuerza para clavar la daga en el cuerpo de Azmodan y librarse así de uno de sus dos grandes obstáculos.
- No… conseguirás lo que te propones… no eres más que un demonio del tres al cuarto.
- Tú… ejerciendo toda tu fuerza para contrastar la escasa que hago yo con mi cola… deprimente…
Azmodan, en vistas que Diablo podría ejercer todavía más presión y fuerza, decidió abrir la mano, dejando caer la daga.
El sorprendido Diablo desató la cola de la mano de Azmodán y, apoyándola sobre el suelo, deslizó el cuerpo hacia atrás para alejarse de él.
- Bien, pareces inteligente Azmodán…
- Hermanito… te doy una última oportunidad.
- Antes muerto que servir a alguien de tu calaña, maldito escorpión.
- Está bien…

Diablo abrió sus fauces y lanzó un aliento de combustión contra Azmodán quien se protegió tras una pantalla de humo.
- veo que todavía sigues sin conocer mis poderes y tus limitaciones... –dijo Azmodán tranquilamente mientras Diablo gastaba sus energías en quemar la pantalla-
- Y tú las mías.

Los cinco sellos se quebraron y Diablo quedó libre de nuevo. Ante la poca admiración que ello supuso al otro demonio, el Señor del Terror enfiló su embestida contra el adversario, pero a falta de poco espacio, cuando la capacidad de reaccionar de Diablo era ínfima, Azmodán se desvaneció en otra nube de polvo, apareciendo agarrado de la cornamenta de Diablo.
- Suéltate… -exhortó Diablo agitando la cabeza de un lado a otro-
- ¿Éste es tu poder?... lástima, esperaba algo mejor.

Diablo comenzó a correr en todas las direcciones, agitando la cabeza y golpeando con ella los muros, pero aquella garrapata seguía sin soltarse.
Cansado ya, decidió usar las grandes zarpas de que disponía, pero milagrosamente, había desaparecido de nuevo.
- Maldito Azmodán…
- Cu-cu! Estoy aquí –dijo desde la espalda del Demonio-

Diablo se detuvo en seco, algo le impedía voltearse, su hermano, con la mirada fija sobre la Bestia, sin apenas parpadear, impedía que éste se moviera, apenas la sangre que en su interior circulaba sí podía bombearse. Con una rápida ojeada a la izquierda de Azmodán, Diablo fue propulsado hacia casi rozar la pared. Pensaba que ese era el límite de su poder, pero Azmodán giró la mirada extremadamente rápido a la derecha, provocando que Diablo se empotrase contra los muros de la otra parte de la sala, quedando su cabeza traspasada la pared.
Herido más en su honra que en lo físico, volvió a lanzar otro aliento de fuego contra Azmodán que se volvió a ocultar tras una pantalla de humo denso.
- Querido hermanito… nunca comprenderás el alcance de mi poder…

El Señor del Terror, a cada rato más enojado, arremetió bruscamente contra aquella pared impactando sobre Azmodán y derribándolo en el suelo.
Colocó una de sus patas traseras sobre éste para evitar que escapara mientras con una garra le apretaba la cabeza.
- Y ahora… “hermanito”, ¿quién tiene el poder?
- Muy fácil… Yo.

Azmodán convocó una espada larga y la incrustó en la pata de Diablo y seguidamente hizo un corte superficial en la zarpa, obligándole a abandonar a su presa.
Ahora, el Señor del Pecado, armado, lanzó la espada clavándola en el suelo.
- Bueno… después de los trucos de humo… es tiempo de que compruebes mi poder. “Que los cielos se quiebren y la Tierra se parta, que el Pecado alcance las almas de los mortales y de los puros inmortales… que mi reinado crezca”

La espada centelleó y desapareció para reaparecer frente a Diablo, apuñalándolo siete veces.
- “Siete veces herido como Siete Pecados capitales…” ya está… la Sangre ha sido derramada… “Conjuro al Señor de la Oscuridad, conjuro a la Madre de los Demonios y conjuro al Padre del Caos… hacedme vuestro sucesor”
- Azmodán… no te permitiré llegar tan lejos.

Una colosal espada completamente ornamentada apareció frente a Azmodán y, empuñándola, su cuerpo se dotó de un aura purpúrea.
- Ha llegado el momento… “Pecado Sangriento”

La hoja se impregnó de la sangre sustraída a Diablo y brilló todavía más radiante.
- La daga de antes estaba hecha con Erskskigal, al igual que esta espada, el filo más demoledor jamás forjado… y tú serás quien reciba el impacto.

Azmodán blandió la espada y atacó a su hermano. El golpe falló y Diablo aprovechó para tomar al enemigo con las dos zarpas y lanzarlo lejos de allí, lejos de aquella espada que él tanto temía.
- Realizar un golpe con esa espada es agotador… -dijo Azmodán mientras volvía a ser encarcelado- ¿sigues sin comprenderme?

Azmodán volvió a desaparecer en una nube de humo y apareció encima de la espada que había quedado clavada en el suelo.
- creo que es hora que me vaya… no sin antes… “Cinco sellos, apresadlo”

Diablo volvió a ser hecho prisionero por cinco sellos y conducido bajo tierra. Por su parte, Azmodán desapareció del Santuario, llevándose la espada con él.

En otro lugar, alejado completamente de aquél Santuario de Caos, un hombre acaba de traspasar las puertas al Infierno.
- ¿qué es esto? –dijo el joven varón sacudiéndose la cabeza-
- bienvenido, Héroe… -dijo una voz de una mujer desde detrás de él- esto es una Fortaleza, el último bastión de la Luz en el Infierno… hace mucho tiempo que no recibimos visitas… así que no tengo mucho que ofrecerte.
- Cualquier cosa que pueda llenar el estómago y calmar la sed servirá, gracias.

La mujer, ataviada con una armadura ligera le preparó rápidamente un plato con sopa y un poco de bebida para calmar las necesidades.
- Disculpa, pero no tenemos más, esto es todo cuanto podemos ofrecerte aquí.
- Cualquier cosa es buena si se hace con buena intención.

El joven hombre notó algo que le perturbaba su mente, dirigió su mirada arriba, a la parte más alta de la pequeña Iglesia, y allí estaba, enroscado a la cruz de metal con las alas y mirándole fijamente, Tyrael.
- Hola de nuevo héroe… hace tiempo que no nos veíamos.
- Sí, desde aquella húmeda cámara no supe nada de ti.
- Mis planes han cambiado, la Piedra de Baal no traspasó la Puerta del Infierno, Marius no terminó su misión, mortales… siempre ocurre igual –dijo con aire de desprecio-
- Yo corregiré el error de Marius, otórgame a mí la misión.
- ¡No! Ahora debes centrarte en acabar con Diablo.
- Está bien.

De repente, como un rayo en la oscuridad, la imagen de Azmodan luchando y Diablo sellado le vino a la mente del joven héroe y cayó rendido sobre el plato de sopa y derramando parte de su contenido sobre la mesa de madera.
Tyrael se sobresaltó y bajó del campanario a socorrerle. La mujer fue a por unos paños humedecidos para despertarle.
Tras un largo período de tiempo, por fin abrió los ojos. Estaba tumbado sobre una mullida cama, tapado por una manta áspera. A su derecha, un cuenco con agua fría que utilizó para lavarse la cara.
Se levantó y salió de la habitación apoyándose sobre los muros.
- ¿Cómo te encuentras? –preguntó Tyrael mirando hacia el sur, más allá de la Fortaleza, y sin voltearse a ver su aspecto-
- algo mejor…pero la cabeza me duele.
- Tuviste una visión, igual que yo. Pero es extraño, sólo los seres sobrenaturales pueden sufrirlas. Quizás fuera la proximidad entre ambos y las continuas luchas que has librado contra la Sombra.
- Creo que es hora que me vaya. –dijo inquieto, como si algo se revolviera en su interior- no quiero tener más demora.
- ¿Te encuentras para salir allí y enfrentarte al Terror?
- Eso, sin dudarlo. Me siento como si llevara una eternidad esperando este momento.
- Entonces, adelante, las puertas de la Fortaleza del Pandemónium se abrirán una última vez. Ahora, Ékathos, acaba con el Terror que anida en nuestros corazones.
- Descuida Tyrael… el Destino pasará factura a ese héroe caído.

El joven héroe de cabellos rojizos y piel pálida, armado con una armadura de color jade, otorgado por el noble metal de que estaba compuesta y luego bañada en ácido, una espada de plata pulimentada que podría cortar el continuo espacio tiempo enmangada en un resorte decorado con dos cabezas de dragones dándose la espalda con las fauces abiertas, en la parte trasera de su coraza, que le igualaba a Ékathos en tamaño.
- Es hora de cumplir con tu destino, Señor del Terror… -dijo sonriendo mientras salía de la Fortaleza adentrándose en las inhóspitas estepas del Infierno- esto será muy fácil.

En su camino salieron a su encuentro varios demonios los cuales, con un simple gesto de su mano desnuda fueron pulverizados, convertidos en simples montones de polvo que se esparcieron al viento.
- Esto será mucho más fácil de lo que pensaba –dijo mientras se retocaba las largas greñas de pelo rojo como el fuego que le caían por delante-

Tras este encuentro, Ékathos descendió por una retorcida escalera negra que le condujo a un vasto río de lava, con cruces invertidas ardiendo. Un potente aroma a azufre invadía todo el ambiente de aquél gran espacio.
- Vaya… qué curiosa ambientación… -dijo indiferente- veo que ha hecho progresos aun estando sellado.
- Mortal… -dijo una voz desde arriba suyo- esto es el río de llamas del Infierno, antesala del Santuario de Diablo.
- Hadriel… hola.
- ¿vas a liberar a Diablo? Es una locura, ha tomado más poder desde su último enfrentamiento con un héroe.
- Eso a mí, no me importa, déjame pasar.
- Arrogante y engreído joven… espero que la Luz triunfe en la contienda.
- Dime a qué has venido aquí... ¿simplemente a decirme lo que hay ahí delante?
- He venido a entregarte el Poder de la Luna, con esto podrás derrotar a cuantos enemigos puedas y defenderte hasta de los enemigos más poderosos. Es el poder que gozamos los ángeles, te servirá para mandar a Diablo al Abismo Infinito de nuevo y por siempre.
- Gracias... no pensaba que pudiérais ayudar tan directamente.
- Vengo de parte de Tyrael... tenemos Fe en tí... espero que no defraudes.

Cuando Hadriel entregó la esfera con el poder a Ékathos éste la recibió encantado e incluso sonrió por el regalo que le hacía aquél ser celestial.
El ángel notó una pequeña turbación en su mente y, tras despedirse, desapareció en un foco de luz blanca y pura.

Su camino por el río fue más bien un paseo, los enemigos que se le acercaban morían por su enorme arma partidos en varios pedazos.
Finalmente unas escaleras y una fortaleza, la Sala Central no quedaba muy lejos, apenas debía pasar sólo cuatro pasillos.
Ya en la sala central, encima de la Estrella de Cinco Puntas, vio tres caminos, al norte, al este y al oeste.
Decidió tomar el camino del norte, serpenteante y repleto de enemigos que cayeron frente a su voluntad.
- Esto debe ser parte de un chiste… ¿éstos son los guardianes que protegen el sello?

El caminó terminó en un círculo de piedra oscura con tres colmillos sobre ella. Ékathos tomó su espada y la incrustó en el centro del círculo quebrando el sello.
- Bueno, uno menos… quedan… cuatro.

A su derecha pasó un proyectil de fuego que sorprendió al tranquilo Héroe. Se volteó y vio tras él a un gran adversario, el Señor de Seis, junto a su séquito de caballeros no muertos.
- Hola Señor de Seis.
- Tú caerás –dijo amenazante y con voz de ultratumba a través de su pesada coraza que le cubría hasta la boca dejando ver sólo dos ojos plateados- no te librarás de mi ira.
- Eso lo veremos… -con un rápido movimiento de su espada despedazó a todo el séquito quedándose a solas con ese ser infernal-

El enfrentamiento sería rápido, un duelo entre dos grandes. El Señor de Seis fue el primero en mover ficha, lanzó un proyectil fantasmal con la forma de un cráneo que impactó en la armadura de Ékathos y lo derribó cercano al sello roto.
- Agh… eres fuerte. –dijo mientras se incorporaba- pero lamento decirte que no tanto como yo… jejeje.

Ékathos desapareció y, en su lugar, apareció el Señor de Seis, y donde estaba su enemigo antes reapareció él. Con su mirada fija en el adversario y las dos manos tensas frente a él, consiguió elevar el cuerpo del rival en el aire y lo ensartó en los colmillos del Sello.
- Te dije que no eras tan fuerte como yo.

Un nuevo proyectil emanó del Señor de Seis pero se difuminó poco antes de impactar contra Ékathos.
- Yace ahí agonizante, es la mejor de las muertes que te puedo dar.

Volvió a la sala principal y tomó entonces el camino del oeste que le conduciría a dos Sellos más. Fue un camino recto que se dividió en dos ramas y cada una culminaba en otro círculo más.
Rompió el sello superior y se dirigió al inferior. En el camino, aparecieron de la nada varias almas transparentes capitaneadas por el Gran Visir del Caos.
- Hm… nueva compañía… perfecto. –dijo mientras se frotaba las manos-

Con un golpe en el suelo varias estalagmitas y estalactitas aparecieron del suelo y del techo de la sala atravesando al grupo de enemigos que, exceptuando a su capitán perecieron.
El Gran Visir apareció tras Ékathos y lo atrapó en un abrazo que lo asfixiaba lentamente. Agonizante, imbuyó sus puños con fuego y, cogiendo los tentáculos de su enemigo, lo calcinó y se libró del abrazo mortal que le estaba consumiendo la vida.
El sello inferior se rompió sin complicaciones, no surgieron nuevos adversarios y Ékathos se frustró.
- Vaya… no hay nuevos futuros cadáveres… ah… tendré que proseguir.

Tomó el último camino que le faltaba y llegó a los dos últimos sellos que mantenían preso a Diablo.
Rompió los dos y un rugido surgió de su espalda, un vastísimo grupo de demonios carnudos alados y de piel roja había aparecido tras él.
Tomó la espada y, tal y como había hecho con los demás demonios, los seccionó a todos, incluyendo a su líder el Infectador de Almas.
Todos los sellos estaban quebrados y emanaban una corriente mágica que inundaba todo el Santuario con luz roja. Ékathos se dirigió al centro de la sala, donde estaba la estrella de cinco puntas y allí espero a que se abriera la puerta que traería a Diablo de vuelta al Infierno.
- Mortal… ni siquiera la muerte te podrá librar de mí. –bramó la Bestia al aparecer-
- Eso lo comprobaremos. –dijo amenazante Ékathos y blandiendo su apreciada espada-
- Ese filo no cortará mis carnes.
- Este no sirve para atacarte a ti… sirve para esto: “Luz de Luna, imbúyelo con tu Sagrado Poder”
- ¿Qué haces?

La espada se disolvió en el aire y su cuerpo se protegió por una armadura todavía más consistente, bañada en plata y reflejaba el brillo lunar, consiguiendo un tono verde con reflejos de plata.
- Ahora comprobarás mi fuerza.
- Dime… ¿quién eres?
- Dicen por ahí, que fui un héroe, con el Poder de Dios en mi puño y la ira de los vivos en mi armadura… ahora, soy tu verdugo.
- Eso lo comprobaremos… ¿con qué atacarás? ¿Con el poder de tu falso Dios? Las palabras no pueden herirme.
- Las palabras no… pero esto sí. –con su mente hizo elevar la daga de Erskskigal en el aire y la condujo rápidamente a su mano-
- ¡Esa… daga!
- Exacto… no necesito colosales espadas para derrotar a alguien tan patético como tú.

Diablo, irritado, lanzó un zarpazo contra Ékathos pero fue bloqueado por una extraña aura.
- ¿Te debo repetir que estoy protegido por la fuerza de la Luna?

Se apartó corriendo a cuatro patas y, desde lejos, golpeó el suelo creando una corriente de fuego que emergía desde el propio subsuelo del Santuario y avanzaba contra el héroe.
- Absurdo… -con un simple gesto de su mano desvió la corriente de fuego contra la pared- y… ¿eres tú el Señor del Terror? Muy gracioso.

Estas palabras enfurecieron sobremanera al demonio que se lanzó en una fugaz embestida contra Ékathos y lo empotró en la pared que cayó derribada sobre la lava exterior.
- Uh! Buena embestida….
- Esto no es todo… “Poder del Caos”

Los vientos arreciaron con más fuerza, el suelo temblaba y muchas paredes se derrumbaban. Entonces, una ráfaga de cometas surgidos de la nada cayó sobre el héroe sepultándolo.
- Tus hazañas serán recordadas, “héroe”.

Las piedras se desvanecieron y reapareció Ékathos con la daga de Erskskigal en la mano. Corrió contra la Bestia pero con un coletazo lo envió al otro extremo de la sala.
- Has recuperado tu poder…
- Sí. –tembló la voz de Diablo en toda la estancia-
- Entonces… usaré el mío.

Ékathos se levantó de nuevo y, protegido de nuevo por el velo de la Luna, caminó contra Diablo con los ojos en blanco y una extraña sonrisa en su cara desviaba cualquier ataque que su adversario le hiciera.
Al final, frente a frente, el héroe elevó la daga y fue imbuída por todo el poder que le protegía durante la batalla.
- Ahora, esta daga, será tu ejecutora.
- Tarde.
- Maté a Andariel y liberé la Puerta del Este, rescaté a Tyrael y terminé con el Príncipe del Dolor. Y aquí –dijo mientras enseñaba a la Bestia una piedra de colores vívidos azulados- está la Piedra de tu Hermano Mefisto. Tú eras el siguiente.

El odio hacia ese ser fluyó por las venas de Diablo, la visión se tornó en roja y furioso, conjuró una tremenda ventisca que cayó sobre el héroe. Resistiéndola lo mejor posible, tomó la daga con las dos manos y la clavó en el cuello de la Bestia provocando un tremendo bramido, muestra del dolor que le producía. Luego, la sacó de entre las carnes y continuó apuñalándola una y otra vez, realizó más de siete heridas en el cuello y pecho del Demonio.
Abatido, Diablo se apoyó sobre una de sus patas y miró fijamente al héroe. Ahora veía doble, luego triple… la visión se iba, el dolor le inundaba y finalmente, vio en el héroe una extraña figura, tentáculos que salían de su espalda, grandes cuernos en su cabeza y una altura mucho mayor que antes. Luego, los colores se fueron, todo se tornó en blanco y negro y, antes de morir notó un gran dolor, Ékathos estaba sacando la Piedra del Alma de cuajo estando Diablo todavía agonizante. Finalmente, un gran frío se apoderó de su cuerpo, cerró los ojos y su piel se secó y pudrió en su Santuario.
- Sólo queda un Demonio. –dijo mientras abría un portal con un pergamino que le habían dado en la Fortaleza del Pandemonium para regresar-

A su llegada, Tyrael le felicitó y, rápidamente le indicó el siguiente destino, viajar a las tierras bárbaras del norte, el último de los Tres planeaba llegar más allá del Monte Arreat, a la Piedra del Mundo.



Hubo un tiempo en que creí�
Otros buscaron en mí la fuerza que les faltaba, ya que mi fe era un pilar en la casa de los Ancianos. Hubo un tiempo en que creí en algo mayor que yo mismo, creí que los fieles serían recompensados y los malvados castigados.
Creí que las profecías del Juicio Final eran meras supersticiones y que, aunque tuvieses algún fundamento, como creían nuestros antepasados, los acontecimientos a los que aludían nunca tendrían lugar en nuestros días.
Fui un estúpido.
Los dioses no me habían revelado su plan divino, ni tampoco me habían bendecido con su tolerancia. Pero ahora estoy seguro de algo terrible� con el tiempo, las profecías han comenzado a cumplirse.
Primero Tristam�
Diablo, el Señor del Terror, dejó caer su sombra sobre el tranquilo poblado y liberó a sus esbirros demoníacos en la campiña. Varios héroes de gran valor se alzaron contra la ira de Diablo y persiguieron al señor demoníaco hasta las mismísimas entrañas de la tierra. Únicamente gracias a la gracia de la luz lograron derrotar al mortal huésped de Diablo y así poner fin a sus nefastos planes.
Parecía que el Señor del terror había sido derrotado y mi corazón se consoló en la afirmación de mi fe� pero, muy a mi pesar, mi pesadilla no había hecho más que empezar.
De alguna manera, el terrible espíritu de Diablo sobrevivió y echó raíces dentro del héroe que le abatió. Disfrazado como el misterioso Trotamundos, Diablo se dirigió a liberar a sus hermanos, Baal y Mefisto, condenados en el Este.Justo antes de lo consiguiese, una nueva oleada de héroes se levantó para detener a Diablo en su oscura búsqueda. Así que, aunque el Señor del Terror consiguió liberar a sus hermanos de su cautiverio, su reunión duró bien poco. El héroe mortal consiguió derrotar a Mefisto y persiguió hasta las mismísimas profundidades del infierno. Pero Baal, el Señor de la destrucción, desapareció�
Una vez más, parecía que se había hecho justicia. Ciego como estaba, me aferré al camino de la rectitud, creyendo que, quizás, por fin, todo estaba solucionado� que la pesadilla había dado paso al sueño de la paz�
Pero la plaga del mal persiste y yo� ya no tengo fuerzas�
Ahora la pesadilla ha vuelto.
Baal ha resurgido y tras él marcha un vasto ejército de destrucción. Ha reunido una legión de demonios que se deleitan en la confusión y el caos gratuito� y marchan directamente hacia la montaña sagrada que nuestros antepasados juraron proteger. Es obvio que Baal pretende asaltar Arreat en su búsqueda por el corazón del Mundo. Y mi fe, una vez inquebrantable, ahora tiembla desde su núcleo.
Las profecías que vaticinaban este día se han cumplido. La muerte ha llegado a nuestro mundo.
Como ya he dicho, hermanos míos, estoy cansado. Creo sin dudas que el Mal existe. Lo he visto con mis propios ojos, he visto su crueldad. ¿Pero acaso no es cruel que los Dioses nos den esperanzas sólo para ver cómo se vienen abajo una y otra vez?
Durante mi juventud, intenté prepararme lo mejor posible para este momento.
Hubo un momento en que ésta era la verdadera razón de mi existencia. Pero ahora que ese momento ha llegado, me siento mayor. Siento miedo. Siento que he perdido las fuerzas.
Confieso que la fe ya no conduce mi camino. Os dejo con gran pesar, hermanos. Os diría que rezaré por vosotros, pero temo que mis oraciones llegarían a oídos sordos.
Siempre vuestro en su congoja,
Ord Rekar, Anciano de Harrogath



LA DANZA DE LA DESTRUCCIÓN

Los últimos rayos rojizos del Sol se reflejaban sobre la asediada y castigada Harrogath bañándola con un pardo y brillante manto. Las chimeneas humeaban a medida el día avanzaba y el sol dejaba de calentar a sus hogareños.
La forja había cesado de fabricar equipos con los que vestir a los escasos resistentes que quedaban en la ciudadela bárbara.
Toda la gente, cobijada en sus casas, junto al candor de sus hogares, se alimentaba de las pocas provisiones que a los aldeanos les restaban.
En la habitación superior del edificio central de la ciudadela, teñido con dorados reflejos de luces, Ékathos afilaba su espada viendo con fijación la oscura y densa sombra que el Señor de la Destrucción proyectaba sobre sus bestias.
- Oscura es la noche �dijo lamentándose de la situación- � pero luminoso será el amanecer.

Con la caída del Sol y la llegada de las horas nocturnas se encendieron farolillos de aceite en las habitaciones habitadas. En este momento fue cuando Ékathos se percató de los escasos habitantes y menos todavía guerreros, que permanecían con vida en aquella ciudad que antaño hubiera sido la ciudad emblema de las tribus bárbaras del norte.
- No hay mucho tiempo que perder� con los primeros haces del nuevo día, partiré camino a mi destino� Baal caerá antes de la puesta del nuevo Sol.
- No deberías precipitarte tanto, Ékathos. �dijo un anciano a su espalda-

Ékathos se volteó y observó a un hombre de avanzada edad, reposando su peso sobre su gran bastón y recostado en el marco de la puerta. La oscuridad del umbral no le permitía distinguirle la cara, pero su intuición se adelantó a la luz que desprendía el farolillo que acercó hacia la oscuridad con mano firme. Deckard estaba ahí, recostado sobre la desnuda y trabajada madera que componía el marco derecho de la puerta que daba paso a la alcoba del héroe.
- Ékathos� ahora ya no es ni al Odio ni al Terror a quien te estás enfrentando. El mismísimo Señor de la Destrucción es tu nuevo adversario, y sin embargo estás ahí, planeando el mañana como si el hoy no existiera, como si no hubieras aprendido nada durante tu viaje� no estás siquiera, un poco preocupado por el duro enfrentamiento� cualquier otra persona, incluido Eliseo, estaría ahora incluso temiendo el enfrentamiento.
- Porque quizás esté demasiado preparado para librar esta batalla. ¿Y si los demás supuestos héroes no son o eran tan concienciados como yo? quizás yo sea el auténtico y verdadero.
- Demasiado creídos están tus sentimientos, los acepto siempre y cuando no te estés sobrevalorando.
- Deckard, Deckard, Deckard� confía en mí, todo ha salido bien hasta ahora, ¿verdad? No hay nada por lo que temer.

Ékathos abrazó al Anciano Horadrim y un brillo jade emanó de sus ojos, incluso el anciano Caín percibió algo extraño al tocarle. Rápidamente se separaron y, con la cabeza agachada, el héroe volvió a sus quehaceres y el Horadrim bajó lentamente las escaleras hasta su dormitorio.
La noche trajo soledad al corazón del héroe, su mente se despejó y, asomado por su ventanal, observó fijamente la gran montaña de la que, parecía, emanaba toda esa oscuridad que cubría a las bestias, el Monte Arreat, residencia del Demonio, había sido corrompido. Alguien había ofrecido favores a Baal.
- ¿Quién ha sido? ¿Por qué? ¿Qué le ofreció Baal? �se repetía Ékathos una y otra vez en su mente-

La fría y húmeda brisa nocturna acariciaba sus mejillas y el pelo ondeaba siguiendo el compás del viento. Cerró los ojos, se aferró a la fría piedra con sus dos manos y una serie de lágrimas resbalaban por su rostro cayendo al vacío mientras eran movidas por la brisa.
Las horas nocturnas llegaron a su fin, desde el este asomaba el Sol del nuevo día. El gallo entonó su canción y las humeantes chimeneas cesaron de echar humo. La forja de la ciudad comenzó a vibrar y voceríos volvían de fuera de las murallas.
Eran voces humanas, pedían auxilio y que se les abrieran las puertas que mantenían defendida la ciudad.
El líder de los soldados de aquel lugar recibió a la comitiva, compuesta por dos hombres corpulentos que llevaban a cuestas a un tercero, gravemente herido en el costado.
Una anciana, la curandera del lugar corrió escaleras abajo en auxilio de la comitiva. Su faz se tornó pálida como la Luna que no quiso brillar la noche anterior al descubrir, con gran horror, que la persona herida mortalmente se trataba de su hijo. Con gran pesar abandonó el cuerpo y volvió a su clínica, dejando atrás al, ya, cadáver.
El general de armas de Harrogath ordenó la incineración del cuerpo y su sepultura en las raíces de un árbol que crecía frente a la clínica.
Todavía con el alba, Ékathos emprendió su viaje hacia aquél monte que se alzaba imponente del cual emanaba tanta oscuridad.
Al llegar a la puerta de la ciudad que todavía permanecía abierta tras el paso de la comitiva, el hombre de armas, arrogante e imponente con su pesada armadura y su espada envainada, salió a su paso.
- ¡Alto! Detente. �exhortó interponiéndose entre Ékathos y la puerta- no puedes salir así a campo abierto. Mis mejores hombres, mejor preparados que tú, han caído en el campo de batalla� ¿esperas tener más suerte que ellos?
- Hum� -se limitó a contestar Ékathos apartando a aquél bárbaro de su camino- no necesito ayuda.
- Los pocos hombres que quedan en la ciudad te acompañarán� quieras o no. No me quedaré quieto viendo como un extranjero libera a mi pueblo sin yo hacer nada.
- Como quieras, pero no me detendré por ellos, ni les ayudaré. Yo voy solo.
- Estúpido�

Un grupo de quince hombres bajó de las murallas de la ciudad a una orden de aquél y se pusieron en filas para salir al campo exterior.
- Esta es la compañía de Qual-Kehk, te seguirán hasta el instigador del asedio, Shenk.
- Te repito, bárbaro, que no necesito ayuda. Aparta tantos sacrificados y fortifica la ciudad.
- No consiento que alguien me diga lo que debo hacer.

Ékathos traspasó el umbral de la puerta de salida y los bárbaros salieron tras él enfrentándose a los siervos de la destrucción que se extendían en aquellas tierras.
En su largo camino se encontró con las catapultas usadas por ese tal Shenk para asediar la ciudad. Con la espada desenvainada atacó a cuantos enemigos se le acercaban, no se molestaba en acabar con aquellos que, bien por miedo o por mantenerse en su sitio no salían a su paso.
Caminó entre caravanas quemadas y cuerpos mutilados, entre bestias y demonios, esquivando los continuos proyectiles lanzados desde catapultas. Ya, con la espada mancillada con la sangre de sus enemigos, subió el último altiplano. El resto del grupo que había enviado Qual-Kehk se había quedado atrás limpiando la zona infestada.
Subió por la escalerilla de madera y frente a él se alzaba una enorme mole, una Bestia negra e inmensamente gruesa, armada con un látigo y azotando a sus esbirros a la batalla.
Aquel demonio intercambió miradas con Ékathos, y sintiendo respeto y miedo envió a todas sus legiones a acabar con aquél nuevo problema. A un grito de su capitán, casi todas las bestias con vida acudieron a enfrentarse al filo de aquél pelirrojo.
Ékathos se volteó, echó una fugaz mirada a quienes le atacaban por la espalda y se les heló la sangre, a algunos los ojos se les salieron de sus órbitas, mientras que los pocos que pudieron reaccionar huyeron, dispersándose en aquellas tierras, a buscar cobijo en la oscuridad.
Retornó a Shenk, tuerto y con una expresión de furia en su rostro gritó y azotó el aire con su látigo.
- ¿Y tú eres quien asedia Harrogath? �dijo Ékathos con un tono prepotente- no eres más que un pútrido demonio grasiento.
- Gusano� te partiré en trozitos, quebraré todos tus huesos y lameré tus entrañas.

Ékathos decidió deleitarse con ese momento. Esperó pacientemente a que Shenk hiciera el primer movimiento y se recostó sobre un poste que tenía a sus espaldas.
Mientras Ékathos disfrutaba, el demonio se impacientaba, no podía contar con su ejército, y además su adversario se estaba burlando de él en su propia cara. Alargó el látigo y tomó a Ékathos del brazo. Súbitamente abrió los ojos, desenvainó su espada con la mano derecha y cortó el tentáculo que lo arrastraba a Shenk.
La bestia arremetió con todo su peso contra el joven pero fue esquivado a tiempo y, con un corte profundo en la espalda, Ékathos extrajo de cuajo la columna vertebral del demonio.
- Esto es lo que les ocurre a quienes se enfrentan a mi poder. �dijo con los ojos abiertos como platos mientras oscilaba en su mano la columna de un demonio que yacía y agonizaba en el suelo-

Dejó a aquél siervo de la destrucción y continuó avanzando en su camino. Los soldados de Qual-Kehk se quedaron atrás a segar las vidas de cuantos demonios quedasen vivos mientras Ékathos proseguía en su camino a través de la Meseta que lindaba con las faldas del Monte Arreat.
- Es ya mediodía� -dijo pesadamente mientras caminaba por las nevadas tierras de la meseta- no debí haberme entretenido tanto con Shenk� pero fue tan divertido...

Comenzaba ya la caída del Sol cuando frente a Ékathos se alzaba imponente y majestuoso el gran monte Arreat.
- Un gran monte �dijo acercándose y al acercar la palma de la mano, añadió- grandes secretos mágicos encierra en su interior� será interesante el viaje. Busquemos la entrada.

Recorrió el camino de hielo que serpenteaba entre las entrañas del monte Arreat. Las bestias adaptadas al frío pululaban por el lugar y le ofrecieron continua resistencia. Incluso miembros de la Guarda de Baal salieron a su paso, eran grandes minotauros, armados con una pesada maza y resistente armadura. No obstante, ningún metal puede resistir la fuerza con la que Ékathos se ganó su fama por aquellos lugares donde pasaba.
Tras caminar por la retorcida ruta excavada en el monte, llegó finalmente a una puerta compuesta por grandes filas de barras metálicas y una palanca a su lado. Dio vueltas a la palanca y la puerta comenzó a rechinar, el oxidado metal se usaba tras cientos de años en reposo, incluso se quebraron algunos pinchos que la adornaban.
Finalmente, la Entrada a la Piedra del Mundo se hallaba frente a él, sólo una corta distancia le separaba de la guarida de Baal.
A mitad del camino le sorprendió una tempestad de nieve que trajo la voz aunada de tres hombres, parecían muy corpulentos, agresivos y muy cercanos.
- Somos los espíritus de los Nephalem, no permitiremos el paso a nadie, este ha sido un lugar sagrado por los bárbaros, nosotros juramos protegerlo. No serás tú quien lo profane. �tronaron tres voces al unísono desde el interior de la tempestad-
- Mi nombre es Ékathos, vengo en representación de uno de vuestros pueblos, Harrogath, el cual sufre asedio por el Demonio Baal, Señor de la Destrucción. Ha traspasado estas puertas y se adentra en la mazmorra para corromper la Piedra.
- A nuestros ojos no eres más que un Demonio. Retírate o serás ajusticiado por el Tribunal.
- He venido aquí para derrotar a Baal, y no me iré de aquí sin� haberlo conseguido.

Tras una risa escabrosa la tormenta amainó su fuerza y entre la nieve aparecieron tres estatuas que, a la vez, comenzaron a animarse y, blandiendo armas, se acercaron a Ékathos.
Los tres espíritus del Monte Arreat marcharon a la lucha contra el héroe quien, por precaución, tenía ya la hoja desenvainada y correctamente empuñada.
Uno de los tres guerreros se quedó atrás lanzando sus pequeñas hachas a una gran celeridad, otro le atacaba mediante un tremendo baile de la muerte en círculos, mientras el último, empuñando una larga hacha con las dos manos, saltaba para empalar a su presa.
Sus ojos, de oro, no denotaban expresión, y, pese a su forma física humana, sus movimientos parecían sobrehumanos.
El guerrero de espada y escudo consiguió realizar un corte en la armadura de Ékathos, pero cuando quiso volver a golpearle en el mismo lugar, la espada se interpuso entre su cuello y la herida. Sin piedad, el joven muchacho osciló con gran precisión el arma realizando un corte limpio y profundo a través del cual emanó el alma del guerrero perdiéndose en la inmensidad de la tormenta.
- Conseguiste derrotar a uno de los Tres Antiguos, Talic ha caído y considera apto tu paso por la mazmorra.

El guerrero lanzador de hachas detuvo su ataque durante unos instantes y se dedicó a gritar, tan fuerte como pudo, y, como si pidiera ayuda a unos poderes arcanos harto olvidados, parecía rejuvenecer, recuperar su vida, al igual que le ocurría al otro guerrero.
En precaución de futuros acontecimientos, Ékathos decidió adelantarse a los actos de los guerreros y, con un suave corte partió al guerrero del hacha por la mitad.
- Conseguiste derrotar a uno de los Tres Antiguos, Korlic ha caído y considera apto tu paso por la mazmorra. �sonó una voz mientras el alma del guerrero se desvanecía en la tormenta-
- Ahora solo queda uno. �dijo con los ojos entornados mirando sádicamente al guerrero-
- He visto en el futuro� que me vas a vencer. Pero soy un Antiguo, y mi deber es luchar por proteger este templo. También he visto caos y muerte. La ira de la Destrucción se apagará, pero ¿qué nuevo mal se levantará? �dijo en voz alta el último de los tres guerreros-

Ékathos, con la espada desenvainada se acercó caminando al guerrero que todavía permanecía quieto sin inmutarse y le susurró en el oído. Las palabras causaron gran conmoción al espíritu, las armas se le resbalaron de las manos y cayeron al suelo.
- Ahora muere �dijo Ékathos- eres el último paso para Baal.

Le incrustó la espada en el pecho, a la altura del corazón, provocando la muerte del cuerpo del último de los Antiguos.
- Yo, Madawc, he sido derrotado y no me queda más solución que confiar en que mi visión sea falsa, o en que pueda ser modificada por causas del destino�Cumple con tu destino y derrota a Baal.

La puerta se reabrió y Ékathos penetró en la averna oscuridad que envolvía la Entrada a la Piedra del Mundo.
La risa estridente que procedía del Demonio se podía escuchar perfectamente en todos los pisos, a veces llegaba a ensordecer y provocaba que solo dispusiera de cuatro sentidos para orientarse en la mazmorra.
De vez en cuando, en el momento descansaba del camino y se recostaba sobre algún cuerpo de demonio, la risa estridente antecedía a una explosión venenosa que empeoraba la salud del héroe en un breve período de tiempo, aunque había veces que en lugar de veneno aparecía un fugaz rayo que atravesaba el alma.
Bajó al segundo nivel. El aire era más denso y la humedad hacía acto de presencia a través de los gruesos muros. Las continuas llamas de las velas que cubrían los extensos pasillos fluctuaban al son de alguna ligera brisa de aire que se pudiera colar desde el piso superior.
Cada vez más cerca de su destino, Ékathos decidió descansar en una gran sala tras haber eviscerado a sus habitantes.
- Tan� divertido� -dijo mientras lamía el hueso de una pierna de algún caballero- pero Baal no se podrá divertir exterminando a los humanos� los defenderé� y acabaré con la Destrucción� todo está fijado.

Un gran estrépito, proveniente de la sala contigua, provocó que se incorporara y saliera precipitadamente de la habitación. Al traspasar el umbral de la puerta se dio cuenta que su espada permanecía todavía en el montón de cadáveres, se giró pero algo le detuvo, no estaba solo, una enorme mole con espinas le tomó del brazo y lo levantó del suelo.
- Con que tú eres el héroe que viene a acabar con mi Amo� -dijo con una voz muy profunda aquél nuevo adversario-
- ¿Algún problema?
- Tu espada está fuera de tu alcance� hahahaha� -se rió maliciosamente mientras sus ojos, rojos de venganza, inspeccionaban su presa-
- Eso es lo que te crees� �Espada de Fotones, Tormenta�

Un rayo atravesó el techo y cayó en la cabeza del demonio fulminándolo y derrumbándolo sobre el suelo inerte.
- A mí, nadie me dice qué es lo que tengo fuera de mi alcance� -dijo mientras sacaba del cadáver la espada-

Continuó caminando y encontró finalmente la bajada al piso inferior, el tercer y último piso de la Entrada a la Piedra del Mundo.
- Veo que eres ágil� -resonó la voz de Baal en todo el piso- veamos si eres capaz de enfrentarte a mi guardia personal� te estaremos esperando� en el piso inferior� en mi Trono.

La voz calló y Ékathos sentía arder la sangre que fluía en su cuerpo, una mezcla de odio y sed de venganza inundaba su alma inmortal. Tenía auténticas ansias de terminar con el reino de Baal, comenzó a correr por todo el lugar, aniquilando a todos aquellos que se interponían entre él y su meta.
Casi sin problemas halló unas puertas en el suelo, abrió la trampilla y descendió por las escalerillas que aparecieron bajo sus pies.
El aire del nuevo piso no estaba viciado como en el anterior, no salió ningún demonio a su encuentro, no obstante, una poderosa presencia reinaba sobre aquel lugar inhóspito.
Los muros estaban teñidos con sangre, había incluso sarcófagos quebrados y restos esparcidos por el suelo. Algunas estatuas habían sido modificadas, ahora eran ostentosas, endemoniadas, otras sólo sufrieron desperfectos en gran parte de su físico.
Tras dos pequeñas callejuelas, llegó a una gran sala, con seis columnas, algunas ya no llegaban al techo, y otras estaban casi intactas.
Al fondo de la sala, una elevación, había un trono sobre el cual reposaba, sobre sus numerosas patas, el Señor de la Destrucción, acariciando su piedra en el pecho mientras sus ojos dorados le miraban con soberbia.
- Hola� mortal� veo que por fin terminaste el camino hacia el Trono de la Destrucción.
- Baal� caerás y tu reino junto a ti se perderá en el abismo negro del que procedes.
- Tus palabras no son más que falsas advertencias. No me intimidarás tan fácilmente�
- Terminaré contigo� aquí y ahora.
- No tan despacio� -dijo mientras se miraba las uñas de una mano y creaba un escudo protector que detuvo la embestida de Ékathos- mi Guardia impedirá que acudas� mientras, terminaré mi trabajo�
- Juré que no te lo permitiría� y pienso cumplir el juramento.

Baal entornó los ojos y con un simple ademán de su mano convocó una horda de pequeños diablillos rojos subordinados directamente a Colenzo el Aniquilador.
- No pienso perder el tiempo con tu séquito de destrucción, Baal. Enfréntate directamente, ¡no te escudes tras tus siervos!
- Ellos están aquí para protegerme� -dijo mientras se reía con una risa esquizofrénica tras que Ékathos aniquilara al contingente- morirán por mi.

De nuevo un signo con la mano y aparecieron grandes momias de lo que fueron, antaño, grandes magos horádricos. Conjuraban muertos que se levantaban del suelo, de ellos emanaban nubes venenosas y sus siervos, eran capaces de congelar sus enemigos.
Movidos por el deseo instintivo de asesinar, fueron tras el joven quien se refugió tras una columna destartalada. Cuando sintió que se acercaban hizo fuerza sobre la columna y cayó sobre el grupo, enterrando a varios y, mientras en el resto cundía el pánico y el desconcierto, Ékathos los despedazó con la espada que tantas veces había usado.
En signo de desprecio, y antes que Baal retirara los cadáveres, tomó un cráneo y lo arrojó contra el Señor de la Destrucción golpeándole en la cabeza.
- Insolente� tengo un regalo que te gustará� te acuerdas de Horazón, supongo� bien� pues aquí tienes a Bartuc� su hermano.

Tras una sonora carcajada, aparecieron miembros del Consejo de Travincal, residencia de Mefisto, capitaneados por Bartuc el Sangriento.
- Tú� mataste a mi hermano para poder obtener el conocimiento sobre su Rosario! �dijo enfadado y alargando el brazo en señal de advertencia-
- A tu hermano lo maté yo� pero había hecho un trato con Diablo, mantenía relaciones demoníacas, y además, me estorbaba.

A una orden de Bartuc los miembros del consejo se abalanzaron sobre Ékathos túmbándolo en tierra y sosteniéndole las articulaciones. Mientras, el líder tomaba una afilada daga y la paseaba en torno al cuello descubierto del joven.
- Bartuc� no podrás matarme.

Elevó la daga, la empuñó con las dos garras y arremetió con fuerza contra el héroe. Al abrir los ojos se percató que había apuñalado a un miembro de su consejo.
- ¿Qué ha ocurrido?
- ¿No conoces la habilidad de teletransportación de materia? Intercambié mi puesto con el suyo �dijo desde la espalda de Bartuc- y, tal y como te prometí, te mataré.

La espada de Ékathos atravesó la caja torácica del demonio que cayó al suelo abatido y agonizante.
A continuación, extendió la mano hacia el techo y cerró los ojos. Su cuerpo se cubrió por un fino y traslúcido velo plateado. Súbitamente abrió los ojos y se apartó del lugar en el momento en que Bartuc se reincoporaba y reunía con el resto de los miembros.
- Estáis muertos. �dijo con severidad Ékathos en el instante anterior a que cayera sobre ellos un meteorito aplastándolos a todos-
- hahahahahaha �rió el señor de la Destrucción al ver aplastados a sus siervos- muy buena querido jovencito� -de repente se calló, su cuerpo volvió a la serenidad y conjuró al cuarto grupo de sirvientes- veamos cómo te las apañas�

Frente a Baal aparecieron seis demonios cornudos, como los que hubieran ya en el Santuario del Caos.
- Ékathos� tú asesinaste al Infectador de Almas� yo, Ventar el Pecaminoso terminaré con tu sueño de barrer la oscuridad de la Destrucción.

Tal y como los anteriores hicieron, estas bestias atacaron a Ékathos bien con sus espadas de llamas o con su aliento de fuego le acorralaron en una de las esquinas de la sala.
Cercado como una presa, con Ventar enfrente suyo y rodeado por los acompañantes de El Pecaminoso, no le quedó otra alternativa que tomar la espada y clavarla en el suelo hasta el enmangue.
Extrañados, los demonios retrocedieron pero, una vez vieron que no ocurría absolutamente nada, volvieron a rodear al joven héroe como antes.
- no os habéis dado cuenta de nada� patéticos.
- ¿De qué deberíamos?

Con un movimiento de la cabeza señaló una grieta que rodeaba al grupo de demonios, la siguieron con la mirada y volvieron a prestar atención a Ékathos.
- Es hora de irse. �dijo mientras clavaba una pequeña daga en la pared a la altura de sus pies-

El suelo se hundió bruscamente y Ékathos se mantuvo de pie sobre el mango de su arma sobre el gran agujero.
Balanceándose saltó hacia la zona segura pero tuvo que dejar allí aquella daga incrustada en la pared.
- Baal� tus siervos han caído. Es hora de que mueras.
- Mis más letales siervos aun están por venir� -dijo mientras volvía a carcajearse estridentemente- Esbirros de la Destrucción, acudid.

Tras la invocación, apareció entre Baal y Ékathos un numeroso grupo de bestias enormes, con pelaje ocre, una gran cabeza que terminaba en unas fauces de cuatro dentaduras con ojos prominentes.
- Así que estos son los Esbirros de la Destrucción� interesante.
- Lister� termina el trabajo sucio. �dijo el amo a una bestia que sobresalía del resto-

Los siete ejemplares corrieron contra Ékathos. Pese que se protegió con el velo de plata, con las primeras embestidas recibidas se quebró.
- El velo� no obstante, he tenido tiempo suficiente�

Una gran nevada se cernió sobre los Esbirros provocando la congelación masiva. Y sólo uno, Lister, sobrevivió a esa tormenta glacial.
Aunque debilitado, continuaba siendo un duro rival. Con sus pisotones hizo vibrar el débil suelo del Trono y sus compañeros cayeron al suelo haciéndose añicos al convertirse en pequeños trozos de hielo.
Cuando Lister se recuperó de la ventisca notó que su rival estaba en las puertas a la gran sala del trono, con la rodilla hincada en el suelo y mirando fijamente hacia abajo.
Fue tan deprisa como le fue posible, pero a mitad camino Ékathos dio un gran salto adelante, montando sobre Lister.
- Querido amiguito� ha llegado el final de nuestra relación� qué pena� -dijo irónicamente mientras desenfundaba la espada y la incrustaba desde el cráneo atravesando sus vísceras-

Inmediatamente el Esbirro cayó al suelo y Ékathos extrajo la espada de entre la carne muerta.
Cuando volvió la vista al trono, el Señor de la Destrucción había traspasado el portal hacía la Cámara de la Piedra del Mundo.
El joven corrió tras él y atravesó el portal.
- Veo que eres insistente, Ékathos� -dijo Baal desde un puente en el centro de la sala, cerca de la Piedra-
- Ya sabes cómo soy� no me gusta dejar las cosas a mitad. �respondió acercándose caminando hacia el puente-
- Ni que esta no fuera la primera vez que me ves.
- No� no lo es. �la contestación sorprendió sobremanera al Demonio que dejó lo que estaba haciendo y le dedicó a ese humano toda su atención-
- ¿Cómo que no es la primera vez? Dime, ¿cuándo nos habíamos visto?
- Eres deplorable Baal� -comenzó a decir mientras se acercaba meticulosamente como un cazador a su presa- tanto tiempo juntos y no eres capaz de reconocerme�
- Tú� ¿cómo me has seguido?
- Muy sencillo� -y le susurró al oído- porque yo os expulsé del Infierno. �Ékathos continuó caminando por el puente, dejando atrás al Demonio y dirigiéndose hacia la Piedra del Mundo-
- Entonces� tú eres�
- Sí, lo soy� y ¿adivinas ya a qué he venido aquí?

Baal tragó saliva, su mirada cambió a una de desesperación y odio y lanzó un proyectil de hielo que llevó a Ékathos al borde del Abismo.
- Esto no ha estado nada bien�

Ékathos desapareció y, ante la incrédula mirada de Baal, reapareció enfrente suya y le seccionó una pata.
- Baal� todo será más fácil si colaboras� -dijo con tono persuasivo al dolorido demonio-
- No� mis hermanos no morirán en vano� jamás me uniré a ti.

Tras Ékathos apareció una copia del Demonio la cual no pudo efectuar nada pues al aparecer fue abierta en canal con la espada del joven héroe.
Tres pares de tentáculos surgieron del suelo aferrando el cuerpo del guerrero para que éste no se pudiera mover. Soltó la espada que cayó al suelo mientras se retorcía de dolor. Sus huesos estaban siendo aplastados por la fuerza de esos tentáculos, su armadura, tan deteriorada se cuarteó y los trozos se le incrustaban en la piel.
- No oses comparar tu poder al de un Demonio Mayor� no eres más que un monigote.
- Eso díselo a Diablo cuando le arranqué de cuajo su Piedra del Alma o a Mefisto, cuando le corté la cabeza para obtener la suya. No serás menos�

La ira inundó todo el cuerpo del Demonio, los tentáculos oprimían todavía más, se oyeron los primeros crujidos de los huesos, el brazo izquierdo estaba despedazado y el derecho apenas tenía fuerza ya para empuñar el arma.
- Esta será tu tumba.
- No me iré a la muerte antes que tú.
- ¡¡Insolente!!
- No me conoces� pese que sabes quién soy.

Ékathos cerró los ojos y pronunció unas palabras antiguas, tan arcanas que el mismísimo Santuario tal y como se conoce, no había sido creado. Anteriores incluso, a la llegada de los hombres. Hablaban sobre una profecía y un Ángel, sobre la muerte y el renacimiento, sobre el Orden y el Caos.
De repente los tentáculos que oprimían a Ékathos estallaron y éste recuperó su salud. Luego, un tornado se fijó sobre el héroe y, a su voluntad, se dirigía hacia Baal inexorable. Finalmente, cuando el tornado se posó sobre Baal, miles de rayos emanaban de su interior, el suelo se teñía de sangre, gritos de sufrimiento provenían del interior, algunas baldosas salían despedidas por la fuerza de tal hechizo.
Llegó la calma, el tornado se despejó, y Baal yacía agonizante en el suelo, ensangrentado, sin apenas miembros. Ékathos se acercó a él, recogió la espada y la imbuyó con su propia sangre. A continuación, la elevó sobre Baal y la penetró entre los dos ojos, atravesando el cráneo y dando muerte a la forma corpórea del Demonio, enviándolo de nuevo al Abismo negro del que procedía.
- Sabías quién era yo, y aun así me retaste� desde el principio sabías que ibas a perder pero te arriesgaste. Defendiste a tu familia. Pero� fracasaste al subestimarme. �añadió mientras arrancaba la Piedra del Alma y se la guardaba-
- Alabada sea la Luz! �gritó Tyrael descendiendo- has conseguido lo imposible� has terminado con los Tres Males Fundamentales� mereces la fe que depositaron en ti. Adelante, valiente, cruza por este portal, yo� debo quedarme a solucionar unos asuntos pendientes� pese que se ha detenido a Baal, logró corromper la Piedra del Mundo, ahora, no sabemos lo que ocurrirá, traspasa este portal, estarás a salvo allá donde te conduzca.

Ékathos cruzó el portal y se cerró tras de él. Tyrael revisó el cadáver del Demonio pero no halló la Piedra para romperla en la forja. No obstante, su prioridad ahora era terminar con esa Piedra del Mundo, y rezar para que no sea catastrófico para Santuario.


EPILOGO



Ékathos consiguió enviar a los Tres Demonios Mayores al Abismo Negro del que procedieron. No obstante, sus piedras del alma no fueron destruidas.
La Piedra del Mundo quedó hecha pedazos y el mundo de Santuario se resintió de la pérdida, grandes ciudadelas que se extendían desde el Monte Arreat hasta el río Entsteig quedaron completamente arrasadas a los pocos días del fin de la Destrucción.
El Mar Gemelo del Norte penetró sobre el Kehjistán tomando más terreno, quedando Kurast como una ciudad limítrofe.
La Isla Philios ganó terreno y se unió al continente del este mediante un pequeño istmo de tierra.
El Golfo de Westmarch pasó a ser un lago tras cerrarse su salida al Gran Océano.
Las tierras de Scosglen, que antaño formaron parte de los bárbaros, quedaron separadas mediante la extensión del Mar Gemelo del Norte.
Las dos puertas de entrada al Infierno, Tristam y el templo de Mefisto, se cerraron.
El mundo de Santuario cambió radicalmente. La región de Khanduras, ahora capitaneada por un nuevo rey, desea firmar las paces con los reinos vecinos y con sus propias gentes. Lut Gholein amplió sus territorios a todo el desierto de Aranoch quedando como reino independiente.
Finalmente, y tras grandes esfuerzos, el frondoso bosque de la región del Kehjistán volvió a ser seguro y el Odio se eliminó del sustrato de la tierra. Travincal y Kurast recuperaron el esplendor de antaño y la religión de los Zakarum cayó en el olvido.
No obstante, nada se sabe de dónde se refugió el Gran Héroe que todo el mundo quiere admirar. Sencillamente� desapareció.

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