jueves, enero 24, 2008

tales of Diablo : el señor del terror (by "Blackelf")

bueno primero q todo hace rato q no subo nada nuevo ahora en esta ocacion colocare unos cuentos inspirados en el juego diablo de blizzard

cabe destacar que estos cuentos no son de mi autoria simo de un miembro del foro de

diablo2 latino

su nombre es en el foro "Blackelf" y ha escrito tres historias las cuales me gustaria compartir puesto que al ser un fan del juego encontre muy bien logradas y apasionantes

no se si esperar que leea alguien tanto texto pero no se desilucionaran en invertir tiempo en estos textos


aqui va el primero que se denomina


http://www.diablo2latino.com/PNphpBB2-viewtopic-t-20575.html


Diablo 1: El Señor del Terror.

Acto1: La calma que precede a la Tempestad.
Acto2: Sacrificios
Acto3: El final del reinado negro.
Acto4: Viaje a lo profundo.
Acto5: Terror
EPÍLOGO


Acto1: LA CALMA QUE PRECEDE A LA TEMPESTAD

La noche estaba muy entrada ya cuando la puerta de la alcoba del Rey se abrió chirriando hasta la mitad, dejando penetrar una tenue luz al interior de la sala que, pese a ello, permaneció inmersa en la más densa oscuridad.
Una figura se asomó por la puerta aún sin llegar a entrar en la habitación, y con la mano apoyada sobre el bisel escudriñó el interior de la habitación con sus ojos entornados como tratando de encontrar algo.
El aire denso y cálido le golpeó en el rostro y el silencio de la noche se rompió con el sonido de la voz de la figura que todavía permanecía en el umbral de la puerta.
- Mi Rey, deseáis que realice alguna tarea más?
- No fiel Lázaro, retírate a tus aposentos y déjame descansar. –respondió una voz tosca-
- Está bien, me retiraré a mi habitación pero antes, me gustaría ir a ver a Nuestro Príncipe.
- Haz lo que te plazca. –hubo un silencio, y cuando Lázaro iba a abandonar el umbral y cerrar la puerta volvió a sonar la voz del rey- Lázaro…
- Dígame mi señor.
- Últimamente te veo muy interesado con respecto a mi hijo… -al decir esto, la sangre de Lázaro se heló y su cara se desencajó, y tras una breve pausa que utilizó Lázaro para serenarse y no aparentar el nerviosismo que le corroía en su interior continuó diciendo el Rey- no importa… son sólo divagaciones de un viejo loco… no me hagas caso, estoy muy hastiado y es demasiado tarde ya, haz lo que te plazca.
- De acuerdo, le haré una visita a nuestro joven príncipe y a continuación me retiraré a mi alcoba.

La puerta se cerró con un menor ruido que antes y a medida que desaparecía ese halo de luz que apenas llegaba a penetrar en la habitación, la soledad del rey retornaba y se cernía en la oscuridad.
Lázaro bajó las escaleras y continuó por el pasillo que ante él se extendía y llegó al final del mismo, el cual culminaba en una gran puerta de madera vieja. Tomó el pomo de plomo y sin abrir la puerta golpeó suavemente la madera con su otra mano. Desde el interior le respondió una voz dulce y serena que le invitó a pasar. Lázaro giró el pomo y entró en la habitación donde varias velas alumbraban la cama sobre la cual reposaba el joven príncipe Albretch.
- Hola mi buen príncipe, ¿qué hacéis aún despierto? –saludó Lázaro haciendo una reverencia con la mano derecha mientras se inclinaba frente al príncipe-
Mientras Lázaro saludaba, Albretch se incorporaba en su lecho, reposando su cabeza sobre un almohadón colocado entre la pared y él. Miró a la figura que acababa de entrar en la habitación, tenía unos cabellos rubios cortos y sus ojos azulados denotaban felicidad, producida por la aparición de Lázaro.
- ¿A qué venís hoy? ¿Tal vez a contarme vuestras fantásticas historias o a hablarme sobre vuestras lecturas? –preguntó interesado Albretch-
- me conocéis muy buen mi buen príncipe, pero hoy vengo a hablaros sobre unos hechiceros. –al decir estas palabras, los ojos del niño irradiaron ilusión e intriga-
- ¿Hechiceros? ¿De qué tipo? ¿Eran buenos o malos? ¿Existieron de verdad o fueron producto de vuestra imaginación?
- Mi buen príncipe… -hizo una pausa mientras esbozaba una amplia sonrisa y luego continuó hablando- de los hechiceros de los cuales hoy os voy a hablar, existieron de verdad, no son producto de mi mente, y, de hecho, hay pruebas que demuestran su existencia.
- ¿Qué hechiceros son? –insistió la ilusión del príncipe- sabes que me interesan mucho esos relatos, cuéntamelo todo.
- Os hablo de los Horadrim, uno de los grupos más poderosos de cuántos existieron. Su misión era la de contener a los Males fundamentales en una especie de… Piedras… -dijo Lázaro mientras acariciaba un collar oculto bajo sus ropajes- piedras… del Alma… ofrecidas por el mismísimo arcángel Tyrael.
- ¿Qué ocurrió Lázaro? ¿Qué ocurrió con las piedras? –preguntó el inocente niño y la mirada de Lázaro brilló-
- No se sabe del paradero actual de las piedras… no obstante, se dice que fueron capaces de contener el poder de los tres demonios y sellarlos.

Lázaro y Albretch estuvieron conversando largo y tendido sobre el asunto hasta que el cansancio se cernió sobre el niño.
- Mi buen príncipe, debéis descansar.
- ¿Por qué me aconsejáis eso? No tengo ningún quehacer a lo largo de todo el día de mañana.
- Todo lo contrario… mi buen príncipe, vengo de hablar con vuestra majestad, vuestro padre Leoric, y le pedí permiso para llevaros de visita a una catedral.
- ¿Mi padre accedió a vuestra petición? –dijo sorprendido el príncipe que no podía dar crédito a lo que su amigo Lázaro le contaba- no… me estáis engañando –desconfió rápidamente el príncipe lo que produjo una rotunda reacción en Lázaro-
- ¿Yo? ¿Engañaros a vos? –dijo Lázaro mientras se levantaba con las manos hacia el cielo como si estuviese esperando una respuesta- ¡Ni siquiera el más crédulo de los mortales sería capaz de dar crédito a eso! Me marcho… una cosa que alguien quiere hacer por vos, mi buen príncipe, y desconfiáis de él… buenas noches. –terminó de replicar a Albretch y bajó la cabeza mientras sonreía maliciosamente y abandonaba la estancia-
- Lázaro! Esperad! –gritó Albretch tendiendo la mano hacia él- no era mi intención ofenderos.
- No me habéis ofendido, me habéis demostrado a cuanto grado de confianza puedo llegar a tener con vos mi príncipe. –la figura se detuvo en seco y tuvo que ahogar una gran carcajada cuando escuchó la respuesta de Albretch- mañana pasaré a recogeros, la Catedral se encuentra a una distancia considerable, hasta entonces, descansad, vendré al asomar el alba, no hagáis ruido, de lo contrario despertaréis a vuestro padre.

Lázaro salió de la habitación lentamente, arrastrando sus togas oscuras sobre el frío suelo de piedra, cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido y recorrió el pasillo pasando las escaleras que tiempo antes había descendido y llegó a una pequeña puerta de madera podrida, la tocó y recitó palabras mientras emitía un haz de luz desde sus dedos hacia la corroída puerta. Se abrió de par en par sin efectuar el más ligero sonido y ante Lázaro aparecieron unas escaleras de madera vieja que crujían al ser pisadas; colocadas en espiral realizaban un brusco descenso desde el nivel de la alcoba del príncipe hacia la puerta principal del castillo y aún más abajo, donde se dirigía Lázaro.
Tras bajar varias alturas en las escaleras, éstas se terminaron y dieron paso a un suelo polvoriento, donde el aire era húmedo y muy denso, era una gran sala en la cual penetraba la luz de la luna a través de una pequeña obertura en uno de sus muros.
En esa gran sala había dos pequeñas puertas, una de acero con un grosor abismal y otra más fina, de madera y sin cerradura. Lázaro abrió la puerta de acero y una bocanada de aire cálido emergió del túnel infinito que ante él se extendía.
- Perfecto…. –dijo Lázaro en voz baja- está todo preparado mi Señor… -mientras acariciaba el colgante que mantenía oculto bajo sus oscuras vestiduras-
- Lázaro! –tronó una voz que emanaba del collar- Leoric se me ha resistido, su mente no era tan débil como pensaba en un comienzo, necesito a ese niño, ¡tráeme a ese niño!
- Mi señor… el niño caminará bajo los suelos de la Catedral mañana… lo tengo todo planeado, no temáis su Magnificiencia… nada puede ir mal.
- Eso espero… de lo contrario sabes lo que ocurrirá contigo.
- Pero… mi señor… vos habéis dejado a los límites de la razón al rey, el niño está indefenso… -Lázaro paró de hablar al acudírsele un pequeño y posible inconveniente-
- Hay un “pero”… -sonó la voz ahora más baja y más calmada- dime cuál es.
- Su nombre es Lachdanan… es el Caballero de Élite de Leoric, es el líder de sus tropas, y él conserva la cordura que le falta a su señor… ha ocupado casi el puesto de Consejero.
- Lachdanan… me ocuparé de él… tú, Lázaro, actúa conforme hayas planeado, me encargaré yo de dejar a Lachdanan alejado de los acontecimientos.

La voz calló de inmediato y Lázaro cerró de nuevo el túnel y abrió la puerta de madera, tras la cual se hallaba su lecho.

Pasado un tiempo, resonó en todo el castillo un espeluznante grito, una y otra vez, proveniente de la alcoba del rey. Decenas de guardias armados y preparados para entrar en combate subieron por todas las escaleras que se dirigían hacia el habitáculo de Leoric, derribaron la puerta y con la ayuda de unas antorchas descubrieron un pálido rey, con los ojos desencajados de horror, envuelto en sudor y con la boca temblorosa y casi incapaz de pronunciar palabras.
- ¡Lo he visto! –Gritó el rey mientras una matrona le ponía un trapo humedecido sobre la frente- He visto como nos atacaban…. He visto… el final… de mi reino… la sublevación… Tristam… se ha sublevado, se ha revelado contra mí y mi autoridad! -consiguió decir una vez recuperado-
- Tranquilícese mi señor –dijo la fuerte voz de uno de los soldados que, con armadura blanca, emergía de la multitud- sólo era un sueño, nada más que una pesadilla.
- ¡TÚ! Lachdanan… tú lo sabes! ¡tú sabes quién está conspirando! ¡Tú sabes qué quieren hacer!
- Mi señor, recapacitad sobre los últimos acontecimientos: no era más que un sueño, nada más, la zona de Tristam os ofrece todavía su lealtad.

Era ya asomada la luz del alba cuando entró súbitamente un guarda en la alcoba y se dirigió al rey Leoric.
- Señor, mi rey, su majestad!! El príncipe…
- Mi hijo, qué le ocurre? contestad rápido o vuestro cuello verá de cerca la fina hoja de mi espada –insistió el rey-
- No está!, el príncipe Albretch ha desaparecido! –contestó por fin el guarda-
- Mi hijo… desaparecido… -musitó Leoric- esto es obra de alguien que conspira contra mí –dijo mientras miraba de reojo a Lachdanan-
- Mi señor –respondió éste al verse intimidado- os juro por mi honor que encontraré a vuestro hijo.
- Mas os vale, de lo contrario … -y miró a la espada que tenía a la derecha del cabezal de su lecho-

Mientras tanto, Lázaro avanzaba junto a Albretch cogido de la mano a través del infinito pasillo, casi sumidos en la oscuridad, que se abría desde la puerta de acero.
- Lázaro, por qué habéis cogido este túnel en lugar de la puerta principal?
- Porque si hubiésemos tomado la puerta principal, deberíamos dar más vueltas que por aquí, ya que de esta forma vamos directos a la Catedral.
- No me lo has dicho… ¿a qué Catedral vamos?
- Vamos a la próspera ciudad de Tristam, allí hay una Catedral construida sobre laberintos creados por los Horadrim.
- Los Horadrim! Son esos los hechiceros de los cuales me hablasteis anoche!
- Exacto mi buen príncipe, y le pedí permiso a vuestro padre para ir a inspeccionar la Catedral, queréis venir también a ver las catacumbas que hay bajo ella? –tras estas palabras, los ojos del príncipe Albretch chisporrotearon de alegría-
- Catacumbas de los Horadrim… sí, me encantaría acompañaros en vuestra inspección.
- De acuerdo, visto vuestro entusiasmo debemos ser rápidos, vuestro padre nos espera para cenar en el castillo.
- ¿Para qué construyeron esas catacumbas? ¿lo sabéis?
- Sí, era para guardar algo, algo muy poderoso, algo que posiblemente nadie debería ver.

Al mismo tiempo, en la alcoba del rey llegaba un nuevo guardia.
- Mi señor, no encontramos ni a vuestro hijo ni al arzobispo Lázaro, se han desvanecido!
- No… eso no es posible… debe existir alguna explicación, Lázaro y Albretch estaban por aquí anoche, los escuché hablar, esuché que Lázaro le hablaba a Albretch sobre los Horadrim.
- ¡Tú! Sucia serpiente, ¡lengua viperina!, ¡escorpión del desierto! Tú lo sabías, tú sabías de qué hablaban anoche porque estabas allí, por eso, luego quisisteis secuestrar a mi querido hijo y el buen arzobispo os lo impidió y vos, con vuestra superior fuerza, lograsteis reducir a un niño y a un anciano. Estáis confabulado con Tristam… ahora todo tiene sentido!
- Mi señor, no, no es eso, creedme.
- Quereis derrocar mi autoridad sobre estas tierras y implantar otra, dirigida seguramente por vos.
- Rey Leoric, tranquilizaos, no os conviene estar enojado.
- Vos queréis que me ocurra algo… así lo ví en mis sueños, el pueblo de Tristam y vos. ¡Guardias! –tras la reclamación del rey Leoric, acudieron decenas de caballeros tanto dentro de la alcoba real como en el pasillo que daba acceso a ella- Guardias, tomad a Lachdanan y enviarlo a las Catacumbas de la Catedral de Tristam, el pueblo al que él tanto ama, dejadlo allí sellado en un cuerpo maldito, incapaz de volver a la superficie. Además, por Orden expresa de vuestro rey, os ordeno que busquéis en cada casa de Tristam, en cada agujero, en cualquier lugar y rincón de ese territorio, y encontrad a mi hijo y a Lázaro, por cada casa por la cual paséis, prendedla en llamas, ¡que el pueblo de Tristam se suma en el calor de las llamas de la venganza!

En ese momento, Lázaro y Albretch salían del túnel a través de una puerta de madera oculta tras unos matojos. Ante ellos se extendía la rica ciudad de Tristam y la Catedral. Entraron en ella y, tras observar los frescos que en ella estaban y todo el resto de la decoración, emprendieron un descenso en las catacumbas de la Catedral, a través de sus retorcidos laberintos.
A cada nivel que bajaban, el calor se hacía más intenso, hasta que dejaron de pasear entre paredes de piedra y llegaron a paredes rocosas, niveles en donde los Horadrim decidieron no construir más sino reutilizar la dura y resistente roca.
Un gran alboroto sentían ambos compañeros, Lázaro y Albretch se cobijaron en una esquina y vieron pasar a un tumulto de caballeros, a un hechicero y al mismísimo rey Leoric, al frente de la comitiva se encontraba un caballero, Lachdanan, cuya armadura, antes blanca como la plata, había sido ensuciada con tintes negros y abollada por numerosos golpes violentos. Lachdanan iba maniatado con una soga dura y resistente.
La comitiva pasó por el lado de Lázaro y el príncipe y siguió su camino.
- Lázaro, ¿qué le ocurre a Lachdanan, por qué lo traen aquí maniatado y en tal estado?
- Los culpables siempre reciben su merecido mi buen príncipe, es una lección que debéis saber. Ahora, continuemos nuestro viaje y no nos demoremos en más tardanzas.
- Espera, quiero seguirle, quiero ir a ver dónde llevan a Lachdanan.
- Será interesante para vuestra formación, no obstante, sois un niño, no podéis ver eso. –cuando Lázaro terminó de pronunciar estas palabras, Albretch había salido ya a seguir a la comitiva, su furor era tan intenso que ni las palabras del arzobispo le hicieron mella alguna en su intriga-

Lázaro siguió a Albretch durante mucho tiempo, al final, le encontró encogido tras una piedra.
- ¿Qué ocurre mi buen príncipe? –preguntó Lázaro mirando la cara desencajada de Albretch-
- mira… mira eso…

Lázaro levantó la cabeza y vio a Lachdanan, junto a un grupo de soldados, en torno al cuerpo sin vida del rey Leoric. No pudo soportar la escena y emergió de detrás de la roca.
- ¿Qué ha ocurrido? ¿qué hace vuestro rey muerto?
- El rey nos atacó, había ordenado a un grupo de los suyos que nos matasen, a mi y a mis hombres. Nosotros nos defendimos y la contienda terminó con el fallecimiento del Rey Negro. ¿Qué hacéis vos aquí?
- Lachdanan…. Habéis matado a mi padre… -dijo Albretch mientras asomaba por detrás de la roca- eso es traición.
- Lázaro y Albretch… el rey pensaba que os habían secuestrado…
- No, he venido aquí porque Lázaro me dijo que el Rey le dio permiso a venir aquí y traerme.
- No, imposible, el Rey jamás lo permitiría, además, os ha estado buscando durante mucho tiempo, es obvio que aquí hay un traidor. –dijo Lachdanan mirando a Lázaro-
- Ja ja ja… -rió maliciosamente Lázaro- por fin os habéis dado cuenta… mas es demasiado tarde… Lachdanan… te despojo de tu humanidad, te condeno a vivir aquí abajo, alejado de la luz del día, envuelto en las eternas sombras, para nunca más volver a ser libre.
- Maldita sucia rata, juro que alguien os dará vuestro merecido aunque … -no llegó a terminar la frase cuando su cuerpo cayó en el suelo inconsciente, transformándose en un ser infernal-
- Pobre Lachdanan si hubiese sido igual de leal hacia mi señor como lo fue hacia vuestro padre…
- ¿Cómo? Lázaro, explicáos, ¿qué pretendéis?

Lázaro tomó fuerte de un brazo a Albretch y marchó a niveles más subterráneos que en el cual se encontraban hasta que llegaron a una enorme sala con un altar en el centro.
- Aquí está… lo que los Horadrim juraron proteger… sobre este altar se guardaba una de las piedras… una Piedra del Alma.
- ¡Lázaro, me hacéis daño!
- La Piedra del Alma de Diablo… ¡por fin mi señor será libre para volver al Infierno de donde fue expulsado!
- Lázaro, recapacitad, toda vuestra vida habéis estado junto a nosotros, no podéis hacer esto.
- Las súplicas ya no valen, mortal. –sonó una voz proveniente del collar de Lázaro-
- ¡Ahora, Albretch, siéntete orgulloso porque tu cuerpo albergará la criatura más perfecta que haya pisado la tierra de este mundo! –gritó Lázaro mientras sacaba su collar y dejaba ver una piedra alargada y rosada- la Piedra de Diablo brilla con todo su fulgor, siéntete afortunado de que te haya elegido. Diablo, camina entre nosotros, camina hacia tu libertad y hacia el poder, ¡aquí, en lo más profundo de la tierra, en los túneles que los Horadrim juraron proteger para que tú no resucitases, serás liberado!
- Lázaro, no lo hagas!

El grito del niño se ahogó mientras Lázaro incrustaba la Piedra del Alma en el cuerpo infantil.
- Ahora, retorna a tu forma corpórea, mi Señor.



Acto2: SACRIFICIOS

Todo comenzó con un aviso, promovido por las vastas tierras de Khanduras, en el cual se pedía la colaboración de cualquier persona fuerte y aguerrida para derrotar a un gran enemigo.
Nadie, ninguno de quienes fueron al Castillo del Rey Negro sabían lo que les aguardaba.
Una mañana nublada y con fuertes ráfagas de aire trajo a las puertas del Castillo a un grupo de personajes que, atraídos por la recompensa que se les otorgaría si acababan con un enemigo, golpearon las puertas del castillo.
Una doncella, con el pelo recogido en un gorro, que igual que el vestido que portaba, era negro azabache, les abrió la puerta y, con las manos juntas y cabeza agachada les invitó a entrar al castillo.
- ¡Queremos saber de cuánto es el premio, cuánto oro nos tocará por cabeza al matar a vuestro adversario! –gritó uno de ellos con una voz ronca y dando un fuerte golpe sobre una destartalada mesa de madera vieja-
- Discúlpenme, pero no soy yo la indicada a responder a sus preguntas. En unos momentos acudirá el representante del castillo, y les dedicará todo el tiempo que ustedes necesiten, así como atención personal.
- Navia –dijo una vieja voz bajando por la escalinata de piedra fría y en espiral que se encontraba en una esquina- gracias por otorgar tan amable bienvenida a nuestros futuros héroes. Ahora, por favor, continúa con tus quehaceres diarios.
- De acuerdo, como vos deseéis.
- Buenos…. –y se detuvo al mirar el cielo a través del vano de la ventana- …días. Mi nombre es Lázaro y soy el arzobispo de la iglesia de Zakarum por estos lares… consejero del… difunto rey y su hijo…Albretch.
- De acuerdo… -dijo otro de los fornidos hombres- dejemos a un lado toda esta parafernalia y vayamos a lo que interesa –continuó diciendo mientras se frotaba las manos-
- Está bien… ustedes se dedicarán a ir a la ciudad de Tristám, en donde tras unos oscuros hechos unos rebeldes a la soberanía real se han establecido en lo profundo de la Catedral. Una vez lleguen al último sótano, hallarán a los rebeldes y les darán muerte. Uno de ellos es el caballero de la luz Lachdanan… cuya orden de ejecución fue firmada por el rey Leoric antes que éste le diese muerte –y sacó el pergamino sobre el cual Leoric había firmado la sentencia del soldad y lo mostró a cada individuo-
- Y sobre… -dijo un tercero pero que dejó la frase inconclusa puesto que Lázaro volvió a hablar-
- Sobre el premio… una vez vengan aquí con las cabezas de cada individuo muerto, se les darán cien monedas de oro por cada una, y mil por la de Lachdanan. –los ojos de los presentes se abrieron de par en par, puesto que aquello suponía una enorme riqueza-
- Ese precio, creo que es justo… -dijo el que previamente había golpeado la mesa, y tras él, todos asintieron y hablaron entre ellos sobre la recompensa-
- Entonces todo está decidido, ustedes irán allí y mataran a cuantos más puedan… una vez regresen, se les otorgará la recompensa.

Pasaron el resto del día en el castillo y se hospedaron en cámaras que el rey había dispuesto para inquilinos. Al anochecer, bajaron al gran salón donde estaba parada una gran mesa con toda clase de alimentos.
Sin dudarlo ni un segundo, se sentaron a su alrededor y con gran avaricia devoraron toda la comida.
Tras diez minutos, ya no quedaba nada que pudiese alimentar y apareció Lázaro de nuevo, por la escalinata.
- Veo que ya se sienten como en sus casas… -dijo sarcásticamente-
- Lázaro… hemos estado hablando y… como dicen ustedes, los intelectuales… discutiendo… de que nos parece poca cantidad esas monedas. Queremos más o de lo contrario nos iremos.
- Ahhh… siempre quieren más… está bien se les concederá una mayor gratificación, pero para ello, deben traerme un objeto… se encuentra escondido en el último piso, es rosado y alargado, una especie de piedra. –el tono de voz de lázaro cambió bruscamente- sólo entonces les doblaré sus recompensas, ahora, me retiro. A la luz del alba partirán hacia Tristam a cumplir su misión.

Lázaro subió de nuevo las escaleras y volvió hacia su alcoba secreta, donde anteriormente planeara el rapto del príncipe.
Durante la noche, un frío seco e intenso invadió toda la zona que distaba entre la Catedral y el Castillo de Leoric e incluso se heló el agua de las charcas.
Los héroes partieron sin demora al asomar los primeros rayos del sol mientras pensaban en la gratificante recompensa que podrían sacar de aquél desvalido anciano.
Lázaro, desde la alcoba más alta del castillo veía como el grupo de veinte hombres salía por la puerta principal y se dirigía a Tristam.
Una voz resonó en la mente de Lázaro, mezclada entre niño y profunda, era la voz de Albretch.
“Lázaro, fiel amigo, mi poder está resurgiendo, pronto habré recuperado toda mi fuerza y podré conquistar el reino de los hombres y liberar a mis hermanos. No obstante, necesito más, mándame un grupo de nuevos hombres a engordar mis hordas”
- Mi señor, esta mañana ha partido un contingente de veinte hombres bien armados hacia la Catedral, llegarán a finales de la mañana, estad preparado, pues les he indicado donde está Lachdanan y donde estáis vos.

“Así me gusta Lázaro… siempre fiel a tu señor… estos humanos no serán una molestia, probarán el fuego ardiente del infierno”

Se hizo un gran silencio y alguien llamó a la puerta donde estaba Lázaro.
- Lázaro, ¿estáis ahí?-preguntó Navia-
- Sí, decidme doncella, ¿qué queréis que un viejo y abatido sacerdote pueda daros?
- Quiero una explicación… estuve escuchando la conversación que usted tuvo, pero no oía a la otra persona… ¿tenéis algún problema? ¿necesitáis ayuda?
- Navia… -dijo Lázaro agachando la frente para luego enderezarse y carcajear sobre lo que la doncella le había dicho- no sabéis nada sobre mí… ni sobre mis actos… os estaría mejor no preguntar sobre cosas ajenas a vuestro cometido. –los ojos de Lázaro se volvieron de un color rojizo y sus palabras eran cada vez más vibrantes- no obstante, no puedo dejaros ir…
- Lázaro ¿qué os ocurre?
- Tú Navia, siente el poder de la Boca del Infierno –bajo las togas que cubrían a la doncella se formó un círculo de llamas que tragó a la chica- sufre el castigo de Zakarum!

Navia había sido transportada a una extraña dimensión, era una cueva con piedras rojizas y estaba tumbada sobre un túmulo de huesos fragmentados. De repente, un hálito cálido sopló, el gorro de Navia se calló sobre los huesos y su pelo, antes dorado, había ido transformándose en calvicie, su rostro joven había pasado a huesos y su vestimenta había quedado roída como si hubiesen pasado cientos de años.

Mientras tanto, el contingente había llegado ya a Tristám.
Había pasado de ser una aldea con vida, con gente en las calles, con niños y niñas jugando, a ser varias chozas con ventanas dislocadas puertas rotas y una veintena de habitantes.
- ¿Qué ha ocurrido aquí? –preguntó un hombre a un pobre aldeano enclenque y envejecido-
- ¡tranquilo buen señor, no se alarme!!
- ¿Quién eres? Contesta o tu espinazo se verá partido con mi hacha!
- Mi nombre es Odgen
- Agh… tu hálito apesta a cerveza!!
- Tras los tiempos que ocurren, es mejor vivir apartado de la realidad
- Muy bien… te haré una pregunta, y si no la contestas tu cabeza mirará hacia atrás.
- Dígame señor, dígame, aquí está el buen Odgen para servirle.
- ¿Dónde está la Catedral?
- La… Catedral… -la cara del borracho palideció de repente y su frágil dedo apuntó hacia el noreste- ahí encontrará la Catedral, tiene que pasar un muro de piedra.

La vista del hombre se dirigió guiada por el dedo y encontró un edificio gigantesco, de mármol negro y vidrieras rojas, con un gran rosetón en el medio.
Cuando llegaron allí, la puerta estaba abierta y se oían gritos provenientes del subsuelo.
El hombre que encabezaba la marcha comenzó a bajar las escaleras y llegó a un enorme recinto dividido en celdas.
- Bueno, a ver dónde está esa resistencia, ¡por algo me llaman el Carnicero!

Los gritos se acercaban cada vez más a los hombres, habían dejado atrás la puerta de entrada y varios hombres corrieron espantados en varias direcciones, provocando la disgregación del grupo en muchos focos.
Los gritos sobrehumanos se confundían ya con los del grupo, los cuales al poco tiempo quedaron ahogados.
El carnicero y dos hombres más se quedaron en el mismo sitio, avanzando en grupo en la profunda oscuridad en la cual se habían adentrado.
- Creo que estos no son rebeldes al dominio de Leoric… -dijo finalmente uno de los integrantes.
- No os asustéis, somos héroes, y si volvemos, que lo hagamos con cuantas más cabezas.

El Carnicero corrió en la oscuridad y fue acompañado por los otros hombres. Tras varios minutos corriendo, llegaron a una escalera que llegaba hacia abajo, muy profundo. Encendieron varias antorchas e iluminaron el camino de bajada.
Ninguno supo cuántos pisos habrían descendido, pero el olor a azufre era notable, confundido a veces por olor de alcantarillas.
Puntos rojos resplandecían en la oscuridad de aquella zona y avanzaban hacia el grupo. Cuando los tuvieron cercanos, se dieron cuenta que eran los rebeldes, pero ya no eran humanos, eran conjuntos huesudos de individuos putrefactos, que arrastraban pesadas espadas y hachas.
Los integrantes del grupo arremetieron contra ellos y lograron romper las defensas y derribar todos los esqueletos. No obstante, uno quedó en pie, alto como ninguno y una espada enorme, portando una corona de oro.
- ¿qué es… eso? –preguntó el Carnicero sin esperar respuesta-

El esqueleto se dirigía lentamente hacia los tres con ojos rojos y espada desenvainada.
- Esa corona… ¡lleva los mismos signos que el escudo de Khanduras!
- ¿Quieres decir que eso es el rey … Leoric? –concluyó el Carnicero-
- Si no lo es, poco le falta.

El esqueleto ondeó la espada en el aire y la blandió contra estos, sin alcanzar a nadie físicamente pero moralmente aterrados.
Realizaba ataques consecutivos mientras los otros se limitaban solo a esquivarlos. Rodearon al rey finalmente, y el Carnicero se puso delante de él y los otros dos detrás.
- Huid, huid de aquí! Ni mil monedas pagan por esto!!
- No dejaremos atrás a uno de los nuestros. Nos has guiado en el camino.

El rey Negro tomó con una mano a uno de los hombres y lo ensartó con la espada mientras le daba vueltas en el aire.
- Mejor, pensándolo mejor, ¡nos vamos! –dijo el otro mientras corría hacia la dirección opuesta a la escalera-
- ¡No! ¡¡No es por ahí!! ¡¡¡Vuelve!!!

Se escucharon gritos y el raspar de las espadas contra el suelo, y luego, el grito de dolor del fornido hombre y un golpe seco al caer al suelo.
El rey Leoric, volviendo la mirada hacia el Carnicero, levantó la espada con las dos manos, y con el hombre todavía ensartado en ella, la azotó contra el otro con una fuerza sin igual, rompiendo el suelo bajo de él, y creando un agujero por donde tanto Leoric como el Carnicero cayeron.
El guerrero, todavía consciente, se levantó del suelo e intentó trepar por las paredes, pero fue inútil.
Los huesos de Leoric se levantaron, empuñaron la espada y atravesaron al Carnicero en el corazón. El rey permaneció en la sala donde seguiría hasta que su nuevo amo le diese más órdenes.

Momentos más tarde, Lázaro llegó a Tristam y se alojó en la posada. Una vez en su habitación, la voz le volvió a sonar en la cabeza:
“Lo has hecho muy bien… fiel Lázaro… ahora he recaudado todo mi poder y unos cuantos siervos más que engordarán las filas de mis soldados… en particular ese tal Carnicero… será un buen demonio. No busquéis más. En breve me levantaré y partiré hacia el oeste, a los sellos de mis hermanos.”
- Muy bien mi Señor.

Un hombre llegó a la ciudad, vestido con una capa negra y encapuchado, pidió asilo en la posada. Bajo sus ropajes asomaba una reluciente espada y armadura.



Acto3: EL FINAL DEL REINADO NEGRO

“Lázaro hay nuevas que debes conocer!” tronó la voz de Albretch en la mente del arzobispo.
- Dígame mi Señor, ¿qué debo hacer por vos?
- Ha llegado un Héroe a Tristam, este es distinto a aquellos que contrataste.
- A qué se refiere? Qué quiere que haga?
- Debes tomarlo a mi causa… debes hacer que caiga en el pecado…
- Y para eso… solo hay una forma…
- Exacto… debes traerlo aquí, que la maldición de Leoric caiga sobre él, entonces será nuestro brazo fuerte.
- “nuestro” –al oir estas palabras los ojos de Lázaro rebosaron alegría, había escuchado de las palabras de su apreciado Señor cómo éste lo teía en cuenta y cómo lo respetaba- de acuerdo… será nuestro brazo ejecutor… el será el enviado del pecado.
- Así es… una vez entre en la Catedral, y Leoric huela a vida… mandará a sus legiones… no tardaremos en tener a este potente adversario de nuestro lado.
- Sí… un plan perfecto… lo conduciré a la Catedral… vuestro plan resultará completamente satisfactorio.
- Eso espero… -la voz calló de repente, unos golpes sonaron en la puerta, era el viento que arreciaba, una tempestad se acercaba-

El hombre, cubierto por su capa negra oscilante al viento, salió de la posada pese las advertencias del posadero y sus intentos de hacerle que entrara.
- Señor! Se acerca una tempestad, no puede salir con este tiempo.
- Eso no es problema, mi capa me protegerá.
- Está usted loco si sale ahí fuera! Una vez la tempestad comience la puerta se cerrará y ni al cojo dejaríamos entrar. Piénselo mejor, se lo ruego!
- Gracias por las advertencias, pero mi capa me protegerá.
- Como usted quiera, mi conciencia no tendrá pesares!

Desde fuera se giró hacia el posadero que tambaleándose caminaba hacia la puerta, que cerró con un brusco golpe y puso una tabla de madera para evitar su apertura.
- Bueno… fiel compañera… pongámonos en marcha, debemos ir a visitar a muchas personas.

Mientras tanto, Lázaro observaba al héroe desde la ventana de su alcoba con el cejo fruncido y rápidamente corrió la roja cortina interior.
- Maldito seas… pero tranquilo, pronto pasarás a ser de los nuestros.

Vestido con su capa negra caminaba dejando un surco de pisadas en la tenue capa de nieve que se comenzaba a cernir sobre él. Al poco tiempo, frente a él se encontraba la fuente central del pueblo, llevaba un agua verde y pastosa, y a su lado, un anciano, ataviado con ropajes grisáceos le miraba fijamente.
- Por fin le encuentro. –dijo el caminante hincando una rodilla en el frío suelo y agachando la cabeza-
- Por favor, no soy ningún rey para que me tratéis con tanto honor… sería mejor dejar a un lado las pleitesías e ir directamente al centro del asunto, pues queda, en realidad, poco tiempo.
- Usted –continuó irguiéndose y mirándole fijamente a los ojos- es el último de los Horadrim… sabe lo que en realidad está ocurriendo en esa Catedral maldita.
- Estos no son lugares seguros para hablar de ello… sería mejor idea ir a un lugar más secreto y protegido de la tempestad que la plaza del pueblo.
- Rápidamente le daría hospedaje en mi… -no terminó la frase puesto que el anciano habló antes-
- No! Ahí es un sitio muy poco seguro para hablar… acude a mi casa, está aquí enfrente.

El caballero fue guiado por el místico anciano hasta una casa de dos pisos, con las ventanas iluminadas con lámparas de aceite y en la puerta una misteriosa inscripción.
El horadrim abrió la puerta e invitó a pasar al guerrero que, en ningún momento durante su estancia en Tristam se había quitado la armadura.

- Llevas aquí poco tiempo y ya tienes a dos grandes enemigos.
- ¿Cómo? Es imposible, solo he hablado con el posadero y ahora con usted.
- Son dos seres que te han percibido… uno se hospeda en tu misma posada, de ahí que haya hecho arreglar el piso de arriba y habituarlo para tu estancia. Desde esta noche mismo, dormirás arriba, le he encargado al posadero que recoja tus objetos y los traiga aquí a primera hora del día, en cuanto la tormenta amaine.
- ¿Quiénes son esos dos enemigos?
- Uno se llama Lázaro, y fue y de hecho sigue siendo, arzobispo de la iglesia de Zakarum –ante estas palabras le asaltaron miles de preguntas a su mente pero el hombre no pudo pronunciar ninguna- el otro, es el mismísimo Señor del Terror, encarnado en el cuerpo del príncipe Albretch.
- No… es posible… -el corazón le dio un vuelco al escuchar aquello que le contaba el anciano- pero si son el hijo del rey y el consejero real
- Aún hay más, mucho más… el propio Rey Negro, Leoric, murió con su mente trastornada, y sus huesos han servido para crear un engendro, capaz de transformar para su causa a cualquiera que mate… así hizo con el Carnicero… y como quieren ambos, Lázaro y el Señor del Terror hacer contigo.

La mente del caballero estaba colapsada, no podía asumir tanta información tan deprisa como el sabio le contaba.
- Pero… entonces, es Lázaro quien maneja la corona de Leoric… él es el que publica anuncios pidiendo ayuda para liberar a Albretch.
- Albretch ya no existe, debes tener muy presente. Murió cuando su cuerpo se unió a la piedra rosada.

Una figura fue arrojada desde la ventana superior de la posada, miró con desprecio la casa en la que se encontraban anciano y héroe y desapareció entre la ventisca de nieve, camino al norte.
- Está bien, debes agilizarte, -prosiguió el anciano- Lázaro ha vuelto con su señor, debes detenerlos. Diablo está preparado para su levantamiento desde la más oscura cueva de la Catedral. A todo esto, mi nombre es Deckard Caín.
- Mucho gusto en conocer a tan honorable y sabia persona.
- Ahora, retírate a tu lecho y descansa, mañana debes partir a cumplir lo que has venido a hacer.

Durante la noche, la tormenta arreció con mucha más fuerza que anteriormente, las ventanas eran golpeadas por pequeños fragmentos de hielo y las maderas crujían. El frío entraba en el acurrucado cuerpo del hombre que en ningún momento se despojó de su capa pero sí de la armadura.
Una luz emergió de entre la oscuridad, se hacia más notable conforme se acercaba, las tablas de madera de la escalera crujían con el peso de algo que subía por ellas. El joven se incorporó en su cama y fue a tomar posesión de la espada cuando, al ir a buscarla, el sitio estaba vacío, solo con la forma que dejara la forma.
Por la puerta apareció una vela sobre un candelabro, lo traía el anciano y se dirigía al lecho. Al ver el cuerpo del hombre incorporado sobre el cabezal se acercó menos sigilosamente y posó sobre sus piernas una espada.
- Le mandé al herrero que la afilase y retocara para hacer un mayor efecto.

Sorprendido, el hombre tomó en sus manos la vaina de cuero de la espada, la desenvainó y un haz de luz plateado proveniente de la espada reflejó la poca luz lunar de que disponían. Brillaba roja por la vela, otorgándole un brillo extraño y sobrehumano.
- Quiero que me hagas un favor, -dijo el Horadrim- ensarta a ese viejo loco con esta espada.

La espada volvió a ser envainada y Deckard Caín se retiró de la sala más silenciosamente que como había llegado. Sus palabras resonaron en la mente del héroe como una obligación y un ruego, él estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ese anciano que gracias a la información, ya le había salvado la vida.

Durante toda la noche el joven durmió profundamente, y soñó… el sol brillaba en lo alto, el calor era asfixiante, los verdes campos estaban secos y pútridos, no había vida animal y el poblado estaba desierto. Se elevaban bocanadas de humo blanco de las casuchas que quedaban en Tristam, y al fondo, ese enorme monumento corrompido que es la Catedral, permanecía intacto, ajeno al calor y al sol. Piedra sobre piedra, resistiendo el paso del inquebrantable tiempo. Pero algo se notaba, una gran presencia provocó la salida del alma del guerrero de su cuerpo, adentrarse en las catacumbas de la Catedral y llegar hasta el último piso donde una bocanada de fuego le saludó y tras ella una cara deformada con cuernos rojos y mirada enfurecida.
El héroe se despertó de inmediato, el sol se comenzaba a filtrar por el cristal de la ventana e iluminaba tenuemente la habitación. Se incorporó y al mirar hacia una esquina, la sangre del Héroe se heló, sus músculos se tensaron, los ojos salieron de las órbitas y la mandíbula se le desencajó. Estaba allí, una sombra, con ojos rojos, tamaño de humano y con un bastón en la mano, mientras, irradiaba una profunda oscuridad a su alrededor.
- tú… -se estremeció el joven-
- ¿Eres tú el elegido? ¿Aquel que pondrá fin al reinado de terror de Diablo? –al ver que éste no contestaba, prosiguió- tan débil y frágil como una pálida flor cerrada al hielo invernal y es el Elegido para acabar con Diablo… la vida da sorpresas, pero nunca me esperé esto…

Un fuerte golpe derrumbó la puerta, por ella apareció Deckard Caín apuntando con su bastón hacia la sombra.
- Tú… maldito entre los seres del Infierno ¿cómo te atreves a entrar en la casa de un Horadrim?
- Caín, pronto te llegará la hora y haremos que sea lenta y agonizadota…

Del báculo del anciano emanó una intensa luz que hizo desaparecer la Sombra.
- Veo que te encuentras mejor… esto era un demonio al servicio de Diablo… al igual que muchos que verás allí abajo, en las Catacumbas. Arréglate y baja a desayunar, luego partirás a cumplir tu destino.

El héroe, cabizbajo levantó la mirada y miró a través de la ventana. La tormenta de la noche anterior había pasado ya, el posadero tenía la taberna abierta, la fuente brollaba agua azul y al fondo, la oscura figura de la Catedral que reposaba allí, amenazante, al acecho de cualquier descuido de los pocos supervivientes de lo que antaño fue la rica y próspera joya de Tristam.

Recorrió el trayecto oscurecido por la sombra proyectada por la Catedral, en la cual nada crecía, no había vida. Su paso era el único ruido en esa zona, el latido de su agitado corazón se notaba y los ojos contemplaban cada vez más aterrorizados aquél edificio que se elevaba ante él.
Traspasó la primera puerta de piedra y penetró en el interior. Extrañamente, un aire cálido flotaba en el ambiente, cargado pese tener todas las vidrieras rotas. Más allá de las descompuestas hileras de bancos, el héroe divisó la entrada a las catacumbas, una escalera en espiral se extendía bajo de él, una escalera que le llevaría hasta las entrañas de la tierra.
Descendió por las piedras, aferrándose al frío hierro que servía como pasamanos para no pisar uno de los tantos restos de musgo y resbalar escaleras abajo.
La escala terminó y ante él se extendía en la más profunda oscuridad un complicado laberinto extraído de una mente demencial, y en las paredes, las antorchas humeantes no alumbraban más de dos metros de radio.
Pegado a los fríos muros construidos antaño por los horadrim recorrió gran parte del primer nivel y se detuvo en seco cuando un sonido ajeno a él le heló la sangre, el ruido de frotar el metal de espadas contra el pedregoso suelo, una y otra vez, seguido de mortuosos sonidos guturales. Algo se acercaba, pero dado el pequeño radio de su antorcha no alcanzaba a divisar.
Desesperado arrojó la flama de donde procedía el ruido y hubiera preferido no haberlo hecho, un cuerpo despellejado, en huesos su mayoría armado con una espada y seguido por varios similares a él se acercaban al hombre que blandiendo su espada recogía cualquier muestra de valentía que pudiese quedar en su ser y esperó a que los adversarios se acercaran.
Abrió los ojos, osciló el mandoble y, mientras todavía estaba en movimiento, el cráneo de su enemigo se deshizo así como el resto de su decrépito cuerpo en un conjunto de huesos sin vida. Animado por el resultado hizo lo mío contra los demás, lentos y torpes esqueletos, que sucumbían en tierra por el frío acero que les seccionaba.
Retomó la antorcha y se despegó de la pared, ya mucho más encorajado y rápidamente encontró la bajada al nivel inferior.
Un pestilente hedor a carne muerta inundó sus fosas nasales, y, como pudo, se tapó la nariz con la mano mientras caminaba por el segundo nivel. A cada paso que recorría el hedor se hacía más y más fuerte, casi sin conocimiento, y varias vueltas, y también, varios esqueletos más decapitados, llegó a una sala enorme, donde al medio se hallaba otra más pequeña.
En esta sala, había cadáveres colgados de las manos por cadenas del techo. El héroe los derrumbó todos dejando que descansaran en paz y abrió la puerta de madera.
Un río de sangre salió de la sala, así como restos humanos en proceso de descomposición, había hallado el foco del hedor, se agachó y no pudo evitar las arcadas y vómitos producidos. Una vez calmado, la sangre se removió y le salpicó en la cara y armadura, salpicaduras causadas por las pisadas de algo encerrado en la sala.
El hombre se incorporó y observó una mole enorme ante él, un demonio de piel roja y ojos amarillentos, blandiendo un cuchillo de carnicero. Su boca se abrió y cayeron de ella a la sangre varios trozos de los cadáveres, su aliento podrido emanó fuertes y toscas palabras de gozo.
- Ooohh… ¡Carne Fresca!

El héroe se echó hacia atrás para evitar el ataque brutal de esa bestia y se fijó que, por la posición de la herida en el corazón y por sus pocas, pero algo notable facciones humanas se trataba del héroe que, confundido por Lázaro había ido a la Catedral.
Se cayó al suelo y perdió el arma, que acabó sumergiéndose en la sangre. Indefenso y tumbado como estaba, el próximo ataque de su adversario sería el último. El guerrero cerró los ojos, sumergió la mano en la sangre y notó algo duro, lo levantó y gracias a ello pudo evitar el golpe mortal. Abrió los ojos, vio la monstruosidad que tenía prácticamente encima y le dio una patada en la rodilla, haciendo que se doblegara.
Se incorporó y con los músculos entumecidos encontró su espada, la levantó con las dos manos y la incrustó en el cráneo del Carnicero acabando finalmente con el sufrimiento del alma de aquél bravo guerrero.
El cuerpo yacente del demonio cayó al suelo inerte, se desincrustó la espada de la cabeza y la enmangó de nuevo en su cinto. Tomó otra antorcha de la pared y continuó avanzando. Al final, logró encontrar la entrada al piso inferior.
El aire era más cálido que arriba, la excesiva humedad comenzaba a desaparecer, de hecho, el musgo de las piedras se hacía menos presente.
Nuevas oleadas de huesos retornados le asaltaron, desenvainó la espada la cual utilizó básicamente para protegerse de los continuos azotes que sus enemigos le provocaban. Al final fue acorralado contra la pared, no tenía ninguna escapatoria y los esqueletos hicieron un semicírculo en torno a él. Uno de ellos se adelantó y blandió la espada.
En medio de la oscuridad que le rodeaba se divisó, a lo lejos, una esfera roja que se hacía más y más grande a medida que se acercaba. El hombre, estupefacto por ese hecho se quedó quieto hasta que por fin pudo reaccionar.
- Oh! Dios mío

Se tiró al suelo, los esqueletos se quedaron perplejos ante ese carácter y cuando se volvieron la espalda ya era demasiado tarde, la bola de fuego había impactado contra ellos e hizo explosión reduciendo el duro hueso a ligero polvo.
- Vamos!, levanta! Hay trabajo por hacer y quizás me seas útil.
- Tú quién eres?
- Soy un hechicero de la orden de Vizjerei, dominante del fuego.
- Gracias por salvarme, de no haber sido por ti ahora estaría muerto.
- Posiblemente… estoy aquí para ayudarte, el anciano Horadrim pidió ayuda a nuestra orden para socorrer en caso de necesidad a un aguerrido guerrero que se encaminaba en las catacumbas, temo suponer que ese guerrero seas tú.

Ambos caminaron juntos hasta la bajada al nivel 4 de las catacumbas, y en las sinuosas escaleras que ante ellos se extendían, el mago se detuvo en seco.
- ¿Qué ocurre?
- Una fuerte presencia eclipsa mi poder, mi mente está debilitada… un gran mal mora en ese nivel.
- ¿Diablo?
- No… no es Diablo… antaño rey de los vivos y ahora de los muertos…
- … Leoric… debemos calmar su dolor
- Debemos mandar a ese conjunto de huesos de vuelta al Abismo del cual procedieron.

Bajaron las escaleras y nada más llegar vieron dos caminos: uno que conducía a una escalera excavada en la pared cuyo final la vista no lograba alcanzar y la otra era en espiral como las demás que había bajado hasta ese momento.
- La cámara de los huesos, el lugar donde cayó Leoric al enfrentarse al Carnicero. –dijo el mago-
- Por cierto… ¿cómo os llamáis noble mago?
- Mi nombre es Pytheos, soy mago Vizjerei como supongo recordarás, no necesitas saber más sobre mí. –Se dio la vuelta y continuó andando entre la oscuridad, iluminado por la brillante luz de una bola de fuego- ¿vienes?

El hombre continuó siguiendo al mago hacia la Cámara de los Huesos, hogar donde moraba el Rey Negro.
Un olor a incienso se aspiraba en toda la sala. Muchos esqueletos eran de hombres que arriesgaron allí su vida conducidos por el traidor del arzobispo, y ahora no eran más que simples montones de polvo.
El mago arrojó una bola pírea al otro extremo de la sala e impactó contra la pared, deshaciéndose en brasas. Los esqueletos despertaron de su profundo sueño a la vez que tras una pared aparecía un esqueleto enorme, coronado por una corona oxidada, llevando una espada mellada.
- Leoric… -carraspeó el hombre- te libraré de tu sufrimiento, alma atormentada de mente demencial.

El rey Negro se giró hacia estos y mandó a todas sus legiones contra ellos que se vieron obligados a retroceder varios metros.
Rodeados por los esqueletos, éstos hacían un largo corredor hacia el rey de tal forma que éste llegara a los dos invasores de la Cripta. Los ojos profundos y oscuros del mago se tornaron de flama viva y un aura emergía de él, el suelo se fundía bajo suyo y muchos esqueletos se derretían.
- Leoric… yo… te libero

Creó tanta energía a su alrededor que tomó su forma y salió impulsada de su cuerpo como una persona corriendo hacia el Rey. Tras ver el ataque, los esqueletos se interpusieron y salvaron al rey Negro, el cual montó en cólera y arremetió contra ambos pese que más contra el mago pues sus legiones se encargaban del Hombre.
El héroe azotaba con ira los huesos de sus adversarios, los partía y aplastaba con el fino filo de su hoja. Tenía suficiente valor, renacido tras momentos de dubitaciones, como para aplacar al mismísimo Diablo si fuere necesario.
Por su parte, el mago no podía detener el embiste de Leoric, quien, incansablemente, azotaba a su adversario como si cada golpe fuera el último. El joven lo notó y terminó rápida su faena.
Liberado de los huesos, se abalanzó contra ese conjunto de huesos malditos que oscilaban la espada cortando el aire. El mago tuvo un instante de tranquilidad y, serenándose y concentrándose en sus pensamientos, consiguió crear una bola de fuego suficientemente fuerte como para calcinar ese esperpento en que el rey Leoric se había convertido. Rápidamente lanzó la bola contra éste, el Héroe saltó de la espalda del rey y cayó abruptamente contra el suelo mientras, a su espalda, ardían los restos de un reinado gris en la historia de Khanduras.



Acto4: VIAJE A LO PROFUNDO

- Por cierto, cómo te llamas? Preguntó Pytheos mientras continuaban andando en las catacumbas lanzando bolas de fuego a los enemigos mientras el caballero los trinchaba con la espada-
- Mi nombre es Eliseo –contestó bravamente mientras realizaba un tajo hacia arriba para acabar con otro monstruo-
- Te habrás dado cuenta, Eliseo, que estos seres se hacen más y más fuertes a medida avanzamos en nuestro camino…
- Sí, ya no son simples... esqueletos o momias… ahora son murciélagos, perros muertos con ácido en sangre y… ¡Dios mío! ¿qué es aquello? –dijo Eliseo mientras cortaba el cuello a otro-
- Aquello… son hombres cabra… muy fuertes y rápidos, pero a la hora del ataque, muy lentos…
- No me refiero a aquello… ¡sígueme!

El héroe comenzó a correr entre los enemigos y el mago, al ver la locura corrió tras él para ayudarle más que por curiosidad.
- Ese es Lázaro!

Los ojos del mago Vizjerei se iluminaron “Lázaro –pensó- por fin te encontramos”. No obstante, el Héroe se detuvo en seco al ver que ante él no había nada más que un muro fornido de piedra y que el arzobispo ya no estaba.
- ¿Qué ha ocurrido? ¡Estaba siguiendo a esa culebra y de repente no veo más que esta tosca pared! –y dándose la vuelta, respondió el mago-
- Tenemos ahora más problemas que una pared… fíjate en que todos los enemigos que hemos evitado los tenemos encima.

Lentamente Eliseo se giró y vio a una multitud de cuerpos putrefactos, perros, hombres cabra y demás fauna rodeándolos, y el único lugar por el cual no tenían adversarios era detrás, donde se hallaba el muro sólido.
- Apártate y observa mi poder, ajeno a una sencilla bola ígnea o a un humanoide de fuego.

El mago echó atrás a Eliseo y extendió su mano al frente. Los ojos se le pusieron en blanco y todo el suelo tembló, los muros crujieron y fina arenilla se resbalaba de ellos, al igual que muchas piedras que no pudieron soportar tal temblor. De repente, la mano del mago comenzó a brillar y con ella el resto del brazo y le siguió el cuerpo. Pequeñas piedras eran elevadas desde el suelo y se desintegraban a medida que se elevaban. Finalmente, del suelo emanó una potente energía ígnea que se materializó en una bestia tricéfala que comenzó a ametrallar a los enemigos cercanos con saetas de fuego que los calcinaban e incluso, traspasaban.
- Te presento a mi Guardián… -dijo orgulloso el mago-
- Pues creo que tu guardián no puede contra ellos, habrá que ayudarle. –dijo impetuoso el guerrero que desenvainaba ya la espada-
- Espera… noto algo y el guardián los puede mantener a raya, no te preocupes.

El mago cerró los ojos y dejó de oír los sonidos procedentes de los muertos, del guardián y de todos los demás que allí estaban. Oía pasos, por debajo de ellos, corrían como alma que lleva el diablo.
- Aquí abajo hay alguien –dijo reabriendo los ojos- está en peligro, desenvaina tu espada.
- ¿Cómo? Pero si estamos arriba, deberíamos encontrar la bajada y llegar a ella antes que la maten, sin contar que debemos acabar con todos estos.
- Hazme caso, caeremos sobre enemigos.

Pytheos levantó la mano y todo el piso bajo él y Eliseo se calcinó en llamas y cayeron al vacío.
En un instante, estaban en el piso inferior, sobre una veintena de cadáveres y otros tantos corriendo hacia ellos.
Rápidamente se levantaron y mientras Eliseo arremetía contra las hordas, el mago convocó de nuevo al humanoide de fuego y lo envió contra los enemigos. Eliseo rápidamente esquivó al suicida, el cual, a solas, calcinó el grupo entero y los que estaban en el suelo.
Detrás de ambos, una escalera profunda, mucho más que las anteriores.
- Será mejor que bajemos, no sabemos qué podía ahuyentar a estos enemigos –dijo Eliseo-
- O quizá estaban siendo reclamados. –concluyó el Vizjerei-
- Posiblemente Diablo esté reuniendo tropas…
- No, Diablo no se reune con simples esqueletos y demás bestiario… esto parece de Lázaro…
- ¡A saber qué estará pensando hacer éste escorpión ahora!

Bajaron por la gran escala y toparon con un suelo terroso. La temperatura ambiental había subido increíblemente desde el piso anterior. Al igual que una cálida bienvenida llevada a cabo por hombres serpiente, hombres cabra, minotauros, esqueletos, aunque el número de éstos era ridículo y perros de ácido.
- Conjura a tu guardián o estaremos en un serio peligro.
- No, no lo conjuraré, aún no.
- ¿Estás loco? Invócalo o esta multitud nos cavará la fosa.
- Confía en un sabio mago Vizjerei… no temas por tu vida.

Los enemigos estaban casi encima de ellos, Eliseo desenvainaba la espada pero sus movimientos fueron impedidos por Pytheos de una forma brusca. Luego, ondeó su bastón y golpeó fuertemente el suelo con la empuñadura, en la cual llevaba insertado un rubí pulido. El suelo volvió a temblar, mucho más fuerte si cabe que antes, los enemigos cayeron al suelo y Eliseo se tuvo que apoyar en su espada para no caer. Mientras, la tierra se abría ante ellos desde donde Pytheos había golpeado la tierra hasta mucho más allá de su visión y todos sus adversarios caían por el abismo infinito que se formaba bajo ellos. Tras esto, las tierras se reunieron.
- ¿Por qué no habías hecho esto antes?
- Porque antes hubieran caído al piso de abajo, de esta forma han sido aplastados por la tierra. Vamos, debemos seguir. Por aquí cercano está Lázaro, noto su presencia.
- Hace mucho calor por aquí…
- Cada vez nos adentramos más en el vínculo que hizo Diablo con el infierno, es normal que el calor se haga más presente a medida que bajemos pisos.
- Debe quedar muy poco, mis botas comienzan a fundirse.
- Cierto… ya no tengo la cuenta de los niveles que hemos bajado…
- Según mis cuentas, este es el nivel 10.
- El nivel décimo… no debe quedar apenas más de seis niveles.
- Sigamos adelante, porque si son seis niveles para Diablo, Lázaro debe estar muy próximo.

El mago, por delante del Héroe, se detuvo al lado de una esquina e hizo un ademán de silencio y le invitó a ojear al interior de la cueva que había ante ellos.
Dentro habían varios minotauros protegiendo una brecha en la pared, parecía muy profunda, y ocultos en huecos de las paredes había varios hombres serpiente.
- Defienden muy bien esa grieta –dijo el mago-
- ¿Crees que pueda estar dentro de ella Lázaro?
- No, Lázaro no se encuentra en este nivel –dijo el Vizjerei en voz baja- no noto su fuerza, pero ahí dentro hay algo… deberíamos hacer lo imposible para entrar ahí.
- De acuerdo, entretenles con el Guardián, entraré ahí dentro y acabaré con quienes queden vivos.
- Vas madurando como guerrero, pero debes controlar el ímpetu, puede ser tu perdición.
- Hazme caso… estas piedras están muy afiladas, su mero roce podría seccionar un cuerpo.

Al darse la vuelta Eliseo, Pytheos descubrió que llevaba un corte en la parte trasera de la armadura.
El mago se adelantó al guerrero y convocó a dos guardianes que se encargaron de los hombres serpiente y se quedó en la retaguardia. Eliseo, desenfundando la espada, caminó por el pasillo, dejando atrás las bestias tricéfalas y sus adversarios cuya única preocupación era defenderse de los proyectiles píreos.
Dos minotauros salieron al encuentro con el guerrero y blandieron dos enormes hachas contra él. Eliseo esquivó ambos ataques y, aprovechando la baja posición de sus cabezas al haber azotado con su hacha, rebanó ambos miembros, cuyos cuerpos cayeron al suelo inertes. Otros minotauros más enfilaron el corredor contra el hombre, pero no tuvieron mejor suerte que sus compañeros caídos.
Finalmente, el último minotauro que quedaba en pie cogió otra hacha y saltó contra el guerrero derrumbándolo contra el suelo y aplastándolo con su peso. La armadura plateada se hundió en su caja torácica y el minotauro tenía ya las dos hachas preparadas para segarle la vida a su presa, cuando de las paredes contiguas emergieron dos estalactitas que perforaron al minotauro dejándolo sin vida.
El héroe echó un vistazo al mago, el cual tenía la mano extendida y concentraba sus poderes en retirar ambos pinchos para dejar el camino libre.
Con la vía libre, penetraron en una creciente oscuridad, en el interior de la brecha, y notaron como bajaban a cada paso que daban hasta que tras un tiempo largo, y los muros angostándose más y más, divisaron una salida de la oscuridad.
Al salir de la grieta vieron ante ellos una enorme sala, sin ningún enemigo y con una brecha y una escalera formada por huesos humanos.
- Aquí… aquí está él.
- Lázaro
- Sí... Lázaro se haya en este nivel… nos ha sentido, ha notado nuestra presencia… sabe que estamos aquí… nos espera. –dijo el mago Vizjerei con la voz rota y el corazón palpitante-
- Entonces, tomemos la brecha de la pared.
- Espera! No estamos solos… hay algo más aquí

Algo se movió en las paredes. Ninguno lo veía pero oían sus pasos y el raspar contra los muros.
- No pensaríais que estaría indefenso… -dijo una voz desde la otra parte de la grieta-
- Lázaro… -gruñó Eliseo-
- Jajaja… Veo que me has reconocido, ¡Valiente Eliseo! Nadie más pudo llegar hasta estos niveles… únicamente vos habéis podido acabar con el Carnicero y con Leoric… oh, pobre viejo, mi Amo lo dejó… loco… pero bueno, eso son cosas del pasado –dijo Lázaro mientras ahogaba una carcajada-
- Esto se arregla fácilmente… Eliseo, atento a cualquier movimiento…

El guerrero desenvainó la espada de nuevo, su filo brillaba rojo con las luces de las antorchas, tenía los ojos cerrados, esperando cualquier cambio en el ambiente, cualquier sonido que conllevara movimiento. Mientras tanto, el Vizjerei tenía la mano alargada, varias piedras se movían en el suelo, y ese temblor iba extendiéndose como una gota de agua en una balsa hasta que llegó a los muros, momento en el cual se hizo más fuerte, mucho más. Varios cascotes de roca cayeron del techo. Y un sonido escuchó el guerrero, uno que no era propio del temblor, provenía de la parte izquierda de la sala. Abrió los ojos y corrió hacia la fuente del insignificante ruido con la espada por delante. A poca distancia para llegar a la piedra se topó con algo transparente, la espada se tiñó de sangre y se incrustó en la pared.
De repente, como si se cayera un velo invisible, apareció ensartado en la espada un camaleón enorme, con los ojos saltones y la lengua ensangrentada.
- Esto ya está… será mejor que matemos a ese traidor.
- Eliseo, espera –dijo Pytheos- quiero que sepas, que ocurra lo que ocurra ahí dentro, sé que has mejorado mucho desde la primera vez que nos conocimos… ahora puedes hacer frente a muchos enemigos… pero te queda mucho para poder enfrentarte al mismísimo Señor del Terror.
- Gracias por los halagos, pero le derrotaremos juntos.

Pytheos encabezó la marcha a través de la grieta y fue seguido rápidamente por Eliseo. El aire se hacía más fresco, no descendían apenas pero la claustrofobia se hacía más presente en la mente del guerrero. El mago notó su impaciencia y aceleró el paso. Ya se oía el crepitar de las llamas de las antorchas, el aire fresco golpeaba con más fuerza y se volvió a oír la voz del arzobispo.
- Ineptos mortales! Sucumbiréis ante mi omnipotente poder! Arrodilláos ahora y la muerte será más rápida. No os cederé absolución alguna.

Finalmente llegaron a una gran sala de piedra con varios orificios en las paredes por donde penetraba el aire fresco del exterior. Más de diez antorchas iluminaban la estancia en las paredes y cuatro grandes Candelabros rodeaban un altar construido con madera de roble y manchado de sangre humana. Tras éste, de espaldas a los dos intrusos a la guarida, estaba un anciano, con togas pardas, puñal en la mano izquierda y un bastón decorado con arcanos símbolos y en la cúspide una gema rosada brillando con un fulgor oscuro.
- Bienvenidos a mi… humilde morada
- Lázaro déjate de pleitesías! Rectifica tus errores –increpó Eliseo-
- Vizjerei… no has sido capaz de inculcarle prudencia a tu alumno… lamentable… y patético. ¿Acaso piensas, “héroe”, que serás capaz de llegar a mi Señor?
- Arzobispo de la Iglesia de Zakarum, como tal debes cumplir con tu sagrado deber, debes contener a este mal fundamental –exigió Pytheos-
- Vizjerei… iluso Vizjerei… YO encontré la piedra, YO la partí y YO no soy de esa religión olvidada, Zakarum, ha nacido un nuevo Dios en Santuario, es tu deber darle pleitesía como tu Señor
- Eso jamás.
- Entonces no me queda otro camino… intenté la vía de la conversación pero… no atendiste a razones… aun cuando te explotan en la cara… está bien… ¿qué se le va a hacer? No eres más que un patético mago de segunda fila, no oses enfrentarte a un ex-Arzobispo.
- Me enfrento no solo a ti, sino a tu Dios, el cual no tardará en probar su propia sangre.
- ¿Y en cuanto a ti… “héroe” qué vas a hacer? –dijo Lázaro siguiendo todavía de espaldas-
- Yo… Eliseo… -dijo mientras caminaba con la espada envainada en sus dos manos e hincando una rodilla en el duro suelo- yo… os juro… Odio eterno –y desenvainó la espada apuntando al mago traidor- y no descansaré hasta no ver vuestro cuerpo arder en los fuegos del infierno.
- Entonces está todo claro… dos contra un mago anciano… ¿no creéis que es una injusticia? ¿Y vosotros venís aquí, a mi morada, y me habláis de ser leal… cuánta hipocresía. Está bien pues… comencemos.

El cuerpo de Lázaro se volteó y ambos vieron su cara, envejecida, arrugada, con grandes ojeras y ojos profundos y rojos, con larga barba blanca bajo un broche de oro que unía las dos partes de la toga que lo revestía.

- Esto acabará rápido… - los ojos de Lázaro se volvieron negros, no se distinguía el iris del resto del globo ocular, una sombra crecía en su torno y el pelo, recogido en un gorro de tres picos emergió y mostró una fina cabellera canosa.- ¡Estrella sangrienta!
- Apártate Eliseo! ¡Escudo de energía! –un velo protector cubrió a los dos y el ataque de Lázaro fue absorbido por el escudo- Ahora, necesito que me protejas.

Eliseo marchó a atacar directamente a Lázaro con la espada, la cual a cada azote estaba más candente y más pesada. Mientras tanto, el mago Vizjerei, protegido por el velo, tenía la mano envuelta en sombras oscilantes y un aura plateada lo envolvía.
Lázaro se percató y evitó el azote del guerrero y, con una ráfaga de viento lo envió al otro extremo de la sala.
- Vizjerei… tenemos una cuenta pendiente…
- “Y vos, en el Sagrado Corazón, protegido por la fe de nuestro Dios, entregadme una minúscula parte de vuestro poder…”
- Vizjerei, el hechizo no será recitado jamás por alguien de tu calaña…
- “… que acuda a mi cuerpo al igual que mi alma os acompaña, que acuda en la necesidad al igual que mi alma os ayuda…”
- Vizjerei… nunca lo recitarás completo… y aunque lo lograses, no os escucharía.
- “… acudid ahora, ahora que os necesito, usad mi energía como puerta, venid a este, mi plano y acabad con él, mi enemigo…”

Lázaro lanzó dos bolas de fuego que derribaron la barrera mágica que protegía al mago, en el momento exacto que Eliseo se levantaba del suelo y arremetía con cólera contra el arzobispo.
- Necio! No harás nada por salvar a tu amigo! ¡Temblor!

La tierra se estremeció y todo comenzaba a temblar, el héroe se resbaló y cayó al suelo mientras veía como Lázaro y Pytheos se mantenían en pie y a él le era imposible siquiera poner un pie correctamente.
- ¿No lo entendéis? Soy un arzobispo, ni tu plegaria ni tu espada terminarán conmigo. En cuanto a ti, “Héroe” permanecerás atado a la tierra mediante sus brazos de roca –el cuerpo fue sepultado por muchas losas y se calmó el temblor-
- “… finalmente y decisión mía, seré tu puerta”
- Lo has terminado… muy bien Vizjerei… pero… ¿serás capaz de controlarlo?
- Lázaro… no menosprecies a los Vizjerei…

Unos rayos se abrieron paso entre todos los agujeros de ventilación y confluyeron en el cuerpo de Pytheos, consumiéndole cualquier energía para convocar hechizos y envolviéndolo aún más en una incrementada cantidad de luz.
- Lázaro… fin
- El tuyo Vizjerei… “Estrella sangrienta”

Una estrella roja salió del cetro de Lázaro y se incrustó en el interior de Pytheos, el cual cada vez perdía poder a medida que se desconcentraba por el ataque del arzobispo.
- Esto debe terminar Vizjerei… te lo jugaste todo a una única carta… y has perdido –dijo mientras el mago caía exhausto al suelo y jadeante miraba a Eliseo-
- Dios mío… ¿qué he hecho?
- Tan lamentable... tan… patético... mago Vizjerei... no superaste mi poder y ahora estás ahí, yaciente y agonizante. –y mientras se reía maliciosamente, prosiguió- Está bien… Vizjerei… eres del elemento fuego, ¿verdad? ¡Estaca ardiente!

Una estalactita de fuego cayó del techo atravesando el pecho del mago y quemándolo seguidamente.
- En cuanto al joven guerrero… tus hechos han sido muy graves, pero puedo redimirte… ¡Piedras, apartaos! –el hombre quedó libre y se incorporó- pasarás a formar parte de mi ejército, ocuparás el hueco que ha dejado Leoric…
- Jamás rendiré pleitesía a un traidor. –mientras blandía la espada contra Lázaro-
- No tenéis remedio los héroes... incluso muerto me servirás.

Eliseo lanzó un ataque contra el cuello de Lázaro pero fue detenido por el bastón. Ante la furiosa mirada negra del arzobispo, con la mano izquierda en la espalda, se arrancó una parte de su coraza y, usándola de daga atacó al abdomen de Lázaro haciendo que este soltara su báculo y se llevara las manos a la herida para detener la hemorragia.
- Aaaggh maldito traidor… -gimió de dolor mientras levantaba la cabeza y abría la boca para gritar del daño que la herida le había producido- tú… te maldigo a llevar la carga sobre tus huesos.
- Cállate de una vez.

Con la espada tomada por las dos manos lanzó un rápido corte y seccionó la cabeza del arzobispo, cayendo cuerpo y cabeza en el suelo.
Bajo los restos, se abrió un círculo de llamas y del cadáver apareció el alma del arzobispo, agitada y tambaleante, mientras por detrás de ella aparecía una figura espiritual y monumental demonio con garras y grandes cuernos.
- Lázaro, me habéis servido bien… tomad vuestra recompensa…

El gigante elevó una garra y partió el alma de Lázaro con sus tres uñas haciendo tres partes que se difuminaron junto a la figura del demonio.
Eliseo corrió hacia los restos carbonizados del mago Vizjerei, tomó el amuleto que siempre le había colgado del cuello y se lo colgó él.
- Tendrás tu venganza, amigo. No dejaré que tu cuerpo se quede aquí. Luego, cuando acabe con Diablo, volveré a por ti, lo prometo.



Acto5: TERROR


Eliseo tomó la espada mancillada con la sangre de Lázaro y se encaminó al altar donde el traidor estaba esperándoles. Allí encontró un extraño pergamino con las letras escritas mediante sangre humana. A su lado, estaba uno, enrollado con una cinta azul y por seguridad prefirió no abrirlo. Se colgó el amuleto del cuello y salió por la grieta, traspasó el pasillo donde luchara anteriormente con los minotauros y bajó por la escalera de huesos hacia un nivel mucho más profundo que sobre el cual se encontraba.
El aire estaba viciado, las paredes estaban cubiertas por infinitud de restos de humanos y ángeles, mutilados, deformados, algunas cabezas estaban colgando del techo, y eran huesos los que formaban las esquinas y los capiteles de columnas hechas mediante erguidos cadáveres.
- Esto debe ser el propio infierno, el aire está demasiado cargado y esta… decoración me provoca arcadas.

Pese a la gran cantidad de muertos y el espesor del aire, un suave perfume se llegaba a olfatear en el ambiente.
Tras girar una esquina salió a su encuentro un grupo de minotauros revestidos con pesadas armaduras de hierro y empuñando grandes mazas de acero.
Uno de estos golpeó a Eliseo con la pesada maza y lo arrojó contra una pared provocándole varias contusiones en su desnuda espalda. El Héroe yació allí, su cabeza se reclinó sobre el hombro y un hilo de sangre salió por su boca cayendo en la armadura. Los minotauros avanzaron hacia él a lento paso y éste, cada vez, perdía las fuerzas, el combate contra Lázaro lo había extenuado, también la muerte de su compañero y el aire de allí, tan irrespirable, nublaba sus sentidos y le impedía reaccionar. Abría un poco los ojos, pero todo se oscurecía, ya apenas veía más allá de dos metros, solo notaba el temblor de ese grupo caminando hacia él.
De repente, escuchó el frío corte del metal y varios golpes secos sobre el suelo, el grupo de minotauros había sido abatido por un único ser. Apenas podía verlo, allá, tan a lo lejos como a él le parecía, pero tan cercano realmente. Sus ojos se cerraron por fin, notó como su cuerpo era transportado, no sabía a dónde ni por quién ni qué le ocurriría, pero sus fuerzas habían llegado al límite.
Habían pasado varias horas cuando por fin, y muy lentamente, el héroe reabrió los ojos y se encontró en una habitación de piedra, sobre una cama con sábanas negras y una figura frente al fuego de la chimenea.
- Por fin has despertado… pensé que te había perdido.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
- Fui antiguamente caballero de la luz del Rey Leoric, ahora estás en mi morada.
- ¡Leoric! –ese nombre resonó en la mente de Eliseo hasta causarle un agudo dolor de cabeza- entonces eres mi enemigo!
- Todo lo contrario, me rebelé ante la locura de Leoric, por ese motivo estoy aquí, maldito.
- Estás maldito? ¿Por qué te rebelaste?
- Porque ése no era mi buen Rey, su cordura había tornado en demencia, su sabiduría en prejuiciosa inteligencia. Además, a las órdenes del corrupto Lázaro.
- Lázaro –dijo Eliseo mientras recordaba la angustiosa batalla de antes, las imágenes volaban por su mente, repitiéndose una y otra vez la muerte de su amigo- ha muerto.
- Ya lo sé, de lo contrario no estarías aquí, y mucho menos en ese estado tan lamentable.

Ahora el Héroe se dio cuenta que su armadura había desaparecido, las heridas en su cuerpo estaban sanadas y el ambiente no era el de su enfrentamiento con los minotauros.
- En cuanto a tu armadura –prosiguió- la he tirado, ya no podía servirte de nada, estaba descuartizada, en su lugar, quiero que lleves esa… -señaló un maniquí que había en una esquina- es de puro mitrilo, material duro y resistente donde los haya, protector a los elementos y además, liviano como el peso de un copo de nieve.
- Mitrilo… hace mucho que dejaron de hacerse armaduras de esas…
- Esa era mi armadura cuando servía a las órdenes de Su Majestad. Ahora quiero que la lleves tú antes que alguno de esos siervos de Albretch.
- Tú… ¿quién eras?
- Mi nombre es Lachdanan, el Maldito.

Lachdanan se incorporó y Eliseo vio que no era el humano que había pensado, era un minotauro como los que le atacaron, pero no llevaba la maza, ni los ojos sedientos de sangre, en su espalda colgaba una espada fina, con encasques de oro y empuñadura de marfil, en el filo estaba tallado su nombre. Sus ojos, el único rastro de humanidad física en él, eran verdes claros, profundos, reflejaban claramente el dolor que su alma sentía.
- Ahora, has descansado, toma la armadura y prosigue con tu camino, la prueba final te espera ahí abajo… noto fuerza en ti… lucha por todo lo que quieres de este mundo, y líbralo de la Sombra del Terror.
- Pero… si mato a Diablo, ¿qué ocurrirá contigo?
- La maldición se irá… puedo hablar porque tú has matado a Lázaro, si matas a Diablo, seré libre.
- Volveré
- No… no lo harás.
- Lo prometo.

Eliseo tomó la puerta y la voz de Lachdanan le detuvo.
- Eliseo… solo te falta un nivel, ése te dará acceso a Diablo. No desperdicies el tiempo.
- Descuida.

Eliseo salió de la morada y volvió de nuevo el ambiente de antes, cargado, las asfixiantes paredes, pero algo era distinto, una luz blanca esperanzadora brillaba en su interior y le daba fuerzas para proseguir en el camino y eliminar la sensación que le producía el ambiente.
- ¿Cómo es posible que la más ínfima esperanza me haga adentrarme en la boca del lobo?

Tras cruzar varios senderos y matar a varios minotauros y súcubos voladores, llegó a una gran sala cuyo centro tenía una entrada gigantesca al piso inferior compuesta por más huesos.
- Habrá que bajar…

Tras legar al piso de abajo, una voz tronó en todo el lugar, gutural y espesa, dura y potente como el sonido del trueno.
- ¡Mortal! Has llegado muy lejos, pero no dejaré que te aventures en mi sala… mis Acólitos te harán un gran recibimiento.

Recorrió el gran pasillo que ante él se extendía y llegó a una grandísima sala pentagonal con un enorme hueco en el centro del cual no se veía nada más que oscuridad. Eliseo inspeccionó la sala y encontró cinco puertas en cada una de las esquinas, cada una con una placa de oro con un nombre grabado en ella.
Al acercarse a ellas sonidos extraños escuchó y se quedó aterrado, una voz tan maliciosa, casi como la propia de Diablo, le hablaba desde la otra parte de las puertas.
- ¿Quiénes sois? –preguntó vanamente, y tras varios minutos, de una de ellas sonó una aguda y chillona voz corrompida por el dolor y la angustia-
- Mi nombre lo puedes ver leído en la inscripción de la puerta.
- Aquí dice que eres Galgus… ¿quién eres? O… mejor dicho, ¿qué eres?
- Soy Galgus, Acólito del Terror, representante de Diablo en el plano inferior, comando diez legiones en el infierno, y domino sobre la zona suroeste del mismo, Duque de Ekritos.

Eliseo no se lo pensó dos veces y arremetió contra la puerta derrumbándola y penetrando en una habitación con aroma a incienso y luces rojizas. En el centro había un altar con un símbolo.
- Has entrado a mi morada… dime el porqué
- Porque quiero llegar a Diablo, mi misión es acabar con el terror.
- Soy uno de los cinco sellos, mi nombre… Galgus, Acólito del Terror. No dejaré que te enfrentas a mi Señor.

Del techo bajó un ángel negro, cubierto por toga raída y oscura, con ojos celestes y alas de plumas negras, llevaba un báculo dorado en su mano izquierda y en la derecha mantenía una bola de fuego.
- No consentiré que acabes con mi Señor, ni siquiera que te enfrentes a él.
- Entonces prepárate a sentir el frío de mi acero en tus entrañas.
- Como gustéis…

El ángel negro voló hacia el altar y con las dos manos sosteniendo su báculo apuntó contra Eliseo lanzando varias bolas de fuego, las cuales logró esquivar y acercarse a su objetivo.
Indignado por su penoso comienzo en la batalla conjuró un nuevo hechizo y golpeó el altar con la punta del bastón.
- Todo cuanto hagas no podrá vencerme.

Una presencia aún más oscura inundó la sala, las paredes rojas sangre tornaron negras, el altar resplandeció con fulgor dorado y del sello brotaba sangre espesa.
- Prepárate para la llegada de tu destrucción… convoco a los espíritus de mis sirvientes, sus almas y espíritus, fuerzas y voluntades, luchad a mi lado una última vez.

Eliseo no esperó al final del conjuro y atravesó el cuerpo del ángel negro con la espada, provocando en el adversario un dolor inmenso. Su cara se retorcía de dolor y su boca desencajada luchaba por pronunciar.
- Héroe… has liberado una fuerza que nunca podrás controlar… Nunca!

Galgus desapareció en una implosión y el sello se disolvió entre la oscuridad que le rodeaba. La estancia tembló desde sus cimientos y Eliseo logró salir a tiempo de que la enorme sala circular cayera al vacío como si se despegara del techo.
- Un cilindro… esa cosa era un cilindro.
- Idiota… no son cilindros, son pilares. En total hay cinco pilares que sostienen la catedral, ahora has hundido uno… quedan cuatro.
- ¿Quién eres?
- No te gustaría saberlo.

La voz se apagó y sonó otra voz desde la puerta opuesta a donde Eliseo se encontraba.
- Eliseo… sí… los augures vaticinaron tu llegada… la llegada de aquél que se enfrentaría a los Acólitos del Terror. Pero no dijeron el resultado… por mi parte, pondré todo mi poder… y que los astros decidan.
- Tú serás el siguiente.
- Como quieras… pero no soy tan débil como ese a quien te acabas de enfrentar.
- Eso es cierto –sonó una tercera voz- has acabado con el más ignorante del grupo… Galgus era innecesario… banal, en el plan de nuestro señor.

Eliseo volteó la cabeza a la puerta que se encontraba en el centro del muro de la gran sala, de ahí provenía la última voz que había hablado.
- ¿Intentas localizarme, Héroe? Si llegaras a mí, no conocerás la piedad. Eliseo, las estrellas están de mi parte, ven a luchar contra Meteón.

La puerta se abrió de par en par y emergió de sus profundidades una enorme mano que agarró a Eliseo y lo engulló al interior de la habitación.
Era una inmensa sala, flotando en el espacio, se podían ver estrellas, cometas, agujeros negros, y en a varios pasos de Eliseo, una gran escalinata que culminaba en un altar de hierro sobre el cuela flotaba otro signo plateado.
- Bien, bien… por fin has venido a mis aposentos. Mi nombre es Meteón, duque principal del infierno, comando las legiones aladas de bestias y súcubo… domino en todo el sureste del infierno.
- Soy Eliseo, y esta espada –dijo mientras blandía la espada hacia el frente- es la que cortará en dos tu ser.
- Muy bravucón el héroe, pero muy torpe… has sido alcanzado por la mano negra… hasta ahora, ninguno de mis adversarios había sido alcanzado por ella, y… sin embargo, todos murieron… -cayeron sobre Eliseo más de una veintena de cadáveres en un avanzado proceso de descomposición- éstos son sus cuerpos… y tú no serás más que uno de ellos.
- Muéstrate, enseña tu cara.
- Como quieras…

Una de las muchas estrellas se acercó a gran celeridad y a pocos metros de Eliseo estalló en una nube de polvo dorado revelando una figura monstruosa. Era enorme, tenía la cara deformada, los ojos, cambiaban de tonalidad de rojos a azules, amarillos, verdes e incluso blancos. Llevaba una pesada armadura negra que le cubría el tórax y la parte superior de las piernas. Los brazos, largos y desnudos, culminaban en afiladas garras teñidas de sangre. Mientras tanto, las piernas estaban protegidas por mallas de acero y de la parte trasera asomaban pequeñas alas blancas.
Eliseo hizo una expresión de repulsa al ver ese cuerpo y dio dos pasos atrás. La puerta se cerró de súbito y Meteón alargó un brazo y cogió un cuerpo de los que había mostrado anteriormente, lo partió y refiló contra Eliseo las vísceras ensangrentadas del mismo.
- No poseo piedad… es hora de que comience la lucha.

Meteón alargó un brazo para coger a Eliseo mientras con el otro movía las garras como si conjurase algo.
El héroe, por su parte, únicamente podía esquivar los zarpazos que su adversario realizaba, y, de muy rara vez, le hacía un ligero corte en alguna garra.
- Parece que ya has comprobado la dureza de mi piel… pero ese no es mi único secreto…

Un chorro de ácido salió de la pequeña herida y sorprendió a Eliseo quien se echó atrás con un rápido movimiento de piernas.
- Bueno, esto ya termina… para ti. “Espada de las sombras, ven a este mundo”.

Debajo de la mano que conjuraba el hechizo se formó una espada puramente de sombras ondulantes que tomó Meteón con las dos garras.
- Ahora comprobarás, mortal, por qué soy Acólito del terror. “Puertas dimensionales”.

Meteón saltó hacia atrás y desapareció ante la incrédula mirada de Eliseo que seguía en su sitio. Un ligero ruido y por detrás del guerrero salió el enemigo blandiendo la espada de las sombras contra éste.
Le rozó la dura armadura de mitrilo pero no le causó herida alguna.
- Mitrilo… ¡Lachdanan! Maldito traidor. Me encargaré de él en cuanto termine este combate.
- No tendrás tanto tiempo.

Eliseo realizó una estocada contra Meteón causándole una brecha en su armadura.
- ¿Cómo? Imposible, esto atravesaría la más dura piel
- Y… lo ha hecho… -dijo Meteón señalando hacia el sello-
- Oh! –el sello estaba atravesado por la espada de Eliseo y, poco a poco, se desvanecía en el espacio-
- Mortal… eres digno de mi admiración.

Meteón se desvaneció en el espacio donde se hallaban y la puerta por fin se abrió y Eliseo huyó por ella antes de que, al igual que con Galgus, ese pilar se viniese abajo.
De nuevo en la gran sala, volvió a tronar la voz de antes, la que procedía de la puerta central.
- Has acabado con Meteón… era un rival muy duro… veo que tú lo eres más… será un Honor luchar contra ti.
- Entonces abre la puerta y pelea.
- Todavía no estoy autorizado… otro Acólito quiere tu muerte.
- Eliseo… eres un Héroe digno… ahora combatirás contra mí, Alzeus, señor de la tierra en el infierno.

Una puerta se abrió, conduciendo a Eliseo a su interior y a una nueva batalla.
- Bueno, bienvenido a mi humilde morada. Mi nombre es Alzeus… soy el soberano del oeste del infierno.
- Yo seré tu verdugo y el de tu señor.
- Encantado de conocerte…

La estancia, un templo de mármol gris, tenía varias columnas en el centro y sobre cada una de ellas, una figura de piedra negra empuñando una espada, y en el centro, sobre el suelo, se elevaba un nuevo signo, rojizo con llamas a su alrededor.
No había ninguna presencia oscura en la sala pero Eliseo sabía que no estaba solo, había alguien más en ese lugar.
- ¡Alzeus! ¿dónde estás? Sal inmediatamente.
- Por qué tanta prisa… por qué quieres hacerlo todo tan… impetuoso… por qué no has aprendido nada en todo el camino.

Esas palabras retumbaron en la mente de Eliseo, desde que había muerto su compañero Pytheos, él no había hecho nada más que seguir bajando y matando, casi fallece en más de una ocasión, y aquello que juró sobre el cadáver se le había borrado de la mente. Abatido moralmente, Eliseo se desplomó moral y físicamente sobre su ensangrentada espada y recordó la petición que le hizo Caín poco antes de abandonar Tristám, le había prometido matar a Lázaro y a Diablo con esa hoja, una misión que veía ya muy lejos conseguir.
- ¿Acaso podré cumplir mi objetivo? –preguntaba sin esperar respuesta- ¿seré el auténtico Héroe que salve a Santuario?... –las preguntas se amontonaban en su ya paralizada mente cuando de entre las columnas apareció un guerrero con espada y escudo, soportando el peso de una armadura rojiza y una corona en la cabeza-
- Héroe… como habrás notado, yo no soy del lado oscuro, pero este es el precio que tuve que pagar por haber querido poder… comprendo tu situación… yo mismo la pasé exacta y como resultado, aquí estoy, alma perdida en la Boca del Infierno…
- ¿Situación parecida?
- Los humanos nos desmoronamos muchas ocasiones en la vida, por muy fuertes que nos lleguemos a convertir física y moralmente… pero siempre tropezamos con la misma piedra… harto tiempo hace de mi reinado, llegué a ser el unificador de Santuario bajo una única bandera, mi estandarte… goberné durante tiempos de paz, pero eso tenía un precio… la noche antes de la batalla contra el último reducto de resistencia a mi poder, busqué cobijo en las sombras, sellé un pacto con ellas y, tras mi muerte, mi alma quedó a merced del Señor del Terror, soy un mercenario, a cambio de que me mantenga Diablo en este plano, trabajo para él…
- ¿Cómo…?
- ¿morí? Sí… estalló una rebelión… a ella se le sumaron muchos otros pueblos y enarbolaron la bandera de la venganza, pensaban que era un opresor, que les reprimía y les obligaba a pagar excesivos impuestos… la plebe llegó a las puertas de mi palacio aquí, en Tristam… yo me refugié en esta Catedral, y una voz me llamó, la seguí y llegué a este lugar, donde finalmente me encontraron mis enemigos. El resto, te lo puedes imaginar. Puesto que es a esa voz a la que vienes a combatir, a la voz que me mantiene vivo, seré yo quien se ensucie la espada esta vez.

El héroe, todavía paralizado, miró hacia el frente y vio la fina hoja de la espada de Alzeus abalanzarse sobre su garganta, resonaron las últimas palabras de Pytheos en su mente y Eliseo consiguió volver en sí, recuperó la conciencia cuando la fina hoja se encontraba a medio metro de su cuello, elevó la espada y con el filo detuvo el ataque y perforó el brazo derecho de Alzeus, el cual, no podía empuñar la espada y cayó al suelo.
Eliseo, incorporándose usando el arma como soporte, se puso en pie, y miró a Alzeus que todavía estaba tirado en el suelo, expulsando sangre coagulada por la herida.
- Alzeus, no hay oscuridad en ti, abandona este mundo, tu tiempo ha pasado.
- Mi… tiempo… ¡¡¡NO ha pasado!!! ¡¡¡sigo VIVO!!! –tomó la espada con fuerza y arremetió contra Eliseo-
- Ahora yo, ya no puedo perdonarte… lamento hacer esto, pero es lo correcto, debes irte ya.

Eliseo esquivó el ataque, levantó su espada y cerró los ojos a medida que su espada caía sobre el cuello de Alzeus y la sangre coagulada caía sobre el suelo.
- Siento hacerlo, eras un guerrero honorable… pero caíste en desgracia al aceptar el pacto de Diablo.
El sello se rompió y las cuatro columnas se derrumbaron, mientras salía de allí, se hundía la columna al igual que con las dos anteriores.
Salió de la habitación con un espíritu mejorado, tenía mejor asentados sus valores e ideas, incluso le pareció que soplaba una ligera brisa fresca allí, en la mismísima boca del infierno, pero de nuevo, la voz de siempre, habló y con ello estropeó ese momento.
- Has acabado con el mercenario del infierno… sufrirás la ira del señor de la desolación. –dijo encolerizado-
- ¡No tan rápido! –gritó otra voz- quiero vengarme por lo que le ha hecho a mis hermanos. Adelante, atraviesa el umbral de mi puerta si quieres enfrentarte a Dramor.

Una nueva puerta se abrió y Eliseo penetró en la oscuridad.
Unos ojos tenebrosos brillaban en la sombra como dos faros en niebla espesa. Un aleteo y consiguiente brisa y éstos se elevaron muy por encima de Eliseo. Se hizo la luz y ante el guerrero apareció un dragón pardo, con las alas oscuras y una enorme cola que rozaba el suelo.
- Nuestro nombre es Dramor, somos los Señores de la parte nororiental del infierno.
- ¿Si solo eres uno, por qué hablas en plural?
- Todo a su tiempo…

El dragón embistió ferozmente contra Eliseo y lo tomó con su garra, desposeyéndolo de su espada.
- Eres muy lento Eliseo… no serás gran rival contra nosotros.

Eliseo no tuvo otra opción que morder el talón del dragón, el cual tras gritar de dolor abrió la garra y su presa quedó libre.
Volando en la esquina opuesta, disparó ráfagas de fuego difíciles de esquivar y qque abrasaron al guerrero.
- No puedo venirme abajo, otra vez no… ¡¡no me vendré abajo!!

Eliseo, siendo quemado, se movió entre las llamas de Dramor y lanzó la espada contra el Dragón, rebotando en su dura piel cayó al suelo.
- ¿Lo ves? El daño físico no nos hiere… cualquier ataque tuyo será en vano.
- El daño físico no te hace daño, habrá que hacer lo imposible.
- Como quieras…

El dragón lanzó otra oleada de fuego y embistió con todo su peso contra Eliseo tumbándolo en tierra.
Conmocionado por la fuerza del impacto, volvió a recoger la espada y la logró incrustar en la mandíbula inferior del dragón.
- te ha faltado poco para lograr vencernos...
- Seguiré intentando…
- Inútil es pues, luchar contra nosotros con daño de arma…
- No es arma… este conjuro lo aprendí de Lázaro.
- ¿Lázaro? –la voz de Dramor tembló por un momento al escuchar ese nombre-
- ¡Estrella de sangre!

De las manos de Eliseo brotó una pequeña estrella igual que la que convocó Lázaro, que se introdujo por el agujero de la mandíbula del dragón.
- nooo!!!!

La estrella hizo explosión y el dragón cayó inerte al suelo. La mitad del sello se disipó, pero la otra brilló aun más fuerte.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora es el turno de Neo-dramor

El suelo se rompió y del agujero apareció un nuevo dragón, más joven y azulado, con ojos dorados.
- solo quedo yo… el otro ha caído, soy la otra parte del sello…
- El sello está dividido?
- Soy el único con doble personalidad… has acabado con la débil pero resistente, ahora es mi turno. Además, he aprendido que sabes algunos conjuros…

Eliseo tomó la espada de nuevo y corrió hacia el nuevo dragón, el cual le paró en seco.
- ¿Eres un iluso, lo sabías? Sigues siendo igual de impetuoso que antes… los humanos, mortales, no sabéis cambiar.
- Sí he cambiado.

El dragón miró las manos del guerrero y comprobó que no llevaba espada.
- Y tú espada?

Eliseo miró hacia arriba y guió la mirada de Neo-dramor. La espada estaba oscilando en el aire y bajaba directamente contra el dragón. Sin que este pudiera hacer nada, la espada se incrustó en el centro del abdomen, perforando órganos vitales del dragón.
- Hemos sido vencidos…
- Así es… ahora, regresad al abismo del que procedéis.

Eliseo volvió la espalda al dragón tras recoger su espada y salió de esa sala, la cual se vino abajo como las otras.
Una voz tronó desde la otra puerta.
- Soy el último, el Señor de la desolación será tu nuevo adversario.

La catedral comenzaba a desplomarse, únicamente tenía un punto de apoyo, y, pese que era muy sólido, no podría aguantar todo el empuje de la Catedral.
Un fuerte terremoto sacudió toda la planta y la puerta hacia el último sello se desbloqueó.
Eliseo penetró en aquella sala, tan brillante y luminosa que debía entornar los ojos si quería conservar la vista. En el fondo, un esqueleto sujetaba con sus dos huesudos brazos un pesado signo hecho con platino. De las cuencas huecas de sus ojos todavía colgaba algún pedazo de músculo, y en las piernas se confundían huesos y músculos en un vomitivo espectáculo. Bajo de éste, un reguero de sangre llegaba hasta la puerta.
La presencia del mal en la sala fue tal que la cabeza de Eliseo casi explota, incluso su armadura, irrompible, llevaba varias grietas. La espada se redujo a cenizas en su propia mano.
- ¿Dónde estás?
- Donde puedo verte y tú a mí no.
- ¡Sal y muéstrate!
- Yo me estoy mostrando, que tú no me veas es otro parecer.
- ¡Dime dónde estás!
- Estoy aquí, detrás de ti…
- ¿Dónde? No puedo verte –gritó Eliseo mientras se volteaba-
- Sigue ese escalofrío que te recorre la espalda y te hace estremecer… -dijo con voz maliciosa-

Entonces Eliseo se percató que había algo a sus espaldas, algo que, pese que sentía, no podía encontrar por más vueltas que diere sobre sí.
Se detuvo y cerró los ojos.
- Sigue ese escalofrío que te recorre la espalda y hace estremecerte… -dijo de nuevo la voz-

Se percató por fin de su procedencia, era de detrás, pero no a su altura, ni superior, sino inferior. Decidió girarse y verse la sombra, la miró fijamente y tras un rato de quietud, notó que un brazo se movía, muy lentamente, pero lo hacía.
- Por fin me has encontrado… soy Arteo, el señor de la Desolación.
- Vas a morir.
- Ya estoy muerto.
- ¿Acaso eres como Alzeus?
- No… ni como ningún otro.
- ¿Entonces dime, quién o qué cosa eres?
- Soy tú. –esta respuesta dejó anonadado a Eliseo- Soy tu sombra, soy la sombra de aquél que se adentra en esta sala. Fui uno de los grandes, y ahora Acólito principal del Terror.
- Lucha. Este sello debe desaparecer.
- ¿Sólo luchas por romper los sellos?
- Lucho para llegar a Diablo y acabar con su presencia en este plano. –esta respuesta encendió la ira de Arteo y la sombra se elevó, formando una figura igual a Eliseo, pero negra, sin rostro, y en el centro de su armadura, el sello que le definía-
- Esto terminará pronto –dijo Arteo- ¡Bola de Fuego!

La sombra se convirtió en un proyectil de fuego oscuro y se dirigió contra Eliseo, el cual, cada vez menos sorprendido por lo que veía, reaccionó a tiempo y se agachó, esquivando la esfera.
Arteo se materializó a dos metros de Eliseo.
- Bien… pero no muy bien. ¡elemental de hielo!

Se convirtió en una figura humanoide de tono azul oscuro y corrió contra Eliseo. Éste, al conocer la técnica, se apartó del camino recto que sigue todo Elemental.
- Ahora es mi turno –dijo mientras todavía estaba Arteo convertido en elemental- terremoto, ¡Temblor!

Golpeó con la palma de la mano el suelo y una gran sacudida dejó paralizado a su Sombra.
- Ingenioso… pero… ¡Cadena de Relámpagos!

Arteo se convirtió en un rayo que rebotaba en las paredes de la sala, y al final logró impactar en el lateral derecho de Eliseo.
- Sigamos con la racha… ¡Nova de veneno!
- No lo creas… “por más oscuro que sea mi camino, por más sombra que me ilumine, tú, mi Ángel estarás a mi vera para protegerme y darme amparo, usando los poderes de los Arcángeles, depositarios directos del poder de Dios, convoco a vuestras fuerzas para ser mi espada. Tomad forma y conferidme vuestra Gracia”
- No te harán caso… al menos, a tiempo.

Millones de pequeñas lucecitas envolvieron a Eliseo y en sus puños formaron una gran espada de importante poder destructivo.
- ¡Imposible! ¿Cómo has osado, mortal a convocar la espada de la Ira de los Cielos?

Con los ojos en blanco, la todavía espada centelleante, fue blandida y seccionó a la sombra en dos mitades, sucediéndole lo mismo al sello.
- Esto ya está terminado… Diablo, eres el siguiente… el Terror culminará rápido.

Eliseo salió de la sala y el último pilar se vino abajo. El techo comenzó a bajar y un gran ruido emanaba por el hueco central.
De repente, como si brotara vida, un pilar increíblemente grueso y sólido subió por el hueco y detuvo el techo, el cual incluso elevó al nivel original.
Del pilar se abrió una puerta que tenía inscritos los cinco sellos y poco a poco se fueron borrando. El camino hacia el Terror estaba abierto.
Eliseo bajó la enorme escalera hasta el corazón propio de la Tierra y llegó a una gran sala, en cuyo centro se hallaba una estrella de cinco puntas y detrás de ella, un portal rojo.
Detrás de esto, un altar de madera cubría la mitad inferior de una figura, encapuchada, que miraba detenidamente a Eliseo.
- Así que tú eres el Héroe… -dijo el niño-
- Un niño… ¡¿Albretch?!
- En parte sí … y en parte no. –el niño se descubrió la cabeza, tenía una piedra rosada incrustada en la cabeza y sus ojos eran rojizos-
- En el aspecto y en la voz puede que tenga facciones de ese príncipe… pero… si te atemoriza luchar contra un niño…

Albretch se inclinó y bajó del altar. La figura fue creciendo y creciendo, hasta que llegó a alcanzar los tres metros de altura, y se quitó la toga marrón, dejando ver un cuerpo en vías de transformación, tenía partes de humano y otras de demonio, con tono rojo fuego, las rodillas se le doblaron, los pies se convirtieron en garras con espolones, el pecho se cubrió con músculos amarillentos, una fuerte cola emanó de la columna vertebral y la misma fue recorrida hasta la sien por pinchos negros. La cabeza, con una prominente mandíbula terminada en tres picos, tenía dos grandes cuernos y la piedra rosada brillando con fulgor sin parangón.
- Bienvenido a mi mundo de Sombras y de Terror. –dijo Diablo-
- Prepárate para sufrir la ira de los cielos.

De las palmas de Diablo emanaron corrientes de rayos y fuego contra Eliseo, al clavar sus garras en el suelo, aparecían en torno a éste intentando atraparlo y cuando por fin pudieron cazarlo, las sesgó con un contundente tajo de su espada.
Enfurecida, la Bestia cargó con su tonelaje contra el guerrero tumbándolo en tierra.
- Bueno, pues parece que esto acabará más pronto de lo que nosotros pensábamos… -dijo Eliseo-
- Así parece Héroe… veo que Lázaro falló estrepitosamente al caer frente a alguien como tú.
- ¿En serio piensas eso?
- Dime qué debería pensar… en mi Santuario, tumbado en el suelo y aprisionado por mi pie, me resulta bastante difícil pensar que quizás tú estés ganando la contienda.
- Pues deberías pensar eso.

Eliseo empuñó la espada y la clavó en la pata de Diablo provocándole un fuerte dolor en la misma. Lo tomó con las garras y lo arrojó contra las paredes con toda su fuerza, una y otra vez.
La armadura se resquebrajó y partes de ella cayeron al suelo.
- Hace frío, ¿verdad?

A un pisotón de Diablo el magma comenzó a fluir de las grietas del suelo y comenzó a lanzar al Héroe contra ellas.
La armadura se deshizo completamente, estaba repartida por toda la sala, y Eliseo, exhausto, pensaba cada vez más que fue una locura haber ido allí.
Diablo arrojó definitivamente al Héroe contra el portal y un pergamino se le cayó del cinturón.
- ¡El pergamino! –gritó- cierto… parece ser que es un poderoso hechizo –dijo mientras le echaba una ojeada cuando Diablo todavía estaba de camino hacia él- no hay ninguna duda… esto me servirá…
- ¿Qué tramas, mortal? –preguntó inquisitorialmente Diablo-
- “Kraethios in menum seculeam et suus pauperimos sum. Ignis tempestatis et Terrae potentiae et Aqua Radianti. Suus caelum est et nostro Sanctuario creator sum. ¡¡ Domine venite, sacramentum eo deo !!”
- ¿qué conjuras mortal?

La tierra se abrió paso contra Diablo seguida del devastador poder del agua y de la extorsiva fuerza del fuego. Ambos ataques se reunieron en torno al Señor del Terror creando una potente explosión que hizo estremecer los cimientos de la Catedral. Incluso el poblado de Tristám notó la sacudida.
Tras la explosión, el Héroe avanzó hacia el demonio abatido y, con la espada, apuñaló el corazón de la Bestia.
Un grito estridente de dolor de bestia fue cambiando al de un niño, la piedra rosada cayó de la cabeza y el cadáver retornó a su forma humana.
Eliseo tomó la piedra con sus manos y el amuleto reaccionó a la proximidad del objeto.
- Así que era para esto para lo que de verdad venías, Pytheos… pero lamento desilusionarte…amigo… pero la piedra no está entera. Lázaro la partió y se quedó el otro pedazo… es imposible encontrarlo pues su habitáculo se hundió junto a un pilar… todo está perdido, el Señor del Terror se alzará de nuevo y caminará entre los mortales… una vez más.
- Eliseo… -dijo una voz en la cabeza- soy Pytheos… por fin sabes a lo que iba. Ese amuleto es para reunificar la Piedra del Terror, pero no se puede, Lázaro se llevó su parte a la muerte.
- Por eso apareció esa sombra detrás de su alma.
- Exacto. Has logrado lo imposible… eres un héroe digno…
- Pero la piedra…
- La piedra, de todas formas no se hubiera podido reunificar…
- ¡Entonces debe existir algún método para contener su poder!
- Lo hay, pero sólo sirve para aquellos poderosos hechiceros que controlan el maná que les corre por las venas, solo para aquellos como yo… o como Tal Rasha… Mago Horádrico…
- Dime, ¿cómo completo la prisión?
- Debes luchar contra Diablo por toda le eternidad.
- Estoy decidido.
- Entonces, incrústate la piedra –dijo Pytheos- debes incrustártela en la frente, cercano a tu mente…

Eliseo se incrustó la piedra y la voz de Pytheos volvió a sonar.
- ¡Qué haces!
- Lo que me has dicho.
- No he sido yo.
- ¿entonces quién…?
- Puede que hayas acabado con Albretch… pero mi esencia está ahora dentro de ti… por toda la eternidad… jajajaja….

Eliseo tomó el otro portal y lo arrojó al rojo de la sala, convirtiéndolo en uno azul a través del cual pudo llegar de nuevo a Tristám.


EPÍLOGO

Por desgracia, yo era el único hombre de Tristám que sabía algo sobre la piedra espiritual enterrada bajo el antiguo monasterio. Como el último descendiente de los horadrim, sólo yo conocía la verdad sobre la piedra rosada allí escondida y atrapada. Quizás si hubiese advertido de los peligros allí presentes, nuestra tranquila aldea no hubiese sufrido semejante agonía. Quizás esta oscura cadena de acontecimientos jamás hubiese ocurrido.
A decir verdad, sospecho que el arzobispo Lázaro fue el primero en caer preso del ardiente poder de la piedra del alma. Había sido destinado aquí desde Kurast como embajador de la Iglesia de Zakarum. Envuelto en la Luz, nadie podía sospechar la traición de la que sería capaz. Al parecer fue él quien descubrió la piedra debajo del laberinto… y la rompió.
Ya fuese la locura o un fatal destino lo que le indujo a esta terrible acción, Lázaro desató sobre nosotros un indescriptible horror. Diablo, el señor del terror, atrapado dentro de la piedra del alma por mis antecesores, volvía a caminar sobre el mundo de los hombres. De alguna manera, Diablo unió sus poderes infernales para transformar el frío laberinto en un portal que comunicaba con el mismísimo corazón del infierno. Sus legiones de sirvientes asesinos tomaron cobijo bajo el laberinto, esperando la llegada de cualquiera lo suficientemente estúpido para explorar las oscuras catacumbas. Nuestro noble soberano, el rey Leoric, cayó bajo la pútrida influencia de Diablo, quedando preso de los terribles males gemelos de la locura y la desesperación. Mientras que nuestro enfermo rey mantenía al pueblo subyugado bajo su puño de hierro, su único hijo, el príncipe Albretch, fue raptado por Lázaro y trasladado al ruinoso monasterio. Observamos con incrédulos ojos cómo la oscuridad que emanaba desde debajo de la tierra empezaba a invadir nuestro pueblo, aterrando a todo aquél que había decidido quedarse. Fueron días lúgubres para todos nosotros…
De día trabajábamos nuestros campos y granjas, como siempre habíamos hecho, intentando en vano olvidar la creciente presencia del terror que fluía desde los decrépitos muros del monasterio. De noche, nos acurrucábamos entre nuestras familias, rezando para que llegase la luz del alba. Después de lo que pareció ser una eternidad, llegó la salvación.
Un flujo constante de héroes y aventureros provenientes de todas las esquinas del mundo llegaron a investigar los rumores sobre la creciente maldad que tenía a Tristám como epicentro. Algunos buscaban gloria y fortuna mientras que otros querían retar a las misteriosas bestias que cobijaban bajo la tierra. Vinieron incluso los hechiceros del anciano clan de magos Vizjerei a estudiar la maldad que había despertado sobre nuestra tierra. Aunque la enorme cantidad de aventureros prácticamente acabó con todas las provisiones del pueblo, nuestras esperanzas dependían de ellos.
Entre ellos había un guerrero, reservado y contemplativo que sobresalía del resto, irradiaba una extraña calma interna y una concentración que desconcertaba hasta al más duro de los supuestos héroes. Fue este guerrero el que luchó hasta llegar a los más recónditos recovecos del laberinto. Quien finalmente derrotó al señor del terror.
Cuando cierro los ojos, aún puedo oír el torturado aullido mortal de Diablo penetrando mis oídos. Se extendió desde las profundidades de la tierra y reventó las cristaleras del decrépito monasterio. Recuerdo haber escuchado el sonido de los gritos de un niño perdido entre los angustiados rugidos. Los ecos de ese grito todavía atormentan las pocas horas de sueño que soy capaz de conciliar.
Aún recuerdo al guerrero cruzando la entrada del monasterio y salir a la luz del día. Parecía haber atravesado el mismísimo infierno, ¿y quién sabe?... quizás eso era precisamente lo que había hecho. Estaba tan cubierto de su propia sangre como la de sus enemigos. Era extraño, pero mi mirada acabó dirigiéndose a una extraña herida sobre su frente. Parecía tener un corte justo por encima de los ojos; aun así la herida parecía haber ya cicatrizado.
Es evidente que creíamos que nuestro pueblo estaba salvado, le entregamos todo tipo de recompensas. A pesar de trofeos y elogios que le fueron entregados, éste se hundía cada vez más y más en una angustiada y compleja depresión. Apenas podía imaginarme los horrores no mencionables que habría visto bajo la oscurecida tierra. Sólo podía especular sobre cómo éstos habrían afectado su mente y su corazón
Se quedó entre nosotros un tiempo. No tenía ni familia ni lugar a donde ir. Parecía lógico pues que se quedase con nosotros en Tristám. Aunque era educado y cordial con aquellos que se le acercaban, era un hombre más bien reservado, apenas salía de la casa que le habíamos dado. Odien sugirió que hiciésemos una gran fiesta en su honor, esperando que la bebida le librase de su amarga condición. Estábamos equivocados. Se retiró sigilosamente, dejándonos atónitos y confusos. Más tarde, esa misma noche, fui a visitarle a su casa. Nada odía haberme preparado para lo que vi allí.
El hombre estaba sentado solo en la entrada de su casa, hablándose a sí mismo en distintas lenguas, algunas no pronunciadas desde hacía siglos. Llevaba una oscura capa de viaje, la gran capucha colgando sobre su rostro. Cuando se dio la vuelta para mirarme, la luz del fuego se vio reflejada en su torturado rostro, revelando la distorsionada expresión de un hombre que ha perdido ya los estribos. Sus ojos brillaban con un fuego carmesí y una escalofriante luz roja emanaba de las profundidades de la capucha. La herida de su frente se había abierto… y creí ver… no, seguramente sería una ilusión óptica burlándose de la imaginación de un viejo.
Le pregunté si se sentía bien, pero él seguía divagando en sus extraños alfabetos. Me sentía muy afectado por todo lo que estaba ocurriendo. Ya había decidido dejarle para ir a buscar ayuda cuando de repente salió de su trance y comenzó a hablar con una helada voz, que llenó mi alma de angustia: “Ha llegado la hora de abandonar este lugar. Mis hermanos me aguardan en el este. Sus cadenas no podrán mantenerles atrapados”. No tenía idea alguna de qué me estaba hablando. Todos creíamos que era un hombre sin familia. Aún así, viendo que parecía haber recuperado el sentido decidí retirarme y dejarle solo. Esa fue la última vez que le vi.
Nuestro héroe abandonó Tristám al día siguiente por la mañana. Se dirigió en secreto al desfiladero del este, armado sólo con su fiel espada y una bolsa de provisiones. Poco después de su huida, nuestras peores pesadillas se hicieron realidad. Los sirvientes demoníacos del infierno volvieron a Tristám.
Ahora, mientras escribo estas palabras, soy el único superviviente. Llevo ya muchas noches huyendo de las bestias que me asedian, pero sé que ya me queda poco por correr. El porqué han vuelto y por qué han degollado a tantas almas inocentes, jamás lo sabré. Todo lo que sé con certeza es que su llegada ha estado ligada a la partida del guerrero… he escrito esta crónica con la esperanza de que alguien encuentre estos escritos e intente corregir la maldición que ha brotado en estas tierras. No creo que me quede aún mucha vida, pero quizás estas palabras puedan prevenir a otros pueblos, a otras tierras, de que la misma tragedia los azote. Me quedaré aquí hasta que llegue ayuda… o hasta que me devoren las criaturas. Que el cielo se apiade de mi alma. Incluso después de todo lo ocurrido, no soy capaz de abandonar este lugar infernal.
Me temo que Tristám sólo es el primero de los muchos pueblos que acabarán consumidos por la maldad que él intentó combatir.

Deckard Caín, el último de los Horadrim.


si han llegao hasta aqui espero que lo hallan disfrutado tanto como yo

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