jueves, enero 24, 2008

tales of Diablo : un nuevo triunvirato (by "Blackelf")

sin duda esta es la mas extensa y completa de las obras de "Blackelf"


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Diablo III: Un nuevo triunvirato

Acto I: Hacia la plena conquista
Acto II: Semi-Deo
Acto III: El Castillo de Plata
Acto IV: Una noche en Aranoch
Acto V: Sucesos Nocturnos
Acto VI: Ascensión
Acto VII: Appropinquante Finii Mundi
Acto VIII: El Poder del Atormentador
Acto IX: El Monte de las Almas
Acto X: El Dedo de Dios
Acto XI: La Muerte de Santuario
Acto XII: El Señor del Cielo
Acto XIII: Rigor Mortis
Triple Acto Final: un único acto dividido en tres secciones para dar mejor comprensión al lector.
Acto XIV: Felicidad Eterna
Acto XV: Los Reyes Demonio, la auténtica historia de Santuario y los últimos héroes
Acto XVI: Madre, renace



Acto I HACIA LA PLENA CONQUISTA

- Tyrael! Eres un arcángel, posees suficientes potestades para haberte dado cuenta de quién era. –tronó una voz en un espacio blanco marfil donde solo se vislumbraba al arcángel Tyrael en el centro, postrado y con la cabeza agachada-
- Y por más que el culpable demuestre su culpa, siempre será el último en ser juzgado… -contestó hábilmente-
- Tyrael, tú le abriste la puerta al infierno, le enviaste a la mismísima ciudad bárbara de Harrogath y le orientaste para tus propósitos. No te molestaste en averiguar qué significaban tantas advertencias de tus sentidos celestiales, te limitaste a ver cómo alguien hacía tu trabajo.
- Si mi trabajo es velar por la humanidad a la cual debo proteger, lo cumplía, en cambio si mi tarea consiste en congratularos cumpliendo vuestras misiones, reconozco que fallé.
- Tyrael… -dijo una voz femenina- siempre has sido nuestro arcángel primordial, no lo eches todo a perder ahora, acepta el castigo y tras cumplirlo te daremos la oportunidad de recuperar la fe que depositábamos en ti.
- No debo demostraros nada pues ni vosotros sabías quién era. Si el buen pastor se percata que una de sus ovejas se encuentra enferma, acudirá a curarla. Si todo su rebaño está enfermo y llega un perro de fuera que le indica el camino, no dejará de cuidar de sus ovejas mientras el perro cumple su encargo. Si el perro cumple su encargo pero demuestra ser un lobo, ¿fracasó el pastor por cuidar sus ovejas?
- Arcángel… -dijo una segunda voz femenina- te apoyo, son decisiones tomadas por la Diosa Fortuna en el devenir de los acontecimientos, no hay un culpable, pero ningún inocente, todos debemos asumir nuestra parte de culpa puesto que todos hemos asistido a estos hechos y ninguno hicimos nada. Así pues, opino que si Tyrael es condenado, lo seamos todos y cada uno de este consejo y tribunal, y que si es glorificado, lo mismo nos ocurra.

Estas últimas declaraciones hicieron brotar continuos rumores en el tribunal hasta que por fin se decidieron y todas callaron.
- Admonis, por voluntad unánime de este consejo y tribunal, quedas expulsada y condenada a muerte. Y en cuanto a Tyrael, serás ajusticiado al anochecer de este día. Tus restos serán despedazados y tu nombre, borrado.

Borbotones de sangre emanaron del aire y, resbalando por una invisible pared, terminaron su viaje en el suelo anteriormente blanco y ahora mancillado por sangre celeste.

“Dicen que la valentía sólo se demuestra cuando se está frente a frente ante el riesgo, cuando notas el gélido aliento de la muerte recorriéndote la espalda. Es una prueba que no me gustaría enfrentarme, no sé si sería capaz de superarla o, en caso opuesto, desmoronarme.”
Tyrael recordaba estas palabras, dichas por Ékathos antes de marchar de la Fortaleza del Pandémonium, mientras salía de su casa siendo prisionero para la condena impuesta por el Tribunal al cual se había sometido anteriormente.
“Sólo ruego que mi hijo no sea capturado por aquellos que más tarde aniquilarán mi casta”
La sentencia fue ejecutada, el cuerpo yaciente de Tyrael, despedazado por los tirones de los caballos que cumplieron su condena, fue arrojado al fuego.
Mas no todo ardió en la fragua celestial, un ser adulto logró tomar dos partes del cuerpo y, antes de ser capturado por las garras de la justicia, los arrojó del Reino de los Cielos al mundo mortal.

De tal forma terminó la historia del Arcángel y comenzaría un nuevo horizonte, en el cual se esperaba, en todo Santuario, devastado por las dos grandes luchas contra los Tres Hermanos, que se restableciera una larga y perdurable paz, defendida por todos y cada uno de los pueblos que en el mundo habitaban.
De aquél misterioso héroe pelirrojo nunca más se supo, traspasó el portal abierto por el arcángel en la Cámara de la Piedra del Mundo y ya nadie conoce su paradero ni él se ha dado a conocer.
La felicidad volvió a inundar los corazones de las gentes. La naturaleza reverdecía, los animales volvían a poblar tierras antes desoladas por el terror, el odio y la destrucción.
El saber de los Horadrim se perdió cuando, tras la explosión de la Piedra del Mundo, casi la mitad de las tribus bárbaras del norte fueron arrasadas, incluyendo al último superviviente de tal poderosa estirpe de magos: Deckard Caín.



- Muy bien… he venido hasta aquí para reclamar lo que es mío. –dijo una mujer- En este mismo lugar, donde cayó el Señor del Terror, se edificarán las raíces de mi imperio. Las huestes del infierno caminarán bajo una única bandera, esta vez la mía, una última vez; la gran Ascensión del infierno dará comienzo. Sólo hay que matar a aquellos príncipes que se me opongan. Pues yo soy la única de los Cinco que todavía persiste.
- Mi dama, estas palabras han sido escuchadas en todo el Infierno, apenas tenéis fuerzas, si deciden a atacaros no podréis defenderos. –dijo un anciano situado a su derecha, cubierto por una toga gris y barba fina-
- Nuestra dama –contestó una voz fuerte y austera- tiene una gran capacidad ofensiva y defensiva, puede llevar a cabo tal tarea. –la figura, situada a la izquierda de la fémina, portaba una armadura plateada con dos aletas moradas en la espalda y un visor que le cubría la parte superior del rostro y que dejaba ver unas grandes fauces con numerosas hileras de dientes negros-
- Ambos tenéis razón, pero ahora debo hacerme una imagen fuerte, si damos tiempo a que nuestros enemigos se agrupen contra nosotros entonces quizás nos veamos en un aprieto, por tal motivo, como Soberana de estas tierras, declaro que todo el infierno sea de mi propiedad, que todos me rindan vasallaje y me obedezcan.
- Como gustéis mi señora –dijo el guerrero-
- Siempre acataré sus notables decisiones mi señora –dijo el anciano agachando la cabeza haciendo reverencia-
- Nuestro reino vecino siempre nos ha estado causando problemas y conflictos, tanto internos como externos, ha dividido a nuestro pueblo y nos hace débiles por momentos, no podemos dejar que quede impune. Por tanto, nuestra primera maniobra será derrocar a su príncipe y liquidar a toda la casta, no deben quedar herederos, arrasad todo el territorio, y, si es necesario, no dejéis vida a vuestro paso, sed como la plaga de la peste: sigilosa y mortal.
- Así se hará… las legiones están ya preparadas, disponemos de suficientes efectivos para llevar a buen término vuestra tarea. –dijo el soldado que estaba a la izquierda-
- Pero hay un problema –continuó el anciano- si atacamos impunemente los demás príncipes se os echarán a la yugular, no querrán dejar resto alguno de vos y de vuestro reino, mi señora.
- Pues entonces que vengan… no saben lo que les ocurrirá si se enfrentan a la Señora del infierno. –dijo mientras ondeaba su manto rojo y se introducía al interior del castillo erigido en el Santuario del Caos-

Tras ella penetraron en la oscuridad los dos seres con los que había estado parlamentando previamente seguidos de un numeroso cortejo de acomodadores de sala, cocineros, criados, mayordomos y guardia personal de elite y guardia general que circulaba alrededor de todo el castillo.
Al día siguiente, tras el almuerzo, la cabeza del príncipe vecino recorrió el gran salón en el cual se encontraban los tres.
La dama, se levantó de su trono, tomó la cabeza y notó que se podía abrir, tras vaciarla encontró en su interior una carta escrita con sangre.
“Venerada Dama Belial,
Hemos sido alertados del gran peligro que corremos estando en vuestra contra y, desde el Tribunal Supremo del Infierno, los integrantes, hemos firmado este decreto por el cual le concederemos todas y cada una de nuestras tierras, bienes y ejército, a cambio de una generosa compensación. Como adelanto de nuestros actos le hemos servido la cabeza de Grakio, príncipe de Häyerfsa, región contigua a su propiedad natal e inalienable.
Esperamos vuestra amable y más sincera contestación,
Consejo del Tribunal Supremo”

- No está mal –concluyó en voz alta tras leer la carta- nada mal… tengo al infierno comiendo de mi mano. Solo necesito estrechar el puño y ahogarlos. Eilis, prepara a todo nuestro ejército, debe estar listo mañana a primera hora.
- Sí, mi señora, tal y como vos mandéis. –dijo el caballero haciendo una reverencia y saliendo de la sala por la puerta principal-
- Bueno, Somarek, puedo ser muy convincente… cuando me lo propongo… o que se lo pregunten a Tyrael a ver si lo fui o no con él –tras el comentario una risa diabólica emanó de lo más profundo de su alma- si es que sigue con vida. Bueno, bueno… el infierno en mi mano y el mundo mortal en mi mente, los cinco poderes en mi posesión y sólo una pequeña barrera me impide llegar al mundo mortal por segunda vez. Las puertas han quedado inservibles y habrá que construir una nueva. Escoge su ubicación, Somarek, y procura que sea rápido. Mientras, escribiré mis más sinceros agradecimientos y mi promesa de no invadir territorio alguno… pero no diré que es sólo por hoy. –agachando la cabeza, el anciano se dispuso a abandonar la habitación, pero en el umbral de la puerta se detuvo y se giró-
- Mi señora, vuestro es ya, de hecho el mundo del infierno, no necesitáis tomarlo por la fuerza, tales hechos encolerizan el corazón de las almas.
- Pues que se enojen… ni una rebelión de todo el infierno puede hacer temblar los cimientos de mi arcano poder.
- Como gustéis.

El anciano abandonó definitivamente la sala y quedó únicamente Belial en ella. Con un gesto de su mano, un libro de la biblioteca flotó y se posó sobre su regazo, y con la mirada hizo aparecer un órgano y un músico y la música inundó la sala. Pareciéndole poco, con una segunda mirada hizo aparecer un coro de féminas en frente del instrumento musical que comenzaron a entonar sus voces al compás del músico.
- Ahora sí estoy preparada para leer, detenidamente, este libro… “Los Arcanos secretos Horádricos. Volumen XXI. Las Piedras de Contención”.

Por la tarde de ese mismo día, el libro volvió a guardarse en la biblioteca y Belial se levantó de su trono. Hizo desaparecer la música y salió de la habitación, continuó por el pasillo y salió a un gran patio descubierto.
En la terraza había un guardia ataviado con armadura dorada y una lanza negra.
- Mi señora –dijo- las legiones han sido convocadas, a última hora del día de hoy las tendrá preparadas.
- Está bien –concluyó caminando hacia la barandilla de mármol blanco- esta noche enviaremos la carta, en un carro adornado muy cuidadosamente, si sufre algún ataque tendremos pruebas para atacar, de lo contrario, atacaremos sin piedad al amanecer.


Acto IISEMI-DEO

El carro, con Belial en su interior, abandonó el territorio del Santuario del Caos en dirección al Gran Tribunal del Infierno.
La dama, ataviada con ceñidas vestiduras de cuadros blancos y negros, sentada sobre el techo del carromato y sosteniendo un parasol abierto sobre su tocado con pluma roja miraba con indiferencia las gentes con las cuales se cruzaba la caravana.
Tal era la impresión del carro de hierro negro, arrastrado por corceles alados de piel oscura y fino vello, con ojos rojos sangre y pezuñas ensangrentadas por la ausencia de herradura, por el ruido producido por el deslizar de las ruedas oxidadas sobre el suelo polvoroso, con unas huestes de quinientos soldados y, sobre el carro, la figura con tal vestimenta, que se podía escuchar el temblor del propio Infierno tras su paso.
En el interior del vehículo, Eilis y Somarek, sentados frente a frente mirando por las ventanas, conversaban mentalmente sobre el motivo del viaje y sobre los inmediatos planes de la dama.

Transcurrido mucho tiempo se detuvo la comitiva ante un castillo de piedra negra con hierro fundido y antorchas de aceite.
La puerta, en forma de dos fauces abiertas guardada por dos estatuas de dragones colosales que igualaban la propia altura del castillo, se mostró pequeña para que pasara la mismísima Belial, Dama de las Mentiras.
Bajo sus pies, las maderas secas que componían el puente levadizo crujían y se ahondaban hacia el vacío que se extendía bajo ellas.
Ya pasada la puerta subieron unas empinadas escaleras que rodeaban todo el castillo, hueco en su interior y culminaban en una gran puerta de oro y plata, el Aula Magna, lugar de residencia del Gran Tribunal.
Belial, simplemente alargando su mano, sin mediar contacto físico con las puertas ni con el pomo, hizo abrirse de par en par las dos pesadas puertas. Irrumpía así en la sala donde debería otorgársele pacíficamente el dominio sobre el Infierno.

- Bienvenida seas Belial –dijo un demonio cornudo bermellón ataviado por una túnica morada y que se levantaba de su sitio presidiendo la gran mesa rectangular- espero que hayas tenido un agradable viaje desde tu morada hasta el centro del infierno.
- Leto, -dijo Belial acercándosele sinuosamente, moviendo sus caderas con cada paso que daba mientras deslizaba una mano sobre la mesa de noble madera- sabes que siempre me resulta un placer… –continuó estando ya parada en su lado y susurrándole a la oreja concluyó mientras le pasaba la mano por el costado- venir a saludarte. –e intentándose relajar por tal caluroso recibimiento intentó continuar-
- Me agrada que hayas tenido buen viaje. Por favor, toma asiento aquí, a mi derecha. –dijo Leto mientras le indicaba el lugar con la mano- y espera a que venga el resto del tribunal.
- Somarek y Eilis, por favor, esperadme fuera. Llevaos a todos los soldados de vuelta al carromato.

Con un gesto de la dama su presencia se desvaneció y continuó hablando suavemente con Leto.
- Bien Leto… parece que mi toma de posesión será rápida, debo ocuparme de otros menesteres. –y le tocó la pierna muy cuidadosamente, con su mano izquierda-
- Sí, el Tribunal espera que, tras la cesión de poderes, les otorgues un lugar privilegiado en tus planeamientos.
- Eso… Leto… no lo dudes –dijo mientras la mano continuaba masajeando la pierna- todos tendréis un lugar especial en mis planes, y tú, en mi… -dejó la frase inacabada, tomó la mano del demonio y la dirigió hacia el centro de su pecho- corazón.

Acercó su cara a susurrarle a la oreja pero las puertas fueron abiertas por los demás miembros del Tribunal. Con su irrupción, Belial apartó la cabeza y dejó la pierna de Leto de nuevo en reposo.
El demonio se levantó de su sillón presidencial y presentó a la dama Belial al resto de Tribunal. La tomó de la mano y la dama se irguió, mirando inquisitivamente a los demonios allí congregados.
Tras los saludos todos tomaron sus puestos.
- ¿Por qué deberíamos entregarte el poder del Infierno al completo? ¿Qué ganamos con ello? –preguntó un demonio con barba canosa y un ojo de cristal-
- Ganáis el poder continuar con vuestra vida –dijo súbitamente Belial con mirada fría y asesina hacia el tribuno- y me lo entregaréis por la paz o por la guerra, pero ni todos vosotros juntos podrías derribarme.
- Pareces muy segura de tu poder, ¿no pecas de exceso de autoconfianza? ¿no te sobrevaloras demasiado? –preguntó otro demonio más joven, con el pelo largo y negro, ojos amarillos centelleantes como si pertenecieran a un halcón-
- Y tú, joven demonio Trako, ¿no piensas que te excedes en tus comentarios? Tengo razones de peso para poner sobre cierto tales afirmaciones.
- Danos pruebas –dijo un tercero-
- Queréis pruebas… ¿queréis pruebas? –preguntó ante el ambiente negativo que se formaba en la sala en contra de la dama- pues las tendréis. –con dos palmadas un monje entró en la Aula Magna con un ligero cofre altamente adornado en sus brazos que depositó enfrente de Belial y luego se marchó de la sala- aquí tengo las pruebas que os harán confiar, por las buenas o por las malas, en mí.

Con una malévola e irrisoria sonrisa abrió el cofre y mostró su contenido hacia el resto de tribunos allí reunidos: las tres piedras del alma brillaban con un gran haz de luz, a su lado una cuarta piedra conteniendo la esencia de Azmodán. Se escuchó el asombro del público mediante su silencio. Las cuatro grandes esencias reunidas en manos de la quinta.
- Así pues, caballeros, díganme si sobrevaloro mis capacidades. –concluyó Belial cerrando el cofre-
- Muy bien camaradas por favor, ha llegado la hora de la cesión de poderes. –dijo Leto rompiendo el silencio de estupefacción causado por Belial-
- Yo no le cederé mi poder. Es mi herencia y no lo daré a nadie. –emergió la voz del anciano de nuevo al cual le siguieron otras voces hasta que nadie del Tribunal le otorgaría nada a Belial- ¿cómo alguien nuevo osa expropiarnos de nuestros derechos más ancestrales? ¡Esto es una parodia!
- Si esto es una parodia… una fantasía… -dijo Belial mientras se miraba indiferente las uñas de su mano apoyada sobre su pierna izquierda cruzada por arriba con la derecha, mientras permanecía recostada contra el respaldo de su sillón- no le importará, ni a usted ni a nadie de los aquí reunidos, que invada con mis tropas todo el Infierno.

Ante esta amenaza muchos cambiaron sus opiniones a favor de Belial, permaneciéndose contrario únicamente el anciano.
- Grave, no nos queda otra opción, prefiero perder mis terrenos sabiendo que me recompensarán, a tener que realizar un conflicto. Apenas ninguno tiene fuerzas suficientes para oponerse a Belial –dijo Trako- tiene las Cinco esencias, ¿lo olvidaste?
- No, no lo olvidé pero estoy seguro que son falsas. Es imposible que alguien haya podido reunir la esencia de Azmodán.
- Grave, no seas estúpido –dijo Belial- si estas piedras fueran falsas, no harían esto…

Belial destapó la caja, posó la mano izquierda sobre ellas y, solo con una mirada, derritió al arcano y poderoso demonio soberano.
- ¿Alguien más se me opone? –preguntó irónicamente Belial mientras inspeccionaba las almas de los asistentes-

Firmado el tratado Belial lanzó una mirada cómplice a Leto y ambos salieron de la sala despidiéndose de los demás.
- Buena maniobra mi querida dama. –dijo Leto mientras bajaban las escaleras detrás de su acompañante-
- Leto… parece mentira que aun no me conozcas…-se detuvo en un descansillo y abrió el cofre posando su mano encima-
- ¿Qué vas a hacer?
- Ya verás… pero te aviso que vas a necesitar reformas en tu castillo.

Las cuatro piedras brillaron de nuevo y el Aula Magna en la cual se encontraban todos los ex-dirigentes del Infierno desapareció ante sus ojos.
- ¿Dónde los has llevado?
- Ahora están en un lugar destacado, que es lo que me pedían.
- ¿Cuál es ese lugar?
- Sal y lo comprobarás.

Ambos salieron del castillo y vieron como a una gran altura se encontraba, flotando, la sala del tribunal.
- ¿Creo recordar que tú también querías un puesto destacable y de gran altura, no?

Leto se quedó sin palabras cuando Belial, tras decirle eso se le acercó y le susurró al oído “pues ahora lo gozarás” luego se alejó con movimientos sensuales y se detuvo, le miró por encima del hombro.
- Dales mis recuerdos… y gracias por vuestra colaboración.

Un pilar de piedra se elevó desde bajo de Leto y lo condujo hacia arriba a gran velocidad aplastándolo contra la sala y matando a todos aquellos que permanecían en su interior, destrozando el Aula Magna. A continuación, montada de nuevo en su carruaje, derribó con un movimiento de mano el pilar y cayó sobre el castillo, hundiéndolo por completo y reduciéndolo a un montón de escombros, restando erguidos los dos dragones malgastados de piedra que protegían la entrada.
- ¿No fueron bien las negociaciones, mi dama? –preguntó Eilis asomándose por la ventana-
- Todo lo contrario, salieron a la perfección y de forma pacífica. Ahora, marchemos a nuestro castillo, quedan cosas pendientes.

Llegados al Santuario del Caos abandonaron el vehículo y penetraron en el castillo.
- Mi dama –dijo Somarek en voz baja- ¿creéis vos que esta ha sido una solución apropiada? Leto estaba comiendo de vuestra palma.
- Y tal y como dije, cerraré mi puño y ahogaré a quien esté dentro de él. Creéme, ha sido la mejor decisión, además, no pensaba, en cualquier caso, dejarles, a ellos, compartir nuestro poder.
- Como deseéis. –dijo resignado el anciano caminando por detrás de la dama, al mismo paso que Eilis-
- Eilis, te encargarás de la defensa del Santuario del Caos y de todo el Infierno por si acaso surgen revueltas. Estaré ausente n breve período de tiempo. –dijo mientras detuvo su paso y mirando fijamente al frente, hacia la oscuridad iluminada por antorchas que recorrían las paredes del largo pasillo-
- Así haré mi dama, mi espada actuará si es necesario. –contestó haciendo una reverencia-

Belial subió por unas escaleras adyacentes al pasillo mientras los otros dos, seguidos por el séquito de guardas que les habían acompañado durante todo el trayecto, continuaban por el oscuro pasillo escasamente iluminado.
La dama llegó a una habitación, en la cual anteriormente había leído un libro y escuchado la música y se sentó en el trono mientras tenía sobre su regazo el cofre con las cuatro piedras.
- Apenas falta tiempo para mi conversión. Los cinco dirigentes en uno solo. Casi un Dios. Tendré el poder infinito, seré la fuente de energía, ampararé toda maldad y tinieblas bajo mi oscuro manto.




EL CASTILLO DE PLATA

- ¡Mi señor, mi señor! –gritó un malherido caballero acercándose cuan vigorosamente podía a los muros del Castillo de Plata- ¡necesito audiencia con vuestro Señor!
- Joven desconocido, jamás habíamos conocido gente tan apresurada, ¡ni que el infierno se hubiere congelado!
- ¡Por favor, tengo nuevas importantes para el Señor de este castillo mientras todavía quede en pie! –continuó diciendo, mientras jadeaba, el caballero-
- ¡Levad la reja, dar cobijo a los necesitados es nuestro deber! –gritó un anciano de pelo cano y abundante barba, mientras emergía por el ventanal del torreón- ¡Ése es el juramento que todo guardián de mi castillo debe prometer, dadle cumplimiento!

El malherido joven entró en la ciudadela con la velocidad que su cuerpo se podía permitir, pues no era mucha debido a profundas heridas en su pecho y pierna. Penetró en el castillo y esperó en el hall principal mientras, con su paño rasgado y mugriento, se tapaba la herida del costado.
- Bienvenido seas al Castillo Plateado –dijo una cándida voz varonil proveniente de la persona que le dio anteriormente acceso a la Ciudadela-
- Oh, érais vos mi Señor! –advirtió cuando pudo vislumbrar el sello en el dedo índice del anciano- disculpe mi ignorancia –continuó excusándose mientras se intentaba postrar en el suelo a modo de reverencia-
- No, no hagáis eso –dijo el señor deteniendo al caballero- sois vos quien debe recibirla –frente al malherido caballero, el Señor postró su rodilla en tierra y le besó la mano. El guerrero, asombrado por este hecho fuera de lo normal, no pudo reaccionar-
- Decidme, valiente caballero, qué os ha portado a estos lares en pos de otorgar nuevas? –los ojos amigables del anciano se fundían en una tierna mirada de padre que ve a su hijo-
- Disculpadme de nuevo –reaccionó el joven mientras se retorcía de dolor por su herida- no he podido dar respuesta a vuestros actos –con este comentario provocó hilaridad en el anciano, el cual le tomó en sus fuertes brazos y lo condujo por el interior de su castillo hasta la enfermería-
- Vos, guerrero, no me diréis nada hasta estar curado –concluyó el rey mientras posaba al herido sobre un lecho preparado-
- Pero lo que os tengo que contar es urgente. –dijo desesperado el soldado-
- En esta vida no hay nada urgente, todo puede planearse a tiempo: todo futuro es incierto. –diciendo esto, el benévolo señor abandonó la estancia dejando a su herido en las manos delicadas de las curanderas-

Era ya de noche, desde el torreón se podía divisar un fulgor rojizo proveniente del castillo vecino, a cuatro días al galope del mejor de los corceles. El anciano rey lo veía y su mente buscaba solución al problema. Una sombra avanzó en el interior de la habitación y se asomó junto al rey en el ventanal, desvelando un joven, de cabellos dorados y mirada celeste como la de su padre, mejillas sonrojadas y escaso vello en la barba.
- Padre, ¿qué sucede? ¿por qué el castillo de Kadrask está ardiendo? ¿quién es ese visitante?
- Ygar, el destino de Santuario ha llegado una vez más. Lo que tanto temí se ha convertido en realidad: el infierno se ha desatado, está unificado bajo un solo estandarte, tarde o temprano hará tambalearse los cimientos de nuestro mundo: estamos en el medio de una guerra sin cuartel entre las fuerzas del bien y las del mal.
- ¿Por qué el castillo de Kadrask, qué tenía él?
- Antaño, en la última campaña del mal: la Guerra del Pecado, se abrieron un total de dos puertas al infierno: Tristam y el templo de Travincal. Ahora, la antigua ciudad fantasma de Tristam quiere renacer, se está preparando para emerger de nuevo de entre el mundo de los muertos. Kadrask es una fortificación elevada sobre la antigua Catedral del pueblo: la Puerta del Infierno de Tristam se ha abierto y Kadrask ha sufrido su embestida.
- Acaso nosotros no estamos cercanos? Debemos evacuar y marcharnos de este lugar.
- Aunque huyéramos, tenemos algo que el Infierno quiere y ansía. –dijo el padre mientras miraba a su hijo- y no cesará hasta encontrarlo.
- Comprendo… -dijo Ygar lamentándose y agachando su cabeza-
- No debes sentirte mal, no fue culpa tuya: tú no decidiste.

Durante toda la noche permaneció ardiendo el castillo vecino. Al cantar del gallo se le sumó relinchos de los caballos que partían del Castillo de Plata a revisar los restos del vecino.
Pasó la mañana y tras una dura jornada, los caballeros volvieron al galope defraudados por no haber encontrado nadie con vida.
- Si hubieran salido anoche hubieran rescatado a uno al menos –vociferó el jefe de la guardia al cual se sumaron muchos otros frente a la decepción de las tropas que iban penetrando por el umbral de la puerta mayor-
- ¡Si hubieran marchado anoche, ni siquiera ellos hubieran vuelto! –contestó el rey desde su ventana callando todas las demás voces de la ciudadela- no pudimos ayudarles.

Con un gesto de irritación, el capitán arrojó la espada al suelo y abandonó la plaza con andares airosos y llevándose las manos a la cabeza.
Tras su aparición frente a sus soldados, el rey volvió a la enfermería a revisar el estado del caballero, para su sorpresa, estaba sentado sobre su lecho, con la mirada perdida en la ventana que daba luz a la estancia, sin percatarse de que el Señor había entrado, sólo su voz le devolvió a la realidad de súbito.
- Salve, valeroso caballero de Kadrask.
- Mi señor, he abusado demasiado de su hospitalidad, debo contarle el mensaje, aunque supongo que es ya tarde, ¿me equivoco?
- No, no te equivocas. En efecto, anoche ardió tu castillo y hoy no hemos podido encontrar a nadie con vida. Ahora dime… contra qué es esta vez?
- Antes del ataque circulaban rumores de una tal Belial, otros decían que era alguien superior, o que era uno de sus emisarios, pero dudo mucho que esas figuras existan.
- Existen. –pudo decir el rey una vez volvió la sangre a su cuerpo tras el impacto emocional que había supuesto el mero hecho de nombrar a tal Bestia- Por cierto, hay algo en tu mirada… ¿qué edad tienes?
- Mis padres me dijeron que el mes siguiente cumpliré los 21 años.
- Exactamente igual que mi hijo… esa mirada…
- ¿qué sucede? Ahora sois mi rey, mandadme que me arranque los ojos y por vos lo haré.
- No, no quiero eso. Necesito que me ayudes. –tras pronunciar estas palabras el joven se sorprendió: un gran señor le pedía un favor-
- Dígame qué debo hacer y con gusto lo haré.
- Debes irte de este castillo, lleva a mi hijo junto a ti. Huid lejos, tanto como podáis. Siempre al norte, siempre hacia el norte. Instrúyelo en el arte de la espada y conviértelo en un bravo espadachín como vos.
- ¿Qué enseñanzas puede dar un pobre guerrero al hijo de un grandioso linaje?

Tras ver la mirada del anciano asintió sin más preguntas.
- Esta noche o como muy tarde mañana, este castillo sucumbirá a los ardientes fosos del Infierno. Debéis partir hoy. Nunca olvides que el Infierno tiene muchos adeptos entre los mortales.

El rey partió de la enfermería y subió las escaleras hasta la habitación del príncipe Ygar al cual se lo explicó todo.
Antes de comer, los dos guerreros partían por la parte trasera del castillo, sin mirar atrás, con la vista fija en el horizonte.

Era ya entrada la noche, llegando al antiguo Desierto de Aranoch, transformado ahora en un valle del Edén, donde los frutales y las hierbas crecían sanas y fuertes sobre una tierra antaño árida e inerte. Por su parte, en el sur, se veía relucir alguna pequeña llama entre las montañas: el Castillo de Plata estaba ardiendo, el pueblo de Ygar estaba siendo reducido a cenizas.




Mientras tanto, en el Infierno, Belial permanecía en su trono sobre el Santuario del Caos, observando las piedras y divirtiéndose mientras hacía pasar a los demonios acólitos del Gran Tribunal que, poco antes, había aniquilado. Si los acólitos rendían pleitesía a su nueva señora, únicamente les cortaba la lengua, y si, por el contrario alguien no la aceptaba, sería reducido a ceniza simplemente con la mirada de la Señora de las Mentiras.



UNA NOCHE EN ARANOCH

Desde lo lejos, a mucha distancia de donde desde antaño reposaba sobre sus sólidos cimientos el Castillo de Plata, se veía el denso humo negro, las luminosas brasas y fuego que se elevaban de entre la humareda y, como las estrellas, desaparecían entre el tupido humo que las envolvía.
El capitán de los ejércitos del Infierno, atravesaba entonces la puerta de Tristam, a lomos de su demoníaca y gigantesca montura alada, Eilis podía comprobar, cual oscuro tirano, el poder de su reino de sombras: la antigua ciudad de Tristam clamaba por retornar a la superficie a costa de la vida de los castillos de Kadrask y de Plata.
El dragón alado de fuego de Eilis se ciñó en torno al torreón central del castillo de Plata, y, girando la cabeza atrás, hacia el antiguo Kadrask, divisó cómo la energía espiritual del infierno fluía a través de la puerta que previamente había traspasado, y recogiéndose en alrededor de la torre más alta del castillo, fluía en un torbellino hacia el cielo, partiendo las nubes oscuras.
- Toda la esperanza de Santuario caerá y se sumirá al reinado de mi Dama. –vociferó desde lo más profundo de sus entrañas a través de su tosca máscara de hierro-

En estos momentos, Ygar y su acompañante llegaban al valle de Aranoch: frondoso y repleto de vida como estaba, apenas podía dar lugar a conjeturar sobre el nefasto destino que le aguardaba a todo el mundo una vez más.
- Llevamos ya varias horas juntos y todavía no hemos cruzado ni una sola frase, ni siquiera me sé tu nombre. –preguntó Ygar interesado en obtener respuesta- sé que mi padre no me dejaría en malas manos, pero hombre, al menos me gustaría conocer tu nombre, ¿sabes? Por si algún día te tengo que hablar.
- Disculpad, hijo de rey, pero estaba tan absorto en cumplir el mandato de vuestro querido padre que me olvidé por completo de tan alta compañía que portaba tras de mí. Mi nombre es Satro, hijo de Epilebos de Cornosa, honroso herrero allá dónde los hubiese! –comentó con orgullo al referirse a su padre-
- Tu padre… -dijo Ygar con tono solemne y sin llegar a concluir la frase esperando que su compañero la terminara por él-
- Murió en Kadrask, el día en que yo partí… tuvo una muerte deshonrosa: fue atacado por la espalda mientras me lanzaba sobre el muro del castillo… un no muerto, una carcasa sin voluntad, le clavó una daga en las costillas, atravesando pulmón y corazón. En su último aliento, me pudo arrojar por fuera de los muros antes de caer rendido al suelo…
- ¿quién… os atacó?
- El mismo ser que dirigió el ataque contra el Castillo de Plata: Eilis el Atormentador.
- ¿El Atormentador? ¿Por qué lleva ese sobrenombre?
- Más allá de su poder destructivo y de su sed de sangre, disfruta haciendo sufrir, se deleita con el dolor ajeno, si debe matar a una familia, mata primero a los pequeños y los tortura de mil formas ante los impotentes padres, si debe conquistar una ciudad, no manda a sus legiones delante sino que junto a su inseparable montura alada, lidera la expedición encargándose que su dragón provoque el suficiente pavor y desmoralización en las tropas adversarias que sean incapaces de actuar, de defenderse y, por supuesto, de atacar. A parte de esto, es un diestro guerrero, conoce el arte de la doble espada y sus aptitudes naturales le permiten modificar la fisionomía de su cuerpo para alcanzar sus objetivos.
- Comprendo…
- Si algún día volvemos a las ruinas del Castillo de Plata y de Kadrask, le verás, pero ten por cierto que él ya te habrá visto mucho antes… tiene el don de ver desde la oscuridad, las nubes negras son sus segundos ojos, con una vista de halcón controla absolutamente toda el área en sombras.
- Es un adversario muy capaz… es lógico que lidere las tropas del infierno.
- El Atormentador, simplemente se dedica a cumplir y acatar ciegamente las órdenes de su señora: la Dama de las Mentiras, Belial. Si todo esto que te he contado de Eilis te ha parecido demasiado… será mejor que guarde el poco conocimiento que dispongo de su señora para otro momento.

Entre comentarios y divagaciones sobre el camino, cruzaron entre sombras parte del valle de Aranoch y divisaron una pequeña y acogedora posada: la Almeja Azul, ubicada a las orillas de una zona lacustre que, antaño, con la Guerra del Pecado, debió ser el mismísimo oasis de Ben-yakh-tu’ur.
Tras entrar en la acogedora posada, el tabernero se percató de su presencia y algo le decía que no eran gente normal: quizás fueran las ropas que vestía Ygar, atuendos propios de un príncipe, o fueran los modales caballerescos de su acompañante Satro, pero dejó las tareas que estaba haciendo y puso como encargado a su pequeño hijo inexperto y corrió a dirigirse a atender a estos dos huéspedes que habían entrado en su recinto.
- Bienvenidos sean –saludó con su ronca y benévola voz mientras hacía un ademán de respeto como podía, pues su voluminosa barriga le impedía moverse con facilidad- mi nombre es Feria, y si me lo permiten, les voy a disponer de la mejor mesa, de los suculentos manjares y de los mejores lechos de que disponemos… a un príncipe y escolta, no se le pueden negar placeres y demás privilegios aquí, en la Almeja Azul.
- Muchas gracias amigo Feria, pero no disponemos de oro ni de bienes con los que poder pagar tantas exquisiteces, ni privilegios que donarte ni nada para poder pagar un único vaso de agua. –contestó con desilusión Ygar- debido que nuestro castillo ha caído y nuestras tierras han sido expropiadas por otro señor.
- Comprendo… pero expropiado que no, sois un invitado de lujo para mi humilde posada.
- Muchas gracias, pero simplemente venimos a por información, debemos saber hacia dónde se sitúa el norte, pues la noche es densa y no hay una estrella con la que poder guiarnos. –comentó Satro-

Tras terminar su discurso y como si fuera un regalo del cielo, una tromba de agua les sorprendió estando en la posada y, tras un intercambio de miradas entre los tres, aceptaron quedarse en la alcoba que les entregara Feria.
- les prepararé yo mismo la habitación y además la cena correrá a riesgo de la casa. –terminó de decir mientras entraba a la cocina y escobazaba una enorme sonrisa-

Ygar y Satro se comunicaron mediante la mirada y, como fruto de una unánime decisión, se asentaron en una de las mesas que quedaban libres a esperar cualquier comida que Feria les preparara.
Era una posada acogedora, con un ambiente cálido, demostrado en el vaho que cubría la parte interior de las ventanas debido al contraste con el frío del exterior. El humo de las pipas inundaba el techo de la sala. Frente a su mesa se hallaba una pequeña escalerilla en caracol que llegaba al piso de arriba donde se suponía estaban las habitaciones.
Desde el centro de la estancia, un fogón amplio daba calor a la sala, el cual adormecía aún más a los cansados viajeros y algunos se dormían en la propia sala.
Feria emergió de la cocina y se dirigió, con mano sobre mano, a los dos compañeros.
- Queridos viajeros de lejanas tierras, la carne la quieren muy hecha o poco? –preguntó esbozando una amplia sonrisa, denotando sus sonrojadas mejillas-
- Si puede ser, muy hecha –contestaron ambos a la vez-
- Ya… me lo imaginaba. –Feria se retiró pero antes de entrar en la cocina, Satro le llamó-
- Disculpe amable posadero, pero de quién es aquél retrato? –preguntó interesado, señalando con la mirada un viejo retrato torcido, colgado de una de las paredes del comedor-
- Es… o era… mi hija… Carolina, antes de huir de casa… -dijo apenado el posadero-

Se retiró de nuevo a la cocina a preparar los filetes de carne mientras Satro se levantó para inspeccionar el cuadro: una niñita de muy tierna edad, con sus mejillas rosadas, cabellos dorados rizados y mirada celeste, sentada sobre el suelo mientras saludaba con la mano izquierda y con la derecha mantenía cogido un oso de peluche marrón.
- Se la veía muy feliz… por qué se fugaría… -se preguntaba en voz baja Satro mientras volvía a la mesa-

La puerta de la posada se abrió de par en par y por ella penetró una oscura figura, ataviada con un manto negro y un sombrero de pico. Sus blanquinosos ojos se vislumbraban en la oscuridad que los amparaba y sus pasos le dirigieron al mostrador, donde presionó repetidas veces el timbre que hacía llamar al posadero Feria. Incómodo, Satro se levantó de su sitio y encaminó hacia el oscuro forastero, pasó por su lado rozándole la capa y tomó la puerta con su mano mientras hacía fuerza para cerrarla: la corriente de aire era tan potente que pensaba que ni siquiera con toda su fuerza de caballero podría a solas.
Con un simple chasquido de dedos del forastero, la puerta se cerró de inmediato.
- ¿por qué no pedisteis ayuda, joven caballero de Kadrask? –musitó el forastero-
- Porque no la necesitaba.
- La fuerza bruta, necesita de fuerza mental para ser controlada. Si hubiéseis estado en equilibrio, solo con tocarle en un único punto, con no más fuerza que una hormiga, hubiérais cerrado la puerta venciendo la resistencia del aire.

Satro volvió indignado a su asiento y el forastero quedó allí, parado, con los ojos cerrados, erguido sobre sus dos piernas.
- Caballero de Kadrask, dime tu fecha de nacimiento.
- La noche del tercer día del mes entrante.
- Lo suponía… y tu acompañante?
- Pues… también tengo esa fecha de nacimiento –dijo sorprendido Ygar-
- Las estrellas estaban en lo cierto… en vuestro camino al norte, os encontraréis con otra persona… debéis de sentir algo, como una llama en vuestro interior, al toparos con ella… preguntadle por su fecha de nacimiento, si coincide…

Feria salió de la cocina y atendió al forastero el cual nunca terminó su frase, le entregó un paquete finamente envuelto y, tras un apretón en el hombro, le dejó partir. Se despidió del posadero, dirigió una mirada fría como el hielo a Ygar y a Satro para luego, con un simple chasquido de dedos, desaparecer de la taberna.
Tras la cena, Feria los acompañó al piso de arriba, donde residirían durante esa noche, al cobijo del viento y de la lluvia.

- Ha sido muy extraña la aparición de ese forastero. –dijo Ygar, que durante toda la noche no había hablado-
- No. –contestó de forma tajante Satro-

En toda la noche no mediaron palabra de nuevo. Las gotas de lluvia impactaban contra la ventana y resbalaban por su frío cristal perdiéndose en la oscuridad de la noche, reuniéndose con otras compañeras en pequeños charcos de agua.


SUCESOS NOCTURNOS

- La noche prosigue… -dijo Ygar en voz baja incorporado sobre su lecho- y el humo no ha cesado de elevarse desde el castillo.

Un ruido del exterior le sobresaltó, había sido suficientemente sonoro como para que él lo escuchara a través del ventanal cerrado y las gotas de lluvia arremetiendo contra él fuertemente.
Con la mano izquierda tomó el doblez de la manta que lo cubría y se destapó para poder alzarse en el suelo. Tembloroso por el frío que hacía, se dirigió hacia el cristal y miró a través suyo: no había nada, solo una densa cortina de lluvia.
Ahora lo podía ver bien: el cielo oscuro, tormentoso y con toques rojizos del fuego proveniente de su castillo. Debería estar ardiendo la propia piedra para poder conseguir tanto fuego y humo como los había.
Se dio la vuelta y, dirigiéndose hacia su cama, escuchó de nuevo otro sonido. Rápidamente dirigió su mirada hacia el cristal y algo había impactado contra él y causado magullarlo. Abrió los ventanales y sacó la cabeza.
Notaba el agua impactar contra ella y resbalar por sus mejillas y su cuello. Con los ojos entrecerrados intentó divisar algo entre la lluvia, pero de nuevo sin éxito, decidió volverse y cerró de nuevo los cristales.
- Debe tratarse de granizo. –se dijo a sí mismo mientras regresaba por segunda vez a su lecho-

Ya arropado y con la almohada mullida de nuevo y decidido a dormirse y que pasara ya la noche, otro ruido proveniente de la ventana le sobresaltó. Esta vez mucho más fuerte, tanto que logró despertar a su compañero durmiente y con un hábil movimiento de su mano diestra extrajo su espada de debajo de su almohadón. Al ruido principal le siguió la caída de los cristales rotos al interior de la habitación, acompañados por la incesante lluvia y el escalofriante frío de la noche de Aranoch.
- Veo que no soy el único que lo ha escuchado. –dijo Ygar a su compañero sobresaltado-
- Toma esta daga y defiéndete. Hay algo ahí fuera. Y no es normal. –dijo mirando a los ojos del príncipe; en ellos se notaba serenidad y cierto temor- Tú también lo notas, verdad? Ese fuego en tu interior, esa llama que te está consumiendo las entrañas.
- Sí.
- No te lo puedo asegurar con toda la certeza, pero creo que es…

Satro no llegó a terminar el diálogo: los gritos del posadero se oían desde el cuarto de al lado.
Ygar intentó abrir la puerta, pero ni con todas sus fuerzas podía, estaba atascada. Con la espada en la mano, Satro cortó las maderas que servían como pared entre los cuartos contiguos y pudieron salir de la habitación.
En la otra habitación la visión era escalofriante: el posadero, Feria, estaba arrinconado y atemorizado en una esquina, la pared del ventanal había sido descuajada y en el hueco estaba flotando una persona.
Una pequeña persona, chica, joven, de cabellos rubios en tirabuzones, con ropa vieja y mugrienta y un sombrero rosa descolorido por los rayos del sol, estaba flotando en el hueco donde antes había una pared, envuelta en un halo purpúreo.
- Tú… -dijo la mujercita con voz de ultratumba y en tono amenazante, refiriéndose a Feria- tú me dejaste así…
- No fui yo, te lo juro!
- Noto la mentira carcomiéndote el interior… pensaba que era yo la niñita de tus ojos… y no esa! –dijo mientras ardía espontáneamente un cuadro de la habitación, con el mismo retrato que el del comedor-
- Pero… como puedes decir eso? Yo te quiero y siempre te querré!
- Mientes… mentiras! –gritó mientras elevaba al posadero en el aire y lo lanzaba contra el techo dejándolo caer a tierra de nuevo- no me gustan las mentiras…
- No te miento… es la pura verdad! No hay otra mayor!
- Mentiroso… a Carolina no le gustan las mentiras! –volvió a gritar la niña mientras elevaba a Feria de nuevo y lo lanzaba contra la pared por la que habían entrado Ygar y Satro-
- Carolina, por favor, espera, no te precipites! Estás confundida! –gritó Ygar-
- Tú no te entrometas, maldito! –gritó con todas sus fuerzas mientras comenzaba a temblar la hoja que sostenía Satro hasta que se la arrancó de las manos y sobrevolaba la cabeza de Feria-
- ¿Qué vas a hacer? Hija mía, detente! –exclamó aterrorizado el posadero-
- Tú me mataste! Y ahora he venido clamando venganza.
- Tu madre… te llevó de paseo… me dijo que escapaste, que te fuiste de sus brazos. Yo te quiero, todavía te quiero!
- Mi madre… -dijo más calmada mientras se llevaba las manos a la cabeza- no… ella no… -comenzaba a recordar lo que ocurrió aquella mañana- qué… qué me ocurre? –sus ojos habían cambiado de color, ya no eran negros como la propia noche que los rodeaba, eran azules, celestes, con un brillo comparable a pocos otros, con inocencia, felicidad, tranquilidad…- Hola papá.
- Hija mía…
- Mamá… ella fue… ella fue la culpable…
- ¿Cómo? ¿qué ocurrió cielo? –dijo Feria mientras se acercaba gateando a su hija-
- Ella me… mató.

Estas palabras helaron el corazón de los presentes. El halo purpúreo que envolvía al fantasma de la niña había desaparecido, su mirada continuaba azul como la de los ángeles, y su padre intentaba acercarse a ella.
- Pero… no es eso lo que me han dicho… -dijo la niña de nuevo- me han dicho que fuiste tú… pero no sé qué ocurre… ¿por qué? ¿por qué me dijeron que eras tú y he recordado otra cosa? ¿qué maleficio me han echado? No puedo… no puedo confiar en nadie… lo siento padre. –los ojos volvieron a un color oscuro, el aura reapareció y la espada, que había caído al suelo, se elevó de nuevo y se dirigió contra Feria-

Sin éxito, Satro e Ygar intentaron detener la espada, pero fallaron y la espada se incrustó en la espalda del posadero derribándolo inerte en el suelo.
- Oh dios mío… qué he hecho? –dijo la niña-
- Lo has… matado… -alcanzó a decir Satro con un hilo de voz-

Carolina cayó al suelo estremeciéndose. Su cuerpo se comenzaba a deformar, aparecían bultos corredizos en su piel, hasta que poco a poco comenzó a formarse una nueva Carolina yuxtapuesta a la original.
- ¿quién eres tú? –pudo decir la auténtica cuando ambos cuerpos se separaron-
- Yo soy tú… y tú eres yo…
- Tú eras la que me confundía.
- Sí… envenenaba tu mente para lograr matar a tu guardián… y eso he conseguido.
- Así que tú eres…
- Sí… por fin nos encontramos Satro e Ygar… y Carolina… pero os puedo llamar por vuestros auténticos nombres? Los humanos os dieron nombres ridículos… apestosos… demasiado… carentes de sentido.
- Dama de las Mentiras, el acceso a este mundo no te está permitido! Lo sabes.
- Querida fantasmita… mi poder escapa a vuestro entendimiento… puedo materializarme en este plano cuando me plazca… no necesito de un huésped como los Tres…
- Belial… -pudo decir Satro atónito a cuanto estaba presenciando-
- Jejeje… mira quién me habla… querido “Satro” al igual que el príncipe del castillo devastado… he terminado con vuestros guardianes… ya no queda ninguno con vida… la más dura de realizar fue Carolina… tuve que poseer a su madre y luego su propio cuerpo… un duro trabajo, pero nada que yo no pueda hacer jajaja…

En un soplo de heroicidad, Ygar, empuñando la daga que le había otorgado anteriormente Satro, seccionó el cuerpo fantasmagórico infantil de Belial por el cuello, rodando la cabeza por el suelo.
- En fin… -dijo la cabeza de Belial mientras su cuerpo corría a colocársela de nuevo- veo que no soy bien recibida por los Tres… qué pena me causa… pero bueno, eso no importa… tarde o temprano caeréis.
- ¿Qué pretendes Belial? –preguntó Carolina-
- Sería demasiado estúpido de mi parte deciros mis perversos planes…

El cuerpo de Belial se difuminó en el ambiente en medio de una sonora carcajada. El cuerpo de Feria, junto al resto del edificio y hospedados, comenzó a arder de súbito, nadie pudo escapar del abrasador fuego del infierno salvo Satro e Ygar.
- Carolina… te puedo hacer una pregunta? –dijo Ygar mientras iban caminando por las verdes y humedecidas praderas de Aranoch- por qué golpeabas el cristal de nuestra habitación?
- Yo… no recuerdo haber golpeado más cristales de los que habían en el dormitorio de mi padre.

Ygar y Satro escucharon unos ruidos provenientes de detrás. Al darse la vuelta descubrieron que no había nada y el sol comenzaba a salir. Al volver de nuevo a caminar hacia delante contaron en el suelo cuatro sombras: las tres suyas y otra, alargada y abultada. Tomando las empuñaduras de sus armas dieron un gran salto hacia atrás, quedándose detrás de su nuevo acompañante.
- Tranquilos, él es mi amigo, verdad Kairos? –dijo Carolina-
- Pero si es el mismo hombre de la noche pasada! –gritó Satro-
- Exacto joven caballero de Kadrask… soy Kairos, guardián de Carolina.
- ¿Guardián? Su padre y madre eran sus guardianes! –gritó Ygar- no nos engañes-
- Eso es lo que tuvimos que hacer creer a Belial. Todos sabíamos lo que iba a ocurrir esta noche pasada. Todos lo aceptamos… incluido el propio posadero… sabíamos que tras el ataque a Kadrask y al Castillo de Plata, Carolina sería su próximo objetivo. Por eso vine. Os guiaré en este largo camino con mis artes oscuras.
- Kairos… ¿te puedo hacer una pregunta? –se aventuró a decir Satro-
- Dime, guerrero de Kadrask, ¿qué quieres saber?
- ¿Qué somos?



ASCENSIÓN

- Hace tiempo, poco más de una veintena de años para los humanos, regresé al Infierno y capitaneé las hordas del submundo, conseguí el dominio sobre este territorio y terminé con la intrusión de Azmodán, sellando su esencia en una piedra. Ahora, tras inspeccionar cada piedra de este reino, por fin encontré el libro que necesito y el cual será el colofón apropiado para mi biblioteca arcana. Eilis, eres mi hombre de confianza, así como mi mano derecha y mi brazo ejecutor. Necesito que me traigas a un infante humano, a ser posible con vida. No necesitamos sangre coagulada para el ritual.
- Mi Dama, la Antigua Tristam se haya bajo su jurisdicción; tanto los escombros de la Catedral de Diablo como los despojos de la Colmena donde antaño habitaba Na-Krull. Santuario está preparado para su Ascensión.
- Está bien, mi fiel siervo… ahora, tráeme a una criatura joven…

Las imágenes holográficas desaparecieron y Belial se sentó de nuevo sobre su trono. En la puerta, conmocionado por lo que había escuchado, Somarek aguardaba a que su mente asimilara todo.
- He sido rechazado… conducido a un segundo plano… mis consejos dejaron de ser escuchados por sus oidos hace tiempo… mi compañero me ha mentido y ocultado información… he sido… traicionado. –se repetía Somarek en voz baja- Esto no va a quedar así.

Mientras tanto, Belial, atenta al monólogo de Somarek, esbozaba una amplia y malévola sonrisa. Sin ninguna duda, su mente estaba planeando algo realmente sabroso para su insaciable apetito de caos.
Sus finas manos atrajeron mediante un embrujo un tomo polvoriento, depositado en su enorme biblioteca y custodiado por dos gárgolas de temibles colmillos. El tomo se posó suavemente sobre su regazo y, poniendo una mano sobre él, la dama notaba su prohibido poder, una magia tan fuerte que el mismísimo Sello del Infinito apenas era capaz de contener. Con la palma de su mano, cubierta por un paño de seda, retiró el polvo que se había posado sobre sus tapas gruesas forradas con cuero de demonio. Entonces, las letras que anteriormente sólo se podían ver tupidas y borrosas, brillaban con el fulgor de los astros y relucían como soles de plata. Ahora se podía leer bien claramente la cubierta, algo que hizo brotar chispas de ilusión y ansiedad en los ojos de Belial: Secretos Arcanos de los Horadrim.
Abrió el tomo y el poder oscuro la inundó, se sintió presa de una energía tan pura y oscura que casi se podía equiparar a la suya propia. A su mente vino una visión: un acantilado, el mar a sus pies, con oleaje embravecido, rocas afiladas en su fondo, el cielo cubierto por densas y oscuras nubes que no dejaban traspasar los rayos del astro rey. Su visión se quedó en un punto, en la lejanía, casi en la línea del horizonte, allí había algo, se acercaba lentamente, la estaba llamando. Belial salió de su trance y percibió otra fugaz visión, la de aquél ser, una bella figura femenina, pálida, con el pelo largo, medio azul medio negro, ojos rojos y recostada sobre una gigante roca, tocando un arpa mientras el viento mecía su vestido. Pronto se fijó en sus ojos: dos grandes fogones rojos como rubíes, mirando sin cesar, sin parpadear un segundo, escudriñando el alma, mientras sus labios, finos y delicados, se movían tarareando una canción que la brisa marina se llevaba consigo misma. La dama de las mentiras se incorporó, anonadada de nuevo como estaba de esa visión.
- Dama de las Mentiras, este libro ha estado protegido y sellado durante generaciones por la magia de los Horadrim. No debes tener acceso a sus conocimientos.
- ¿Cómo una figura que proviene de la misma oscuridad que yo, guarda los secretos horádricos?
- Es mi cometido.
- Lo siento cariño, pero tengo una misión que cumplir, y para ello necesito tener acceso privilegiado a estos textos.
- Antes de que abrieras el libro, esto era un mar tranquilo, con vida, con flora y fauna. Tu mera presencia lo ha convertido en un escenario apocalíptico. Te ruego que cierres el libro y nunca más lo vuelvas a abrir.
- ¿Quién te crees que eres para tratarme así?
- Puedes tener la esencia de cuantos grandes demonios quieras, pero ni con todo ese poder podrás tener la más ínfima posibilidad de que amablemente te deje acceso a estos conocimientos. Por última vez, te invito a que te marches.
- Este libro guarda el texto que necesito, el hechizo de sombras definitivo… aquél que los magos Horádricos siempre tuvieron miedo a conjurar pero que lograron desencriptar de las mismísimas entrañas de la Madre Sombra.
- Mis más humildes disculpas pero soy la defensora de este libro.
- Entonces no queda otra salida.

El mar se secó y el acantilado se desmoronó, convirtiéndose en grava. Todo aquél mundo onírico temblaba desde sus más arcanos cimientos. La mujer no podía evitar disimular en su rostro el pavor que la presencia de Belial estaba causando, distorsionaba aquella realidad, creada por los hechizos horádricos para autodefenderse, incluso podía hacer quebrantar la firme voluntad de su guardiana.
Se abrió una profunda grieta en el suelo ya seco y emergió un gigantesco golem de fuego y roca líquida, conjurado por la mente de Belial, que se dirigía contra la guardiana. Antes que pudiera defenderse, el calor que desprendía el golem incendió su traje y quemó su carne, cuando llegó a su altura, la protectora no era más que huesos blandos y fundidos con el oro del arpa y la piedra.

- Ni siquiera los mismísimos Horadrim pudieron predecir mi poder. –dijo Belial orgullosa de sí misma cuando, al chasquear los dedos, el golem de fuego estalló- y ahora… a por los hechizos.

Cuando Belial volvió a sí misma, se encontró a Eilis frente a ella, en posición de reverencia, con una cadena atada al cuello de un niño humano.
El chiquillo, llorando desconsolado, con las manos encogidas sobre su cuerpo y temblando desde las piernas, miraba con temor a Belial y al ser que le había traído ahí.
- Bien… un niño pequeño, humano, lo que necesito para el conjuro…
- Mi dama, desconozco el motivo de vuestro hechizo, pero va siendo hora de pasar a la acción. No podemos dejar Tristam y la Colmena así, necesitamos una ofensiva inmediata, asegurar el perímetro.
- Temes a los humanos?
- No a los humanos y no, no temo, pero no quiero que sus planes se vengan abajo por una ofensiva rápida del Cielo.
- El Cielo está demasiado ocupado en sus asuntos como para preocuparse por lo que ocurre en Santuario. No temas por ello. De todas formas… resta muy poco tiempo para que todo comience.

El niño, aterrado trató de escapar de la presencia de aquellos dos seres, pero la cadena que se encontraba en torno a su cuello se tensó y le impidió cualquier huida. Resignado e impotente, cayó al suelo sobre sus rodillas y, con la cabeza agachada lloró.
- Todo está preparado, mi Dama. –dijo Somarek penetrando en la sala desde el umbral de la puerta- el altar está listo para que vos lo uséis.
- Muy bien, ve allí y espéranos, gracias –contestó amablemente Belial-

Fue suficiente una mirada para que Eilis estallara en un cúmulo de sonoras carcajadas mientras Belial fue hacia una mesa de la sala y tomó un libro y una daga.
- Trae al humano.

Los dos demonios, portando al infante a tirones de su correa, recorrieron los grandes pasadizos del castillo hasta llegar a una gigantesca sala, con las paredes decoradas con grandes y voluminosas pinturas engarzadas con preciosa joyería y, en la bóveda de media esfera, cuatro nervios de oro distaban desde cada una de las columnas sobre las cuales descansaba la cúpula cruzándose en el centro, donde estaba dibujada con lapislázuli y jade la estrella de cinco puntas del infierno. En la sala, justo debajo de la gran bóveda, un altar elevado diez metros sobre el suelo, muy exquisitamente preparado con telas de lino, cofres de marfil, candelabros de damasquino. En torno al altar, en forma de círculos concéntricos, asientos y bancos para aquellos que presencien las ceremonias oficiadas. La sala se encontraba situada en el centro de todo el castillo de Belial, en la parte más alta, de tal forma que aquella cúpula era la construcción con mayor altura de cuantas estaban erigidas en el Infierno.
La dama de las mentiras se quedó en el umbral del pórtico que daba acceso a la sala mientras Eilis, tomando al niño por el cuello, se dirigió a Somarek. El Sumo Sacerdote ataviado con sus mejores galas y una corona de huesos de demonios y un acompañante, de piel parda y largos colmillos, pezuñas de cabra y barba de chivo ambos, salieron a recibir a su superiora y le entregaron unas ricas vestimentas y éste entregó al acompañante el libro que había tomado de la biblioteca.
- Es la hora –dijo el Sumo Sacerdote con su voz sepulcral- los astros están correctamente alineados, todos los preparativos están consumados, y Tristam y La Colmena han vuelto a nuestros dominios.
- Muchas gracias, Raknos. –confirmó Belial mientras se vestía con las ropas que le habían sido entregadas y el Sumo Sacerdote le derramaba por encima sangre de féminas corruptas vírgenes-
- Ahora sólo queda la ceremonia. Por favor, acompañadnos, nuestra Dama.

Belial tomó al niño humano y lo lanzó contra el altar dejándolo casi inconsciente. Tomó cuatro punzones con los que lo clavó a la fría losa, mientras la sangre que brotaba, por los canales dibujados en ella, era conducida por canalizaciones que rodeaban todo el conjunto del altar hasta hacer el mismo dibujo de la estrella de cinco puntas que sobre ellos se situaba.
- Sangre coagulada arriba y sangre fresca abajo, la sangre que sale de tu cuerpo y la sangre que recorre mi cuerpo. La vida abajo y la muerte arriba. Frío y calor. Aire y Tierra. Dos mitades de un todo que nunca pueden juntarse… dos hemisferios que hasta ahora nunca se han tocado… hasta ahora.

El niño, con cara de pánico, desangrándose sobre aquella losa inerte, comenzaba a marearse, la sangre comenzaba a escasear y el ambiente de la sala le molestaba.
- Madre… escucha mi rezo, atiende mi petición. Madre de la Oscuridad, Reina de la Noche, Asesina de Almas Errantes, Diosa de la Pesadilla… atiende a tu hija, atiende a Belial.

El castillo comenzó a temblar y aparecieron algunas grietas en él. Se desmoronaron varias alas del mismo y otras tantas quedaron seriamente dañadas. El Santuario del Caos se estaba viniendo abajo. Sus restos quedaron como una obra post-apocalíptica: un torreón central intacto, incólume, amenazante con su oscura forma, elevado sobre despojos del castillo y, frente a él, una torre mucho más pequeña, la biblioteca arcana de Belial.
Rápidamente mugrientas y oscuras sombras, almas de los sin descanso, comenzaron a pulular en rededor a los despojos, haciendo la visión notablemente más fantasmagórica y aterradora.
La Torre del Caos se había convertido, en un instante, en el centro neurálgico, en el ombligo de todo el Infierno.
No obstante, los sucesos no habían concluido todavía: la Dama de las mentiras había continuado recitando el conjuro del libro y el infante había sucumbido a las garras frías de la muerte. Las dos estrellas se encontraban encendidas en llamas y el ambiente de la sala junto a las ropas de Belial, la otorgaban una visión de deidad.
- Diosa de la Pesadilla eterna, tú que moras en el mar del caos, he sacrificado a un inocente para traerte de vuelta, he hecho libación para sufrirte, he rezado a la muerte para que me ataque sin piedad para poder verte. Y he superado todas estas pruebas sin flaquear. Soy la Elegida, aquella en la cual el Destino ha depositado su gracia.
- Ojos de humano, alas de ángel, cuernos de demonio, son las ofrendas que te otorgamos. –conjuró el Sumo Sacerdote-

El cuerpo de Belial se tornó áureo, comenzó a elevarse del suelo, su mirada severa se transformó por una mirada sin sentimientos, cruel, despiadada, de color dorado. Las estrellas de fuego dejaron de arder y se disiparon, al igual que la cúpula al estallar. Todo el infierno se contrajo, contuvo la respiración mientras Belial estaba flotando sobre el altar. Todo estaba saliendo según lo planeado. De repente, los labios de la dama se abrieron y su voz sonó, llamando a Somarek a su presencia.
- Somarek… me has servido bien, por ello quiero agradecértelo. Formarás parte de mi nuevo ser… tú siempre has sido la clave de mi Ascensión. Necesitaba un gran potencial mágico para ello y ahora, con la fuerza de la Diosa de la Pesadilla, te la arrebato.

Somarek flotó en el aire en dirección a la dama. Le tomó entre sus brazos, sujetándolo también con sus piernas. Volcó su cabeza hacia un lado y con sus afilados dientes le mordió en la garganta, chupándole la sangre, absorbiendo su fluido vital, drenándole la magia. En cuanto el mago no era más que una carcasa vacía, un halo plateado emergió de Belial, confundiéndose con el áureo.
Su plateada luz inundó todo el infierno, sembrando el caos y la destrucción por donde pasaba. Todo el infierno estaba sufriendo, exceptuando la torre, por su Dama, para poder realizar el conjuro de la Ascensión.
- Todo preparado… ahora… -dijo Belial- Predicción Cósmica.

Todos los astros necesarios estaban alineados, Belial flotaba sobre la cúpula y la luz plateada cesó de súbito. El infierno entero quedó destartalado, destruido, agotado, no era más que un enfermo en su fase terminal. Zonas enteras quedaron arrasadas, ni siquiera las llamas tenían algo que comer ahí.
Tras un resplandor cegador, Belial volvió a la normalidad, sobre el altar, arrodillada en el suelo, exhausta, mareada, pero distinta. Eilis fue a tomarla, la ceremonia había concluido y llevó a su señora a una de las habitaciones que permanecían en la torre.
- Eilis… -logró decir Belial-
- ¿Sí, mi Dama?
- Ha funcionado… he Ascendido.


Acto VII:APPROPINQUANTE FINII MUNDI

- Mi Dama... ahora que os encontráis en perfecto estado de salud, ¿cuál será vuestro próximo paso? –preguntó Eilis sobre el lecho donde reposaba Belial, en la oscuridad más profunda del averno-

Sin contestar de voz o de pensamiento, los ojos de la dama de las mentiras se iluminaron y ante ella apareció el tomo mohoso que dejara anteriormente en la biblioteca. Tomándolo con una mano, posó la otra en la cubierta y el libro se abrió por una página concreta, llena de dibujos y símbolos rúnicos, así como palabras arcanas y textos más antiguos que la propia existencia.
Eilis palideció de súbito, sus ojos se agrandaron como grandes esferas plateadas y su boca se entreabrió, la sangre dejó de correr por su cuerpo y su mente se conmocionó.
- Sí… ese es el objetivo de mi Ascensión… tener el poder mágico suficiente como para liberar tal Poder.
- Pero… -dejó la frase inacabada con lo único que podía salir de su alma-
- No temas mi amado guerrero, ni tú ni yo sufriremos el Poder: lo dominaremos, seremos los dueños de la fuente de todo el Poder, antes de su decantamiento por lo sagrado y lo profano.
- Confío en vos, mi Dama Oscura, pero es demasiado arriesgada tal empresa, reconsideradlo.
- He dicho que no debemos temer, si controlamos el Poder antes de que tome forma, seremos sus dueños eternos. Gracias al Oráculo del Ocaso, que acertó en sus predicciones sobre los hechos de los Horadrim al encerrar los espíritus de los Tres en las Piedras del Alma. Desde entonces vi claro el plan: expulsarlos del infierno, y luego cazarlos uno a uno hasta retomar todas las esencias. Las Tres no me fueron suficientes y perseguí también al que había sido mi colaborador: Azmodán. Ahora, con las 5 esencias y contigo, puedo controlar a la Fuente.


Mientras tanto, Kairos acompañaba a los jóvenes protegidos bordeando el río Entsteig, mediante el cual terminarían por salir de las verdes praderas de pastos de Aranoch para adentrarse en las castigadas montañas del sistema sur oriental de lo que antaño era conocido como las tierras bárbaras, actualmente un vasto conjunto de picos escarpados y yermos formaban los despojos de la civilización bárbara.
A lo lejos, a un día de camino, se podían divisar ya los principales picos montañosos, cubiertos de nieve, con tonos rojizos.
- Definitivamente, Santuario tardará demasiado en olvidar lo que sucedió aquí hará una veintena de años… Belial, la Explosión de la Piedra del Mundo, la erradicación de los Horadrim… demasiados hechos socavaron el corazón de nuestro mundo. Está agonizante… estas montañas nos recuerdan aun hoy los hechos que tuvieron lugar, y en lo que fue Harrogath aún hoy, en la quietud de la noche, en la calma más esperada del día, todavía pueden escucharse sonidos sepulcrales de sus habitantes sufriendo. Santuario está gravemente herido.
- Kairos… -dijo Ygar- todavía no nos has contestado, has eludido la pregunta que te hicimos.
- No la he eludido, simplemente es que descubriréis vuestra naturaleza en el momento en que sea necesario –dicho esto ojeó ojo avizor a los tres acompañantes y continuó mirando al frente, siguiendo unos pasos que su mente y su instinto le orientaban, siempre en dirección al norte-
- Somos todos mayorcitos… y tú el que más, Protector, -dijo irritada Carolina- creo que todos necesitamos aclarar unas cosas…
- Las cosas serán aclaradas en su debido momento… ahora no es tiempo para hacerlo. –dijo mientras señalaba los nubarrones negros que crecían tras ellos, emanando desde el Castillo de Kadrask y el Castillo de Plata- Si la Oscuridad nos atrapa estaremos perdidos.
- Almenos –pidió Satro- dinos a dónde nos dirigimos.
- Querido caballero de Kadrask… nos dirigimos al único lugar en donde la Oscuridad jamás podrá poner sus negras manos: el Monte de las Almas Perdidas. Allí encontraremos la Ciudad del Sempiterno, es lo más parecido a lo que vosotros tres podéis llamar hogar. Todo al norte, pasando el Cráter Arreat.

La noche se cernió sobre ellos como un halcón se abalanza contra su presa. Pero pese a la eterna oscuridad que les invadía segundo a segundo y entorpecía sus pasos, fue por otro factor por el cual tuvieron que descansar: el cansancio se apoderaba de los dos jóvenes e incluso comenzaba a hacer mella en Kairos.
Por voluntad unánime decidieron descansar, hacer un alto en el camino y pasar la noche, aunque fuera bajo el cobijo de una cueva situada en uno de los márgenes del río.



- Nuestra Dama me ha enviado a cumplir con el cometido de erradicar a aquellos que huyeron de Tristam y de la Colmena. Cuento con vosotros dos, Caballeros del Cielo, para que resguardéis y mantengáis a salvo a Belial, así como que cumpláis con cuanto ella desee.
- No lo dudes Atormentador… nosotros nos encargaremos de Nuestra Dama.
- Bien… Barakel y Nelchael, no defraudéis la confianza que en vos poseemos.



Satro despertó sobresaltado de su sueño, lo acostumbraba a tener ligero cual peso de una pluma, pero esta noche había dormido de forma muy profunda y placentera: su lecho de hojarasca y musgo le había resultado tan confortable como la mismísima enfermería del Castillo de Plata. Al incorporarse se percató que Ygar todavía dormía y que Kairos no estaba en su lecho, al igual que tampoco había pista alguna sobre el paradero de su compañera fantasmagórica. Tomó la vaina de la espada y se la ató a su cinturón, para seguidamente ceñirse una pesada capa de viaje, raída y polvorienta, que usaba para protegerse del frío nocturno.
Así emergió Satro de Kadrask de la cueva en la cual había estado durmiendo para encontrarse en la entrada a su compañero más adulto fumando en pipa y con la mirada perdida en el horizonte colapsado por los montes, la cual volvió a sí misma al escuchar los pasos de Satro fuera de la cueva. Una pequeña hoguera daba cuanta iluminación podían esperar.
- Adelante Envy, siéntate junto a mí.
- ¿Envy? Soy Satro –dijo perplejo-
- Los habitantes de este plano te pusieron nombre con raíces propias de su cultura…
- A eso se refería Belial aquella noche… -las palabras que pronunció la copia de Carolina en la posada de Feria le volvieron a la mente una y otra vez-
- Sí… a eso se refería… yo la escuché y fue cuando supe que tarde o temprano os lo debía contar.
- No entiendo nada, por favor, explícame.
- Hace en concreto 20 años y 11 meses, ocurrió el desastre de la Piedra del Mundo y Belial logró recuperar las esencias de los Tres Grandes: Diablo, Mefisto y Baal. Poco más tarde, el arcángel Tyrael fue ajusticiado por, según dice el Cielo, colaborar con los demonios en sus perversas maquinaciones.
- Y eso… ¿qué tiene que ver con nosotros? –preguntó Ygar emergiendo por la cueva-
- El Cuerpo de Tyrael fue eliminado… excepto dos partes que otro arcángel, Hadriel, consiguió recuperar: el cerebro y el corazón. Ambas partes fueron entregadas a dos cuidadores en Santuario, con la esperanza que crecieran y tuvieran dotes especiales para, si algún día fuera necesario, combatir al mal que se avecine. Tyrael, en el cielo, tuvo descendencia, pero no fue realizado por completo, únicamente sobrevivió el alma, encerrada en su espada Ira Celeste. El cerebro creció correctamente, y se llamó Serivela, nombre cambiado por Carolina, el corazón creció también y se le llamó Envy, cambiado por Satro.
- Entonces yo soy…
- La espada se abrió y se liberó el alma, formándose al tercero: Ashuel o llamado también Ygar. Y la espada es en concreto, el paquete que fui a recoger a la posada, y que ahora te entrego. Espero que sepas manejar bien un arma, porque esta se forjó en la fragua del cielo, adecuada especialmente para ti. Vosotros no sabíais nada, pero Seriuela sí, al compartir mente con Belial.

Kairos abrió su manto y sacó el paquete, todavía envuelto, que le había entregado Feria horas antes de fallecer y lo tendió a Ygar.
- Aquí tienes.

El príncipe la tomó entusiasmado y abrió el envoltorio, descubriendo una hoja cristalina, pura y con símbolos rúnicos en azul, con empuñadura de un material transparente y dúctil, con reflejos dorados y rojizos.
- Kairos… -dijo Carolina apareciendo por detrás de ellos- no hay salida.
- Mierda.
- Esta oscuridad… la noche no debería haber pasado ya? –preguntó alarmado Ygar-
- La noche… hace tiempo que pasó. La oscuridad nos ha absorbido. Ha sido más rápida que nosotros.
- Como siempre tan inteligente… Kairos.

Bastó esa voz para que se helara la sangre a todos los presentes, un simple susurro que perfectamente hubiera podido ser el murmullo del viento o el correr del agua se convirtió en una trampa mortal para aquellas cuatro almas. Sonidos de pasos en lo lejano, acercándose lenta y pausadamente, siguiendo un ritmo claramente establecido, alguna risita de vez en cuanto que hacía palpitar más y más deprisa los corazones. Eilis el Atormentador les había encontrado y ahora les daría caza.



Acto VIIIEL PODER DEL ATORMENTADOR


La vida se pudría con el firme avance del Atormentador a través de la frescura del valle de Aranoch. Distaba muy poco espacio entre el Demonio y el grupo resguardado tras Kairos quien aguardaba el momento justo para desenvainar su daga.
El ser infernal se detuvo, miró a los lados y una sonora carcajada emanó de lo más profundo de su corrupta alma. Como líquido sin recipiente, se deshizo en acero derretido y se filtró en la tierra.
Conforme pasaba el tiempo la carcajada era más próxima y la verde hierba se moría en dirección a Kairos, el Atormentador avanzaba hacia ellos desde el subsuelo en tres direcciones: de frente y por ambos lados.
La risa era ya intensa y demasiado cercana cuando por cada lado brotó una mano de acero desde las entrañas del suelo y de frente se abrió una enorme boca cuyas fauces luchaban por alargarse más y más para poder engullir a sus adversarios.
Un certero desenvaine de daga en el preciso momento cortó el mismísimo acero de las dos manos de Eilis en el acto en que las mandíbulas se cerraban frente a ellos. Las manos muertas cayeron al suelo derritiéndose y filtrándose de nuevo por la tierra.
Tras ellos reapareció de nuevo el Atormentador, de espaldas, masajeándose la muñeca izquierda y sonriendo.
- Veo que tienes ganas de jugar, Kairos… yo también –lanzó una fugitiva mirada por encima del hombro y su cuerpo se volvió a derretir, pero esta vez no se filtró al suelo-

Ahora el líquido permanecía en la superficie, blando, dúctil, completamente tranquilo y manejable. A una orden, Kairos y su grupo se retiraron de la escena unos cuantos metros para guardar las distancias.
Otra sonora risotada emanó del líquido, el cual se irguió y formó la silueta líquida de Eilis.
- Veamos ahora quién aguanta más… si tus amigos o mi acero.

El cuerpo del demonio se partió por la mitad realizando una copia idéntica, y estas dos a su vez en cuatro y estas cuatro en ocho, y así continuamente, llegando a formar un auténtico ejército de acero líquido.
- No temas… este ejército tiene poca fuerza para poder enfrentaros…
- ¿cuál es el propósito?
- Jejeje… tengo el infinito orgullo de presentaros a mi montura alada: yo te conjuro Dramor, Señor de todos los Dragones. Pero para ello necesito sacrificios… sacrifico a todo mi ejército en pos de Dramor.

Las copias de Eilis se deshicieron en acero líquido y un temblor sacudió Santuario, breve y de escasa intensidad pero suficiente para impacientar al grupo de Kairos.
Tras el sismo no había rastro alguno del acero de los clones en el suelo, había desaparecido todo, incluso el propio Atormentador.
- Ahí arriba! –exclamó Ygar y con su tembloroso dedo índice apuntó al cielo, entre las nubes, donde comenzaba a dibujarse una silueta-
- Si es eso es demasiado grande. –musitó Carolina asustada-
- Ahora… despojos celestiales, sufriréis la cólera del Rey de los Dragones. Adelante Dramor, atácales con tu bola piroclástica.

Tras un irritante sonido proveniente del dragón, todavía oculto tras las nubes, apareció de entre ellas un enorme proyectil de lava incandescente dirigido contra Kairos.
- Símbolo del Agua y del Viento, yo os conjuro. –convocó el encapuchado y ante ellos un muro de agua brotó del muerto suelo y junto a fuertes vientos convirtieron la bola de magma en una simple roca que, reducida su potencia, cayó al suelo-
- Hm… no solo eres diestro con la daga sino además eres un conjurador… está bien jejeje…
- Eilis, el fuego siempre ha podido con el metal. Convoco al Símbolo del Fuego.

Frente a ellos se dibujó un círculo en el suelo con símbolos rojizos y un enorme géiser de fuego líquido brotó de él hacia la nube donde se escondía Eilis.
- Insensato… adelante Dramor… demuestra por qué eres la montura del Atormentador.

La silueta del dragón desapareció de entre la nube, cuyos gases fueron consumidos inmediatamente por el géiser.
Un nuevo chillido proveniente de las cuerdas vocales de Dramor, todavía más estridente que el anterior, atravesó las nubes y, como si fuera una maravilla de la naturaleza, algo interno a su organismo, un ser de lava surgió de la grieta que había creado el géiser. Tosco, con rocas sin fundir en su cuerpo, incandescente, a una temperatura capaz de fundir las entrañas de la tierra, la mole, dominada por el dragón, avanzaba hacia el grupo de Kairos a paso lento pero incesante.
- Símbolo del Agua y de Gea, protegedme, yo os conjuro! –volvió a conjurar el hechicero-

Se abrió una brecha y el suelo entero tembló, haciendo que la enorme mole cediera a los movimientos tectónicos y se estrellara contra el suelo. Al instante, un torrente de aguas apareció de entre las marchitadas hojas y empapó al ser de lava, convirtiéndolo en pura roca inerte.
Agotado, Kairos cayó al suelo sobre sus rodillas, exhausto tras tanto sortilegio de los elementos. Las gotas de sudor resbalaban por su frente, su mirada se perdía entre la hierba y la daga estaba de nuevo envuelta en su funda.
Carolina dio un paso al frente, y con la mirada puesta en las nubes recitó un nuevo hechizo ante la atónita mirada de los presentes, incluido Eilis que observaba desde el cielo, siempre oculto.
- Aquellos que pobláis el cielo y el firmamento, aquellos que nos disteis vida y agua, aquellos que con vuestra sagrada gracia nos trajisteis libertad y razón, os rezo para que nos ayudéis de nuevo. Seres de lo Abstracto, señores de lo Inmaterial, reyes de lo Espiritual, os conjuro para que con vuestras sacras bendiciones nos den algún lugar de paz en tal ajetreada lucha.
- ¿Cómo conoces esa magia?

No hubo respuesta hacia Satro quien, junto a Ygar y Kairos, permanecieron tras el fantasma, aguardando al resultado del conjuro. El hechicero, consciente de la envergadura de tal poder y de las consecuencias que podía acarrear si alguien más supiera de sus consecuencias, se incorporó y volvió a tomar la daga entre sus manos, preparado para recitar nuevos encantamientos con tal de frenar al mismísimo Atormentador.

- Eilis… -dijo una voz femenina en la cabeza del demonio- acaba con esa niña, si realiza ese hechizo y lo sabe controlar, es posible que sea la única arma capaz de herirme.
- Sí mi Dama. No temáis.

Kairos se percató de estas palabras, al tiempo que Carolina caía inconsciente al suelo, con los ojos cerrados y la cabeza reposada sobre sus manos.
- Ygar y Satro, debéis avanzar hacia el norte, siempre hacia el norte, hasta que encontréis el Monte de las Almas, allí, preguntad por Verin, ella os dará las respuestas a todas vuestras preguntas. Corred!!!!

Dichas estas palabras, Ygar y Satro se sobresaltaron y sin entender el porqué debían huir y no plantar cara al Atormentador, tomaron el desfallecido cuerpo de la chica, extrañamente comenzaba a pesar demasiado como para ser un fantasma, y se alejaron corriendo del lugar, dejando a Kairos atrás.
Tras una intentona de ir tras ellos por Eilis, el hechicero saltó tras él y le agarró fuertemente por la espalda.
- No has terminado conmigo! –gritó Kairos-
- Cierto… aun no… Dramor… persíguelos, tengo asuntos que tratar antes.

La sombra del gran dragón alado los sobrevoló en dirección a los huidizos Ygar y Satro, quienes todavía estaban remontando el curso del río Entsteig.
- Bola Espiritual!
- Síndrome Sangriento!

Ambos rivales lo daban todo con tal de terminar con el otro y salir por unos u otros motivos, en dirección a los otros tres.
Una gran nube de humo se levantó con el impacto directo de ambos conjuros, expulsando a cada uno de los contendientes en direcciones contrapuestas.
- Tu fe en la humanidad te ciega.
- Tu corrupción ha terminado por hacerte esclavo en lugar de libre.
- No hay nada más patético que un celeste interponiéndose entre los humanos y los demonios.
- ¿Nunca te miraste al espejo?

Eilis montó en cólera y atacó con saña y conjuros a Kairos, quien cada vez adoptaba una posición más y más defensiva.
- Símbolo de Gea!

Una prisión de rocas sepultó a Eilis, dando un poco de tiempo para que Kairos se reordenase y adoptara un mayor control sobre la situación.
- Corrupción del Símbolo de Gea!

Kairos se quedó sorprendido por este contra hechizo, nunca había sido nombrado y desconocía de sus efectos.
La daga plateada se volvió negra, como el azabache, la empuñadura vibraba cuando antes era fina y delicada, y el símbolo marrón de Gea se tornaba verde oscuro. La prisión de roca se solidificó y sin previo aviso una gigantesca zarpa salió de uno de sus laterales para, con sus afiladas púas, atravesar el cuerpo de Kairos.
El conjuro se desvaneció como polvo que se lleva el viento y el empalado cayó al suelo herido de gravedad, mientras el Atormentador se acercaba tarareando y silbando hacia el cuerpo.
Cuando llegó al agonizante hechicero, apenas podía más que balbucear, se agachó en cuclillas y puso su mano en el interior de la cavidad pectoral que había producido el contra hechizo para, en un arrebato de cólera y sed de sangre, convertir su mano en un afilado cuchillo y cortarle las propias entrañas mientras todavía seguía vivo.
Sus gritos de dolor y de tormento llegaron a ser escuchados por Satro e Ygar, quienes continuaban escapando del dragón Dramor.
Eilis continuaba removiendo las tripas de Kairos mientras con la otra mano comenzaba a sajarle la piel a tiras lamiéndole el músculo y mordisqueándolo en las zonas más sensibles y con mayores centros nerviosos.
El tormento de Kairos era insufrible, pero él sabía que en cuanto sus fuerzas le abandonaran, Eilis marcharía contra sus dos protegidos, debía aguantar y sufrir para darles cuanto margen necesitaran para cargar con la pequeña Carolina a cuestas hacia el Monte de las Almas.
Su voluntad era muy fuerte y el Atormentador jamás pudo quebrarla, pero su cuerpo ya estaba muy torturado y sus vísceras, todavía vivo, estaban escapadas fuera de su cuerpo.
- Muy bien… Kairos… me has divertido más que ningún otro ser a quien haya torturado… pero, tengo que volver a mis quehaceres, así que tendré que liquidarte definitivamente.

Con su poder mental, arrancó una enorme roca de la montaña la atrajo hasta ellos, aplastando el agonizante cuerpo de Kairos bajo de ella.
- Y ahora, angelito, despliega tus alas.

De debajo de la roca emergieron dos grandes y preciosas alas de plumas blancas que se enredaron en la piedra.
- Dramor, vuelve… por hoy ya me he divertido bastante, deja a ese niños que jueguen con sus ilusiones… su protector ha caído.

Eilis voló sobre Dramor hacia la antigua Tristam, donde se posó de nuevo sobre su torreón, a esperar nuevas órdenes.


Acto IX:EL MONTE DE LAS ALMAS

- Ygar y Satro, debéis avanzar hacia el norte, siempre hacia el norte, hasta que encontréis el Monte de las Almas, allí, preguntad por Verin, ella os dará las respuestas a todas vuestras preguntas. Corred!!!!

Dichas estas palabras, Ygar y Satro se sobresaltaron y sin entender el porqué debían huir y no plantar cara al Atormentador, tomaron el desfallecido cuerpo de la chica, extrañamente comenzaba a pesar demasiado como para ser un fantasma, y se alejaron corriendo del lugar, dejando a Kairos atrás.
Tras una intentona de ir tras ellos por Eilis, el hechicero saltó tras él y le agarró fuertemente por la espalda.
- No has terminado conmigo! �gritó Kairos-
- Cierto� aun no� Dramor� persíguelos, tengo asuntos que tratar antes.

La sombra del gran dragón alado los sobrevoló en dirección a los huidizos Ygar y Satro, quienes todavía estaban remontando el curso del río Entsteig.
- Oh no! Nos está alcanzando! �gritó aterrado Ygar echando la vista atrás y viendo como una inmensa sombra negra se arrastraba por la tierra con la forma de un dragón-
- No mires atrás y corre, corre todo lo que puedas! �contestó desesperado Satro quien sostenía la mayor parte del peso de Carolina- ¿cómo puede pensar tanto, si es un fantasma? �se preguntaba en voz baja continuamente-
- Ya hemos abandonado el valle de Aranoch, dentro de poco estaremos a salvo entre las montañas escarpadas, allí habrá muchos recovecos donde poder escondernos. �soñaba despierto Ygar- y entonces descansar.

La sombra del dragón desapareció tras ellos e Ygar se detuvo de súbito.
- ¿Y el dragón? �preguntó a su compañero esperando una respuesta-
- no deberíamos detenernos aquí ahora, está cerca y hemos ido en línea recta, debe estar planeando algo �contestó mientras miraba alrededor suyo-
- Estamos huyendo� de un fantasma� no hemos visto el dragón y sin embargo huimos� no nos enfrentamos a él y sin embargo desechamos la posibilidad de vencerle� ¿por qué nos subestimamos tanto?
- ¿Eres imbécil? Ese dragón es la montura del mismísimo Atormentador, créeme por Dios que no es una tontería, posee título de Rey de Dragones además, así que no dudes que sea fuerte. No es subestimarse, sino ser realistas.
- Lo siento� sigamos huyendo ya que se nos da tan bien.

Satro se calmó, en realidad había estado bajo mucha presión y debía desahogarse con alguien. Se disculpó ante Ygar y continuaron corriendo, dejando incluso el río Entsteig tras suyo.
Tras un poco de tiempo más corriendo, el territorio comenzaba a volverse yermo, seco, muerto. Las montañas ya no se veían nubladas por la distancia, eran completamente nítidas, aparecían los primeros montículos de rocas descompuestas, extraídas de montañas muy lejanas, como si una gran y súbita explosión las hubiera arrojado de su lugar de reposo milenario, desde muy, muy lejos.
Se detuvieron de nuevo a descansar, ya al candor de la luz del sol, recostaron sus agotadas espaldas contra una fría roca que había en el camino. Los rayos azotaban cruelmente con su intenso calor en sus empapados rostros de sudor mientras los ojos, llenos de miedo e incertidumbre, se abrieron como platos y sus pupilas se dilataron, sus bocas se abrieron y un hilo de voz, más débil que un susurro, planeaba ser un alarido, cuando escucharon el grito desgarrador y cruel, a la vez tan familiar y conocido� el Atormentador torturaba a su compañero y hasta entonces líder Kairos.
Al volver en sí mismos observaron cómo el cuerpo palidecido de Carolina estaba arrodillada en el suelo, con las mandíbulas desencajadas y una expresión de miedo y terror en el rostro les denotaba que algo aun peor que la muerte de Kairos estaba ocurriendo. Cuando corrieron a por ella para proseguir la huida del dragón, éste reapareció de debajo del suelo con un bramido atronador que hizo partirse la roca sobre la cual se habían recostado anteriormente.
Ahí estaba, flotando ante ellos, magnífico y orgulloso el dragón de Eilis. Por primera vez le veían e incluso podían aspirar el sucio hedor que emanaba de sus fauces entreabiertas. Un dragón enorme, alargado y alado, negro como el carbón, ojos amarillentos llenos de odio e ira, afiladas hileras de dientes y lengua viperina, con un cráneo rematado por una vastísima cornamenta.
Dramor estaba ante ellos, mostrándose implacable, ojeando en sus ojos, en lo más profundo de sus miedos, deleitándose con el sufrimiento de sus presas. Tenía las fauces ya abiertas y preparado estaba ya para lanzar ataques que acabaran con sus perseguidos cuando la voz de su amo resonó en su cabeza, haciéndole acudir raudamente hacia él para acatar nuevas órdenes.
- Nos hemos salvado de una muerte segura. �concluyó Satro cayendo rendido al suelo y apoyando parte de su cuerpo sobre la mellada espada-
- Carolina� ¿estás bien?

La fantasmagórica muchacha no respondió, simplemente giró su cabeza y con un rostro mucho más calmado y sereno lanzó una sonrisa de oreja a oreja para caer inconsciente al suelo.
- ¡Carolina! �exclamó Ygar-

Bastó una mirada entre ambos compañeros para tomar a su amiga en brazos de nuevo y continuar su largo peregrinaje a través de las montañas escarpadas y desnudas de lo que anteriormente eran las tribus bárbaras del norte.
El camino polvoriento e incluso con algunas plantas marchitas de las lindes del valle de Aranoch había dado paso a uno mucho más árido, inerte, carente de vida, piedras sueltas y resbaladizas, otras fijas y ancladas en el suelo, reposando en los lugares que durante milenios habían custodiado, únicas guardianas de una tierra muerta.
El sendero, rodeado por las montañas, parecía no tener fin, con tantas desviaciones, tantos giros, un complejo laberinto de roca y tierra que de no ir preparado podía suponer convertirse en una auténtica trampa mortal.
Las nubes que cubrían el astro rey habían ido desapareciendo, dando lugar a un despejado cielo, con los rayos del sol cayendo verticalmente sobre los tres peregrinos, sin una mísera sombra sobre la que encontrar cobijo del abrasador calor.
- Si esto prosigue nos deshidrataremos� -advirtió Satro en voz baja, ya apenas podía levantar el tono, tan extasiado como un guerrero tras veinte batallas como estaba, un ataque del enemigo hubiera resultado final-
- �
- No temas por ella� recuerda ese hechizo que conjuró� algo tiene que ver con todo esto� y debe ser algo importante cuando ni a sus compañeros se nos ha dicho nada. El Cielo no permitirá que le ocurra nada malo� almenos� por ahora, claro.
- Tras la historia del arcángel Tyrael, mi confianza en ese reino ha ido disminuyendo, ahora ya ni siquiera descartaría un complot entre cielo e infierno para terminar con nosotros.
- No seas tan pesimista. Vamos, pongámonos de nuevo en marcha, si he de morir moriré intentándolo� ¿qué dices?
- Digo que no hay otra opción. �dicho esto, cargó con el cada vez más pesado cuerpo de Carolina a cuestas dispuesto a continuar su largo camino hacia el norte, sin saber qué buscar, qué lugar encontrarán, ni por qué Dramor no les mató cuando tuvo ocasión sino que huyó-
- Bueno� Kairos dijo que debíamos encontrar a un tal Verin� me pregunto quién será y sobretodo qué será.
- Si nos lo dijo él, no creo que sea nada malo. Incluso desde que partimos del Castillo de Plata hemos sido guiados por uno u otro motivo hacia el norte. Supongo y no sé si desvarío mucho, que este tal Verin tiene que ver con la devastada ciudad de Harrogath y el Monte Arreat, convertido ahora en un siniestro cráter.

Tras esta descripción de Ygar, Satro recordó una conversación que tuvo con Kairos y su obsesión por citar una y otra vez el cráter Arreat.
- Ygar� parece que te desenvuelvas bien aquí� como si te supieras la geografía de lo que antaño eran las tribus bárbaras.
- Sí, mi padre, como rey que era me hizo aprender las geografías de todos los lugares de Santuario.
- Por tanto, te puedes orientar en este laberinto?
- Si supiera, ¿no crees que ya hubiéramos salido de él?
- Sí� es cierto�
- No obstante, pese que no conozco las grutas de este lugar, sí he visto planos y más planos sobre esta zona, más o menos me sabría situar en un mapa sin mucha ayuda.

La cara de Satro se iluminó como si un chorro de luz le enfocase desde el cielo, y con una sonrisa en el rostro, dijo a Ygar:
- Entonces, si estuvieras en un lugar elevado, podrías ubicarte?
- Lo más probable, pero no estoy muy seguro, ni siquiera de lo que buscamos. Hemos caminado ya tanto que ni siquiera se vería la verde pradera de Aranoch.
- Sube a esa montaña, intenta hallar la localización. �Ygar escaló la montaña una gran elevación, ciertamente, y una vez arriba hizo señas a Satro para indicarle que ya sabía dónde se situaban-
- Estamos casi en el centro de las montañas, hemos caminado bastante y correctamente hacia el núcleo.
- ¿Eres capaz de recordar dónde estaba Harrogath y el Monte Arreat? �Ygar agudizó la mirada entornando los ojos, mirando fijamente hacia el horizonte, pero apenas sin encontrar una pista clara-
- No, no soy capaz de divisar nada sobre ello. Dicen que antes del cráter Arreat hay una roca en forma de mano abierta pero nada de eso se divisa desde aquí.

Satro le hizo señas para que bajara, ya sabían al menos dónde se encontraban, sólo faltaba saber hacia dónde debían seguir.
- Tomaremos esta vía de aquí �dijo seguro Ygar- he comprobado que es la que más se adentra en las montañas, las demás rodean este lugar y salen de nuevo a Aranoch.
- Está bien, seguiremos por aquí, nunca te había visto tan determinado como ahora.

Prosiguieron el duro camino bajo el irritante sol cargando los macutos y Carolina hasta que cansados de tanto caminar decidieron sentarse a descansar un rato, por pequeño que fuera, debían recuperar fuerzas si no querían perecer en el intento de encontrar lo que Kairos llamaba el Monte de las Almas.
El dulce sonido del correr del agua les despertó de su liviano sueño. Sin duda alguna habían descansado lo suficiente como para lograr la recuperación de sus sentidos, al menos el del oído, pues antes jamás hubieran escuchado esa suave melodía de la naturaleza.
De nuevo, tras un juego de miradas, cogieron todos los bultos y a Carolina y corrieron como almas que lleva el diablo por los caminos escarbados en la dura roca, imposible de calentar aun bajo el abrasador Sol, buscando, como depredador que ansía cazar su presa, ese correr del agua.
Satro iba por delante y tropezó con una pequeña roca que salía en la superficie, plana con cinco protuberancias en el canto. Se detuvo a mirarla y llamó a Ygar quien le había adelantado.
- La roca de la mano� ¿es posible? �la ilusión por fin les acogía en su manto, con las caras de felicidad volvieron a poner la roca curiosa en el orificio de donde el pie de Satro la había expulsado y continuaron la marcha, ahora con mayor brío, por el camino que llevaban un buen rato siguiendo.

Tras varios giros y otras muchas rectas, por fin la última vuelta, el sonido lejano del agua había dado paso a uno mucho más intenso, más fuerte, como si fuera de una gran cascada, algo muy extraño estando en ese sitio.
Giraron la última vuelta y sus pies abandonaron el mundo de piedras y polvo para entrar en uno de hierba verde, floreciente, húmeda, fresca, viva. Era un espacio circular increíblemente grande, con la fresca hierba bordeando el entorno, dos grandes cascadas a los lados y frente a ellos, en el otro extremo de aquel paraíso, un colosal monte de piedra azulada, elevado vertiginosamente hacia el cielo, perdiéndose la vista sin llegar a alcanzar la cumbre.
- El monte� es�
- Sin duda alguna �completó Ygar- el Monte de las Almas.

Carolina se reanimó y corrió hacia la base del monte, siendo seguida por sus otros compañeros, y deteniéndose de repente ante la entrada al interior.
- Un monte� hueco? �se preguntó a sí mismo Satro-
- Exacto joven� -dijo una mujer ataviada con vestimenta de cuero negra y un báculo de madera, mientras bajaba por una escalera tallada en la roca viva del monte con todo lujo de detalles y dibujos en ella-

Si lo quería, su mirada ora gélida que podía helar el corazón de los hombres ora comprensiva que podía hacer sentirse a alguien en el propio seno materno, sus labios podían transmitir los peores conjuros de encantamiento y decir las palabras más dulces que se hubieran escuchado.
- Hola Satro, Ygar, Carolina� veo que no ha podido llegar Kairos� lástima� ya lo veré más tarde. Me presento: mi nombre es Verin y soy la Baronesa del Monte de las Almas, último lugar de paso de los espíritus de los difuntos en su búsqueda de la inmortalidad. Bienvenidos a mi feudo.



ACTO X:EL DEDO DE DIOS

Todavía no había comenzado el enfrentamiento entre Eilis el Atormentador contra Kairos y su grupo cuando en el infierno Belial, Dama de las Mentiras, Señora de las Piedras del Alma y Emperatriz del Infierno, meditaba en su oscura y retorcida estancia, custodiada por los dos Caballeros Reales Barakel y Nelchael.
- Adelante Belial, tú puedes hacerlo �se decía a sí misma en la soledad de su enorme alcoba mientras sus ojos contemplaban el tomo mohoso que tanto había estado leyendo recientemente y que ahora tenía delante de sí misma, en su atril, todavía cerrado pero que de un instante a otro abriría y escudriñaría en él-

Con la mano derecha firme tomó el dorso, acariciándolo con suavidad, notando como entre sus dedos se resbalaban las arcanas páginas dotadas con impronunciables conjuros. Retiró la mano, algo atemorizada pues el poder que estaba a punto de liberar podía causar el final de sus planes o beneficiarlos y pasar a la siguiente fase. Decidió proseguir, su voluntad inquebrantable frente al miedo de su corazón venció en la contienda y, con la mano derecha en el dorso, posó la izquierda sobre la cubierta, deslizándola hacia el canto superior derecho y abriendo así el libro.
Algo sobresaltó a la concentrada dama y la obligó a cerrar de súbito el libro, recelosamente posó las dos manos sobre él, como si alguien osara arrebatarlo de sus legítimas manos. En verdad, lejos de toda paranoia que cupiera en ese momento dentro de la intranquila mente de la Dama de las Mentiras, había una segunda presencia en la sala, un ser cuya identidad desconocía, en absoluto era humano ni celeste, pero tampoco parecía una presencia del infierno.
- ¿Quién eres? �preguntó la Dama mientras continuaba aferrando el libro con sus manos y la mirada recelosa en toda la sala-
- Soy un ser superior� más allá del bien y del mal� no busques mis orígenes en el infierno ni en el cielo �resonó la presencia en toda la habitación, alarmando a los Caballeros del Cielo que custodiaban la puerta en la parte exterior y penetraron violentamente en la misma causando gran estrépito pero sin ningún efecto, pues sus cuerpos se quedaron inmóviles en el aire, envueltos por un aura mística- ahora estaremos mejor�
- Si estás más allá de la frontera entre el bien y el mal� si no eres de ninguno de los tres reinos� ¿a qué has venido aquí?
- No conoces el verdadero alcance de ese libro �sonó de nuevo la misteriosa voz, proveniente esta vez de delante del atril donde Belial mantenía el libro. Una nube de humo envolvió el área y se vislumbró la forma del espíritu: un conjunto de huesos cubiertos por una armadura pesada, con las cuencas de los ojos vaciadas y todavía algunos pingajos de músculo adosados a los huesos. Belial se sobresaltó por el hecho y dejó de aprisionar el libro con fuerza-
- Conozco lo que puede hacer este libro� y es justamente ese poder lo que quiero convocar.
- El Poder no debe caer en manos de insensatos.
- El Poder es mío �reclamó Belial tomando el libro y abriéndolo por una página al azar. Al leerla una maliciosa sonrisa se dibujó en su cara y sus ojos se iluminaron de ilusión- este conjuro� sólo necesito este conjuro para desatar el Poder y ser dueña de él: dueña absoluta e indiscutible sobre la existencia, en unos parámetros ajenos a la muerte y a la vida: ser Una sola con la existencia.
- Quieres dominar la Fuente� no sabes los peligros que ello entraña.
- He conseguido Ascender, ahora sólo faltan dos pasos para conseguir mi propósito.
- Serás un Dios caído. �la presencia desapareció de la sala y se llevó todo el humo con ella. Los Caballeros Reales cayeron de bruces contra el suelo y haciendo reverencia salieron de la habitación levantando la puerta que habían tumbado anteriormente-
- Así que un Dios Caído� pues lo seré si ese es mi cometido.

Más decidida que nunca, abrió el tomo por la primera página, el aroma a viejo y a sabiduría contenida pronto embaucó a Belial en un profundo estado de receptora universal, todo era comprensible para ella, su cerebro y su mente asimilaban todos los contenidos que poco a poco iba leyendo, devorando con la mirada, murmurándolos en voz baja, avanzando página tras página�
Así estuvo Belial durante horas hasta que dio de nuevo con la página que, por deseos del azar, había aparecido anteriormente ante la presencia de aquél ser. Su lengua humedeció sus secos labios, frotó sus manos y se reclinó hacia delante para fijar todavía más la vista. A diferencia de las demás páginas y hechizos y conjuros, esta vez no murmuró, ni siquiera movió los labios, demasiado peligro entrañaba pronunciar una sola de las palabras ahí contenidas, podía desatar lo imposible por un accidente.
Saboreaba cada instante, cada momento era un placer efímero que desaparecía y reaparecía con cada palabra, con cada frase� y así siguió la Dama de las Mentiras hasta que terminó el libro, en el momento en que Eilis terminaba con la vida de Kairos y llamaba al dragón Dramor que estaba en pleno ataque mortal contra Ygar, Satro y Carolina.
Esa misma noche, tras haber descansado en su lecho mullido, conjuró un cristal de llamamiento, decidida a hablar con Eilis, el cual ya hacía rato que se encontraba en la renacida y tenebrosa ciudad de Tristam.
- ¿Cómo marcha la situación en Santuario?
- Todo está correctamente planificado. El último guardián ha perecido y los tres no sabrán salir de aquél desierto con vida.
- Eilis� si algo he aprendido de los fallos de mis anteriores, es que hasta que no veas un cadáver no des la pieza por cazada. Ahora mandaré a los Caballeros Reales a que terminen el trabajo.
- Puedo llevarlo a cabo yo perfectamente, mi señora.
- No dudo de ello, pero prefiero que mi brazo derecho haga otras tareas más adecuadas a su nivel que las que haría un simple mercenario. Tú, como Brazo de Dios, debes preparar mi llegada a Santuario.
- Sí mi Señora.
- Cuando llegue allí, marcharemos directamente contra el Monte de las Almas, debo terminar con Verin sea como sea.
- Entonces� a qué envía a los Caballeros Reales?
- Son traidores del cielo� no sé si serán también traidores al Infierno� por motivos de seguridad les envío como avanzadilla.
- Ellos son mis súbditos.
- Si ellos son tus súbditos, y tú eres mi brazo, ellos serán el Dedo de Dios. Y como tales espero que no dejen vida tras su paso. Quiero que pongan en asedio el Monte de las Almas, quiero que hagan podrirse la fresca hierba verde que crece en las inmediaciones, quiero que hagan secarse a las colosales cascadas que junto a ella caen, quiero que hagan temblar a las almas de los muertos antes que inicien su último viaje.
- Sí mi Dama.
- Dentro de poco seré algo más que Dama y Señora� mi fiel vasallo� serás gratamente recompensado.

Con una reverencia se cerró la transmisión entre ambos demonios. Belial había dado otro paso en sus planes y Eilis comenzó a dudar sobre la lealtad de su Señora.
- Dramor� ¿tú qué opinas sobre Belial? �preguntó acercándose a la cabeza del animal esperando una respuesta que jamás llegaría-

Por primera vez en toda su larga existencia, tambaleaba el pilar de la fe ciega hacia Belial, hacia su misma madre, que disponía Eilis en lo más profundo de sus entrañas.
El nuevo día no trajo mejoría en el estado anímico del demonio, se desenterró de su fosa y, tras haberse quitado la arena que llevaba encima, echó una mirada hacia la torre de la Catedral de Tristam, donde estaba esperándole su fiel mascota, con las alas recogidas y las fauces cerradas, con sus fríos ojos amarillentos mirándole fijamente, respetándole y exigiéndole el mismo respeto con sólo una mirada. Las pesadillas volvieron a su mente: la muerte de sus progenitores, la destrucción de su poblado, la aniquilación de toda su especie y la salvación de su miserable vida a manos de una mujer, la Dama encargada de la defensa de aquél pueblo: Belial, durante el Exilio Oscuro, durante las campañas dirigidas a eliminar las poblaciones rebeldes a Azmodán y a Belial.
- Eliminó a Azmodán sólo por poder� eliminó a Diablo, Mefisto y Baal, solo por poder� eliminará a los Caballeros Reales, a mis súbditos, sólo por poder� eliminó a Somarek sólo por poder� sólo quedaré yo� sólos tú y yo, Dramor.

El dragón pareció comprender estas palabras y, tras un estridente chillido, desplegó sus alas y planeó hacia donde estaba su amo, tendiéndole un ala para que subiera sobre él.
- No debemos permitir que esto ocurra� Belial debe detenerse o� ser detenida.

Dramor tomó impulso y salió despedido volando por el oscuro cielo que ocupaba, no solo la zona de Tristam sino también toda la región de Khanduras y el valle de Aranoch, lindante hasta las escarpadas montañas bárbaras.

El sol se alzaba imponente sobre el Monte de las Almas, lugar de residencia temporal de Ygar y Satro, quienes estuvieron casi toda la noche descansando en mullidas camas de polvo estelar, habiendo dejado a Carolina en las sabias manos de Verin.
Al poco de despertar, y como si ella lo supiera, las telas enjoyadas que cubrían el hueco de entrada a la sala se abrieron por las finas y delicadas palmas abiertas de Verin, que penetró en la estancia en penumbra y con un gesto de su cabeza, se levaron las otras telas que cubrían las ventanas, haciendo penetrar la luz y el calor solar a la habitación fría y húmeda que había dejado la noche.
- Bueno� adelante, ahora hay cierta calma� podéis preguntar todo lo que queráis �dijo la mujer complaciente mientras se sentaba en una trona y miraba a los jóvenes aventureros, los cuales tras una mirada cómplice, decidieron empezar su asalto de preguntas-
- ¿qué está ocurriendo? �preguntó con interés Ygar, pudiéndose ver en sus ojos la necesidad de saber, la curiosidad que le corroía desde dentro-
- Supongo que vuestros guardianes, tarde o temprano os habrán hablado sobre el Exilio Oscuro, la eterna guerra entre el cielo y el infierno� y más recientemente con la muerte de los Tres aquí en Santuario.
- Sí �contestaron al unísono-
- La tierra de Santuario se mancilló con la sangre de los Tres Hermanos, su llegada fue muy disimulada, pero cuando echaron raíces aquí, se volvieron más y más poderosos, corrompiendo el corazón y el alma de los mortales. Tras esto, ocurrieron los hechos de Tristam: muchos héroes acudieron pero sólo uno consiguió romper el vínculo humano-demonio de Diablo� terminando con la vida del arzobispo Lázaro y matando al recipiente del Ser Maligno: el príncipe de Khanduras, Albretch. El héroe que llevó a cabo tal empresa, extrajo la piedra del alma de Diablo del mutilado cuerpo del inocente infante, incrustándosela en el cráneo, para servir como prisión del Mal� pero como todos, como todo, fue corrompido y el Diablo echó raíces en él, y se dirigió a liberar a sus dos Hermanos: Baal y Mefisto, para volver al Infierno y terminar con la rebelión. No obstante un nuevo �héroe� se irguió sobre los demás y terminó con las vidas de Mefisto y de Diablo� pero Baal huyó al Monte Arreat, donde se encontraba la Piedra del Mundo, para corromperla. En la mismísima estancia de la Piedra, el héroe terminó con Baal, pero fue tarde y el arcángel Tyrael tuvo que destruir el recinto sagrado, provocando cambios físicos y humanos en nuestro mundo.
- Eso lo conocemos, pero no nos dice qué intenta hacer ahora Belial� -interrumpió Satro la explicación-
- Cierto� pero esto os servirá para refrescaros la memoria� no hablamos de un cuento sino de realidad� esos Tres eran tan reales como vosotros. Ahora Belial, haciéndose pasar por el héroe que terminó con los Tres Hermanos, tiene todas las piedras del alma, asesinó vilmente a su compañero Azmodán y reúne en sí mismo las cinco esencias del mal. Eilis es su brazo ejecutor, Somarek era el brazo mágico y consejero de confianza, pero tememos que este lado cuerdo haya sucumbido y permanezca sólo Belial y el Atormentador. La oscuridad ha llegado ya a nuestras puertas: el dominio de Belial se extiende desde la punta sur de Khanduras hasta la entrada a las montañas bárbaras. No sabremos cuánto resistiremos pero si el Monte de las Almas cae� -dejó inconclusa la oración, con la mirada perdida en la pared mientras un escalofrío le recorría la espalda y la hizo volver en sí misma- si esto cae� supondrá un fuerte golpe contra Santuario, somos el nexo de unión entre el Cielo y el mundo mortal.
- ¿Qué le ocurre a Carolina? �preguntó Ygar temiendo por su compañera-
- No temas por ella, está cumpliendo con su papel para ayudarte� debía conjurar ese hechizo y ahora está almacenando fuerzas para terminarlo.
- ¿Qué es ese hechizo? ¿qué poderes tiene? �dijo con calma Satro tras poder leer entrelineas de lo que decía Verin y tras hallar en los ojos de la misma la explicación, una explicación que Ygar no quería ver y que incluso a él le resultaría dolorosa-
- Ese hechizo� se llama Conjura del Ángel� en cuanto a sus efectos� no sé si debería comentároslos ahora�
- Adelante por favor� -concluyó Ygar resignado esperándose lo peor y sin querer aceptarlo-
- Carolina no era un fantasma por casualidad� necesitábamos un cuerpo muerto� un ser etéreo� porque uno normal no podría soportar el dolor, enloquecería con el mismo y terminaría siendo lo contrario a lo que se quería curar. El hechizo de la Conjura necesita del sacrificio voluntario de un alma� en este caso, la de Carolina. A cambio, se iría convirtiendo en un ángel: dejaría de sentir, dejaría de oler, dejaría de escuchar, dejaría de saborear, dejaría incluso de ver� hasta que, llegado el momento, recitara la parte final del hechizo, que se convertiría en un ser celestial� y podría emplear su energía en sacrificio de alguien.
- Entonces� ahora mismo Carolina no es más que un cuerpo con sentimientos pero sin ningún sentido. �dijo amargado Ygar-
- Sé lo que sentías por ella� pero esto no pasa porque sí�las cosas aquí no pasan por simple azar� hay una explicación.

Mientras tanto, en el Infieno Belial abría un portal a Barakel y Nelchael justo en la entrada a las tierras bárbaras, con las órdenes claramente establecidas: Destruir los cimientos del Monte de las Almas así como cualquier resistencia al supremo poder del infierno.


ACTO XILA MUERTE DE SANTUARIO

La corte de Belial comenzaba a traspasar el umbral del portal oscuro que los llevaría hasta el mismísimo corazón de Tristam: la Catedral. Primero un grupo de arlequines danzantes, con sus caras de colores blanco y negro, ataviados con sus tan típicos trajes ceñidos a cuadros bicolor, bailaban frente a la comitiva, lanzando sus varas al cielo para cogerlas correctamente antes que cayeran al suelo, estirando los elásticos lazos multicolores, lanzando llamaradas de fuego por la boca, conjurando pequeños hechizos muy vistosos� así comenzó a penetrar la Corte de la Dama por el portal. Seguidos estaban estos por un grupo de notables demonios, equipados con sus mejores y más lujosas armaduras y armas, seguidos por sus monturas: dragones, lagartos, golems, espíritus� con muy rica vestimenta. Finalmente, el séquito real, los seres de mayor confianza de Belial: el Sumo Sacerdote que ofició la ceremonia de Ascensión y un demonio encapuchado, con toga negra, ojos rojos y andar muy tranquilo. Tras ellos y una larga serie de animales singulares, aparecía, sobre un elevadísimo carromato exquisitamente decorado, con todo lujo de detalles, la Soberana, Belial, en todo su esplendor, con un traje celeste, de bordados dorados, una pamela beige y una máscara de plumas que le cubría la parte de los ojos. En sus manos disponía de un cetro y un bastón. No era ella la que cerraba la comitiva, pues todos los soldados del Infierno iban tras ella, y finalmente, en un cofre altamente defendido, el libro que tanto estuvo leyendo anteriormente.
Una sonrisa maliciosa se difuminaba en la cara de Belial mientras traspasaba el portal y olía el aire putrefacto y corrompido de Tristam.
Los demonios que precedían a la cabalgata, junto a los que cerraban la comitiva infernal, entonaban al unísono, perfectamente acompasados, canciones de halago hacia Belial y su magnificencia, a su poder y su crueldad:

Maius potestatis
Nostra dama
Belial
Absoluti domine
Belial

Eh! Simpadel
Naioquel farewel
Belial!

Su! Semastris
Pofitis sonioris
Belial!

Ah! Maiotas
Meferas baleras
Belial!

Maius potestais
Nostra dama
Belial
Absoliti domine
Belial

Belial, con su cara de regocijo, déspota terrible de donde los haya, traspasó finalmente el portal oscuro creado por la fuerza de sus cuatro piedras, llegando inmediatamente a Tristam, donde fue calurosamente aclamada como Reina del Infierno y de Santuario. El virrey de la Ciudad Fantasma acudió a recibirla personalmente y le indicó el camino hacia el atrio de la catedral, donde Belial debía acudir.
- Mi serenísima Dama Belial, por fin habéis vuelto a esta ciudad �dijo el virrey mientras le besaba la mano- esperábamos largamente vuestra llegada� como podéis observar, todo está perfecto, tal y como ordenó vuestro lugarteniente Eilis.
- Sí� todo está tal y como debe estar� el cielo oscuro, la ciudad reconstruida con la magia del infierno, la Catedral omnipresente� pero falta una cosa �respondió Belial mientras bajaba de su carroza acompañada del virrey y seguida por el Sumo Sacerdote y el demonio que le acompañaba- ¿dónde está Eilis?

La cara del virrey palideció de repente, temía responderle pero sabía que si mentía, Belial se daría cuenta, prefirió eludir la pregunta y quiso cambiar de tema, pero su voz tartamudeó y se puso nervioso, tanto que hizo reír a la mismísima Belial a plena carcajada, en todos los recovecos de Tristam y de la negra sombra que cubría el mundo se pudo escuchar nítidamente el sonido de su risa.
- Virrey� vos no debéis de disculparos� simplemente decidme dónde ha ido mi lugarteniente� no os excuséis por él.
- Fue hacia� el Monte de las Almas, a por sus súbditos Barakel y Nelchael.
- Dio alguna excusa? �preguntó irritada la Soberana-
- Dijo que no quería que muriesen.

Estas dos respuestas incrementaron la furia interna de Belial hacia límites insospechados por ella misma, casi la había traicionado y encima dudaba de sus actos.
- Está bien� no importa� sigamos con lo previsto� -concluyó ahora sí, con un tono más calmado- lléveme al atrio virrey.
- Como vos ordenéis, mi Dama. Por favor, por aquí. �indicó con un suave gesto de su mano el virrey a Belial, incitándola a penetrar en la Catedral-

Ante Belial se abría una Catedral gigantesca: una planta con tres naves, columnas retorcidas y de gruesos volúmenes que terminaban en arcos apuntados y en gárgolas, dos sobre cada columna. Al fondo de la nave central: un altar, anteriormente usado por los sacerdotes de Zakarum y ahora corrompido, donde se oficiaban ceremonias satánicas y rituales oscuros. Junto al altar, dos escaleras de caracol: una que quedó derruida e inaccesible tras el primer enfrentamiento con Diablo hacia el piso inferior, y otra hacia arriba, llevando al piso superior. La decoración de la planta baja era muy rústica y pobre en detalles: unos bancos de madera carcomida, unos pocos crucifijos en las paredes y diminutas pinturas sobre las paredes, pinturas que habían sido manipuladas y que de mostrar un paraíso, mostraban ahora horrores indescriptibles y sádicos.
Tras subir al primer piso, Belial respiró el húmedo aire, típico de salas con poca ventilación, en este piso no había nada de decoración, ni bancos, ni ventanas, simplemente dos focos de luz: el de la escalera de entrada y el de la escalera de subida, situada en el otro extremo de la planta. Se habían terminado ya las columnas y las gárgolas, los altares y los crucifijos.
Llegó al segundo y penúltimo piso de la Catedral, tras un largo ascenso, una densa iluminación cegó los ojos de Belial, el aire corría a chorros, una muy rica ventilación había invadido la sala, la luz del fuego de las antorchas, cubiertas con esferas de cristal, dibujaba siniestros rostros y formas sobre las paredes y el techo. No había ni un solo banco, pero a cambio las paredes estaban repletas de cuerpos sacrificados y del techo pendían como triunfo cabezas degolladas salvajemente con instrumentos vagamente afilados o cuando no, arrancadas con las propias garras. Allí se detuvo el encapuchado que había acompañado a la comitiva como alma errante se apartó hacia uno de los rincones y se sentó sobre el suelo.
Finalmente llegaron al último piso de la Catedral: el Atrio. Una sala circulas, con una escalera que recorría toda la pared y daba hacia el campanario y el tejado. La bóveda, de media esfera, estaba decorada por una cruz ondulada pintada en cobre y un círculo envolviéndola tres veces. En el suelo, dos candelabros daban luz a la sala de noche, mientras que con numerosos vanos en las paredes, alargados y estrechos, se la daba de día. Las paredes con muchas pinturas, ilustraban el panteón del infierno, siempre en forma de espiral, hasta que terminaban en la gran cúpula. La escalera que corría en torno de la sala, simulaba la lectura de las imágenes por parte del espectador.

- Aquí seré un Dios� -dijo en voz baja Belial mientras portaba en su mano el cofre con las cuatro piedras- aquí empezaré mi mandato� desde aquí, daré muerte a Santuario.

Estas palabras satisficieron el corazón de los dos demonios presentes: el virrey y el Sumo Sacerdote.
- Por favor� virrey� acompañe al Sacerdote a su alcoba� hoy va a ser un día memorable.






- Esto es un laberinto, no encontraremos jamás el Monte de las Almas� -dijo abatido Nelchael a su compañero-
- Debemos hacerlo por Eilis� y por el amo.
- El amo� es cierto� si no cumplimos las órdenes de Eilis, nuestro amo se enfadará con nosotros.
- Si este mundo se va a venir abajo� qué importa que aquí haya montañas? �preguntó irónicamente Barakel-
- ¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir?
- A esto�

Barakel extendió una mano hacia delante y las montañas que había frente a él se derritieron, diluyéndose lentamente hasta que no quedó nada de ellas. Tanto tiempo soportando el paso del tiempo y la explosión de la Piedra del Mundo y un rayo de los ángeles las convirtió en recuerdos.
Frente a ellos se había abierto un amplio camino hacia el centro de las tierras yermas del norte. Continuaron caminando por él, derrumbando las montañas que se alzaban frente a ellos, y no les fue difícil encontrar aquél paraíso perdido en el yermo. Como un diamante sobre estiércol, así brillaba el blanquinoso Monte de las Almas, con su exuberante vegetación y sus dos cascadas, sobre el resto del territorio: yermo, arenoso, hostil, sin vida.
De entre los dos ángeles, fue Nelchael el que se adelantó hacia la escalinata que daba acceso al interior, seguido de su compañero. A pocos metros se detuvieron por orden expresa de Verin, que asomaba en el umbral de la puerta.
- ¿A qué se debe este honor? �preguntó sarcásticamente la baronesa- ¿Qué hacen dos ángeles caídos frente al Monte de las Almas?
- Tan sagaz como siempre� pequeño escorpión del desierto� Belial y nuestro amo nos han ordenado que� limpiemos el último bastión de luz que queda al oeste de los Mares Gemelos.
- Vuestros señores necesitan de mucho territorio para vivir, no es así? El infierno, parte del cielo, parte de Santuario� dadles un mensaje de la baronesa de este bastión: quedaos en lo que tenéis y no metáis aquí vuestros sucios olfatos.
- Sabes que eso es una petición con términos inaceptables para nosotros� entrega el Monte� por las buenas o por las malas.
- Nelchael� no debemos ser tan agresivos� mírala� tan indefensa� arrinconada en su guarida� un copo de nieve que el calor olvidó borrar�

Barakel comenzó a acercarse a Verin, subiendo las escaleras lentamente. Frente a tal ofensa, Verin emergio completamente del umbral de la puerta y desenfundó su espada, al igual que el ángel, al cual se unió Nelchael y entre los tres contrincantes mantuvieron un constante duelo de espadas.
Una patada de Barakel a su adversaria en el estómago fue suficiente para que ésta perdiera el control y cayera rodando por toda la escalera, perdiendo el arma en lo alto de la misma. Conmocionada intentó erguirse pero la opresión de la pierna de Barakel sobre su columna vertebral era tan intensa que no podía levantarse.
- Vaya vaya� una baronesa a nuestros pies� -dijo Nelchael poniendo el frío filo de su espada en el cuello de Verin-
- Cerdos� sois la deshonra, no sólo de los ángeles sino de las tropas de Belial.

Nelchael elevó la hoja y lanzó un golpe contra el cuello de Verin intentando cortarlo. No llegó a impactar la hoja contra la baronesa pues desde el umbral de la puerta, Ygar había observado el panorama y, con la espada en la mano derecha, había bajado sigilosamente las escaleras y apuñalado a Nelchael por la espalda, extrayendo el filo del arma por su pecho, quebrando las costillas y partiendo el corazón, los pulmones y los tejidos musculares.
La hoja ensangrentada fue extraída por la misma mano que la introdujo en el cuerpo del ángel lentamente, para luego, con un certero movimiento, sajar la cabeza de Nelchael, cayendo ambas partes del cuerpo, ya sin vida, al suelo.
A Barakel le salpicó la sangre de su compañero sobre su brillante armadura y poco a poco se fue alejando de la escena, hasta que sus pasos hacia atrás toparon con un obstáculo: alguien se había interpuesto en su huida. Miró hacia atrás y le sorprendió ver a Eilis allí, contemplando la sangrienta escena, viendo a una abatida Verin, un muerto Nelchael, ensangrentado Barakel y asesino Ygar.
- Barakel� ¿qué ha sucedido? �preguntó Eilis mientras la voz le temblaba y apenas podía concentrarse-
- Mi señor, qué hacéis vos aquí? Deberíais estar con Belial, sois su lugarteniente.
- Ella os ha enviado aquí para que fuerais carne de cañón y yo no quiero eso para mis ángeles

Una voz tronó en la mente de Eilis. Sin duda alguna era Belial, con un tono entre enfurecido y colérico.
- Mi lugarteniente debería estar aquí, en Tristam, y no perdiendo el tiempo intentando ayudar a dos ángeles caídos.
- Belial� son mis siervos y tú no tienes control sobre ellos. �no debería haber dicho estas palabras, pero eran las que su mente y su corazón le gritaban-
- Eilis� te necesito aquí, ahora más que nunca. Cuando tenga el control sobre todo, podré resucitar a Nelchael y a Barakel. Pero ahora te necesito a ti, y ellos necesitan que tú estés aquí conmigo para una gloria futura.
- Barakel� -no llegó a terminar la frase cuando vio los ojos del ángel-
- Adelante, ve con ella, yo les contendré aquí de mientras.

Su tono seguro y su fuerza al agarrar la espada le dieron confianza a Eilis para que, subido sobre su montura, ambos desaparecieran para reaparecer inmediatamente en Tristam.
- Y ahora que se han ido todos� continuemos. �dijo Barakel a Verin, que ya se había incorporado y estaba en lo alto de las escaleras-
- Barakel� te están utilizando.
- Él ha hecho más de lo que debía por nosotros, ha desobedecido a la mismísima Belial por ayudarnos� eso no lo hacen todos.
- Cierto es que eso nadie lo hubiera hecho� pero� -Verin no llegó a terminar la frase cuando vio que sobre ellos, desde el sur, desde la mismísima Ciudad Fantasma de Tristam, avanzaban imponentes ondas concéntricas de destrucción, arrasando toda la vida, todo el territorio a su paso-

La baronesa no tardó en entrar en el Monte junto a Ygar donde estarían a salvo de la destrucción y del Caos que sobre ellos se avecinaba. Un estridente grito, proveniente de Barakel, que había quedado fuera del Monte, y un inminente choque de las oleadas contra los muros de la fortaleza, hicieron palpable que Belial ya estaba en Santuario dispuesta a todo.





- El conjuro ha dado resultado mi Dama. �informó el Sumo Sacerdote- la explosión de fuerza ha arrasado completamente el oeste de los mares gemelos e incluso el sur de la zona de Travincal. Las Islas de las amazonas han quedado sumergidas bajo el mar, que ha demostrado su fuerza destructora.
- Bien� y el Monte de las Almas? �preguntó la fatigada Belial en el momento en que Eilis entraba en la puerta-
- Las noticias que tenemos de allí es que todo el sistema montañoso que lo envolvía ha desaparecido, ha sido erradicado de la faz de Santuario, quedando en pie únicamente la fortaleza de Verin.
- Verin�. Siempre Verin� habrá que terminar con esto de una vez por todas� jajajajaja

El cuerpo de Belial se difuminó hasta desaparecer completamente de la Catedral.




- Rápido, Ygar, Satro, cuidad de Carolina� la muerte de santuario ha comenzado, un ser tan puro no debe permanecer aquí. �dijo Verin mientras acompañaba a los tres invitados por el interior del Monte de las Almas-.
- ¿Qué ocurre? �preguntó Satro quien cargaba a cuestas a Carolina-
- Belial ha comenzado a destruir este mundo, os daré el pase al Cielo, allí estaréis seguros. Recordad que el Gran Tribunal estuvo en contra de Tyrael� yo, si fuera vosotros, no me pasaría mucho por allí.
- ¿Cómo puede destruir este mundo?
- Al parecer encontró el hechizo definitivo de la magia negra: el Gran Grimoire. En él hay dos grandes conjuros: la Aniquilación y el Mundo de los Recuerdos. Mediante el primero, tiene el poder de arrasar mundos, y mediante el segundo, puede acceder al control de la fuente misma del Poder.

Finalmente el grupo se detuvo frente a un gran haz de luz, casi a la cima del Monte de las Almas.
- He ahí la entrada al Cielo para los vivos. Aprovechad la ocasión� id raudos si queréis vivir!!

Verin empujó a Satro, quien cargaba con Carolina, hacia la luz, desapareciendo en el acto.
- Ygar� Carolina está preparada para la Conjura del Ángel� no debes reprimirla� recitar ese hechizo es, precisamente, su razón de ser.
- Comprendo�

Ygar saltó sobre el haz de luz y desapareció completamente de Santuario justo en el instante en que Belial apareció bajo del Monte de las Almas. Su presencia fue sentida inmediatamente por Verin, quien corrió a presentarse ante ella.

- Exijo una disculpa! �alzó la voz Verin en cuanto abrió la puerta para salir al encuentro con la Dama de las Mentiras-
- Tú calla, no tienes potestad para hacerme preguntas. Eres lo único que el principio del Gran Grimoire no ha podido arrasar en esta zona� así que me toca actuar a mí.

De su dedo índice emanó un finísimo rayo de luz que traspasó la cabeza de Verin.
- Ale, trabajo completado con éxito rotundo.

De una sola mirada incendió el interior del Monte de las Almas, el cual, ya sin el poder espiritual y mágico de Verin, se deterioraba por instantes hasta que la piedra terminó por ser fundida por el fuego de Belial.
- Nadie se puede oponer a mí� tengo el poder absoluto, y ahora, el infierno y Santuario serán UNO!



ACTO XII EL SEÑOR DEL CIELO


- Su ilustrísimo Aribel, tenemos información sobre una intrusión de tres personas pertenecientes al plano inferior a través del Haz de Verin.
- El Haz de Verin sólo debería ser utilizado en momentos extremos� alguno ha sido identificado como Verin o Baronesa? �preguntó mentalmente al mensajero-
- No mi señor, simplemente ha sido detectada presencia extraña, ninguna ha sido identificada como tal, pero los Ojos Guardianes nos han revelado las formas físicas de los tres individuos: dos machos jóvenes y una extraña hembra.
- Mi corazón me advierte de un peligro inminente� por favor, retírate de mi alcoba, consultaré en mi soledad y luego debatiré con el Gran Tribunal. No dejéis de investigarlos, no quiero que se les pierda de vista a ninguno.
- Como vos ordenéis, su ilustrísimo Aribel.

El mensajero alado salió de la iluminada habitación y cerró tras de sí las pesadas y gruesas puertas de oro macizo que guardaban la alcoba de Aribel. En el interior, mientras tanto, con un simple pensamiento se cerraron las ventanas y se bajaron las persianas, llenando la iluminada y pura habitación circular de techo alto, en una tétrica sala oscura donde la única luz provenía del fogón central.
Aribel marchó hacia una de las innumerables estanterías repletas de libros y textos y extrajo de su sitio uno con una cubierta distinta a la de los demás. Como si fuera por arte de magia, la hoguera se apagó sumiendo a la sala en una eterna sombra que se iluminó seguidamente por una fantasmagórica luz, proveniente de un agujero que se había abierto en lugar de la hoguera, emanaba tan pálida y celeste luz de un cristal romboidal del tamaño de una persona.
Aribel se situó frente a aquél romboide y esperó arrodillado hasta que una voz emanó del cristal.

- ¿Cómo va tu tarea mi fiel servidor? �preguntó la voz-
- ha sido interrumpida, a causa de la intromisión de tres personas provenientes de Santuario� y de las cuales temo que sean lo que pienso.
- Tres� personas�
- Dos varones y una mujer.
- Está bien� son fugitivos del control de Belial� debes atraparlos� y devolverlos� yo en persona acudiré a darles su merecido.
- Mi señor� si son los Tres Elegidos, creo que necesitaré de ayuda.
- Si todo va según me has ido notificando diariamente, mi preciado Asmodeo, el Gran Tribunal deberá estar a tus pies� utilízalo como hiciste hace 22 años.
- Mi señor Eilis� haré cuanto esté en mi mano.

Dicho esto, el cristal dejó de brillar y se fue ocultando en el interior del suelo, para dar paso a la hoguera. Las persianas se elevaron y las ventanas se entreabrieron, dejando penetrar la fresca luz en aquél ambiente consumado de oscuridad y corrupción, Asmodeo se volvió a cubrir el cuerpo con su toga blanca y pulcra y volvió a ser Aribel, el corrupto señor del Cielo.

- Las figuras están listas� es hora de que los hábiles usemos nuestras jugadas� ahora toca dar el golpe de gracia al Tribunal� lo someteré a las órdenes de Eilis, le extirparé cualquier poder que tengan, dejándolo como un vegetal, absorberé yo los plenos poderes.

Aribel abrió las puertas y salió por el pasillo que ante él se extendía, iluminado, con el suelo decorado con motivos circulares dorados sobre fondo blanco. Torció a la izquierda y bajó por la gran escalinata que daba al patio central, un jardín fresco con una fuente de cristal en su centro simbolizando el poder etéreo de los ángeles. En el patio, rodeado de columnas que terminaban en finas y delicadas estatuas de pequeños querubines, tomó la salida de la izquierda y prosiguió por el nuevo camino que se abría a sus pies, la rica decoración y el exquisito gusto de los constructores de aquél honeroso palacio estaba plasmado en cada rincón del mismo: siempre había figuras, grandes o pequeñas, cuadros estampados en las paredes pintados al fresco, o alguna que otra fuente, pero ninguna sala era tan bella como la del Gran Tribunal, que se hallaba ya ante Aribel.
La larga capa de Aribel se detuvo ante las lujosas puertas de la sala del Gran Tribunal del cielo.
Se abrieron lentamente, hacia el interior, sin levantar el más ligero sonido. La estancia, totalmente iluminada por la saludable luz, constaba de un jardín circular central, con una gran fuente con una figura de una corona de cinco puntas circulares y una interior más alta que las demás. Rodeando en semicírculo al jardín, cinco enormes pilares de cristal opaco y brillante se alzaban majestuosos hasta casi el techo de la estancia, situado a treinta metros de altura con una cúpula donde estaban dibujadas cinco grandes caras rodeando a un cuadrado con un círculo inscrito.
Tras el paso de Aribel se cerraron las puertas con el mismo sigilo con el cual se habían abierto y los pilares comenzaron a brillar con distintos colores: rojo, azul, amarillo, verde y rosado, cada uno simbolizando los distintos reinos en que se dividía el Cielo: el reino del fuego, del agua, del desierto, de la jungla y de la montaña.

- señores del cielo, me presento de nuevo ante sus altezas.
- Sea bienvenido el señor del Cielo. �dijeron los cinco pilares al unísono-
- He acudido a sus majestades incitado por una importante alarma que ha sacudido la seguridad y orden en todo el Cielo y de la cual vengo a informaros con el fin de que se tomen las medidas oportunas para paliar una próxima crisis.
- Adelante, habla ante nosotros Aribel, señor del Cielo. �volvieron a decir los Cinco-
- Se trata de tres seres de Santuario que, osando utilizar el Haz de Verin tras el fallecimiento de ésta y aprovechándose de la crisis que está sacudiendo en estos momentos a Santuario, han traspasado las barreras entre lo humano y lo divino adentrándose sin el consentimiento de ninguna de vuestras altezas en este nuestro reino.
- Cierto es que ni el rey del fuego, ni la reina del agua, ni el jeque del desierto, ni el señor de la jungla, ni el jefe de la montaña aprobaron ni tuvieron constancia de tal atrocidad. Cierto es que Verin no nos comunicó nada, bien por haber fallecido no lo pudo comunicar, o bien porque fue a espaldas de la misma cómo ellos aprovecharon para colarse.
- De todas formas �continuó Aribel- han traspasado las barreras y han comenzado a cometer crímenes contra la guardia celeste que ha acudido.
- Cualquier intrusión en nuestro reino es ilegal, cualquier acto de asesinato o violación del orden, es ilegal.
- Así pues me gustaría demandar tales comportamientos ante el Gran tribunal, si él así lo considera oportuno.
- Oportuno es, sin duda alguna, que se tomen medidas contra este grupo que ha penetrado en nuestras fronteras sin nuestro consentimiento.
- Hay otro tema que me gustaría tratar con el Tribunal� he comentado anteriormente la urgencia que sufre Santuario con respecto a la invasión. Defendiendo los ancestrales caracteres del cielo, no tomaré medidas, pero si precauciones, por lo cual, para que todo sea realizado y ordenado con la menor tardancia y la mayor celeridad y eficiencia, reclamo para mí los poderes de este Tribunal, simplemente en un corto período de tiempo, mientras dure el conflicto en Santuario, para seguidamente devolver todos los poderes a sus majestades, las cuales permanecerán como reinos de sus territorios pero sometidos a mi autoridad.
- Aribel, comprende que lo que pides es muy inseguro y de probable inestabilidad en nuestro mundo. Suponemos que lo habrás meditado concientemente y no habrá sido fruto de la contradicción que estamos sufriendo en estos momentos, con espías en nuestros territorios y con una nueva fase de la Eterna Guerra que enfrenta al Cielo y al Infierno. Tenemos fuerza suficiente como para devolver a los demonios a su oscuro abismo, pero queremos que los humanos se valgan por sí mismos. Confiamos plenamente en ti, sabemos que pondrás fin a la guerra, al Gran Conflicto, por ello, los Cinco hemos acordado por unanimidad cederte plenos poderes.
- Estoy muy agradecido.
- Dicho esto� nos retiramos a nuestros reinos. Cuando nos necesites de nuevo, haznos llamar.

Las cinco piedras cesaron de brillar y volvieron a sus pálidos colores de antaño. Aribel acababa de obtener para sí mismo el control total, el dominio absoluto del Cielo, un mundo ahora en manos de un ser corrupto por el mal.

Había pasado ya un mes desde estos hechos, desde que el corrupto Aribel tomara el poder del Cielo con el consentimiento del Gran Tribunal, y Satro Ygar y Carolina no habían dado muestras de vida, todo el Cielo estaba siendo escudriñado por las milicias celestiales, con orden de matar si oponían resistencia y llevarlos ante Aribel, pero durante un mes no habían dado éxito alguno, ninguna información se había filtrado en palacio y el Señor ya estaba impaciente, a parte, Eilis comenzaba a ponerse nervioso pues cada vez veía más inepto a aquél que él mismo había designado en el cargo, ¡ni que fuera tan difícil encontrar a tres personas de distinta naturaleza en tan pequeño espacio!, le exhortaba cada vez que parlamentaban ambos. Mientras tanto, Belial gozaba del pleno poder en Santuario, expandiendo su maligna influencia más allá de sus fronteras, atrayendo para sí misma absolutamente todo Santuario a excepción de las inquebrantables tierras de los amantes de la naturaleza, los druidas, que durante más de un mes resistían la embestida imparable de las hordas infernales que destruían su preciada tierra madre.

- Hijos míos �dijo un anciano pequeño que se acariciaba su voluminosa barba gris mientras se mecía en su mecedora adelante y hacia atrás- lleváis aquí ya dos meses� no habéis pensado en hacer algo con lo que nos habéis contado? Dicen que El Gran Tribunal es muy justo�
- Señor Adalbert, estamos esperando a que Carolina se recupere, ya le falta cada vez menos, dentro de unos pocos días podrá volver a sentirse bien� y ser ella misma� -dijo suspirando Ygar mientras miraba el embellecido rostro de la joven, más humana que nunca, con su piel rosada, sus mejillas sonrojadas y sus rubios cabellos reposando sobre la almohada-
- Está bien, está bien� sólo un poco más�

Esa misma noche se anunció en todos los pueblos de los cinco reinos que componían el Cielo, que quien tuviera información sobre los tres fugitivos, y no la comunicara voluntariamente, seria ejecutado públicamente. Firmaba la sentencia condenatoria Aribel el Magno.
Tras la comunicación del Bando, fueron muchos los ángeles que brotaron del palacio imperial en todas direcciones, dirigiéndose a todos los barrios del Cielo, registrando casa por casa, puerta por puerta.
El temor cundió en casa del señor Adalbert, el cual decidió que ya era hora de estar ayudando a tres extraños que se alojaban en su casa, que consumían sus bienes y que, involuntariamente, habían dado muerte a su mujer Celestina, una anciana de muy avanzada edad, mientras recogía flores frente a un precipicio, muy comunes estando en el Reino de la Montaña.
Sin pensárselo más veces, Adalbert se enfundó el abrigo y salió a la eterna noche, hacia el palacio imperial de Aribel.
Tardó menos de lo que esperaba pues ni la ventisca era tan fuerte, ni la distancia tan grande como él suponía. Al llegar allí comunicó al Mayordomo de palacio que tenía información muy valiosa para su Señor, y que necesitaba tener audiencia con su Alteza inmediatamente. Apenas el mayordomo desapareció por la puerta, las principales se abrieron de par en par y de ellas salió Aribel, con el pelo canoso recogido atrás y un largo manto plateado con detalles en oro. Con las manos abiertas le dio la bienvenida y le incitó a entrar en la Alcoba Imperial, anteriormente la sala del tribunal.
- Bien� apreciado Adalbert� qué información es ésa de la que disponéis?
- He estado alojando en casa a los tres seres que su Alteza, en el Bando de esta noche, reclamaba para la justicia.
- Perfecto� sois un ciudadano honrado Adalbert� nunca olvidaré tal gesto de gratitud� -sus palabras comenzaron a volverse más y más fuertes, su cara hacia gestos de enfado y reproche cuando hablaba y los ojos estaban iracundos- nunca lo olvidéis!!! Este es mi reino y aunque los hayáis entregado, vos los habéis mantenido!!!
- Pero mi señor�

Adalbert no terminó la frase cuando un humo verdoso emanó de debajo de él derritiéndolo en un gran charco de mucosidades verdes y pegajosas.
- He ahí el castigo por traición. Guardias, registrad su casa, que no quede piedra sobre piedra, incendiadla, traedme aquí a los huéspedes.

Esa misma noche fueron llevados los tres humanos de Santuario ante su Alteza Aribel.
- así que vosotros sois los que tantos problemas me han estado causando� -dijo el soberano mientras paseaba de aquí a allá de la sala-
- Aribel, nosotros no hemos hecho nada� Verin nos abrió el Haz de luz en el Monte de las Almas. �contestó Satro-
- Y nos dijo que nos mantuviésemos lejos del Gran Tribunal �añadió Ygar en tono amenazante-
- ¿y qué le ocurre a la señorita? Se encuentra muy cansada para estar arrodillada? �preguntó sarcásticamente- Guardias� si no se mantiene derecha por sí misma, haced que esté derecha. �con un palo y una cinta clavaron el palo en el suelo y ataron la cinta al cuello de Carolina ahogándola por la fuerza que hacía su propio cuerpo-
- ¡Parad! �gritó Ygar levantándose y embistiendo a los tres guardias que jugaban con el cuerpo de Carolina-
- Parece que tenemos a un pequeño insecto� aplastadlo.

Los guardias imperiales entraron en la habitación armados con picas y alabardas. Esto provocó que Satro también se revelara y peleó codo con codo con su compañero mientras veían que Aribel escapaba con el cuerpo de Carolina a cuestas.
Una mirada entre ambos, el conocimiento que algo oscuro estaba ciñéndose sobre el Cielo y el hecho que haya secuestrado a Carolina fueron motivos suficientes como para que terminaran rápidamente la pelea y salieran al encuentro con el soberano.
En el camino una ingente multitud de guerreros con hachas pesadas salió a su encuentro.
- Ygar!! Ve tú, yo les detendré! Pídele explicación y no temas. Te he enseñado notablemente todo lo que sé, adelante caballero.

Estas palabras loables dieron más vida al corazón del príncipe del Castillo Blanco y corrió aun más deprisa, esquivando los guerreros que le salían al paso, dejándoselos a Satro quien terminaba con ellos para intentar seguirle de cerca. Sus pasos les condujeron a una gran estancia, la alcoba de Aribel. Abrieron con sus manos las pesadas puertas y ante ellos se desveló la verdad.
La sala a oscuras excepto por la brillante luz que penetraba por la puerta abierta de par en par y por el cristal romboidal que flotaba en el centro de la estancia. Aribel, a un lado del cristal, con Carolina en sus brazos, hablaba en dirección al objeto, sobre el cual se dibujaba una cara muy conocida por todos: Eilis el Atormentador sonreía reflejado en el romboide.
- Malditos mal nacidos!! �gritó Aribel- ahora no habrá más salida, más cobijo para vosotros.
- Acaba con ellos mi joven aprendiz� termina lo que nunca debió haber comenzado.

Dejó a Carolina en el suelo y caminó lentamente hacia ellos, por el camino su voz serena se transformó en una mucho más profunda, aterrante, más diabólica. Su aspecto también fue cambiando: el pelo cano se le cayó al suelo desvelando dos abultados cuernos, el pellejo de su rostro se deshacía como azúcar en la nieve, dando paso a un rostro pútrido, carcomido por la edad, con la barbilla apuntada y sus ojos, rojos y penetrantes, lanzaban una mirada de odio y rencor. El vestido plata cambió a uno rojo como la sangre coagulada. En su mano, un báculo alargado con una estrella de fuego en la punta.
- Mi nombre es Asmodeo, Guardián en jefe de los ejércitos de Eilis el Atormentador, Señor de las criaturas infernales y Maestro del Rencor.
- Parece que� quieres acaparar muchas� cosas� Asmodeo �gimió Carolina frente a la sorpresa general, incorporándose pesadamente y lanzando una mirada furtiva al demonio que ante ella se alzaba-
- Has corrompido al Cielo durante tres meses. Tres meses que ha utilizado Belial para arrasar Santuario. Tres largos meses que todo ha estado funcionando mal. No hay perdón para ti, Asmodeo. �amenazó Satro espada en mano-
- Nosotros seremos tus verdugos� no verás más anochecer que el de tu pútrida alma al caer en los ardientes fosos del Infierno. El Eterno Averno te espera, demonio!!
- Tanta palabrería y no sois capaces de nada� jajajaja�

Asmodeo desapareció y la sala entera volvió a la luz.
- ¿dónde ha ido? �se preguntaron los tres compañeros mientras miraban impacientes en todas las direcciones-
- Volvamos� a la Sala del Tribunal. �sugirió Carolina todavía convaleciente-

Tras deshacer el camino andado llegaron a la sala imperial, donde efectivamente, sobre la única columna que se encontraba en pie, estaba sentado Asmodeo.
- Bienvenidos� a mi santuario.

Desapareció de nuevo pero la luz no volvió a la sala, al contrario, una risa macabra resonó en toda la habitación, poco más tarde se escuchó desenfundar una daga y, al instante apareció detrás de Ygar para asestar una puñalada por la espalda. Satro se encontraba en la espalda de Asmodeo y reaccionó a tiempo para empujar al diablo y hacer que se esfumara de nuevo.
- Dichosos seáis los que tenéis aliados� pues serán vuestra perdición. ¿no es así, Carolina? Jajajaja
- Quieres dar en la yaga pero no vas a poder. �contestó la joven- Acudo, suplico a los superiores, que magia alguna pueda ser utilizada en esta sala.
- Eso no te servirá para mí, no soy un cuerpo mágico� jajajajaja

De nuevo la risa tronó en la habitación y se escuchó desenfundar de nuevo la daga, pero esta vez no apareció detrás de nadie, sino en el mismo suelo, y, haciendo un corte en espiral, hirió los talones de Ygar y Satro, mientras que a Carolina al ser un cuerpo casi etéreo, no le hizo nada.
- Ésa es la solución! �advirtió Ygar mientras gemía junto a Satro en el suelo- Carolina, sólo tú puedes� eres insensible a los daños de Asmodeo� por alguna razón has despertado justamente ahora, por alguna razón eres un fantasma y no para convertirte en un ángel!!!!

Carolina reaccionó frente a estas palabras, probablemente su futuro se le acaba de relevar ante sus ojos a través de ese combate. Asmodeo se quedó atónito, no sabía que Carolina era la que estaba conjurando al Ángel.
La joven chica de rubios cabellos reaccionó antes que el demonio y le arrebató su daga imbuida con la magia oscura que éste conjuraba para clavársela en el centro de su podrido corazón. Rápidamente corrió hacia Ygar y Satro para atenderlos mágicamente. Asmodeo intentó teletransportarse por toda la sala, pero sin éxito, su cuerpo desapareció y la luz volvió al habitáculo.
- ¿Dónde ha ido? �preguntó esta vez Carolina-
- imagínate� -contestó vagamente Ygar-

Los tres corrieron por el pasillo, salieron al jardín y allí observaron un espectáculo sobreacogedor: el cielo rojo estaba presidido por la efigie de Belial, contemplando cada rincón del Cielo. La fuente estaba seca y las plantas se marchitaban a un ritmo acelerado.
- El Gran grimoire ha sido abierto!!! Temblad ante mi poder!!! El Mundo de los Recuerdos, la Fuente del Poder, os reemplazaré a todos, negaré la existencia, eliminaré todo!!! Seré la Señora, la Soberana Suprema de un nuevo orden, MI ORDEN!! �tronó efusivamente la voz de Belial desde el Cielo-

Ygar, Satro y Carolina corrieron por el pasillo, de nuevo hacia la cámara de Asmodeo, ya abierta y en penumbras. Y allí lo encontraron, casi abrazado al cristal.
- He� recorrido tanto� camino�. No puede� quedarse aquí. Me habéis� vencido en batalla� pero Belial y Eilis ganarán la guerra� no podéis enfrentaros� a una Diosa� y a un Semidios� jejejeje� temblad ante su ira!!!!

El cuerpo de Asmodeo explosionó llevándose consigo la sala y todo el Palacio en un torbellino de ira y muerte.
- Mirad! �gritó Carolina señalando al lugar donde antes estaba el cristal- un portal.
- Nos llevará a casa de nuevo? �preguntó Satro-
- Sólo encontraremos nuestra casa� si la matamos.

Decididos, penetraron en el portal, cogidos de la mano y con miradas serias contemplaron ante sí la Ciudad de los Muertos. Ante ellos se alzaba temible e impresionante la ciudad de Belial: Tristam en completo rigor mortis.


Capítulo 13: Rigor Mortis

- Estamos tan cerca... –dijo complacido Satro-
- No debemos confiarnos –contestó Carolina- hemos entrado voluntariamente en las fauces del lobo...
- Sólo sabíamos que Belial estaba aquí, suponemos que Eilis permanecerá también en esta ciudad... por llamarla de alguna forma. –respondió a tiempo Ygar, y antes que Satro continuara hablando añadió- una ciudad de muertos.
- Rigor Mortis, la neo Tristám.

Ante ellos alzaba la corrupta catedral, envuelta en una verde y pálida niebla, al igual que el resto de la ciudad. Las almas perdidas, retornadas a sus putrefactos cuerpos, se podrían por las calles mientras vagaban sin ton ni son, reanimados por el oscuro designio de la dama de las mentiras.
El suelo tembló y seis focos de luz verde emergieron de entre algunas grietas, tomando la forma corpórea en la distancia que separaba al grupo de la reja que cercaba la ciudad. “Somos los espíritus de los desdichados, protectores de la ciudad, impediremos vuestro paso”, sonaron sus voces de ultratumba. Uno de ellos, con una coleta en la frente, armó su arco putrefacto con tres flechas dirigidas a cada uno de los compañeros. Otro más, armado con una pesada maza que requería de dos manos para poder se empuñada con la suficiente destreza, avanzó hacia ellos, mientras que los otros cuatro se quedaron en la retaguardia, como si estuvieran recitando en voz baja.
- Atacad al de la coleta... yo me encargaré de este macero. –dijo Satro desenfundando su espada- ¡rápido!
- De acuerdo –contestó Carolina mientras sus manos brillaban como dos discos solares-
- Se hará lo que se pueda.

Con la destreza que había adquirido con el entrenamiento de Satro, Ygar logró desviar con el filo de su espada hacia el cielo una de las flechas, dirigida a Carolina, de tal forma que con ese movimiento escapó de la flecha dirigida hacia él. Su compañero, no obstante, utilizó se cubrió con el cuerpo del guerrero, recibiendo éste el impacto en el cuello.
El macero cayó arrodillado al suelo, desarmado y casi inconsciente, fue fácil el resto: sajó la cabeza con un simple movimiento de la espada.
El arquero arrojó su arma a distancia suficiente y sacó de su espalda dos pequeñas cuchillas con las que atacó a Ygar.
Las manos de Carolina cesaron de brillar y de su cuerpo emanó una luz tan pura y cristalina que dejó ciegos a los atacantes, momento aprovechado por Ygar y Satro para terminar con los recitadores y con el arquero.
Sus restos se evaporaron y la luz cesó. El revuelo había encendido la mecha que llevaría a la aparición de Belial. Montada sobre Dramor descendió desde la catedral hasta la reja.
El dragón, omnipotente, alzado sobre sus dos fuertes patas, extendió sus alas y agachó el cuello para que su jinete desmontara.
Belial estaba ataviada por un vestido ceñido de colores rojizos oscuros y un tricornio en la cabeza, una máscara de arlequín cubría su bello rostro dejando al descubierto sus ojos y la mirada que de ellos emanaba. Corrientes de aire ondeaban la fina capa negra que cubría el cuerpo de la dama sujeto desde el tricornio. Su báculo nuevo, compuesto por cuatro fémures unidos mediante cartílagos y bañados en oro con gemas engarzadas en espiral en su puño, estaba fuertemente agarrado por sus finas y delicadas manos.
- Por fin nos vemos seriamente... y no a través de espectros –comentó la dama mirando incisivamente hacia Carolina-
- No te temo Belial. Inundaste de mentiras mi alma y mataste a mis padres y protector. No tengo otro sentimiento hacia ti que el de la compasión... me das pena.
- No eres más que un espíritu, un fantasma, un ser que no debería continuar existiendo en este mundo.
- Tú tampoco –gritó Ygar a la malintencionada lengua de Belial- deberías existir en este plano, ni en ninguno otro. Tu único destino es saborear tus jugos putrefactos.
- Caballero valiente donde los haya... pocos se atreverían a desafiarme en mis dominios, pero menos aún a decírmelo cara a cara sabiendo que están en inferioridad. Y tú, soldado de Kadrask... ¿se comió el gato tu lengua? Oh perdona –añadió mirando a sus ojos- veo que me odias... ¿será por tu padre? Sí, estuve viendo y saboreando su sangre. –ante este comentario Satro abrió la boca y desenvainó la espada saltando al ataque-
- ¡Alto! –gritó Eilis apareciendo en el recorrido de Satro desde el suelo y tomando el filo de su espada- uhm... es una mala espada.

El puño del Atormentador se cerró y quebró la hoja ante la sorpresa de Satro a quien sus fuerzas desfallecieron. Una sonrisa maligna se dibujó en los labios del enemigo, su lengua los humedeció con saña y con la fuerza de una sola mano levantó al guerrero con su pesada armadura, llevándolo a la altura de su mirada.
- Déjame verte antes de que mueras... bien así. –con una metálica risa atravesó los oídos de los presentes inundando su mente de miedo y dolor- pena que me tenga que divertir poco.
- Eilis, Sho está preparado, debemos continuar con el conjuro.
- Está bien... –dijo decepcionado- ahora os sigo, mi dama, dejadme echar unas risas con nuestros invitados.

Belial montó de nuevo sobre Dramor y voló hacia la catedral mientras Eilis todavía mantenía en alto el cuerpo de Satro.
- Me tengo que divertir un poco, tanto estrés... – la cara de Satro cambió a una provocada por el dolor, sus fuerzas desfallecían y por su cuerpo resbalaba la sangre producida por la penetración de su vientre con el puño metálico de su captor-

Ygar y Carolina se dieron cuenta de lo ocurrido y se lanzaron contra Eilis.
- ¡Carolina, lánzale fuego, calienta el ambiente! –gritó Ygar cuando corría hacia el Atormentador-
- Patético.

El atormentador extendió la mano libre y apareció un escudo de metal contra el que chocó la embestida de Ygar y que únicamente lograron deformar las bolas de fuego de Carolina. Mientras, su tormento contra Satro se hacía más eterno y doloroso a medida pasaba el tiempo.
- No sois más que un grupo de chiquillos en juegos de mayores. Abandonad cualquier esperanza que vuestros corazones puedan albergar, ahora que aún tenéis algo de vida...
- Nadie, ni tú ni Belial, podrá detener nuestra ambición.
- Carolina, así que nadie podrá deteneros... jajajaja

La voz metálica de Eilis paró de inmediato y liberó a su prisionero arrojándolo bruscamente contra el suelo y dejándolo allí casi inconsciente. El demonio avanzaba a paso firme hacia la fantasmagórica figura ignorando las palabras de odio que le lanzaba Ygar mientras iba a socorrer a Satro.
Carolina dibujó una estrella de seis puntas en el polvoriento suelo y sopló sobre el relieve. El dibujo se iluminó y una barrera de estrellas envolvía permanentemente a la maga mientras comenzaba a conjurar otro hechizo.
- Esto simplemente retrasará vuestra muerte.

Eilis se derritió y se filtró por el suelo. El hechizo de Carolina estaba ya preparado pero necesitaba un blanco a quien lanzarlo, y pronto lo tuvo cuando bajo de ella aparecieron las fauces abiertas del Atormentador y sus dos fuertes brazos la agarraron por el cuello impidiéndole respirar.
Con el cuello en alto y en tensión, suspendida por esos dos brazos que surgían del suelo y que poco a poco la acercaban a la boca abierta del demonio, no podía saber si apuntaba bien con su conjuro.
- lo único que sé, es que alguien morirá... ¿pero quién? Si fallo moriremos nosotros, si acierto morirá él.
- Carolina, si tienes que hacer algo, hazlo rápido! –gritó Satro agonizante-

Ese grito en sus últimos hálitos de vida la hizo volver en sí y decidió soltar la energía acumulada en la dirección en que su mente pensaba que era la correcta. Entonces, como si de un relámpago de fuego se tratase, un torrente ígneo cayó de las nubes al tiempo justo de que Carolina se apartase, golpeando duramente las fauces de Eilis y explosionando su cuerpo en el interior de la tierra. A continuación comenzó a emanar líquido metálico por el polvo que cubría la superficie, corrompiendo todavía más el suelo que pisaban.


Mientras tanto, en el atrio de la catedral el dragón Dramor se derritió convirtiéndose en acero frente a Belial.
- Eilis... –suspiró la dama de las mentiras mientras miraba fijamente el mohoso libro que tenía enfrente suyo-

Ante aquella fémina, el demonio que la había acompañado desde el infierno, ataviado todavía con su toga negra y la cabeza cubierta por una capucha estaba rodeado de sombras oscilantes en torno a su cuerpo y en su pecho brillaban con diversos colores cuatro símbolos, semejantes a los antiguos sellos que guardaban a Diablo en su santuario. En uno de los altares de aquella planta de la catedral permanecía la vieja cajetilla en la que Belial guardaba las piedras del alma de los restantes demonios, abierta y vacía, solo el aire putrefacto de Tristam era lo que la llenaba.

- Dentro de poco la profecía se cumplirá... Sho volverá e instalará su Reino de Oscuridad.

Mientras tanto, Ygar, Satro y Carolina se reponían de la confrontación con el Atormentador viendo todavía el rastro devastador de aquella explosión que lanzó contra la cabeza de aquél ser y el líquido acero que comenzaba a desvanecerse.
- ¿Te encuentras bien Satro? –preguntó Carolina sanando al caballero herido con su magia curativa-
- Sí, ando mejorando... gracias –dijo mientras sólo podía tener un ojo abierto y el otro cerrado por el derramamiento de sangre, uno de sus brazos quedaba inutilizado y su tripa todavía permanecía ensangrentada y el tejido roto-
- Carolina, ¿se va a curar?
- Sólo debemos esperar una hora más y estará en perfectas condiciones.
- No tenemos una hora, no sabemos lo que nos puede traer Belial. Date prisa.

Una figura apareció de entre la densa niebla que cubría las calles de la ciudad, con un gorro de dos puntas y un báculo de madera noble. Sus ojos destelleaban como relámpagos en la noche. Su vestido, multicolor donde abundaba la presencia del rojo, se arrastraba pesado por el polvoriento suelo.
- ¿Quién eres? ¿eres otro siervo de Belial? –preguntó Satro, recostado contra una esquina de la calle mientras expulsaba flemas por la boca-
- No tengo nombre, o mejor no os lo digo por ser tan temible que los oídos reventarían y vuestros ojos se caerían de sus cuencas. Soy un siervo de la Dama de Tristam, reino en esta ciudad y su territorio como lugarteniente. Simplemente os hago saber, de parte de su Excelentísima Vileza que está todo preparado para que nazca un nuevo orden en el mundo de Santuario, os quiere allí como testimonios en vivo y contempléis el poder que puede llegar a desatar. En cuanto a vuestro amigo...

Del báculo del demonio emanó un proyectil verde con la forma de una calavera que impactó en la herida del vientre y sanó al moribundo en cuestión de un instante.
- He ahí una minúscula muestra del asombroso poder de la Boca del Infierno. En cuanto el ritual esté concluido, con o sin vuestra presencia, este mundo se desvanecerá y comenzará el nuevo orden proveniente del Mundo del Recuerdo. No hagáis esperar a Belial.

La figura se desvaneció en el denso aire que soplaba entre aquellas callejuelas pútridas de la ciudad corrupta, donde las plantas estaban marchitas, la tierra yerma y los habitantes no eran más que fantasmas, recuerdos del pasado, torturados una y otra vez, condenados a vagar eternamente en la ciudad hasta que fueran liberados.
Los resplandores de los condenados iluminaban tenuamente las calles, sus sonidos de ultratumba y sus desgarradores alaridos de dolor ensordecían a los tres hermanos que tomaron la calle directa hacia la catedral, dispuestos a dar el todo por el todo. En efecto, el enfrentamiento final para el cual tanto se habían estado preparando en los últimos días. Por fin su ira iba a ser liberada.

El repique de tambores, el sonido dulce de la flauta y el sonar de los órganos dieron paso a la comitiva por el patio de la catedral; toda una banda de músicos provenidos del infierno, servían para amenizar la espera de Belial e indicar el camino a los guerreros. De súbito la banda cesó y las corrientes de aire se convirtieron en un poderoso tornado en cuyo frente apareció en relieve la cara de la dama de las mentiras.
- os invito a que paséis, mis invitados... está todo preparado para la ofrenda de sangre.
- Belial, no saldrás viva de la catedral.
- Tampoco es mi propósito, joven hechicera blanca.
- Qué quieres decir?
- Caballero de Kadrask... pronto se sabrá la verdad. Hoy moriré, pero hoy renaceré convertida en un ente superior... seré una diosa.
- Diosa de la repugnancia, mejor dicho.
- Insolente príncipe.

La cara se desdibujó y el tornado arremetió contra el grupo engulléndolos y subiéndolos por sus corrientes hacia un balcón elevado, en el último piso de la catedral, antes del atrio.
Todos dudaron cuando vieron que no había camino por desandar, ya todo estaba jugado, sólo cabía abrir la puerta de madera y penetrar en el interior de la sala donde seguramente estaría esperándolos Belial.
Carolina tembló, sus delicadas manos rozaban el picaporte de la puerta, apenas sin fuerza en su brazo tuvo que retirarlo nerviosa y fría.
- no temas, estamos todos juntos en esto, no es sólo por tí. –dijo Ygar-
- no estamos aquí sólo por ser partes de un ángel, ni porque así haya querido el destino... estamos porque somos amigos, y a todos nosotros nos han hecho demasiado daño.
- Amigos... hermanos... –dijo la chica reuniendo todas sus fuerzas en un nuevo intento por abrir la puerta-
- No estás a solas. –dijeron sus dos compañeros agarrándola de la mano para abrir juntos la puerta-

La puerta terminó cediendo y se abrió de par en par. La luz inundó aquél increíblemente enorme espacio decorado como si fuera el mismísimo infierno. No faltaba nada: lava, fuego, azufre, cadáveres... y en el extremo de la sala, sobre un gran altar de piedra pentagonal se alzaba la figura erguida de Belial, con el demonio de los cuatro signos al frente y a su derecha la Boca del Infierno.
- Boca del Infierno... lleva a nuestro amigo arriba, necesita estar allí para el ritual. Recuerda que confío en tí.

La Boca del Infierno asintió con la cabeza y acompañó a aquella desalmada figura por unas escaleras mágicas que aparecieron tras el altar.
- bien, ahora que estamos a solas... –dijo Belial quitándose la roja toga que llevaba-
- Belial, dama de las mentiras, o como te quieras llamar, hemos acudido para destronarte.
- Un gesto noble, caballero, sin duda alguna, pero inútil. Nadie es capaz de escapar de la ira de Sho.
- ¿Quién es Sho?
- Pequeño príncipe, preguntad a vuestra amada hermana hechicera... seguro que con el rostro tal y como se le ha quedado, sabrá quién es. Rápido, no tenemos toda la vida.
- Sho es, según algunos textos que pude ver en la torre de Verin, una criatura infernal, el Dios del Mal. Puede decirse que posee en sí mismo todo el poder de la oscuridad. Algo que se suponía imposible, incluso los Tres grandes, Diablo, Mefisto y Baal, temían que algún día pudiera renacer.
- Así es pequeña... yo me convertiré en Sho, dejaré atrás la vida de demonio y pasaré a ser parte de una entidad superior. Estad agradecidos de que os mate mi magia, jajajaja...
- Belial, estás desquiciada! Si haces eso todo sucumbirá.
- Niñata, eso es lo que pretendo, toda la Tierra y el Infierno pasarán a depender de mi mano. Con estas bazas podré conquistar el cielo y terminar con la guerra de una vez por todas! Instalaré la paz en los reinos, bajo mi reinado, bajo mi manto, todo se desarrollará tal como tengo previsto.
- No entra en razón.
- No hemos venido a hablar, Carolina. Debemos detener esta locura antes de que el ritual se realice.
- Idiotas... no sabéis que se hará por las buenas o por las malas. Estáis en mi espacio mágico!

La sala se comenzó a llenar de fuego, oleadas concéntricas en torno a Belial inundaron la habitación, corrompiendo hasta la última brisa de aire.
- Todo está perdido! Abandonad toda esperanza! –gritó Belial-
- Jamás abandonaremos... no mientras nos quede un gramo de esperanza.
- El príncipe nos salió imbécil.
- Amigos, hermanos... terminemos esta locura.

De los puños de Carolina brotaron dos esferas plateadas que se unieron a la espada de Ygar cargándola de poder sagrado. No obstante, el azote de Ygar no logró quebrar el escudo invisible que protegía a la dama de las mentiras.
Mientras tanto, dos serpientes de fuego se arrastraban por el suelo siseando escandalosamente en dirección a Satro, que se encontraba quieto, todavía parado, sin haber participado en la contienda.
El caballero de Kadrask abrió los ojos, bajo suyo tenía enroscadas a las dos grandes serpientes. Simplemente con un ligero movimiento de su cuerpo esquivó sendas mordeduras y con un hábil corte de sus dagas seccionó ambas cabezas ígneas, prendiendo los decapitados cuerpos en llamas.
- No sois más que escoria...

El escudo de Belial se deformó y en lugar de proteger a la Dama, apresó en una cárcel invisible al joven príncipe, dejándolo sin aire en su burbuja hermética y desgastando sus energías en inútiles golpes contra su prisión.
Carolina vio el movimiento y lanzó dos nuevas esferas de luz contra la cárcel pero reaccionó al ataque, y en lugar de quebrarse, se reforzaron más aún.
Nadie se había percatado de que Satro, mientras Belial disfrutaba con el encarcelamiento de su tierna presa, se había colocado tras ella.
- Es hora de morir, maldita.

Belial cambió su aspecto, ya no era el demonio todopoderoso que ante ellos se había presentado, ahora era Carolina, tal y como estaba ella en aquella sala. Había cambiado todo su aspecto y voz a fin de confundirse con la auténtica.
Belial corrió hacia Carolina y la derrumbó en el suelo. Hacía tiempo que estaba dejando de ser un fantasma, y cada vez poseía más corporeidad. Ambas se confundieron y al levantarse, Satro no supo cuál de ellas era la auténtica y cuál sería el demonio.
- Satro, termina con esta locura –dijo la Carolina de la derecha- sólo tú puedes acabar este sufrimiento. ¡Termina con la vida de las dos!
- No puedo hacer eso... eres mi hermana.
- Pues como hermana tuya que soy deberías saber cuál soy yo. –dijo la de la izquierda-
- Carolina... –se consiguió escuchar la voz de Ygar desde el interior de aquella jaula- libérame...

Ambas Carolinas dudaron en hacerlo, pero al final las dos lanzaron sus conjuros de luz y la jaula se rompió.
- Satro... termina con esto... –dijo Ygar señalando al libro que reposaba en el altar- destruye ese horrible libro.

El humo era denso, llegaba a la altura de las rodillas y cuando Ygar miró hacia el grupo de las dos Carolinas descubrió que sólo había una.
- ¿qué ha ocurrido? ¿dónde está la otra?

La Carolina que quedaba en pie se sorprendió de ser la única, desconocía totalmente el paradero de su espejo hasta que por su vientre apareció una pequeña daga, ensangrentada por su propia sangre, empuñada desde atrás por Belial.
- Ni entre hermanos os supisteis reconocer... patético.

La malévola risa de Belial inundó la zona mientras el cuerpo malherido de la muchacha caía sobre el humeante suelo. Casi inerte, apenas con un hálito de vida.
Satro apuñaló repetidas veces el libro que reposaba tranquilo sobre el altar de piedra, pero frente a la reacción de furia que esperaban ambos hermanos por parte de Belial, encontraron una bien distinta: se carcajeaba de ellos, como pobres criaturas que trabajaran para un circo.
- no sois más que unos aficionados... ninguno de vosotros es capaz de someter a un poder como el mío... ese libro no lo necesitaba, lo necesario está ya realizado.

De repente se escucha la voz de Carolina, débil y floja, agonizante, pero lo suficientemente fuerte como para que todos le prestasen atención.
- Ygar, Satro... gracias por ser mis hermanos... mis amigos... pero debo hacer esto sola... gracias...
- Carolina, ¡¿qué haces?! –gritaron ambos mientras Belial emitía una enérgica carcajada-
- Llamada del ángel.

Todo el cuerpo de Carolina se tornó en cenizas, grises e inertes, que fueron esparcidas por toda la sala con una súbita brisa de aire fresco. Un aire que llenó de vida los pulmones de Ygar y Satro, que eliminó el denso ambiente que allí se respiraba, barrió el humo y el azufre y permitió que de nuevo volviera a brillar el sol en Tristám y en la catedral, penetrando por numerosos huecos que se abrían en las paredes de la sala.
- ¿Qué ocurre? ¿qué brujería es ésta? –preguntó histérica Belial mientras veía cómo recuperaban sus contrincantes las esperanzas-
- Esto, Belial, es la esperanza de Carolina.

Las puertas del balcón se abrieron de par en par y la ilusión del ambiente infernal se disipó totalmente, se encontraban ya en una catedral. Por todos los huecos de la sala se escuchó el viento y se distinguió la voz de Carolina.
- Belial, tu juicio está cercano, se terminaron tus maquinaciones y tus planes de corrupción del mundo.
- No seas ilusa, ¿¡qué puede hacer un fantasma!?

Lanzas de luz penetraron por cada orificio de la sala y atravesaron el cuerpo de la demonio, empalándola en haces luminosos que quemaban su carne y terminaban con la oscuridad.
Por el balcón apareció un ángel, era Carolina. Con ocho preciosas alas blancas en la espalda y un vestido compuesto por jirones de telas rosadas y blancas. Su cuerpo no era el de una niña, sino el de una mujer; su mirada, sin embargo, permanecía inmutable, todavía como hasta hacía unos minutos la habían visto en el infierno.
- Hermanos, terminad la tarea...

Ygar y Satro atravesaron con sus armas el cuerpo empalado de la dama de las mentiras, segando su vida y culminando todos sus planes.
El cuerpo del demonio se desvaneció entre llamas y únicamente restó un despojo: una piedra morada que voló hacia el techo, donde apareció la mano de la Boca del Infierno y se lo llevó consigo.
- Ya es mía... -sonó su voz-
- Amigos, ya no puedo hacer más... me llaman... mi madre y mi padre, por fin en paz. Terminad con esta locura, impedid que Sho vuelva a la vida... sé que podréis hacerlo.


La eterna noche se cernió sobre Santuario, las nubes colmaron el cielo, el viento era frío y húmedo, arrastrando consigo mismo el polvo de la árida y yerma tierra. Ningún árbol vivía en todo el mundo, las tierras de los druidas fueron masacradas por la implacable mano de la Oscuridad.
Una única bandera ondeaba en el Infierno y en Santuario, símbolo del poder de la dama de las mentiras, que comenzaba a retirarse para dar paso a una bandera más siniestra y sombría, propia de una mente desquiciada. La voluntad de Belial así lo quiso, que tras su muerte se retirara su bandera de mano roja por otra, una cruz invertida en llamas, rodeada por un halo azulado: la bandera imperial de Sho.
El cúmulo de nubes obcecaba el cielo sobre Tristam, toda la zona estaba sumida en la más profunda oscuridad, únicamente alumbrados por el tenue resplandor causado por las antorchas y candeleros que pendían de las fantasmagóricas puertas y ventanas, de dentro de la catedral así como de las casas, otorgando a la ciudad un aspecto todavía más sepulcral.
Las pequeñas luminarias oscilaban por el viento, algunas se apagaban y otras incendiaban las casas cercanas a su llama.
Ya no se sentía la presencia de aquél ángel que dio muerte a Belial, ni su aroma divino, ni su brillante luz. Ya todo eran sombras en la noche del mundo.


Capítulo XIV: Felicidad Eterna

- Como si el mundo muriera y entonara su último llanto. –retomó Satro la conversación-
- Este mundo –respondió Ygar incorporándose- todavía tiene una última cosa que decir, una última baza que jugar. Confía en él.
- ¿Cómo es que de repente confías tanto en este planeta? ¿qué te ha hecho cambiar de opinión? –preguntaba intrigado Satro mientras miraba hacia el suelo como si buscara una solución-
- Ha sido ella. Carolina dio su vida por el mundo, Santuario está en deuda.
- ¿No recuerdas la corrupción del Cielo? Nadie ha avisado a los distintos señores de lo ocurrido. Además, el infierno clama por dominar el mundo. Y por si fuera poco, justo aquí arriba se abrirá la puerta hacia el Mundo de los Recuerdos y nacerá Sho para corromper la Fuente del poder. ¿Cómo puedes tener tanta esperanza en un mundo que no ha luchado para defenderse?
- Porque ahora, Santuario ha despertado. –concluyó Ygar dirigiéndose hacia la puerta que conducía a la larga escalinata que llevaba al atrio-
- Bobadas... es un mundo muerto... luchamos por una causa perdida de antemano.

Tras escuchar estas palabras, Ygar se quedó inmóvil, quieto totalmente en las escaleras. Tras él, Satro se sorprendió de su reacción y más aún cuando volvió su rostro hacia su amigo, no encontró en él ningún signo de preocupación ni duda, estaba sonriendo, feliz. Un destello en sus ojos, un brillo fugaz, una esperanza que había renacido en el interior de su corazón.
- Te acabas de convertir en un espadachín mejor que yo. –terminó Satro complacido- vayamos a la lucha y pateemos a ese dios.

Continuaron subiendo las escaleras, sin mediar una palabra, tan sólo el silencio fue su eterno compañero. El vínculo que les unía se había fortalecido por completo, no eran ya simples príncipe y maestro espadachín, ni compañeros en el campo de batalla, ahora eran una sola alma repartida en dos corazones.
- Por fin habéis llegado, me alegro de volver a veros. –dijo la Boca del Infierno justo en el momento en que insertaba la piedra del alma de Belial en el cuerpo inanimado que ya poseía las otras cuatro-
- No eres más que un peón en los planes de Belial. Ha envenenado tu mente y te utiliza desde su tumba.
- Fiero guerrero, yo tengo mi propia mente... jajajaja

El cuerpo inanimado estalló en mil pedazos, iluminando el cielo con centellas rojas y doradas. El propio aire tembló ante el poder desatado y la tierra se estremeció. Todos, incluyendo al demonio, contuvieron el hálito hasta que vieron que sobre ellos las nubes se moldeaban en la forma de un oscuro embudo que amenazaba con tragarse toda la vida que quedara en Santuario.
- Mi señora Belial!!! –gritó la Boca del Infierno- he hecho lo que me pedisteis!!!
- Eso es... ¿El Mundo de los Recuerdos? –preguntó en voz alta Satro-
- Exacto joven... ahí dentro se encuentra en estos momentos la Fuente del poder y Sho. Dentro de poco las cinco puertas que comunican Santuario con el Infierno se abrirán y el Cielo deberá rendirse incondicionalmente.
- Alguien baja! –gritó de nuevo Satro mientras Ygar estaba todavía anonadado por aquellos acontecimientos-
- Es Sho... mi Dios. –rezó la Boca del Infierno- arrodillaos ante su majestad.

Una figura estilizada femenina se posó delicadamente sobre unas piedras que restaban en la última planta de la catedral. Sus telas de seda transparentes, de colores morados, lilas, azules, crema y verdes pálidos ondeaban en su cuerpo mecidos por suaves brisas de aire fresco y rejuvenecedor. Su rostro, de una belleza incomparable, de finas y delicadas facciones, escondía dos grandes tesoros que eran sus ojos verdes y unos labios perfectos de los cuales se dibujaban los trazos exquisitos de los mejores tatuajes que le llegaban a sus ojos. Su cabello, sedoso y largo, de color dorado contrastaba con aquél cielo oscuro y aquella tierra sombría y sin vida.
- ¿Y se supone que tú eres Sho? ¿se supone si quiera, que eres el peor de los demonios? –preguntó incesantemente Ygar mientras miraba de arriba a abajo repetidas veces aquella figura-

La mujer se desplazó hacia Ygar con unos andares meticulosamente preparados, moviendo su cintura en un compás hipnotizador. Al llegar al príncipe, le tomó delicada y suavemente por la barbilla y le elevó el rostro hacia el suyo y le miró fijamente a los ojos.
- No soy Sho, soy aquella que os devolverá la felicidad, sé por lo que este mundo ha pasado y quiero recompensarlo. –dijo con su femenina voz tan sensible como el cristal y tan encantadora como sólo ella podía hacer, a continuación caminó hacia Satro y tomándolo por la mano lo acompañó al precipicio de la torre- Satro, ves todo el daño que ha causado otro ser antes que yo, pero yo no vengo a esto... yo vengo a repararlo, vengo a sellar las heridas del pasado y reconstruir este mundo. –finalmente se dirigió hacia la Boca del Infierno, dejando atrás a los dos encantados varones y sin miramientos le tomó el bastón y se lo clavó en el centro del pecho, cayendo por detrás de la catedral- a vos, Boca del Infierno, por haber ayudado a causar tanto mal, os condeno a la muerte.
- ¿Cómo os tenemos que llamar, mi reina? –preguntó Ygar mientras se arrodillaba frente a ella-
- Llamadme como me llaman en todos los lugares que he visitado, todos dicen que soy una Felicidad Eterna –dijo suavemente mientras inclinaba dulcemente su cabeza hacia su derecha sonriendo-
- Así seréis bautizada en Santuario.

Las nubes se retiraron, dejaron penetrar la luz solar en Santuario. Las áridas tierras comenzaron a florecer y como por arte de magia los humanos muertos volvían a la vida, sin recordar nada de lo pasado; sólo tenían un pensamiento en su mente: Felicidad Eterna.
Como si fuera su diosa protectora, la que les da vida, la más artística fémina de la creación, aquella en la que el dios padre puso todo su empeño, fue venerada en todas partes de Santuario.
En cada puerto había un altar consagrado a su honor, en cada montaña un pequeño santuario la recordaba, en cada volcán cercano a los poblados había una efigie suya para amansar la fiereza de la destrucción.
El odio, el miedo, el caos que poblaba poco tiempo atrás el mundo, había remitido. Ahora todo era bello, todo era perfecto.
Tomó a Satro y a Ygar como sus predilectos, aquellos que difundían la Palabra de la Felicidad, sumos sacerdotes de su contagioso culto por todos los rincones de Santuario: las praderas de Aranoch, las reconstruidas tierras bárbaras del Norte, los bosques de los druidas, la selva de Kurast y las islas de las amazonas. Absolutamente todo Santuario quedó embaucado de tanta belleza.
“No debemos luchar, lo arreglamos hablando como hermanos” era su idea fundamental, a partir de la cual surgían todo tipo de ramificaciones filosóficas, míticas e incluso científicas. Acompañado el discurso siempre por su bella estampa, ya fuera en realidad o un retrato compuesto por los mejores retratistas de Santuario. La gente se agolpaba en torno a la catedral de Tristam para verla salir cada mañana en lo alto, a saludarles y desearles un buen día. Se contentaban con esto, y para ello era necesario estar esperando toda la noche.
Un cálido instante, una fugaz estancia de felicidad, consumida como los sueños infantiles, se volvía al momento en euforia y pasaba a la amargura del momento perdido. Sólo unos pocos de entre todos los agolpados eran elegidos para penetrar en la catedral y ver ante suyos a la diosa. De ellos jamás se sabía, eran envidiados por todos y por todas, lo único cierto es que visitaban el Salón y se suponía que tras tal gracia, serían elevados sus espíritus a algún otro plano a difundir la Palabra. Los escogía Felicidad Eterna desde lo alto de la torre, según ella decía, por sus joviales almas emprendedoras y su corazón inquebrantable y lo más importante de todo: fe ciega en su diosa. Eran, sin duda alguna, el sueño de todo mortal que se preciara en Santuario.
Se produjeron enfrentamientos entre los habitantes de un lejano pueblo de Santuario, Kel Bebeb, una aldea en la que cuenta, se escribió el libro que anunciaba la llegada de Felicidad Eterna. En estos enfrentamientos acudió la propia diosa en persona y con su presencia amainó los corazones de las fieras y calmó los ánimos. En recompensa, a los líderes de los bandos enfrentados los llevó consigo a la catedral y sus espíritus ascendieron a predicar la Palabra de aquella que salvó a su pueblo de una guerra fratricida.
En otro poblamiento, cercano a Kel Bebeb, sus campesinos iban a iniciar las fiestas en honor a su diosa y organizaron una competición de tiro con arco cuyo blanco sería un jabalí tatuado. La extrema bondad de Felicidad la hizo interponerse entre el camino de la flecha y la bestia, recibiendo ella el impacto. Todo el poblado se conmocionó por la generosidad de su devoto ser que prefirió recibir un flechazo a permitir que un animal sufriera por ella. Este hecho se difuminó como la espuma y a cada cual que lo contaba engrandecía el valor de la diosa hasta llegar al punto en que la historia real se convirtió en un mito y en una leyenda más tarde, según la cual la diosa, gritando a pleno pulmón para detener el asesinato de una madre jabalí y su cría recién nacida, se interpuso en el camino de las flechas de un pelotón y las dos bestias, recibiendo así numerosos daños que sanaron al instante.
Felicidad Eterna fue socorrida inmediatamente por Ygar y por Satro, que en sus peregrinaciones jamás la abandonaban, salvo cuando asistía a las comidas en su Salón. Fue llevada a la catedral ante el pavor de todos de que su muy apreciada diosa falleciera por tal heroicidad y todavía más masas, si cabe, se agolparon junto a la catedral, día tras día, sin separarse de aquél monumento al que sólo unos pocos privilegiados podían acceder.
Finalmente, tras cuatro intensos días de agonía, la diosa reapareció de nuevo en la torre de la catedral, pero esta vez no llamó a cuatro personas de entre el público para que acudieran al Salón, llamó a veinte.
Cuatro días hacía que Ygar no miraba con los mismos ojos de admiración y devoción a su diosa, cuatro dolorosos días en los que no predicaba la Palabra, para sorpresa de la propia diosa y de su inseparable compañero Satro.
Aquella noche, cuando Satro se levantó de la mesa tras haber cenado, fue seguido por Ygar y ambos entraron a su habitación, en una pequeña casa de mármol junto a la catedral.
- Bien Ygar, dime qué te pasa. –exhortó Satro mientras abría la cama para acostarse-
- Supongo que habrás notado un cambio en mí para con Felicidad Eterna.
- Así es y me gustaría que me dijeras la causa.
- No sé por qué, pero ya no la veo como antes, se presenta ante mis ojos como un demonio corrupto y muerto.
- Ygar, ¿cómo va a ser un demonio? ¿no viste la manera en que bajó del cielo? Acompañada por esos pequeños ángeles mientras las intensas luces de los arcángeles la iluminaban. Fue un momento extasiante. No comprendo cómo afirmas ahora que pueda, un ser celestial, tratarse de un demonio.
- Ni yo mismo lo sé, pero su rostro ha desaparecido, ya no lo recuerdo, ahora la miro y sólo veo a ese putrefacto demonio.
- Ygar, deberías descansar un tiempo, o quizás dormir más, porque últimamente apenas sí descansas.
- Quizás sea eso. Buenas noches, hermano.

La candelera de aquella casa de mármol se apagó, dejando en las tinieblas a ambos amigos que intentaban conciliar el sueño y descansar, pues al día siguiente Felicidad tenía programada una visita alrededor de todo Santuario para compartir con ellos el Mensaje que traía.
Durante la noche Ygar tuvo una serie de pesadillas a cada cual más convulsa y espantosa: recordaba cómo habían herido a la diosa, cómo él le limpió la sangre del vestido y luego el aspecto de la diosa comenzó a deteriorarse, putrefacción y envilecimiento de sus facciones la hacían aterradora, lejos quedaba ya aquella Felicidad con tanta energía que desprendía.
Se despertó empapado en sudor y en el suelo. Con el corazón palpitando estruendosamente dentro de su pecho. Miró hacia la ventana, los primeros haces de luz aparecían por debajo de la persiana. Alguien llamó a la puerta.
- Ygar, llegarás tarde, date prisa en arreglarte. –sonó la voz de Satro desde la otra parte de la puerta-
- Vale, ya voy.

La mañana transcurrió como era previsto: pueblo que visitaban, pueblo que ganaban. Nunca se había visto a Felicidad Eterna tan alegre como aquél día.
- Hoy está radiante de amor. –confesó Satro-
- Ciertamente, hoy interpreta más aún su papel –dijo en voz baja Ygar para que nadie le pudiera escuchar-

Acercándose más hacia su amigo, Satro le comenzó a susurrar a la oreja.
- Dime qué quieres que haga.
- ¿Para qué?
- Tú ahora la ves con otros ojos, dime por qué.
- Fue tras el altercado en aquél pueblo. Sólo recuerdo que toqué su sangre y luego todo era diferente. Las personas eran cadáveres en descomposición, las ciudades eran ruinas y la catedral era como antes.
- Comprendo. ¿En qué quieres que te ayude?
- Esta noche, cuando termine este desfile y volvamos a Tristam, sé dónde dejó su vestido ensangrentado; seguro que las manchas aún no se han ido.
- Está bien.

Felicidad Eterna volvía al anochecer a su ciudad, agotada del viaje, y decidió subir a su alcoba con cinco elegidos más. Ygar y Satro se quedaron a solas y corrieron a buscar el vestido mancillado. Lo encontraron en el mismo lugar en el cual lo había visto por última vez Ygar, todavía con la sangre reseca.
Satro alargó la mano y alcanzó a tocarlo. Una auténtica prueba de fuego para su amistad. A continuación todo el mundo comenzó a girar sobre sí mismo, las luces se apagaban y encendían y finalmente Satro cayó rendido al suelo.
No fue hasta tres horas más tarde cuando el joven volvió a abrir los ojos, todavía algo confuso y con una ligera turbación en la cabeza, logró incorporarse ayudándose de Ygar.
Todo había cambiado, era tal y como antes de la llegada de la felicidad: las ruinas de la catedral oscurecidas y fuera el espectáculo era desolador. Los cadáveres animados y algunos espíritus a las puertas de la catedral, rogando ver a su diosa, e incluso podían distinguirse demonios entre ellos, provenientes del infierno.
- Las puertas, se han abierto.
- Así es... hasta ahora no había demonios en Santuario. –contestó Ygar- Ella los tiene a todos hipnotizados.
- ¿Cómo terminamos con esto? Es una locura manchar con sangre a toda la gente.
- Muerto el perro... muerta la rabia. –Ygar lanzó una espada a Satro, quien la tomó en sus manos con la destreza que solía poseer-
- Terminemos esta obra de teatro.

Ambos amigos subieron hasta el Salón, el lugar favorito de Felicidad Eterna y allí la encontraron, pero no como la bella diosa que se había presentado. Era un cuerpo en descomposición de un demonio, de piel azul y dos largos cuernos que le llegaban al cuello, unos grandes ojos amarillos y unas raídas togas moradas.
- A juzgar por vuestra mirada... creo que las palabras sobran.
- Preséntate. –exclamó Ygar-
- Mi nombre es Salazar.


LA VERDADERA HISTORIA DE SANTUARIO, LOS REYES-DEMONIOS Y LOS ÚLTIMOS HÉROES

- No hay más luces en el universo. Todas las estrellas se esconden. Un tupido manto de oscuridad envuelve nuestro mundo, enfriando nuestros corazones y tibiando nuestros ánimos de lucha. Madre agoniza.
- Hemos jugado ya todas nuestras bazas en la contienda. Apenas restamos unos pocos. Muchos huyeron para encontrar la libertad en alguna tierra alejada de este continente pero fueron vilmente traicionados y masacrados por los siervos de Dios.
- Ya no podemos hacer otra cosa más que aguantar el azote de la sombra. Aquí, en lo que antaño eran las doradas murallas de Scogslen, será donde resistamos el último ataque.
- Somos chamanes de las tribus bárbaras, podemos combinar desde la lucha física hasta conjurar los poderes de Madre, no debemos echarnos atrás: quizás sea esta la batalla que nuestros antiguos sabios bautizaron como Uileloscadh Mór.
- Debemos hacernos fuertes. Convocad a los invocadores y a los elementalistas, reunidlos en las torres y torreones, que los más diestros defiendan la azotea del castillo. Haced llamar a los licántropos y que se escondan en el moribundo bosque que todavía Madre permite que nos proteja y colocad a los osos como defensa tras los flancos de las puertas, ellos serán nuestra fuerza de choque mientras los lobos atacan por su retaguardia. Que el espíritu de Fiacla nos proteja.
- Sí señor! –exclamaron todas las demás voces al unísono dando un fuerte golpe contra su pecho-

El anciano caudillo chaman quedó a solas en lo que antaño era una gloriosa sala del palacio de la capital de Scogslen. Desde su ventana podía divisarse en la penumbra y entre la niebla de la oscuridad la escuela de druidas de Túl Dúlra. Recordaba con nostalgia aquellos días dorados, corriendo por sus pasillos para acudir a sus clases, hacía memoria de su profesor, el mismísimo Fiacla-Géar, que abandonó este mundo hace tanto que su memoria sólo la conservan viva algunos pocos de entre los escasos supervivientes.
- ¿Qué puede hacer un hombre en una desolada tierra para enfrentarse al auge de las tinieblas? –se repetía una y otra vez en voz alta-
- No serán tinieblas si se quiere ver como el nacimiento de un nuevo mundo –le dijo al oído un pajarillo que sobre su hombro se había posado-
- Hola maestro, acaso ahora queréis ser pájaro?
- Ninguna forma de vida debe ser desprestigiada, pensaba que te había enseñado eso.
- Maestro, no me lo tengáis en cuenta, mas estos no son tiempos de paz y tranquilidad.
- No importa, sea como fuere, el mañana traerá luz, vegetación y animales de nuevo a esta vieja tierra.
- ¿Qué tenéis pensado? ¿Qué sabéis? Contádmelo ahora, por favor os lo ruego, pues mi ánimo pende de un hilo y mi alma se debate entre la razón y la locura.
- Quizá haya llegado la hora de liberar el poder de los chamanes, de desatar toda la furia de Madre.
- ¿Posiblemente os referís a los gusanos?
- ¿A qué otra fuerza puedo referirme? Os otorgarán vida y energía, os limpiarán el camino y os ayudarán en la lucha contra los enemigos. Madre me lo ha dicho, debes liberar todo el poder que encierra esta tierra. Todavía vive la magia en ella.

El pajarillo se iluminó, abrió sus alas y comenzó a volar batiendo su azulado plumaje. Salió de la sala por la ventana y se dirigió a las ruinas de la escuela de chamanes. Por su parte, el anciano jefe tribal se levantó de su sillón y tomó la lanza que todavía guardaba en uno de sus armarios de piedra fina. Al empuñarla y elevarla sobre su rostro sintió la fuerza que le había sido arrebatada por el devenir de la situación. Llegó a pensar que quizás, todavía hubiera alguna esperanza, por pequeña que fuera, para salvar al mundo del abismo oscuro que ante ellos aparecía.
El sol se ocultaba por entre las oscurecidas montañas del horizonte, el aire cálido estival todavía seguía soplando y sus ráfagas mecían las longevas barbas de los chamanes, algunas completamente canosas mientras que en otras ya se distinguían los primeros signos de la vejez. Arropados por sus ligeras pieles de animales montaban guardia fuera de la fortaleza, tal y como el caudillo había ordenado aquella misma mañana.
Una oscura calma abatía durante mucho tiempo los corazones de los protectores de la naturaleza, hacía tiempo que sus tierras habían quedado yermas por el ataque de Belial, y en un corto período les llegaron nuevas noticias, aunque en su contenido eran prometedoras de bonanzas, algo se agitaba en la mente de aquellos visionarios. Jamás les llegó el influjo de Felicidad Eterna, ni siquiera sabían lo que era. Preocupados estaban por aquellas convulsiones que sentían como para enzarzarse en asuntos ajenos. Más tarde vinieron las sombras nocturnas y las misteriosas muertes se sucedieron más allá de los poblados y una voz se elevó por todas, reclamando las arcanas tierras de los druidas en nombre de alguien llamado Piedad.
Desilusionados y ennegrecidos por el polvo muerto, los últimos druidas se fortificaron en Scogslen, donde librarían la batalla final.
El viento cálido se detuvo bruscamente en el momento en que los últimos rayos de sol desaparecían por entre las montañas anunciando la caída de la noche. Los chamanes más jóvenes se arrimaban a la cintura de sus madres mientras que los adultos empuñaban las armas contra la oscuridad que les amenazaba. El cántico del lobo y el silbido de los pájaros se interrumpieron e incluso jurarían que el agua ajena a la fortaleza se congeló.
Estridentes sonidos guturales, similares a gritos desgarrados se escuchaban a la lejanía, por donde los druidas habían venido, y a continuación comenzaron a verse las primeras sombras en la penumbra del camino, en masa. Jamás se acercaban al bosque, y mucho menos se internaban en él, salvo aquél que les lideraba.
El rozar de los pies por el suelo, así como sus desgastadas hachuelas y espadas quebradas y oxidadas levantaban chispas al chocar improvisadamente contra las rocas, iluminando la parte inferior del cuerpo de aquellos seres. Ataviados con botines de cuero raído y pantalones chapados con metal.
Los druidas permanecían quietos, ubicados en la sombra del bosque que rodeaba la fortaleza de Scogslen, ya transformados en lobos, mientras que los interiores eligieron la forma osuna. Los elementalistas situados correctamente en las torres veían aquella oscura cabalgata.
Cinco cuervos se posaron sobre los sendos hombros del caudillo y le informaron sobre aquella procesión: primero está la infantería ligera, seguida por otros montados sobre informes bestias, dos por cada montura conformando un guerrero y un arquero y seguidos por un único ser, de aspecto infantil y pequeño, vestido con túnicas blancas y perlas. Coronaban el cortejo unos pocos gigantes de poco más de veinte metros de altura y mal vestidos. Se dirigían directamente a la fortaleza, sus espías les habían avisado previamente de la llegada de los chamanes a aquella devastada tierra.
- Pues aquí será donde se decida el destino de nuestro pueblo. Uileloscadh Mór, así llamaron las generaciones pasadas a una batalla que a nosotros nos toca vivir... sea así. Que mi sangre libere el poder de Madre –dichas estas palabras, el jefe de los druidas realizó una herida superficial sobre su pecho, derramando sangre sobre el suelo de la habitación-

Los cuervos se disiparon en brillantes luces, era la señal para que la puerta principal se abriera y se dejara a las hordas de Piedad penetrar dentro de la primera de las cinco murallas que defendían la fortaleza, quedarían así al alcance de los elementalistas.
La puerta principal de la fortaleza se abrió y un cuchicheo se extendió por los enemigos, sin duda eran órdenes de su señor.
La infantería ligera penetró en la muralla y subió en espiral por la pendiente, dirigiéndose hacia la segunda puerta que todavía permanecía cerrada. Frente a los lobeznos comenzaron a pasar las monturas, sin embargo éstas siguiendo nuevas órdenes no entraron en la muralla. Se escuchó el tensar de sus arcos y algunas voces estridentes que salían de los guerreros, provocando a los ocultos en el bosque a que atacaran. Los druidas se mantuvieron ocultos, levantando sus escudos formando un caparazón impenetrable de acero a lo largo y ancho de su espacio.
Unas nuevas órdenes se extendieron por entre los soldados de Piedad justo en el momento en que los elementalistas conjuraban sus almas al fuego y al viento para masacrar a la presa que pululaba por la muralla. Las flechas de los jinetes salieron disparadas hacia arriba para caer con fuerza, rebotando la mayoría con el caparazón de hierro mientras que unas pocas conseguía penetrar en él y herir a algún chamán.
Las magias terminaron y la luz que desprendían los hechizos dejó paso al ardor del fuego en el que los cadáveres se consumían. A lo lejos todavía se divisaba algún tornado convocado por los sabios arcanos, llevando en su ojo a algunas presas, todavía con vida, que más tarde salían disparadas hacia cualquier dirección, estrellándose irremediablemente contra el suelo en un crujir de huesos rotos.
Piedad no había contado con el espectáculo y la preparación con la que los hijos de Gea contaban y para sorpresa de todos, los gigantes se separaron de su amo, avanzando hacia el castillo.
Una nueva lluvia de flechas cayó sobre los escudos de los lobos y las puertas principales se cerraron nuevamente. A los torreones de primera línea acudió la fuerza de arquería y tensando sus arcos largos y finos disparaban flechas de acero que, con la tenue luz de la luna parecían de plata.
Los osos acudieron a la puerta principal y aguardaron hasta la siguiente señal del caudillo. Mientras tanto, la fuerza mágica descansaba para reponer energías. Desde el balcón de la fortaleza, el señor, acompañado por dos grandes chamanes comenzaban a conjurar las fuerzas de Gea: el espíritu de la velocidad, el espíritu de la vida y el espíritu de Madre. El primero de ellos nació entre los lobos, señal inequívoca para que se desprendieran de sus escudos y atacaran en su forma de licántropos a los guerreros y arqueros montados sobre bestias. El segundo de ellos, el espíritu de la vida, acompañó a los oseznos, quienes abrieron la puerta principal y salieron al enfrentamiento contra las nuevas fuerzas de Piedad que llegaban: los gigantes. Para terminar, el espíritu de Gea, convocado por el caudillo de los druidas al ser aconsejado por Fiacla, removió el interior de la superficie, cavando túneles subterráneos por donde engullía a las presas seleccionadas.
La batalla fue sangrienta, miembros de los licántropos caían por el suelo inertes, mezclando su sangre con la de aquellas infames criaturas del submundo. Los osos resistían duramente los hachazos de los gigantes e incluso ocasionalmente cedían unos pocos metros para más tarde retomarlos con arduo esfuerzo.
Una pequeña sombra se deslizó por el bosque, pequeña como un niño y rápida y ágil como una serpiente, así bordeó Piedad el combate. A su frente emergió el espíritu del gusano de Gea, con las fauces abiertas y sus numerosas filas de dientes girando en espiral mientras los tentáculos de su cuerpo intentaban herir a su contrincante.
- Un simple gusano... esto funcionará contra la escoria, no contra mí...

La figura infantil elevó la mano y suavemente la bajó hasta la altura de su cintura, desprendiendo una dulce y tenue luz que amansó a la fiera, devolviéndola a su agujero. Una vez se recogió en su túnel y la luz se difuminó entre la oscuridad que invadía aquél paraje, el gusano continuó con su trabajo hacia el resto del séquito de Piedad.
- La fuerza de este planeta ya no me teme, es más, lucharía por mi causa si así yo quisiera, pero la escoria que muere por mí ya es suficiente para entretener tus armas, “sabio chamán”. –vociferó la voz profunda y oscura de Piedad, sorprendiendo a los presentes al no esperar que de un cuerpo tan joven emanara tan fría voz-
- No habrá más contestación a tu mezquindad, tu destino está sellado, criatura infame. –le respondió uno de los señores chamán que estaban junto al caudillo-
- La muerte... es el regalo que vengo a ofrecer a tu pueblo: el descanso eterno, el júbilo de volver a las entrañas de vuestra amada Madre. Id con los placeres espirituales y dejadme lo tangible.

No hubo otra réplica al comentario de Piedad, al contrario, un arco largo de plata tensó su fina cuerda y lanzó una flecha de plata contra la cabeza de aquél demonio.
- Todo será más sencillo –dijo de nuevo el demonio moviendo una de sus manos delicadamente hacia un lado y luego hacia el otro, transportando mediante su fuerza mental uno de los licántropos heridos que recibió el impacto de la flecha de plata- todo será más sencillo si colaboráis... vuestros recursos no me pueden hacer daño. –tras un alto en su conversación, la retomó al inspeccionar con la mirada el agonizante lobo que moría frente a él- Vosotros os ponéis ropajes compuestos por el cuero de los animales cazados... yo también puedo hacer lo mismo.

Un movimiento de sus pestañas y el druida fue transformado a su forma humana y despellejado por la magia del demonio. Su cuerpo, tendido en el suelo, se retorcía de dolor hasta que otra flecha se lo calmó.
Piedad continuaba avanzando en el campo de batalla, apartando con su telequinesia a todo aquél que se encontrara en su camino, ya fuera aliado o enemigo, incendiándolo al instante.
El viento comenzó a soplar, primero tenue y muy débil, pero continuó su ritmo creciente, azotando a los combatientes, moviendo las delicadas y suaves prendas que cubrían el joven cuerpo del demonio. Antes, cálido como el fuego del infierno, se transformó en uno frío y gélido, sus azotes marcaban finos cortes en las curtidas pieles de los chamanes. Las copas de los árboles se movían como si estuviesen espantadas del viento, dejando ir algunas hojas y ramas finas en el mismo. El polvo muerto del camino se levantaba formando tormentas de arena que arreciaban continuamente el campo de batalla y hacían confundir los lobos, los arqueros, los guerreros, los osos y los gigantes en un mar de sangre y oscuridad.
Un claro se formó en el cielo y la luna, antes oculta, destapó su fría y pálida cara, como si estuviera presenciando el acontecimiento y con su rostro representara el dolor que sentía. Su blanca y mortecina luz se reflejaba sobre el campo de batalla, plateaba las armas e iluminaba los rostros humedecidos de sudor de los contrincantes.
Los dorados cabellos de Piedad, su cara sonrosada y sus ojos verdes esmeralda contrastaban con la maldad y sadismo que dentro de él vivían. Avanzaba firme y decidido, lentamente llegaba a la segunda puerta y los elementalistas situados sobre las torres preferían evitar el enfrentamiento, quienes no lo hacían sabían que su destino era la muerte lenta y dolorosa, los otros, sabían que el resto de su vida vivirían amargados y cobardes, seguramente serían expulsados del clan y condenados al exilio en el sur.
Un cuervo conocido voló desde la academia de los druidas hacia el hombro del jefe de los clanes.
- Fiacla, estos son malos tiempos para nuestra raza...
- He venido a daros un consuelo. Puedo transformar a los supervivientes en cuervos como yo y volaremos hacia el oeste, más allá de este continente, seguramente no habrá la maldad que aquí nos azota.
- Que cada cual elija, pero yo debo quedarme aquí, permanecer tranquilo e impasible a que la muerte me lleve, aunque por dentro mi alma está quebrada y mis piernas apenas puedan tenerme en pie.
- En tal caso, Gea me ha donado el poder de la Luna, no es una coincidencia que haya salido ahora el astro. Utiliza su influjo lunar para que los licántropos sean letales, debes terminar ya con este asedio. Apenas le quedan fuerzas a Piedad.

Entre los brazos del caudillo apareció una pequeña daga, de enmangue dorado y de filo plateado.
- El gusano que nos mandaste apenas sí ha ayudado... espero que este sacrificio merezca la pena.

Tomando la daga se la incrustó a sí mismo en el corazón, derramando la sangre a borbotones, resbalando por el balcón. Su cuerpo, ya casi sin vida, se desplomó por fuera del fortín cayendo al suelo, en medio de un gran charco de sangre.
- Mis huesos ya están quebrados, mis músculos no responden... pero mi pueblo... mi raza... todavía vive.
- Necio patán –dijo Piedad cuando llegó a sus pies- sacrificarte por un sueño... no tiene sentido. Esperaba mucho más de un legendario jeque tribal.

Los lobos y osos se agolpaban tras del demonio, habían conseguido vencer a todas las criaturas de su ejército. Los elementalistas habían recobrado su poder y valentía y comenzaban a conjurar sus hechizos. Los dos señores que habían acompañado al jefe habían bajado del balcón y esgrimían sendos arcos contra Piedad.
- Un esfuerzo inútil... –se lamentó Piedad mientras provocaba la calcinación de todos los druidas que blandían armas contra él en grandes olas de fuego- no sois más que humanos o, si me apuras, chamanes amigos de Gea. Pero vuestra amada Madre está tan corrupta y debilitada que no puede con un Rey Demonio.

Fiacla en su reencarnación de cuervo se elevó sobre los cadáveres de sus compatriotas, juntó a los supervivientes y huyeron convertidos en cuervos hacia el horizonte, a unas tierras prósperas, alejadas de la maldad que había terminado por expulsarles de su tierra natal.
- ¡Uileloscadh Mór... hemos sido derrotados y humillados... Madre no nos ha protegido, no tenemos la obligación de continuar rindiéndola culto y homenaje! –vociferó el cuervo a sus compañeros alados en su exilio a nuevas tierras-
- Huid miserables... jajaja... cobardes.

La fortaleza de Scogslen se deshizo en medio de un poderoso haz de luz que cayó del cielo aniquilando todo el territorio de los druidas, reduciendo a cero la vida que allí restaba.
- Un nuevo comienzo... la historia siempre se repite –se dijo a sí mismo mientras esbozaba una sonrisa complaciente por el trabajo realizado- me pregunto cómo les irá a los otros dos...



Comenzaba a asomar el sol en Tristam. Justo el día en que los druidas se defendieron en Scogslen. Satro e Ygar subieron hasta el Salón, el lugar favorito de Felicidad Eterna y allí la encontraron, pero no como la bella diosa que se había presentado. Era un cuerpo en descomposición de un demonio, de piel azul y dos largos cuernos que le llegaban al cuello, unos grandes ojos amarillos y unas raídas togas moradas.
- A juzgar por vuestra mirada... creo que las palabras sobran.
- Preséntate. –exclamó Ygar-
- Mi nombre es Salazar.
- ¿Quién eres? ¿Qué has venido a hacer aquí? –exhortó Satro-
- Tu alma está llena de dolor... antes todo era satisfacción e ilusión... es acaso por el hecho de que no tenga la apariencia de una diosa sino de un demonio? Tan prejuiciosos sois?

El demonio se removió sobre la mesa, sensualmente, con movimientos de serpiente mientras sus dos ojos dorados miraban fijamente a los dos guerreros y su larga lengua negra se paseaba por los labios humedeciéndolos.
- Responde de una vez a la pregunta –obligó Ygar mientras empuñaba en lo alto su espada-
- Héroe inquieto... ya me he presentado. Me llaman Salazar o el Rey Demonio del Deseo.
- Belial conjuró a Sho, abrió el Mundo de los Recuerdos para acceder a la fuente del poder, qué haces tú aquí? –preguntó Satro-
- Bien bien... me temo que la historia que os han contado sobre vuestro mundo no es la correcta... –empezó a decir Salazar- comencemos a escribirla.
“Al principio de los tiempos toda la creación estaba unida, lo que ahora se conoce como Infierno, Santuario y Cielo. Se la llamaba Gea, es la diosa de los druidas, el universo primigenio, la madre original. Como tal madre, engendró sus primeros vástagos, nosotros, y nos autoproclamamos como Reyes. Fuimos un total de siete reyes: Sho, Piedad, Salazar, Fiacla, Edebhel, Soriel y el último Iadalbaoth. Los tres primeros gobernamos la parte sur de Gea, Fiacla gobernó la parte central, la más pequeña, mientras que los demás gobernaron en la parte superior.
Todos formamos parte de la misma energía... la corriente pangeática o como la llamamos nosotros, la sangre de madre. Cuando alguno muere, su alma regresa a la sangre y allí aguarda a su renacimiento, así eternamente hasta que Madre decida detener el ciclo y llegue su muerte.
Con el paso del tiempo surgieron enemistades entre el sur y el centro-norte y desembocaron inevitablemente en una guerra fratricida que culminó en una gran herida en el seno de Madre, ahora llamada Piedra del Mundo. Esa herida provocó que los tres territorios se separaran bruscamente y se solaparan como distintos planos de un mismo mundo.
A los del sur nos llamaron despectivamente como Reyes Demonio, término que hasta la fecha inspira miedo y temor. Por nuestra parte llamamos a los demás como Reyes Celestes y a Fiacla le acuñamos como Hijo de Gea, ciertamente fue el más sincero y leal a Madre.
Nosotros tres nos encargamos de regir en nuestro territorio y nuestros descendientes se llamaron demonios.
Desde aquí desconozco parte de la historia del Cielo, sólo sé que sus Reyes se dividieron en cinco, dominando las distintas zonas en las que había quedado su microcosmos. Sobre el destino de la parte central, lo que conocéis como Santuario, los reyes del Cielo y Fiacla se reunieron para acordar varios asuntos, tales como el propio nombre, con un significado místico, simbolizando el lugar de adoración de los Reyes, así como también se acordaron las relaciones entre Santuario y el Cielo, estableciéndose acuerdos de no-intervención todavía vigentes hasta que vosotros como en vuestra forma de Tyrael, os entrometisteis en el destino de los humanos.
Mientras tanto, en el Infierno se fue gestando pausadamente la raza de los demonios. Los primeros nacieron a partir de rituales oscuros de la magia que provenía desde el Seno de Madre, fueron un total de Tres, sí, en efecto, hablo de los Tres Hermanos. Con el nacimiento de estos, la magia de Madre se debilitó pero aún pudo arrojar suficiente esencia mágica para dos nuevas entidades: Belial y Azmodán.
A partir de aquí la Historia la escribieron los vencedores. En una alianza de las nuevas cinco entidades, los tres Reyes del Infierno fuimos recluidos en una prisión mística e intangible, a la cual sólo se podría llegar mediante la fusión de sus cinco poderes. Esto era el Mundo de los Recuerdos. En donde había algo que era incluso ajeno a la propia Madre... era la Fuente del poder, no se sabía nada sobre ella, simplemente parece que fue el origen de Madre, el lugar desde el cual empezó todo.
A partir de entonces comenzó la tiranía en el Infierno, llevada a cabo por estos cinco demonios. Le siguió la rebelión y el Exilio Oscuro. Pero bueno, eso ya lo sabréis...”
- Y por qué razón Belial quería rescatar a Sho? Qué quería de allí?
- Supuestamente la Dama de las Mentiras planeaba abrir el Mundo de los Recuerdos al fusionar sus almas y de entre los tres cautivos, poseer a Sho. Ya que es el único que puede llegar más allá del Seno de Madre e integrarse corpóreamente en la corriente vital.
- ¿por qué nos estás contando todo esto, Salazar?
- Porque no viviréis para saber el final. Puedo ver el futuro, es una de mis múltiples cualidades y sé que el Portador del Apocalipsis cernirá su oscuro manto sobre Santuario. Este mundo no va a ver dos amaneceres más.
Unos finos hilos de metal se tensaron tras un gesto de la cabeza de Salazar y sus dos contrincantes cayeron al suelo desmenuzados en un amasijo de músculos, sangre, huesos y metal.
- He aquí vuestro regalo... no sufriréis con el eterno dolor del Apocalipsis. Que vuestro Dios se apiade de vuestras almas y os retorne a la corriente de Madre...

Desde lo lejos, el cuervo Fiacla vio cómo del cielo caía una brillante luz sobre la tierra de Santuario, quizás sería la última liberación o quizás estaban entrando en el purgatorio. Lo único que tenían por cierto es que no volvería a haber otra luz en todo Santuario. “Madre, qué camino estás escogiendo para tu destino?” se preguntaba interiormente sin hallar ninguna respuesta que no le asustara más que la anterior que había pensado.


El dolor de la batalla ha cesado. Todo Santuario está inmerso en la oscuridad traída por los Reyes Demonio. La bandada de cuervos que acompañaban a Fiacla ha sido exterminada y su líder apresado y conducido al trono del emperador Sho, situado sobre las antiguas islas territorio de las amazonas. Piedad y Salazar continúan con la población del nuevo Santuario mediante los demonios que surgen de las puertas abiertas al infierno. Numerosos ataques sin fruto se han originado contra lo que resta del Haz de Verin, la puerta al Cielo. En todo Santuario no hay nada más que oscuridad: los rayos del sol apenas sí pueden traspasar la densa capa de oscuridad que cubre todo el mundo. Ha comenzado el último día de Santuario.


RENACE, MADRE

- Bien bien, pequeño cuervo portador de antiguos proverbios chamánicos... dime qué piensas que puedo hacer a alguien que fue de mi mismo nivel y categoría. –sonó una doble voz, fruto de la combinación de mujer y hombre-
- Sho... has conseguido volver de la prisión que te encerraron tus hijos. –dijo con dolor el cuervo-
- Cómo es aquél refrán... “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Tú les condujiste a ello. Tú les hablaste del Mundo de los Recuerdos. –volvió a sonar la doble voz, aún más fría que la otra vez-

Las negras y góticas paredes de la sala del emperador se helaron desde arriba hacia abajo, congelando toda la habitación. Un frío humo emanaba del hielo, haciendo descender la temperatura de la sala bajo mínimos.
- Pequeño cuervo... hoy es el día para reiniciar a Madre. –dijo la doble voz, personificada en una sombra junto a la ventana de opacas vidrieras- todos los errores del pasado se irán. La redención caerá de nuevo sobre el mundo. Todo lo hecho volverá al modo en el que debía ser. Tú y yo volveremos a ser hermanos. Madre volverá a vivir. La humanidad no habrá nacido... ni nacerá.
- Esa redención es una locura, todos tuvimos nuestro tiempo y lo hecho queda en la memoria, no se debe cambiar.
- La redención de todo lo creado y lo imaginado. Ningún pecado cometido. El renacer... de Madre.
- Sho, alterarás todo cuando hubo.
- No alteraré nada, porque lo redimiré, yo soy el ángel enviado por Dios para hacer que su creación vuelva a ser como era. Seré tildado como Portador de Apocalipsis.
- Estás enfermo.
- No, yo os amo. Os amo sobre todas las cosas. Por ello me produce un profundo dolor el hecho de que todo quede tan corrupto. Ya te lo he dicho: soy el Redentor que conducirá a las ovejas descarriadas por el buen camino.
- Sabes que no tendrás éxito, no puedes decidir por ti mismo lo que está bien y lo que está mal para todos. ¡Apenas puedes discernir lo que está bien para ti mismo!
- Fiacla, hermano... –dijo la sombra aproximándose a la jaula donde estaba el cuervo- dile a Madre que la amo.

La jaula se congeló y el cuervo estalló en multitud de fragmentos helados con el simple tacto de la garra huesuda de Sho sobre el frío metal que formaba la prisión.


“Esto ha ido demasiado lejos” dijo un Rey Celeste en una asamblea convocada con urgencia en donde se reunieron todos los reyes del Cielo.
- Ya no lo recordáis... Tyrael se sacrificó por nosotros, sus descendientes nos ayudaron contra el pérfido influjo de Belial y reconstruimos nuestro mundo gracias a ellos. ¿Y así se lo pagamos? Por el amor de Dios, ¡Hemos dejado que mueran a manos de los que tienen igual poder que el nuestro!
- Edebhel, no te exaltes, todos sabemos lo que esos tres nos ayudaron a hacer en contra de Belial. Y debemos hallar una manera de compensarlos.
- Gloriel, parece ser que ni tú ni Edebhel os acordáis de los tratados de no intervención firmados con Fiacla...
- Esos tratados ya no están vigentes! Fiacla ha muerto. –dijo Iadalbaoth- debemos actuar ahora, o será demasiado tarde. No sabemos los intereses de los Reyes Demonio, pero tenemos que actuar.
- Soriel, es cierto que firmamos acuerdos de no intervención –repuso Edebhel- pero aunque todavía tuvieran validez, aspecto en el cual no me voy a entrometer, es un tema que nos concierne a todos. El infierno ha ocupado totalmente Santuario, han aniquilado a todos los humanos que en él habitaban. Ya no hay vida.
- Ciertamente la situación es harto confusa, mas no debemos dejar llevarnos por el ímpetu y por las emociones. Debemos pensar en nosotros mismos.
- Apreciada Mei-Lua, tenemos en cuenta tu versada opinión sobre los asuntos, pero... –Gloriel fue cortado por Edebhel-
- Pero no tenemos tiempo para pensar, debemos actuar cuanto antes.

Un ángel llamó a la puerta y sin esperar respuesta entró a la asamblea vociferando y dejando un reguero de sangre a su paso.
- Señores, Reyes... traigo noticias de Santuario, se murmura que Madre va a ... re...na...cer. –el mensajero cayó al suelo inconsciente-
- Supongo que todos sabemos lo que eso significa. Si esta información es válida, debemos actuar y cuanto antes.
- Soriel... –comenzó a decir Mei-Lua pero fue cortada bruscamente por la firme voz de Gloriel-
- Debemos enviar de una vez a nuestros campeones. Hemos de terminar con esta amenaza.
- Estoy de acuerdo con esa actitud. Voto por que el primer objetivo sea directamente Sho. Una vez el emperador haya caído, será fácil acabar con Salazar y Piedad.
- No los subestimeis, son tan fuertes como cada uno de nosotros. –concluyó Iadalbaoth- que se dispongan a partir los campeones del cielo. El Haz de Verin se cerrará tras su paso.


El castillo de Sho estaba envuelto por sombras purpúreas y blanquecinas que orbitaban en torno a éste como si de centinelas en guardia se tratase. Salazar y Piedad se habían trasladado a la residencia imperial mientras esperaban para que llegara la hora del siguiente paso en el plan de Sho.
Se organizó un banquete fastuoso, con todo lujo de detalles y de comidas, para los más altos dirigentes de los demonios. A esta comida asistieron los tres Reyes Demonio que presidieron la mesa.
- Camaradas y Hermanos –comenzó diciendo el emperador cuando todos estuvieron sentados- por fin hemos conquistado lo necesario para hacer girar la balanza de la justicia y del destino. Desde este momento, Santuario se rinde al Infierno. Madre estaría orgullosa de vuestra hazaña aunque estuvierais siguiendo las órdenes de Belial. Tras varios milenios, los Reyes Demonio hemos regresado de nuestra prisión y purificaremos la existencia.

Un clamor recorrió los ánimos de los presentes que aullaban, agitaban sus brazos en señal de victoria y los más recatados se limitaban a aplaudir manteniendo la compostura. Sho guardó silencio, había previsto algo y estaba a punto de suceder.
Un temblor sacudió todo el castillo y comenzaron a aparecer pequeñas grietas en las paredes que fueron haciéndose más y más grandes a medida que el temblor aumentaba. Le sucedió la aparición de un extraño halo verde blanquecino que subía en espiral por todo el castillo para concentrarse en lo más alto de éste y ser lanzado hacia el cielo. Unos momentos de calma tranquilizaron medianamente los enloquecidos corazones de los asistentes que causaban tremendo contraste en comparación con el de los Reyes Demonio, manteniendo la calma e incluso Piedad, sádico como de costumbre, difuminaba en su infantil rostro una sonrisa complaciente.
La calma se truncó de súbito, cuando el haz verde impactó contra su objetivo en el cielo: había atrapado la prisión del Mundo de los Recuerdos, que no se había cerrado desde su abertura. Un nuevo temblor sacudió la zona, aún más fuerte que el anterior pero considerablemente más breve.
Al cesar el segundo terremoto, una enorme planta estaba creciendo desde el interior del castillo, sus ramas cubrían las ventanas y quebraban todavía más la roca. Su aspecto, de color verde oscurecido, imponía respeto: no todos los días se ve una enorme planta con púas crecer tanto como para cubrir un castillo y además llegar hasta el Mundo de los Recuerdos.
- Señores de la Guerra y de la Devastación, les presento a Madre. O al menos, lo más puro que de ella queda.
- ¿Esta planta es Madre? –preguntó uno de los diablillos allí congregados-
- en efecto, Madre se ha materializado en su expresión más natural que podía haber encontrado para su reencarnación. Y ahora está atrayendo hacia este Castillo el Mundo de los Recuerdos y con él, la Fuente del Poder. Madre volverá a crecer sana y fuerte como antaño, antes de que nuestros pecados partieran su esencia.

Cuatro púas de los tallos se alargaron de súbito y atravesaron el cuerpo de Sho, empalándolo en el acto frente al desconcierto en el público, que salió despavorido del castillo y se encontró la temible verdad: no sólo el Mundo de los Recuerdos estaba bajando, el propio Castillo se elevaba sobre las nubes en dirección a la Fuente del Poder.
Sho el Empalado, así lo llamarían más tarde, recibió los dones de Madre mediante las cuatro púas que se incrustaron en su cuerpo. Desde allí veía con los ojos de la planta, con los suyos propios y a la vez con los de todas las criaturas vivas de la creación.
- Salazar, Piedad, tenemos compañía. –dijo una vez las cuatro púas salieron de su cuerpo y le dejaron total libertad de movimiento- salid a recibirles como es debido. Tengo que hablar con Madre.

El ejército del cielo estaba trepando por la planta mientras hacían frente a los demonios que bajaban del Castillo. Sobre todas esas bestias que salían al paso de los ángeles, se elevaban dos, situadas enfrente de la gran puerta de acceso al interior.
- ¿Eh? ¿Qué pasa? ¡No puedo moverme! –gritó el cabecilla de grupo a su compañeros que le seguían de cerca-
- Nosotros tampoco, nos hemos quedado aquí como... pegados.

Uno a uno, toda la avanzadilla celeste fue capturada en una invisible tela de araña, demasiado cerca de los dos Reyes Demonio.
- ¡Cuidado los de allí arriba! –gritaron los que seguían a la avanzadilla, pero éstos no llegaron a escuchar ninguna advertencia más. El poder de Piedad hizo efecto y sus cuerpos se consumieron en las llamas del Infierno-
- Es inútil que intentéis sobreponeros a nosotros. Por más que seáis, ni todo el Cielo podría acabar con uno de nosotros. –y dirigiéndose a Piedad, habló en voz más baja- Retírate hacia atrás.

Los ángeles cortaron la invisible tela de araña y consiguieron poner pie sobre las rocas que rodeaban el Castillo. Con el estandarte bien en alto y las espadas afiladas, arremetieron todos contra estos dos seres demoníacos. Con su fuerza y la velocidad que llevaban, se hacían a pedazos cuando se topaban con la invisible red de corte que había instalado Salazar.
Cinco fueron los supervivientes a la masacre. Uno de ellos, equipado con un arco de luz, logró traspasar la red y atravesar la cabeza de Salazar. A éste disparo le siguieron diez más que impactaron contra todo el cuerpo del Rey Demonio, provocando que cayera al suelo mientras se reía.
- Piensas que tus flechas te salvarán de un Rey Demonio? Si no lo hicieron ni dos partes de Tyrael, diez impactos de luz no harán nada.

Salazar se puso en pie mientras miraba con locura sus adversarios. De repente desapareció, dejando atónitos a los presentes. Piedad consiguió seguir el rastro del aura de su hermano, se dirigía hacia el grupo de ángeles, poniéndose tras ellos mientras conjuraba otra de sus telas de corte.
No fue sólo Piedad quien siguió al Rey Demonio: uno de los ángeles de la retaguardia, justo quien estaba delante de Salazar, se percató de su presencia y, sin perder tiempo, se abalanzó sobre su enemigo, cayendo ambos al vacío. La trampa de hilos de Salazar consiguió cortar algunas alas al ángel, así como parte de su brazo y provocarle profundas heridas en el resto del cuerpo.
- Supongo que no pensaréis –advirtió Piedad- de que él morirá así...
- Piedad, sabemos que no podemos acabar con vosotros, sólo tenemos que cumplir nuestro cometido. –contestó una fémina-
- Hm... es cierto que los ángeles no tienen sexo pero... ¿por qué tú sí?
- No soy un ángel. Sencillo.

Los tres ángeles del grupo que quedaban blandieron armas contra el Rey Demonio que tenían delante de ellos, dando la oportunidad a la mujer de penetrar en el interior del desolado Castillo.
- Piedad, tus poderes han sido anulados por el efecto de nuestra Fe!! –gritaron los ángeles cuando cargaban contra el segundo Rey Demonio.

La chica no encontró ninguna resistencia en el interior del castillo, ningún demonio habitaba ya en él, pero una presencia oscurecía hasta su mismísima mente. Como si la estuviera mirando por las paredes, por los tallos de la planta que cubrían las ventanas, las puertas, las esquinas... en su propia cabeza escuchaba la risa desquiciada del emperador, no le dejaba prestar atención a sus otros sentidos. Toda ella estaba siendo manejada por el propio Rey Demonio, conduciéndola directamente al trono donde se encontraba Sho.
- Bienvenida chiquilla... –tronó su doble voz, todavía más oscura que de costumbre-

Su cuerpo, envuelto en sombras opacas difuminaba su silueta. Las luces de la habitación, fuego fatuos, brillaban con luz fría y gélida. Aquella habitación era el mismísimo infierno congelado.
De repente la presión que ejercía el emperador sobre la mente de la mujer incrementó todavía más, tales eran las necesidades de saber del emperador por qué esa muchacha había abandonado su grupo y se había adentrado en su castillo. De repente en su cabeza apareció una sola palabra: Verin.
Sho cesó su control mental y volvió a dejar a la chica en el suelo, totalmente debilitada y exhausta.
- Verin...
- ¡Así es... y éste es mi nuevo Haz de Verin! –gritó la chica-
- ¿Esto es todo lo que se le ocurre al Cielo?

Del amuleto que llevaba Verin en el cuello emanó un torrente de luz que traspasó el techo del Castillo. Por el nuevo haz aparecieron los cinco Reyes Celestes, totalmente armados.
- Bienvenidos a mis humildes aposentos... hermanos.

El control mental del emperador creció de nuevo en la mente de Verin y la elevó y acercó hacia él. Tomó el amuleto con una de sus garras y lo destruyó, apagando el Haz de Verin.
- Tan sencillo... sois patéticos.
- Sho, detén esta demencia. No está permitido, ni siquiera a ti, favorito de Madre, que hagas la locura.
- Es la Redención de todas las almas, no estáis en situación de juzgar las voluntades de los habitantes de Santuario.
- Santuario ha sido destruido! Qué habitantes dices tú que hay aquí?
- Yo.

Un torrente de oscuridad emanó de la mente del emperador, destruyendo todo el castillo, desarmando a los Reyes Celestes y rompiendo sus armas.
- Y ahora, qué queréis hacer?

La planta terminó de crecer, parándose en seco. Había alcanzado por fin el Mundo de los Recuerdos.
- Bien, esto... ya está. Ahora... jaque mate.

Sho sacó un enorme abanico de su cintura, desplegó todas las sombras que lo envolvían y dio a conocer por fin su aspecto. Un cráneo deformado, sin piel ni músculo, sujeto sobre un manto oscuro y tenebroso, con varias cintas negras de metal que se movían a voluntad del emperador. Sus brazos, disecados, de color azul oscuro terminaban en dos garras, una de huesos y la otra en un guante.
Con el abanico arrojó a los invitados no deseados de la planta, tirándolos al vacío mientras que sus cintas apretaban el cuerpo de Verin.
- La última llave y has venido a entregarte por ti misma... me ahorras mucho trabajo.

Las cintas realizaron cortes superficiales sobre el cuerpo de Verin, derramando su sangre sobre la planta.
- Ahora... que la sangre de Madre fluya!

Sus cintas cortaron tallos de la planta. La sangre de Verin y de Madre se unió en una sola. Todo el tallo tembló. El Mundo de los Recuerdos desapareció al fundirse con Madre. Desde el suelo, Salazar, Piedad, los ángeles y los Reyes Celestes contemplaban el oscuro ritual que organizaba Sho.
- Madre!! RENACE!!!

La planta entera se enroscó en sí misma y volvió al agujero, fusionada con la sangre de Verin y con el Mundo de los Recuerdos. En su interior, Sho gozaba del placer de volver a tocar la caliente corriente vital, la sangre de Madre que tantas veces en su pasado había gozado.
Poco a poco se acercó al núcleo de Madre, los restos de la Piedra del Mundo.
- Aquí es donde empezó todo... Madre, mira lo que hago!

Las cintas de Sho atravesaron el corazón de Madre, derramó todas las almas que había acumulado durante toda la existencia y las eliminó de súbito. Santuario, el Cielo, el Infierno... se unieron en una única masa, esférica, llena de calor y de frío, de vida y de muerte. Luego un gran estallido y nada más.


En la eterna oscuridad brillaba una única luz, tenue y distante, pero cálida y confortable, era la Fuente del Poder, comenzaba a crear de nuevo a Madre.